En el silencio de la habitación donde Naegi se encontraba, el eco de sus pensamientos resonaba con fuerza. La confusión y el miedo se entrelazaban en su mente, formando un caos del que no podía escapar. Miró a su alrededor, su corazón latiendo con fuerza, como si intentara romper las cadenas invisibles que lo mantenían atrapado en esa pesadilla. La visión del cadáver de Miley aún ardía en su memoria, una imagen que le resultaba ineludible y devastadora.
Naegi tomó una profunda respiración, intentando calmarse. La acidez en su garganta no era solo resultado del terror que sentía, sino también de la culpa que empezaba a consumirlo. "No, no, esto no puede estar pasando", pensó. La lógica se desvanecía mientras las emociones lo invadían. ¿Realmente había matado a Miley? Las marcas en su cuello, las cicatrices en sus muñecas… todo parecía apuntar a una verdad que no podía aceptar.
Decidió actuar. Con manos temblorosas, se acercó al cuerpo inerte de Miley, buscando en su interior un impulso que lo guiara. Su formación teórica sobre primeros auxilios le decía que debía intentar reanimarla, así que intentó recordar cada paso: presionar su pecho, realizar respiraciones de rescate… Pero todo fue en vano. A medida que el tiempo pasaba, la desesperación crecía. Fue entonces cuando sus manos encontraron las marcas moradas, y el horror se apoderó de él. Era como si las propias manos de Naegi hubieran sellado su destino, y tuvo que apartar la mirada, sintiendo que el estómago se le revolvía.
"Lo siento, Miley, lo siento tanto...", murmuró, mientras vaciaba el contenido de su estómago en un rincón de la habitación. La realidad lo golpeaba con una fuerza insostenible, y se sintió en el borde de la locura. La pregunta que se repetía en su mente era simple y aterradora: ¿qué había pasado realmente anoche?
Mientras se esforzaba por recordar, una imagen se formó en su mente: el altercado con Julius. Había algo más, algo oscuro que se había deslizado entre ellos como una sombra. "¿Fue eso lo que causó todo esto?" Se preguntó. La idea de que su propia falta de control pudiera haber llevado a este desenlace era demasiado pesada para soportar.
Con el corazón aún acelerado, Naegi se acercó al cadáver de Miley y, con un gesto de respeto, intentó acomodar su cuerpo, cubriéndola con un manto improvisado. "No puedo dejar que te encuentren así", pensó, mientras su mente se debatía entre el horror y la culpa. Sabía que debía ocultarla. En un lugar donde la traición acechaba en cada esquina, no podía confiar en nadie.
Al salir de la habitación, su mente estaba en un torbellino. "Lo siento mucho, Miley. Te prometo que la próxima vez que nos veamos, serás la única en la que no sospecharé." Las palabras se sentían vacías, pero eran lo único que podía ofrecer en ese momento.
Al salir al pasillo, su instinto de supervivencia entró en acción. Miró a derecha e izquierda, asegurándose de que nadie lo hubiera visto. En ese momento, se encontró con Emilia. Su rostro reflejaba preocupación, y Naegi sintió un escalofrío recorrer su espalda. "No puedo dejar que me descubra", pensó, tratando de mantener la calma.
"Naegi, realmente no estás bien, ¿verdad?", preguntó Emilia, al acercarse con preocupación.
"¡Estoy estupendo!" respondió, forzando una sonrisa que no llegó a sus ojos. Sin embargo, cuando ella acercó su mano a su frente, Naegi sintió una mezcla de alivio y tensión. "Estás demasiado cerca", se dijo a sí mismo, su corazón latiendo más rápido. Sería un momento tierno si no fuera por la sombra de la culpa que lo seguía.
Emilia, al notar su incomodidad, soltó palabras que lo hicieron sentir aún más ansioso. "Me siento mal por Miley. Ella hizo tantas cosas buenas por nosotros". Cada palabra era como un cuchillo que le daba en el corazón. ¿Cómo podía hablar de Miley con tanta ligereza cuando él había sido el causante de su muerte?
Naegi intentó cambiar de tema, pero sus propios pensamientos se volvían en su contra. "Maldición, estoy hablando de alguien que ya está muerto", murmuró, sintiendo las lágrimas amenazar con escapar de sus ojos. Emilia, notando su angustia, se acercó y le abrazó la cabeza, susurrando palabras de consuelo.
"Si estás enojado, habla. No cargues todo solo", dijo, y Naegi sintió que su corazón se rompía un poco más. En esos momentos, se dio cuenta de que no había maldad en ella, que su verdadero enemigo era él mismo. El peso de su secreto se hacía más pesado con cada palabra.
"Yo… yo soy..." comenzó a confesar, su voz temblando, pero fue interrumpido por Rahm, quien llegó con una urgencia inquietante. "Lo siento mucho, pero todos tienen que reunirse en la biblioteca. Hay un problema".
La biblioteca, un lugar que había sido testigo de tantos secretos y misterios, ahora parecía un laberinto oscuro lleno de peligros. Al llegar, Beatriz les informó que había encontrado algo terrible. Cuando sacó un libro de entre los estantes, Naegi sintió cómo su corazón se hundía. La portada decía "Me lee por Troudi".
Emilia exclamó, y Naegi se sorprendió por la reacción de ella. "¿Por qué estás tan afectada?", se preguntó, pero su mente estaba ocupada en otras cuestiones. ¿Cómo había aparecido ese libro de la nada? La posibilidad de que alguien pudiera ver los recuerdos de Miley y exponer su secreto lo aterrorizaba. ¿Y si el crimen que había cometido salía a la luz?
"Si lo leen, podrían ver cómo la maté", pensó, mientras la ansiedad lo consumía. "Debo hacer algo antes de que eso suceda". Cada segundo que pasaba era un recordatorio de la inminente revelación de su culpa.
Mientras la conversación continuaba, Chawla apareció, y la tensión en el aire se hizo palpable. Su despreocupada actitud contrastaba con el caos interno de Naegi. "Así que, ¿solo tenemos que leer el libro?" preguntó, y su varón sintió que el sudor le recorría la frente. Chawla, sin saberlo, estaba jugando con fuego.
Emilia se opuso, pero la lógica de Chawla era innegable. La presión aumentó cuando se decidió que Naegi sería quien leyera el libro. "No puedo hacerlo", pensó, pero la determinación de Emilia y Beatriz lo empujaron a aceptar. Sabía que si no lo hacía, podría perder la única oportunidad que tenía de encubrir su crimen.
Finalmente, tomó el libro entre sus manos. La portada, aunque familiar, se sentía como un peso mortal. Al abrirlo, las imágenes de la vida de Miley comenzaron a invadir su mente, llevándolo a un viaje a través de sus recuerdos más oscuros y tristes. Mientras los recuerdos de Miley se entrelazaban con su propia existencia, Naegi entendió que estaba a punto de enfrentar la verdad más aterradora de todas: no solo sobre su culpabilidad, sino sobre la vida que habían compartido.
A medida que los recuerdos de Miley lo consumían, el caos se desató en su mente. "Yo soy Naegi", se repetía, pero las voces de su pasado y la confusión de su presente se mezclaban, haciéndolo dudar de su propia identidad. La imagen de la chica que había sido, crecida en un bosque oscuro y solitario, se manifestaba junto a la imagen de la bestia que había sido su madre. "Yo soy..." pensó, pero el eco en su mente lo dejaba sin aliento.
Y en ese momento de desesperación, cuando todo parecía perderse, Emilia lo sostuvo firmemente. "Recuerda, Naegi. Eres tú, mi caballero. No te pierdas en esos recuerdos". Sus palabras eran un ancla en medio del torbellino. "Tú eres Naegi, no dejes que el pasado te consuma".
La lucha interna de Naegi estaba lejos de terminar. Sabía que debía enfrentar no solo su culpa, sino también el oscuro misterio que había comenzado a desenredarse ante él. La revelación de la identidad del verdadero enemigo estaba a la vuelta de la esquina, y lo que había comenzado como un viaje lleno de esperanza y amistad estaba a punto de convertirse en una lucha por sobrevivir, no solo física, sino también emocionalmente.
La historia de Miley, la verdad oculta detrás de su vida y su muerte, y los secretos que yacían en el corazón de Naegi se entrelazaban, formando un rompecabezas que debía resolver antes de que el tiempo se agotara. Todo lo que podía hacer era seguir adelante, paso a paso, y con cada paso, descubrir quién era realmente: un asesino, un héroe, o algo completamente diferente. El destino de todos los que lo rodeaban dependía de ello.
Y así, en la penumbra de la biblioteca, la verdadera batalla estaba a punto de comenzar.
La atmósfera en la Torre Pléyades se sentía densa, como si cada susurro de las sombras que la habitaban guardara un secreto mortal. Naegi Makoto, el chico de la mala suerte, se encontraba atrapado en una red de confusión y desesperación. Los ecos de la frase del gran detective jerécuaro resonaban en su mente: "El asesinato se convierte en un hábito". Sin embargo, lo que más le preocupaba no era la posibilidad de que sus pensamientos se tornaran oscuros, sino la lucha interna que estaba llevando a cabo con la identidad que había perdido.
Era un día más desde que había leído el libro de Mail, un relato que había desnudado sus emociones y lo había hecho cuestionar no solo su propia existencia, sino también la de aquellos que lo rodeaban. ¿Por qué todos mostraban tanta preocupación por él? Esa era la pregunta que lo atormentaba mientras caminaba junto a Beatriz, sintiendo cómo el peso de las miradas ajenas lo seguía a cada paso. Esa preocupación, pensó, era para alguien que no era él. Era para el Naegi que había sido, para el chico que había matado a Elsa y que había sonreído mientras lo hacía.
"¿Por qué hacen esto por él?", pensó, la voz de Mail susurrando en su cabeza, alimentando su confusión. La sensación de ser un extraño en su propio cuerpo crecía, y con cada pregunta sin respuesta, se sentía más atrapado. Sin embargo, había algo que le daba esperanza: los libros de los muertos. Eran su única vía para comprender el verdadero corazón de sus compañeros y, quizás, volver a ser el Naegi que todos conocían y amaban.
Mientras tanto, Chawla insistía en que no debía dejar libros en el suelo, como si eso pudiera desatar un caos aún mayor del que ya vivían. La tensión entre la búsqueda de Mail y las reglas de la Torre se palpaba en el aire. Chawla se negaba a actuar sin la orden de su maestro, lo que hacía que la situación se tornara aún más desesperante. Sin embargo, Naegi, sintiéndose más centrado, les instó a buscar a Mail, aunque sabía que el camino sería peligroso.
Mientras todos se dispersaban, Naegi se sintió abrumado por la presión de sus pensamientos. Sabía que había una parte de él que quería descubrir la verdad, pero también había una voz oscura que le susurraba que la única forma de hacerlo era a través de la violencia. Atrapado entre dos mundos, luchaba contra el deseo de desatar su ira y la necesidad de encontrar respuestas pacíficas.
El día se tornó en noche, y con la cena se desató un ambiente tenso. Las discusiones sobre la búsqueda de Mail y la escasez de provisiones llenaron la habitación. Beatriz, siempre atenta, notó las heridas en los brazos de Naegi, y en un acto de bondad, utilizó su magia para sanarlo. En ese momento, Naegi sintió una mezcla de gratitud y culpa, sabiendo que su dolor era el resultado de su propia confusión.
"¿Qué pasaría si matara a esta persona?", pensó, mientras su mente divagaba hacia pensamientos sombríos. La idea de eliminar a sus compañeros para descubrir sus verdaderos sentimientos y obtener sus recuerdos comenzó a tomar forma. Pero en el fondo, sabía que esa no era la solución. Los libros de los muertos podrían ofrecerle respuestas, pero la violencia solo traería más caos.
La noche se volvió oscura y silenciosa, y Naegi se preparó para actuar. Sabía que debía encontrar el cadáver de Mail, pero no para deshacerse de él, sino para entender lo que había sucedido. Sin embargo, su plan se vio interrumpido cuando se dio cuenta de que el cadáver había desaparecido. En ese instante, la voz de Ram resonó en la oscuridad, acusándolo de ser un falso.
La confrontación con Ram fue inevitable. Ella lo observaba con desconfianza, con la determinación de descubrir la verdad detrás de su identidad. Naegi, en un intento desesperado por defenderse, se lanzó a la acción, pero su pie fue atrapado por la magia de hielo de Ram. La frialdad del entorno parecía burlarse de su situación, y mientras luchaba por liberarse, la voz de Mail lo guiaba, sugiriéndole cómo atacar.
Pero la lucha no terminó bien. Ram, con su habilidad y fuerza, se mostró implacable, y mientras se debatía entre defenderse y atacar, Naegi sintió que su cuerpo caía en una trampa de hielo. La desesperación lo invadió al ver cómo su mente se llenaba de confusión, y el dolor lo hizo cuestionar su propia cordura.
"¿Acaso no puedo confiar en nadie?", pensó, mientras la pelea entre Ram y Emilia se desataba a su alrededor. Emilia, quien había confiado en él, ahora parecía lista para enfrentar a quién creía que era un impostor. La situación se volvió caótica, y en un momento de locura, enfrentarse a Ram se convirtió en su única opción.
"Todo lo que quiero es descubrir la verdad", pensó Naegi, mientras su mente se nublaba por los gritos y la confusión. Pero antes de que pudiera actuar, la magia de Ram lo golpeó y cayó en la oscuridad.
Cuando abrió los ojos, se encontró solo, con su hombro dislocado y el eco de su propia desesperación resonando en su mente. Las paredes de la habitación estaban marcadas con su mensaje: "Naegi estuvo aquí". Pero, más que eso, se dio cuenta de que cada marca era un recordatorio de su lucha interna.
Fue entonces cuando Reid apareció, burlándose de su situación. Naegi, aún atrapado en sus pensamientos, se sintió impotente ante la fuerza de Reid, pero también un poco aliviado al encontrar a alguien que parecía no juzgarlo. Sin embargo, la llegada de las bestias a la Torre Pléyades no podía ser ignorada. Naegi sabía que debía actuar, que debía encontrar una manera de salir de esta situación, no solo por él, sino por todos los que aún creían en él.
La Torre Pléyades se había convertido en un laberinto de mentiras, traiciones y secretos. Y en su interior, Naegi sabía que la verdad lo liberaría, pero primero debía encontrarla, incluso si eso significaba enfrentarse a sus propios demonios.
Con una determinación renovada, se levantó, listo para enfrentar lo que vendría, consciente de que la única manera de salir de esta encrucijada era enfrentarse a la verdad que había estado eludiendo. En el fondo, sabía que el camino sería peligroso, pero no podía dejar que el miedo lo detuviera. Esta era su oportunidad para redimirse, y aunque el futuro era incierto, su decisión estaba tomada.