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Chapter 44 - cap 44

Habíamos quedado en la sala verde, donde la tensión era palpable. Mientras la luz del último ataque de Rey de Astrea iluminaba la escena, un eco de preocupación resonaba en mi pecho. A pesar de la situación, subí rápidamente las escaleras, con la esperanza de encontrar a Julius en pie, listo para enfrentarse a su adversario una vez más.

Al llegar al segundo piso, la imagen que se presentó ante mí era desalentadora: Julius yacía en el suelo, su respiración era apenas perceptible. Reid, ese guerrero de mirada aguda, se volvió hacia mí con una leve sonrisa burlona. "Llegas tarde, pececillo", comentó, como si la vida de Julius no fuera más que un juego. Sin embargo, en esa sonrisa había un destello de camaradería.

"Descuida, ya no tienes que preocuparte por mí", dijo Julius mientras Reid comenzaba a retirarse, dejándolo a él solo en el frío suelo. Aun así, no podía evitar sentirme inquieto. Me acerqué con rapidez, mi corazón latiendo con fuerza, y me aseguré de que Julius estuviera respirando. Después de un corto momento de evaluación, decidí cargarlo, a pesar de que su cuerpo era más alto y pesado que el mío.

La tarea no fue fácil. Las escaleras parecían interminables mientras intentaba llevar a Julius a un lugar seguro. "La próxima vez, trae una mujer hermosa", me dijo Reid en tono de broma, pero yo sabía que la vida de Julius era lo que realmente importaba. Mi suerte, aunque a menudo me metía en problemas, a veces me salvaba de situaciones peligrosas. Por ahora, quería que esta fuera una de esas veces.

Finalmente, mientras descendía con Julius a cuestas, él despertó. "¿Por qué me estás cargando?", preguntó, su voz entrecortada. "Esta es la segunda vez que estoy haciendo esto hoy", le respondí, sintiendo un ligero alivio al ver que estaba consciente. "No me imaginaba tener que volver a enfrentar a ese monstruo pelirrojo tan pronto".

La conversación fluyó entre nosotros, una mezcla de aliento y preocupaciones. Julius admitió que recordaba todo lo sucedido y que había sido derrotado no una, sino dos veces por el Rey. "Lo siento por causarles tantos problemas", dijo, su tono reflejando la carga de la derrota. Intenté reconfortarlo. "No te culparé por perder contra un demonio como ese", le aseguré, queriendo que entendiera que lo importante era que estaba con nosotros.

"Por cierto, sabes quién es esa persona a la que te enfrentaste", le pregunté, sintiendo la curiosidad burbujear en mi interior. "Rey Desastre", respondió Julius con resignación, recordando que se había enfrentado al primer Santo de la Espada. En ese momento, la realidad se asentó sobre mí como un manto pesado. "Eso significa que estamos tratando con el Rey en su mejor estado", murmuré, mis pensamientos rápidamente girando hacia las implicaciones de eso.

"Me parece que eso va a ser imposible. No creo que podamos derrotarlo", dijo Julius, su voz cargada de pesimismo. Pero yo no podía rendirme tan fácilmente. Esta vez, teníamos que juntar toda nuestra información y elaborar un plan, mi estilo de plan. Ambos sabíamos que la situación era crítica, pero también que rendirse no era una opción.

A pesar de su resistencia, Julius intentó levantarse, pero su cuerpo lastimado no lo permitió. "Déjame ir adelante a informar a los demás que estás bien", sugirió. Pero sabía que eso no era posible. "Maldición, ambos somos unos tontos", exclamé, recordando nuestro primer encuentro y cómo siempre terminábamos en problemas.

Con determinación, tomé del brazo a Julius y lo ayudé a mantenerse en pie. "Cállate, no te echaría una mano si realmente no lo necesitaras", le dije con una sonrisa. Así, descendimos las escaleras lentamente, apoyándonos el uno al otro.

Al regresar al cuarto piso, el ambiente se sentía diferente. La sala verde estaba saturada de tensiones y preocupaciones, pero también había una chispa de esperanza. Emilia estaba allí, visiblemente preocupada, regañando a Julius como si fuera un niño travieso. "Voy a dejar a Julius a tu cuidado", le dijo a Reid, quien asintió mientras se preparaba para quedarse a su lado.

"Permitiré que mis heridas cicatricen aquí, rodeado de chicas tan hermosas", dijo Julius, intentando aliviar la tensión con un comentario ligero. Sin embargo, Reid le respondió en un tono serio, "Lamento informarte que, exceptuando a Anastasia, todas las chicas aquí me pertenecen". La broma ligera ayudó a romper el hielo, al menos por un momento.

Mientras tanto, Emilia y yo nos retiramos para discutir estrategias. La conversación se centró en Reid y su sorprendente poder. "Las heridas que le hizo a Julius fueron precisas. Parecía que tenía la intención de que sanaran rápidamente", reflexioné, recordando lo que había visto en la sala de combate. Reid había estado jugando con Julius, pero no lo había llevado al borde de la muerte. Esa fue una pequeña victoria, pero una victoria, al fin y al cabo.

"Debemos encontrar una manera de derrotar a Rey", dijo Emilia con determinación. "No podemos permitir que Julius y el resto de nosotros nos quedemos atrás. Necesitamos un plan". Mientras hablábamos con Ram, Beatriz y las demás, la conversación giró en torno a conocer más sobre el Rey y sus debilidades.

"Si supiera cuál es su debilidad, lo apuñalaría", dijo Chawla, su mirada seria. "Pero lamentablemente no tiene debilidades". La realidad se asentó sobre nosotros, pero no podíamos rendirnos.

Sin embargo, a medida que avanzaba la conversación, comenzó a surgir una idea. "Quizás una de sus debilidades sean las chicas bonitas", sugirió Beatriz. La idea resonó en el grupo, y comenzamos a discutir sobre cómo Emilia había logrado derrotar a Reid al imponerle una condición. "Necesitamos encontrar una condición que convenza a Rey de aceptarnos a todos", propuse.

Mientras la conversación continuaba, el peso de la situación se hizo evidente. Chawla sonrió, recordándonos que su presencia aquí era un obstáculo, pero también un recordatorio de que no estábamos solos. La lucha no había terminado, pero juntos podríamos enfrentar cualquier adversidad.

Con la esperanza renovada, nos preparábamos para lo que vendría. Sabíamos que la batalla no sería fácil, pero en el fondo, había algo que nos unía: un deseo ardiente de proteger a aquellos que amábamos y la certeza de que, aunque el camino fuera peligroso, no estábamos solos. La lucha apenas comenzaba.

La luz del nuevo día se filtraba a través de las rendijas de la habitación verde, iluminando suavemente el espacio. Naegi parpadeó, sintiendo una ligera presión en su cabeza, como si cada latido fuera un recordatorio de la confusión que lo rodeaba. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado? La última memoria vívida que tenía era la de estar en la Torre Pléyades, conversando con Anastasia y Equidna, cuando todo había dado un giro inesperado. A medida que sus pensamientos se organizaban, se dio cuenta de que su cuerpo se sentía extraño, como si no fuera completamente suyo.

Al abrir los ojos por completo, se encontró en una habitación que parecía sacada de un cuento de hadas. Las paredes estaban adornadas con suaves tonos verdes, y un fresco aroma a hierbas llenaba el aire. A su lado, dos figuras llamaron su atención: una niña de coletas rubias, con ojos brillantes y una sonrisa traviesa, y una semielfa de cabello plateado, con una mirada que transmitía tanto curiosidad como preocupación.

—Naegi, ¿estás bien? —preguntó la semielfa, su voz suave y melodiosa.

Él intentó incorporarse, pero la cabeza le daba vueltas. Miró a su alrededor, notando un lagarto enorme, del tamaño de un caballo, acurrucado a su lado. La criatura parecía tranquila, y al ver que no representaba un peligro, Naegi se aventuró a acariciarlo. Era una sensación extraña y reconfortante al mismo tiempo.

—Parece que te golpeaste muy fuerte la cabeza —dijo la semielfa, inclinándose un poco hacia adelante.

Naegi, aún aturdido, se esforzó por recordar. Las imágenes del día anterior empezaron a fluir, pero todo parecía una neblina. Desde que había despertado tras dos días de inconsciencia, había enfrentado peligros y había planeado cómo derrotar a Rey de Astrea. La conversación con Anastasia y la revelación de la verdadera naturaleza de Equidna aún resonaban en su mente, pero ahora, se sentía como un rompecabezas incompleto.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, su voz algo temblorosa.

La niña de coletas, que parecía ser la más animada de las dos, sonrió ampliamente.

—Te encontramos tendido en el suelo cerca de las escaleras. No sabíamos si estabas bien, así que te trajimos aquí. —Hizo una pausa, mirando a su compañera elfa por un momento antes de continuar—. Te golpeaste la cabeza y, bueno, parece que has perdido un poco la memoria.

—¿Memoria? —Naegi frunció el ceño, tratando de procesar la información. ¿Era posible que hubiera perdido sus recuerdos? La idea le resultaba abrumadora.

—Sí, y también estamos un poco preocupadas. No sabemos quién eres ni por qué estabas en ese lugar —respondió la semielfa, sentándose en el borde de la cama, su mirada fija en él—. Mi nombre es Rem, y ella es Emilia.

Naegi sintió que un destello de reconocimiento iluminaba su mente, pero se desvaneció tan rápido como vino. Era como intentar atrapar agua con las manos.

—Emilia… —repitió, sintiendo que ese nombre tenía un peso especial. Tal vez era la clave para deshacer el nudo de confusión en su interior.

—Sí, Emilia. Estoy aquí para ayudarte —dijo la semielfa, sonriendo de nuevo—. Pero primero, ¿puedes recordar algo?

Naegi intentó concentrarse, cerrando los ojos y dejando que las imágenes fluyeran. Se vio a sí mismo en la Torre Pléyades, rodeado de amigos, enfrentando desafíos imposibles. La figura de Julius, Ran y Chawla se dibujó en su mente, pero al intentar aferrarse a esos recuerdos, se desvanecieron como humo.

—Lo siento, no puedo recordar —confesó, sintiéndose frustrado—. La última cosa clara que recuerdo es… estaba hablando con Anastasia.

Al escuchar el nombre de Anastasia, tanto Rem como Emilia intercambiaron miradas llenas de preocupación.

—¿Anastasia? —repitió Rem—. ¿Te referías a ella?

—Sí, ella estaba… —Naegi se detuvo, sintiendo el peso de la incertidumbre en su pecho—. Estaba en la torre, y luego…

Emilia se inclinó hacia él, su expresión seria.

—Naegi, necesitamos saber más. Si has perdido la memoria, quizás haya algo que podamos hacer para ayudarte a recordarlo.

Naegi se sintió abrumado, pero había algo en la determinación de Emilia que lo animó. Ella parecía genuinamente preocupada por él, y eso le recordó el valor de la amistad y el apoyo mutuo.

—De acuerdo. Haré lo posible para recordar —dijo con una sonrisa tímida, sintiendo que, a pesar de su confusión, no estaba solo.

Con el paso de los minutos, comenzaron a compartir historias. Emilia y Rem contaron sobre su vida en este mundo, sus luchas y sus esperanzas. Naegi escuchó atentamente, sintiendo que cada palabra les acercaba un poco más. Aunque su memoria seguía siendo un rompecabezas, la calidez de la camaradería le dio un nuevo propósito: encontrar la manera de regresar al camino que había perdido.

Pero, en el fondo de su mente, un pensamiento inquietante persistía. ¿Dónde estaba Anastasia ahora? ¿Y qué pasaría con el grupo que había dejado atrás en la Torre Pléyades?

A medida que las horas pasaban, decidió que no podía rendirse. Aunque su mente estuviera nublada y sus recuerdos fragmentados, en su corazón sabía que debía encontrar la manera de volver a ser el Naegi que sus amigos necesitaban. Con esa determinación, se levantó de la cama, con el lagarto siguiéndolo con curiosidad.

—Vamos a averiguarlo, juntos —dijo, mirando a sus nuevas amigas.

Y así, el viaje de Naegi hacia la recuperación de su memoria, y la búsqueda de sus amigos comenzaba, con la esperanza de que, al final de esta jornada, podría reunirse con ellos y enfrentar los desafíos que el futuro les deparaba.