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Chapter 36 - cap 36

El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras, mientras el grupo se reunía en la mansión Rosbalt. Naegi Makoto, con su característico aire amable y su eterna mala suerte, observaba a sus compañeros con una mezcla de emoción y preocupación. Habían reclutado a dos más para su viaje, y a pesar de los problemas que se avecinaban, todos parecían listos para partir.

Anastasia, aún poseída por el espíritu de su bufanda equina, se acercó a Naegi, quien se encontraba revisando los últimos detalles de su equipaje. "Naegi, tengo que decirte que siempre he tenido problemas por tratar de complacer a las mujeres", confesó con un tono de voz que revelaba tanto nostalgia como humor.

"¿Cómo puedes hablarme así, bruja?" replicó Naegi, esbozando una sonrisa nerviosa. La broma hizo que Anastasia frunciera el ceño, pero no pudo evitar soltar una risa.

"Vamos, no actúes así. Si no, parecerá que mi creadora borró mis recuerdos solo para molestarte", respondió ella, mientras el espíritu de Equina zorro se manifestaba en su tono juguetón. Era un recordatorio constante de que, aunque la situación era seria, la camaradería y la ligereza podían aliviar la tensión.

Justo en ese momento, Rosbalt llamó a Naegi con una voz firme y clara. "Quiero que vigiles a Ram", dijo, dejando a todos sorprendidos. Julius, un caballero de porte imponente, se ofreció rápidamente: "Si me lo permite, yo puedo hacerme cargo de eso".

"No desconfío de usted, caballero Julius", respondió Rosbalt, "sin embargo, debo decir que esto es un asunto de vida o muerte". La seriedad en su voz atrajo la atención de todos, y Naegi sintió que un escalofrío recorría su espalda. "Verán, Ram necesita una cantidad de maná de cierta calidad todos los días. Como explicó ella, es del clan O'Neill".

El aire se volvió tenso al oír el nombre del clan. Julius, sorprendido, recordó la historia de los O'Neill, un linaje de demonios poderosos que había sido erradicado. Naegi, sin embargo, se mantuvo en calma. "¿Es realmente tan sorprendente eso?", preguntó, intentando desviar la atención de la gravedad de la situación.

"No habían sido eliminados", aclaró Julius con un tono sombrío. "Ram es la única sobreviviente". El silencio se hizo presente mientras todos procesaban la información. Naegi, sintiéndose algo incómodo, decidió escuchar sin interrumpir.

La conversación continuó, y Rosbalt explicó que Ram carecía de una parte esencial de los O'Neill: un cuerno que normalmente aumentaría sus capacidades. Sin embargo, la preocupación principal era que, sin un punto de apoyo, el poder de Ram podría volverse incontrolable. "Necesitamos que alguien deposite maná en su cuerpo todos los días", concluyó Rosbalt.

Naegi, sintiéndose un poco abrumado, se dio cuenta de que debía intervenir. "Espera, ¿qué tengo que ver yo en esto?", preguntó, sintiendo que esa carga no debería recaer solo sobre él. "Tal vez no te hayas dado cuenta, pero Beatriz es un poco mala conmigo. Por eso dejo esta tarea en tus manos", dijo Rosbalt, con una mirada seria que hizo que el corazón de Naegi se acelerara.

A regañadientes, Naegi aceptó ayudar. La conversación se desvió a la llegada de Rem, quien fue traída en una silla de ruedas ingeniosamente diseñada por Naegi. Cuando Ram se molestó al ver que Naegi intentaba llevar a Rem, se sintió culpable por haber compartido sus recuerdos con ella, pero al final, entregó la silla y la tensión se desvaneció.

Mientras se preparaban para partir, Julius hizo un comentario que hizo sonrojar a Naegi. "Siempre estás rodeado de chicas", dijo, y Naegi, sintiéndose un poco avergonzado, intentó cambiar de tema sin éxito. Finalmente, todos subieron al carruaje dragón y comenzaron su viaje, con una mezcla de intriga y ansiedad por lo que estaba por venir.

Durante el trayecto, Julius y Naegi intercambiaron palabras. Julius le aconsejó que debía comportarse mejor, ya que bostezar en público no era bien visto. Naegi, con su característico desinterés por las apariencias, se encogió de hombros. "A veces, no puedo evitarlo", se defendió. Julius continuó hablando sobre sus espíritus y cómo había tardado años en enlazarse con ellos, lo que hizo que Naegi reflexionara sobre sus propias experiencias.

"Ustedes suelen subestimarse mucho", dijo Naegi, tratando de animar a Julius, quien se mostraba bastante crítico consigo mismo. "Reinhart también es así. Siempre ha sido un héroe". Julius asintió, pero no parecía convencido. La conversación se tornó más personal, y Julius compartió sus dudas sobre su linaje y su lugar en su familia. Naegi escuchó atentamente, sintiéndose un poco culpable por no saber cómo responder adecuadamente.

El tiempo pasó y, finalmente, llegaron a la ciudad de Mi Luna, la última parada antes de las temidas dunas de arena de Audio. Al caminar por las calles polvorientas, Naegi se dio cuenta de que estaban cada vez más cerca de su destino, y su corazón latía con anticipación.

Mientras caminaban, Emilia y Naegi discutieron sobre el mapa, y se dieron cuenta de que tenían que prepararse para lo que les esperaba. Decidieron entrar en una posada, y el dueño del lugar les advirtió sobre los peligros del desierto. Naegi, intrigado, comenzó a preguntar sobre las dunas y las criaturas que habitaban allí.

"Es un mar de arena de muerte", dijo el tabernero con seriedad, advirtiéndoles que muchos habían intentado llegar a la torre del sabio, pero nunca habían regresado. "Incluso el Santo de la Espada no pudo lograrlo", añadió, dejando a Naegi con un nudo en el estómago.

Emilia, siempre perspicaz, continuó la conversación, recibiendo más información sobre los peligros que acechaban en el desierto. El tabernero mencionó criaturas temibles que habitaban las dunas. "Los osos cortésanos son extremadamente peligrosos", dijo. "Y el miasma que hay allí puede corromperte desde adentro". Naegi escuchó atentamente, sintiendo que cada palabra era un recordatorio de que estaban adentrándose en un territorio hostil.

Al salir de la taberna, Naegi se sintió abrumado por la gravedad de la situación. Sin embargo, la determinación brillaba en sus ojos. Sabía que debía cuidar de Ram y de todos sus amigos. Y aunque la preocupación lo invadía, también sentía la esperanza de que juntos podrían superar cualquier obstáculo.

Una vez de regreso en la posada, se reunieron con Anastasia y Julius. Las preocupaciones sobre los peligros del desierto eran palpables, pero todos estaban decididos a enfrentar lo que viniera. "Tendremos que adecuar los carruajes para viajar en la arena", dijo Anastasia, mostrando su liderazgo.

A medida que el viento se despejaba, todos miraron hacia el horizonte, donde una torre imponente se alzaba en medio del desierto. La visión de la torre les infundió un sentido de urgencia y determinación. Sabían que su viaje apenas comenzaba y que los desafíos que enfrentarían en las dunas de arena serían mucho más grandes de lo que podían imaginar.

Con los preparativos listos y la resolución firme, cambiaron sus dragones de tierra por otros adaptados para el desierto. Mientras se acomodaban en sus nuevos monturas, Naegi se preocupó por Ram y la estabilidad de su maná. "Estamos preocupados por ti", le dijo, "así que, si algo malo te sucede, dínoslo. No trates de ocultar nada". La sinceridad en su voz resonó en el aire, y todos sintieron la fuerza de su lazo.

Con el corazón lleno de determinación y un ligero miedo por lo que les esperaba, Naegi tomó la mano de Emilia y, junto a sus amigos, se adentraron en las vastas y misteriosas dunas de arena, dispuestos a enfrentar su destino juntos.

La travesía de Naegi y su grupo se adentraba en las dunas del desierto, un vasto y misterioso paisaje que parecía no tener fin. A medida que caminaban, el cálido viento del desierto acariciaba sus rostros, llevándose consigo la sensación de seguridad. Sin embargo, en este nuevo mundo de "Re:Zero", todo parecía diferente de lo que conocía. Este desierto no era un lugar de calor abrasador, sino un terreno extraño y hostil, donde el miasma había erradicado toda vegetación.

Mientras avanzaban, el ambiente se tornaba cada vez más tenso. Beatriz y Emilia comenzaron a discutir sobre quién debería acompañar a Naegi, cada una queriendo ser la que lo cuidara. "Voy a llevar a Beatriz sedada", dijo Naegi con una sonrisa algo nerviosa, tratando de calmar la situación. "Y Mail, tú debes estar atenta con lo de tu asma y las bestias que podrían atacarnos".

Con la decisión tomada, continuaron su viaje a través de las dunas, donde el viento de arena comenzó a levantarse y a oscurecer el cielo. La noche se cernía sobre ellos, y la temperatura empezó a bajar. Era un momento adecuado para acampar y descansar antes de continuar su travesía bajo la luz del día.

Naegi se sentó en el suelo, sintiendo cómo la arena se deslizaba entre sus dedos y se colaba dentro de su ropa. No era tan molesto como había imaginado, y, sorprendentemente, la calma reinaba a su alrededor. Hasta el momento, no habían enfrentado más bestias. A lo lejos, la torre, un faro de esperanza, se alzaba imponente, pero algo en su presencia parecía advertirles que el camino no sería fácil.

"Este desierto es diferente", comentó Naegi a Beatriz. "No se siente como cualquier desierto que conocía". Beatriz, con su habitual desdén, respondió: "El miasma mata toda la vegetación. No hay forma de que este lugar sea caluroso como los que conoces". Sus palabras resonaron en Naegi, quien se dio cuenta de que la realidad de este mundo era completamente distinta.

Con una idea brillante, Naegi se acercó al carruaje de dragón de Emilia. "¿Podrías crear una torre de hielo? Así podremos usarla como punto de referencia", sugirió. Emilia sonrió, comprendiendo la necesidad de tener una guía en ese vasto desierto. Al instante, comenzó a conjurar el hielo, creando una torre que se erguía majestuosa en medio de la arena.

Mientras se organizaban, Naegi se dirigió a Anastasia, pidiéndole que lo mantuviera informado de cualquier problema. Ella, con una sonrisa tranquila, le aseguró que no intentaría nada raro en este viaje. Para Naegi, cada miembro del grupo era esencial, y esa conexión lo hacía sentir más seguro.

De repente, la calma fue interrumpida. "¡Naegi, ten cuidado!", gritó Mail, justo antes de que una enorme lombriz de arena emergiera del suelo. La bestia era colosal, con una boca que parecía capaz de tragar a varios de ellos de un solo bocado. Pero, de manera inesperada, al escuchar la voz de Mail, la criatura retrocedió, desapareciendo en su agujero de arena.

Naegi, aún aturdido, se volvió hacia Mail. "Lo siento mucho, no soy rival para ti". La niña observó a Naegi, su mirada llena de determinación. "No te preocupes, estoy aquí para protegerte". Julius, quien había sido testigo de la escena, se dio cuenta del poder que poseía Mail y cómo su presencia había mantenido a raya a esa bestia.

Sin embargo, el peligro no había desaparecido. Mientras se preparaban para continuar su viaje, la torre de hielo a lo lejos se quebró de manera alarmante. La preocupación se apoderó de ellos, y Naegi se volvió hacia Mail para preguntarle si podrían sobrevivir a la noche sin protección. Ella se mostró optimista, asegurando que no habría problemas.

Pero mientras la noche avanzaba y el grupo se acomodaba para descansar, Naegi no pudo evitar sentir una creciente inquietud. "¿Y si estamos atrapados aquí para siempre?", murmuró, mirando hacia la oscuridad que los rodeaba. Julius, siempre atento, le recordó que la torre no había cambiado de tamaño, lo que significaba que no se estaban acercando a su destino.

La frustración de Naegi creció. "¿Por qué no me lo dijiste antes?", se quejó, sintiendo que sus esfuerzos estaban siendo en vano. Anastasia, con una mirada seria, le explicó que el espacio entre ellos y la torre estaba distorsionado, un efecto causado por el miasma. "Es como un espejismo, Naegi. No es que no estemos avanzando, es que la tierra no está conectada como parece".

Con cada palabra, la realidad se volvía más clara. Este no era un simple desierto, sino una trampa del entorno. La torre había sido colocada estratégicamente para que aquellos que intentaran acercarse a ella se perdieran en el laberinto de arena y miasma. "¿Entonces, cómo podemos llegar a la torre?", preguntó Naegi, sintiendo la presión del desafío.

Anastasia le explicó que durante las tormentas de arena, el espacio se estabilizaba, lo que les daría una oportunidad para avanzar. "Pero dependeremos de la suerte", advirtió, y Naegi asintió, sintiendo un peso en su pecho.

Las horas pasaron, y finalmente llegó el momento en que la tormenta cesó. Con determinación, el grupo se adentró en la distorsión, avanzando con el dragón de tierra como su guía. Naegi se aferró a la esperanza de que, si llegaban a la torre, encontrarían la solución a sus problemas.

Pero al llegar, se dieron cuenta de que estaban rodeados por un prado de flores, el hábitat del temido oso cortesano. "Si vemos flores aquí, debemos huir", recordó Naegi, temiendo que no tendrían suficiente tiempo para escapar. Sin embargo, no había camino que llevara a la torre sin cruzar ese campo.

"Podemos avanzar", sugirió Mail, pero la incertidumbre pesaba sobre ellos. Mientras se preparaban para moverse, un oscuro presentimiento invadió a Naegi. Los osos comenzaron a levantarse, y el horror se desató.

La batalla fue intensa. Con cada movimiento, Naegi se dio cuenta de que estaban rodeados. Las garras de las bestias se acercaban, y el caos reinaba a su alrededor. A pesar de los esfuerzos de Emilia y Julius, la situación se tornaba desesperada. Mail invocaba lombrices de arena para ayudar, pero el número de osos era abrumador.

Naegi, sintiendo que no podía quedarse de brazos cruzados, se unió a la lucha, lanzando hechizos y tratando de mantener a raya a las bestias. Sin embargo, en medio del enfrentamiento, una luz brilló a lo lejos. "¡Miren eso!", gritó, pero sus palabras se perdieron en el frenesí de la batalla.

Todo sucedió demasiado rápido. Una luz atravesó su cabeza, y un dolor indescriptible lo invadió. La última visión de Naegi fue la de sus amigos, cayendo uno a uno a su alrededor. La arena cubrió sus cuerpos, y el eco de sus gritos se desvaneció en el silencio del desierto.

El grupo de Naegi había sido aniquilado, dejando solo un rastro de recuerdos en un desierto que nunca olvidaría.