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Chapter 33 - cap 33

La historia de Therese Astrea había comenzado en un lugar de tranquilidad, un pequeño jardín donde las flores florecían bajo su cuidado. Durante mucho tiempo, su vida había estado dedicada a cultivar y cuidar esas delicadas plantas, un refugio de belleza en medio de la inevitable brutalidad que la rodeaba. Mientras su familia, especialmente sus hermanos, se sumergían en un entrenamiento arduo y doloroso, ella se sumergía en la dulzura de los pétalos. Sin embargo, en el fondo de su corazón, una inquietud la acompañaba: el miedo de lastimar a aquellos que amaba, un temor que se había convertido en su sombra.

La paz de sus días fue abruptamente interrumpida cuando una nueva protección divina se posó sobre sus hombros: la del Santo de la Espada. En ese instante, algo dentro de ella cambió. Comprendió cómo blandir una espada con maestría, cómo era capaz de causar destrucción con un simple movimiento. Therese se dio cuenta de la dualidad de su naturaleza: una niña que deseaba amor, pero que también se había convertido en un dios de la muerte. La presión de esa revelación la llevó a un silencio aterrador; no podía compartir su carga con nadie.

Su familia, no obstante, no tardó en descubrir su nuevo poder, gracias a su tío, el antiguo Santo de la Espada, quien sin pudor la empujó a enfrentarse a su hermano. Ella había esperado que la vida pudiera ser diferente, pero la realidad se tornó oscura. Su hermano, que siempre había sido amable con ella, se vio forzado a atacarla. Con una espada de madera en mano, se negó inicialmente, pero el empuje de su tío lo llevó a actuar. Fue un momento de pura desesperación, donde la espada de madera voló por el aire y, en un giro del destino, apuntó a la garganta de su hermana.

Aquel instante marcó el inicio de una espiral de dolor. Mientras su hermano caía derrotado ante su instinto, Therese se sintió atrapada entre dos mundos: el de la inocencia perdida y el del poder que ahora poseía. Como resultado, su hermano, que había sido su confidente, se convirtió en un recuerdo doloroso, y su tío se regocijó en la revelación de que ella era la nueva Santa de la Espada.

Los años pasaron, y la niña que amaba las flores se vio atrapada en un ciclo de entrenamiento y guerra. Su vida cambió drásticamente cuando se unió a su nueva entrenadora, Carol, quien la ayudó a afinar sus habilidades. Sin embargo, Therese seguía atormentada por el temor de lastimar a otros, un miedo que crecía en su pecho como una sombra oscura.

Con el tiempo, el reino Dragón de la Única estalló en una guerra civil, un conflicto que podría haberse evitado con diálogo y entendimiento. La aversión hacia los semi humanos había alcanzado un punto crítico, y ella, como Santa de la Espada, fue arrastrada a la batalla. En medio de aquel caos, su hermano, a quien había perdido de vista, apareció ante ella, mostrándole la calidez que siempre había conocido. Sin embargo, el destino fue cruel, y en su primera batalla, él cayó, protegiendo a sus tropas. El dolor de su pérdida se unió a la culpa que ya la consumía, y decidió encerrarse en su habitación, dejando de lado su espada.

Cinco años pasaron, y Therese se volvió indiferente a la guerra. Su familia, su tío, sus hermanos, todos perdieron la vida en una lucha que nunca debió haber ocurrido. Mientras tanto, Carol, que nunca dejó de creer en ella, intentó animarla, pero Therese se sentía atrapada en un abismo de desesperanza.

El tiempo continuó su marcha implacable, y un día, mientras caminaba por las ruinas de su jardín, se encontró con un joven llamado Wilhelm. Su presencia era como un rayo de sol en medio de la tormenta. Aunque al principio pensó que era un estúpido por dedicarse a la espada, pronto se dio cuenta de que había más en él de lo que parecía. Comenzaron a intercambiar palabras, y con cada encuentro, el muro que había construido a su alrededor comenzaba a desmoronarse. Sin embargo, la guerra seguía avanzando, y Therese sabía que su destino estaba inexorablemente ligado a la espada.

Cuando el pueblo de Wilhelm fue atacado, Therese se dio cuenta de que no podía seguir huyendo. La risa del dios de la espada resonaba en su mente, burlándose de ella por haber permitido que su corazón se interpusiera en su camino. Decidida a no perder a Wilhelm, se armó de valor y se unió a la batalla. Fue un caos indescriptible; el olor de la sangre y el humo llenaban el aire mientras la lucha se desataba a su alrededor.

Con cada enemigo que caía a su espada, Therese se sentía más viva, más poderosa. Era el despertar de la Santa de la Espada y la Diosa de la Muerte en su interior. Sin embargo, a pesar de su éxito en el campo de batalla, la devastación del pueblo de Wilhelm la dejó sin aliento. La pérdida y el dolor nunca la abandonarían.

Después de la victoria, su relación con Wilhelm se tornó compleja. Él, sintiéndose humillado por no haber podido proteger a su gente, la retó. La lucha entre ambos fue intensa, y aunque ella lo derrotó, su corazón se partió al ver la rabia y frustración en su rostro. Therese sabía que había arrastrado a otros a su propia oscuridad, y su lucha interna se tornó aún más intensa.

Finalmente, en un giro del destino, se dio cuenta de que su amor por Wilhelm era la razón por la que había seguido adelante. Aceptó su vulnerabilidad y su deseo de proteger, y él, a su vez, se comprometió a ser su razón para luchar. Sin embargo, las palabras que siempre habían estado en el aire entre ellos aún no se habían pronunciado.

Los años pasaron, y su vida juntos fue pacífica, pero siempre había un eco de lo que había perdido. Therese había dejado de ser la Santa de la Espada, pero su esencia permanecía, aunque oculta bajo la rutina cotidiana. La protección divina del Dios de la Muerte había dejado cicatrices en su alma, pero también la había vuelto más fuerte y compasiva.

Cuando su primer hijo, Jaén, nació, la felicidad inundó su hogar. Sin embargo, la vida siempre tenía nuevos desafíos. La enfermedad de la Bella Durmiente se llevó a su esposa, dejando a su nieto Reinhart huérfano. Therese y Wilhelm se vieron en la necesidad de guiar a la próxima generación, mientras su propio amor seguía creciendo en medio del dolor.

Un día, Reinhart anunció su intención de participar en la Gran Subyugación, un conflicto que amenazaba con romper la paz que habían construido. Therese y Wilhelm se opusieron, sabiendo lo que significaba la guerra. Sin embargo, la determinación de Reinhart era inquebrantable.

En la batalla, Therese sintió que algo dentro de ella se rompía. Las espadas resonaban, y el caos la envolvía. Sin embargo, no podía sentir la protección divina que una vez había sido su guía. En un instante trágico, se encontró frente a una niña que levantó su espada contra ella. En un último acto de desesperación, Therese se dio cuenta de que el poder que una vez había sido su aliado había encontrado un nuevo hogar en su nieto.

La batalla la llevó a la oscuridad, y mientras caía, recordó a Wilhelm. En un giro del destino, se despertó en sus brazos, donde el amor y el tiempo se entrelazaban. Sin embargo, el eco de su lucha resonaba en su mente, y en ese momento, comprendió que la vida era un ciclo de amor y pérdida, de lucha y redención.

Así, el relato de Therese Astrea se entrelazó con el de Wilhelm, una historia de espadas y flores, de amor y sacrificio, que continuaría en las generaciones venideras. Aunque el dolor siempre estaría presente, también lo haría la esperanza, la promesa de que incluso en la oscuridad, el amor podría florecer.

El eco del mensaje resonaba en la plaza devastada del ayuntamiento, y mientras Emilia sonreía al escuchar las noticias, Naegi Makoto sentía cómo su corazón latía con una intensidad que le era familiar, una sensación que había experimentado antes, en la confrontación con Pitt Elius. Había algo inquietante en la alegría que le rodeaba, una sombra oscura que se cernía sobre él. Era el gen de la bruja que ahora llevaba dentro de él, una confirmación de la muerte de Régulos, y con ella, un nuevo peligro.

El gen de la bruja podría poseerlo, podría llevarlo hacia la locura, y aunque su mente luchaba con esos pensamientos, Naegi se obligó a recordar: "No importa cuántas cosas espeluznantes me posean, yo estaré bien". Con un suspiro entrecortado, asumió su nuevo poder, un descanso momentáneo en su corazón, como si esa aceptación pudiera blindarlo de lo que vendría.

—¿Estás bien? —preguntó Emilia, mirándolo con preocupación.

—No hay problema —respondió Naegi, su voz más firme de lo que se sentía por dentro. Intentaba ocultar la tormenta que se agolpaba en su mente mientras ambos se dirigían al ayuntamiento, ahora un esqueleto de lo que una vez fue.

Al llegar, lo que encontraron fue desolador. El edificio, símbolo de autoridad y esperanza, yacía destruido, sus muros derrumbados, como si la ciudad misma hubiera sido despojada de su vida. La inquietud se apoderó de Naegi mientras miraba a su alrededor, intentando entender lo que había sucedido.

—¡Naegi! —una voz familiar interrumpió sus pensamientos. Beatriz apareció, su mirada fija en él.

—¡Beatriz! —exclamó, aliviado de verla. Interactuaron como siempre, un intercambio de palabras cargadas de complicidad. Beatriz sonrió al ver a Emilia.

—Me alegra que estés a salvo. Si te pasaba algo, Pak se habría preocupado mucho. Recuerda, no te dejes capturar de nuevo.

—Gracias, Beatriz. Parece que estuviste trabajando duro durante mi ausencia. Lo siento por todo, solo te ocasioné problemas —se disculpó Naegi, sintiéndose culpable.

—Estoy bastante acostumbrada a que me causes problemas, así que no te preocupes por eso —respondió Beatriz con una leve sonrisa, aunque su tono era firme.

Naegi se rió, pero la risa se desvaneció cuando recordó la destrucción a su alrededor.

—Así que... ¿destruiste este edificio? —preguntó, buscando un atisbo de humor en la situación.

—Yo no lo hice, estaba así cuando llegué —se defendió Beatriz, su voz teñida de indignación.

—Ya lo sé —dijo él, sonriendo—. Si lo hubieras destruido, podríamos haber escuchado el estruendo desde lejos.

Fue entonces cuando Anastasia, con su cabello verde pintado, se acercó, interrumpiendo su conversación.

—Reinhart está recorriendo la ciudad con Félix para ver si hay rezagos del ataque y recuperar a los heridos —informó ella.

Naegi escuchó atentamente mientras ella relataba cómo Capella había atacado el ayuntamiento y cómo Aldebarán había intervenido. Se sorprendió al escuchar que Priscila había regresado tras derrotar a Sirios.

—Entiendo, entonces la recuperación de las torres de control fue un éxito... ¿y los que enviamos? —preguntó, preocupado.

—Todos regresaron sanos y salvos —respondió Anastasia, y un alivio momentáneo se instaló en el corazón de Naegi.

Luego se dirigieron al refugio más cercano, la nueva base tras la destrucción del ayuntamiento. Allí encontró a Garfield, quien lo felicitó, y ambos compartieron un momento de celebración por sus victorias. Pero el ambiente se tornó tenso rápidamente cuando una gatita llamada Mini embistió a Garfield, quien cayó al suelo, gritando de dolor.

—¡Bajaste la guardia! Esa es tu debilidad, Garfield —se rió Mini, saltando en su pecho.

—¡Quítate! Estás haciendo que mis heridas se abran de nuevo —gritó Garfield, mientras Naegi observaba la escena con una mezcla de diversión y preocupación.

—Esos dos hacen buena pareja —dijo Naegi, mirando a Emilia, quien respondió con una sonrisa.

—Mini es linda y parece que realmente le gusta a Garfield, pero él está enamorado de Rahm. Eso es bastante triste —reflexionó Emilia, haciendo que Naegi se sorprendiera. No había tenido una conversación así con ella antes, y la revelación provocó una chispa de incomodidad entre ellos.

Justo entonces, William llegó, su presencia era sombría. Naegi se acercó a él, notando las heridas en su traje destrozado.

—Recogí las cenizas de mi esposa —dijo William, su voz un susurro lleno de dolor—. Quiero colocarlas en una tumba.

Naegi sintió un nudo en el estómago.

—Eso es increíble, William. Eres una persona maravillosa por hacer eso —respondió, nervioso y sin saber qué más decir.

—Sí, intercambié palabras con mi esposa y luego me despedí —dijo William antes de alejarse. Naegi lo observó, sintiendo el peso del sufrimiento de su amigo.

Cuando regresó con Emilia, ella le preguntó por William.

—Está bien, parece que logró sanar algunas de sus heridas... las del corazón —respondió Naegi, tratando de calmar la inquietud que también lo asediaba.

Mientras tanto, Liliana había llegado y comenzó a cantar para los presentes. Decidiendo no interrumpir el espectáculo, Naegi comentó que la verían después.

Tirita, quien estaba cerca de Liliana y Beatriz, se acercó a Naegi y le dijo que lo había despertado cuando fue a ayudar a otro. Además, mencionó que Itaca le había dado piedras mágicas para luchar, lo que hizo que Naegi reconsiderara su opinión sobre él. Había demostrado ser un verdadero líder.

—Los heridos están en un hospital improvisado en una carpa diferente a esta —dijo Emilia, y juntos se dirigieron a buscar a su amigo Oto.

Al encontrarlo, Naegi bromeó.

—Te encanta meterte en problemas, ¿verdad, oficial de asuntos internos de grado guerrero?

Oto sonrió, pero rápidamente se deshizo de la broma.

—No digas esas cosas, ese trabajo y ese grado ni siquiera existen —replicó, aunque su cuerpo mostraba signos de haber pasado por una batalla.

Naegi escuchó atentamente mientras Oto relataba su encuentro con Glotonería y cómo, gracias a Fell-sama y la gente de las escamas del dragón blanco, lograron detenerlo. Agradeció a Beatriz por su ayuda, pero la preocupación aún persistía en su mente.

Luego, Oto mencionó que Felt había salido a buscar a sus subordinados y le advirtió sobre uno de los arzobispos capturados en el siguiente refugio.

—Vamos al siguiente refugio —declaró Naegi, sintiendo que una nueva misión se acercaba.

Al llegar al siguiente refugio, fueron recibidos por Priscila, quien, tras un diálogo tedioso, les reveló que dentro se encontraba el arzobispo y Aldebarán, quien hacía guardia.

Naegi se sintió inquieto