Naegi Makoto no podía evitar sentir que su vida era una especie de montaña rusa emocional. Desde que había llegado a Priestella, la mala suerte parecía ser su compañera constante. Sin embargo, algo en su interior le decía que esta vez era diferente, que había una chispa de esperanza en medio de tanta oscuridad. Todo había comenzado con la llegada de Al, quien había regresado de una misión peligrosa con noticias cruciales.
En la zona encharcada, Al había enfrentado a varios miembros del Culto, logrando eliminarlos con una resolución que sorprendió incluso a él mismo. En medio del caos, había conseguido tomar un metia de comunicación, un artefacto que podría cambiar el rumbo de la situación en Priestella. A través de ese dispositivo, se había puesto en contacto con Emilia, quien le había brindado información vital sobre la ubicación de Regulus y Capella. Pero lo que más le preocupaba era su mensaje: "Cuida de Beatrice".
Cuando Al volvió al ayuntamiento, su rostro estaba pálido, pero su determinación era palpable. Se dirigió a Naegi, quien lo esperaba ansiosamente. Con cada palabra que Al le compartía sobre su encuentro con Emilia, el peso de la responsabilidad se hacía más tangible. Una vez que terminó, Naegi asintió, sintiendo el peso de las expectativas y la esperanza que reposaban sobre sus hombros. La vida de Beatrice, y posiblemente de muchos más, dependía de sus decisiones.
Al regresar a su habitación, Naegi se encontró con 184, quien parecía sorprendida por la repentina aparición de Emilia. "No entiendo por qué regresó", murmuró 184, sacudiendo la cabeza. "Ella debería estar huyendo, no enfrentándose a esto". Naegi, siempre con su característico optimismo, intentó consolarla: "Tal vez esté buscando una forma de luchar. Tal vez ella cree que todavía hay esperanza".
Con la mente llena de pensamientos, Naegi reunió al resto del grupo. Sabía que debía actuar, y su idea era utilizar el metia del ayuntamiento para transmitir un mensaje de esperanza a los ciudadanos de Priestella. "Debemos recordarles que no están solos", dijo, su voz temblando ligeramente, pero llena de determinación.
Anastasia, quien había estado escuchando atentamente, asintió con la cabeza. "Es una buena idea, Naegi. Pero necesitarás alguien en quien confiar para que haga la transmisión". Sin embargo, cuando Naegi comenzó a buscar voluntarios, se encontró con una resistencia inesperada. "Tú fuiste quien subyugó a un arzobispo, Naegi. Eres el más capacitado", le dijeron, pero él no se sentía así. No quería llevar esa carga. Al, por su parte, se mantuvo firme en su posición. "No puedes hacer esto solo. Debes priorizar a Emilia tanto como yo priorizo a Priscilla".
Las palabras de Al resonaron en la mente de Naegi, pero también lo motivaron. "Está bien", finalmente dijo, "haré la transmisión. Si hay una oportunidad de traer esperanza a Priestella, no puedo dejarla pasar".
Mientras tanto, la conversación entre 184 y Emilia se tornaba cada vez más intensa. 184 confesó que tanto ella como las esposas de Regulus habían sido forzadas a unirse a él, una verdad desgarradora que la hizo temblar. "Él mató a nuestros seres queridos para someternos. Ya no tenemos fuerzas para oponernos", dijo con la voz quebrada. Las palabras de 184 pesaban en el aire, y Emilia escuchaba con el corazón encogido.
Con el metia listo y el ambiente cargado de tensión, Naegi se preparó para dar su discurso. Al principio, su inseguridad lo invadió, pero recordó las palabras de Al y el sufrimiento de tantas personas. "No se rindan", comenzó, su voz temblorosa pero sincera. "Piensen en los demás, en aquellos que no pueden luchar. Juntos, podemos encontrar la esperanza y reconstruir lo que hemos perdido".
Poco a poco, su mensaje resonó en los corazones de los refugiados, quienes comenzaron a alzar las voces en un canto de unidad. La atmósfera se transformó, y Naegi sintió cómo la desesperanza se desvanecía. Pero en medio de esta revolución emocional, un golpe resonó en la sala: Heinkel, en un acto de valentía, había dejado inconsciente a Camberley y se había liberado de sus ataduras. La confusión se apoderó del ambiente, pero la determinación de Naegi seguía intacta.
En ese instante, Emilia, con una mirada decidida, le confesó a 184 que el caballero que había transmitido el mensaje era su protector. "No quiero que tú ni las demás esposas sean infelices", dijo con firmeza. "Voy a participar en la boda. No puedo seguir siendo una prisionera de mi destino".
Mientras los aliados de Naegi en el ayuntamiento lo rodeaban para felicitarlo por su discurso inspirador, Otto apareció acompañado por Reinhard. Sin embargo, Naegi no pudo evitar pensar que, a pesar de los momentos de luz, su mala suerte siempre estaba al acecho. Pero en ese momento, mientras la esperanza comenzaba a florecer en Priestella, Naegi también entendió que, incluso en medio de la adversidad, había un camino hacia adelante. La lucha apenas comenzaba, pero él no estaba solo.
La reunión en el ayuntamiento había alcanzado un punto álgido, donde las tensiones y las disputas sobre las peticiones del Culto parecían estar a punto de estallar en una tormenta de reproches y acusaciones. La atmósfera era densa, cargada de desconfianza, y yo, Naegi Makoto, no podía evitar sentir que mi propia mala suerte se cernía sobre mí como una nube oscura.
Mientras Otto hablaba, mencionó que había traído las cenizas de un libro de la sabiduría a un restaurador de Priestella. Su voz resonaba con una mezcla de determinación y preocupación. No era un libro cualquiera; era el de Roswaal, ese nombre que siempre provocaba una chispa de inquietud en mi pecho. Priscilla se unió a la conversación, sus ojos afilados buscando respuestas en Al, quien parecía más perdido que nunca en aquel mar de confusiones.
Después de la reunión, Otto me llamó a un lado. Su expresión era grave, y podía notar que había más en su corazón de lo que estaba dispuesto a compartir con el grupo. "Naegi", comenzó, "el libro es realmente de Roswaal. No confío en él. Tengo que entrar en la ciudad y recuperarlo antes de que sea demasiado tarde". Sus palabras me resonaron, y aunque sabía que Otto podía ser impulsivo, en ese momento había algo en su mirada que me hacía creer que estaba en lo correcto. La desconfianza hacia Roswaal era un tema recurrente, y yo, en mi eterna mala suerte, me sentí atrapado en medio de una conspiración que parecía más grande de lo que podía imaginar.
Más tarde, la voz de Crusch me sacó de mis pensamientos. Me convocó a su habitación. Al entrar, la encontré recostada, con su cuerpo marcado por la maldición de la sangre de dragón de Capella. La escena era desgarradora. Sentí que mi corazón se encogía al ver a alguien tan fuerte en una situación tan vulnerable. Al acercarme, una especie de instinto me llevó a intentar absorber la sangre maldita que la afectaba. Pero ella me detuvo con un gesto firme. "No, Naegi. No podemos arriesgarnos a que ambos quedemos incapacitados". Su voz era un susurro lleno de determinación, y aunque mi intención era ayudar, me di cuenta de que a veces, incluso con las mejores intenciones, la suerte puede jugarte una mala pasada.
Al salir, me encontré con Wilhelm, quien, con una mirada sombría, mencionó que reconocía a los encapuchados del Culto. "Son Kurgan y Theresia, mi esposa", dijo con una voz grave que resonó en mi mente. Su historia sobre un nigromante caído en la guerra semihumana, que utilizaba los cuerpos de los muertos para crear soldados, me dejó paralizado. Me pidió que no hablara de esta conversación con su nieto, y mencionó la protección divina del santo de la espada. La idea de que Wilhelm se encargara de su esposa me hizo sentir una mezcla de respeto y preocupación. ¿Qué tipo de sacrificios se estaban preparando en las sombras?
La reunión para planear cómo lidiar con los arzobispos era un torbellino de estrategias y desconfianza. Priscilla y Liliana se encargarían de Sirius, Wilhelm y Garfiel de Capella, mientras que Reinhard y yo atacaríamos a Regulus. Las palabras de Reinhard resonaban en mi mente, especialmente cuando mencionó que Liliana tenía la protección divina de la telepatía. ¿Qué significaba eso en un mundo donde la traición podía venir de cualquier parte?
El ambiente se tornó aún más tenso cuando la ceremonia de boda entre Regulus y Emilia estaba a punto de comenzar. La presión en mi pecho aumentó mientras escuchaba la voz de Regulus, fría y autoritaria. "La esposa número 79", dijo, prohibiendo a Emilia expresar cualquier emoción. La forma en que se refería a ella como un simple número me llenó de indignación. Emilia, en un acto de valentía, se quejó, recordando la importancia de los nombres y las emociones. "No estoy lista para amar", confesó, y en ese momento, mis pensamientos se centraron en ella. Sabía que, aunque estaba atrapada en una situación desesperada, su corazón aún latía con fuerza.
Antes de que la tensión pudiera alcanzar su punto de quiebre, Reinhard y yo irrumpimos en la iglesia. La escena era caótica, pero en mi interior, sentía que había llegado el momento de actuar. La mala suerte nunca me había abandonado, pero esta vez, había una chispa de determinación en mi corazón. Lo que estaba en juego era más grande que yo, y aunque el destino parecía estar en mi contra, estaba decidido a enfrentar lo que fuera necesario.
Con cada paso que daba hacia el altar, la sensación de que las sombras del pasado y del presente se entrelazaban se hacía más intensa. ¿Sería capaz de cambiar el rumbo de los acontecimientos? ¿Podría la mala suerte que siempre me había perseguido convertirse esta vez en una oportunidad para desafiar el destino? La respuesta estaba por verse, pero una cosa era cierta: estaba listo para enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en mi camino.