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Chapter 30 - cap 30

El ambiente en la catedral era tenso, como si el aire mismo se hubiera vuelto denso por la inminente batalla. La ceremonia de la boda, que debería haber sido un momento de alegría y celebración, se había convertido en un campo de batalla. Entre los ecos de risas y promesas de amor eterno, la figura de Regulus se alzó como un oscuro presagio.

"¡Ahora esta boda se convertirá en un funeral!", exclamó Regulus, con una sonrisa arrogante en su rostro.

Naegi Makoto, con su característica mala suerte a cuestas, no podía evitar sentirse abrumado por la situación. "¿Acaso no me has escuchado? ¡Se cancela, perro!", respondió, su voz resonando con una mezcla de desafío y desesperación. "Además, no me escuchaste, estoy con el maldito Santo de la Espada."

La risa burlona de Regulus llenó la catedral. "¿Te refieres a ese título absurdo que se le da a alguien que solo sabe mover una espada?", replicó, desestimando la amenaza con un gesto despreciativo.

En ese instante, Reinhardt, el Santo de la Espada, se preparó. Sacó la legendaria Espada del Dragón Rey, un arma que solo se desenvainaba contra enemigos dignos. Sin embargo, la espada permaneció quieta en su vaina, como si reconociera la debilidad de Regulus. Reinhardt frunció el ceño, consciente de que el verdadero poder de su espada no podría ser liberado contra un oponente tan mezquino.

"Esta espada ha decidido que tú no eres un oponente digno", declaró Reinhardt, mirando a Regulus con desdén.

Molesto, Regulus pateó el suelo, creando una ola de destrucción que avanzó en línea recta. Reinhardt, sin dudarlo, tomó a Naegi y lo apartó de la trayectoria del ataque, demostrando una vez más su instinto protector.

"¡No te muevas o todas estas chicas morirán!", gritó Regulus, tomando como rehenes a sus propias esposas. La amenaza hizo eco en la catedral, y Naegi sintió que su corazón se detenía por un momento.

"¡No recuerdo haberte arrinconado hasta tal punto!", replicó Naegi, intentando mantener la calma.

"¡No pongas excusas!", retó Regulus. "Tal vez yo sea el que las mate, pero ustedes serían directamente los culpables. No me obliguen a hacerlo. Yo solo soy un inocente peón de sus acciones."

El giro en el discurso de Regulus era aterrador. Él realmente creía que su papel en todo esto era el de un mártir, cuando en realidad era el verdugo.

En ese momento, Emilia, con determinación en sus ojos, exclamó: "¡No te olvides de mí!" Con un movimiento ágil, creó una espada de hielo y extendió su poder, formando una cúpula de hielo que separó a las esposas de Regulus de su ira. Parte del hielo logró congelar las piernas de Regulus, enviando un mensaje claro: se había preparado para esta confrontación.

"Fuiste demasiado descuidado", le dijo Emilia con firmeza. "Me preparé de antemano para poder congelarte. Has perdido. Libéranos ahora."

Regulus, con una sonrisa sardónica, respondió: "Parece que no acerté. Mi esposa fue la decisión correcta." Naegi, sintiendo la tensión crecer, gritó: "¡Emilia, ten cuidado! Eso no lo detendrá."

Y así fue. Regulus se liberó del hielo, apresando el cuello de Emilia con una fuerza desmedida. "Nunca había conocido a una mujer tan imperdonable", dijo mientras la espada de Emilia caía al suelo.

"¡Detente! ¡Suéltala, maldito imbécil!", gritó Naegi, sintiendo la impotencia recorrer su cuerpo.

"Suéltala y escucharé tus condiciones", dijo Reinhardt, acercándose con cautela.

La negociación era un juego peligroso. Mientras tanto, Emilia luchaba por su libertad, comenzando a ponerse azul por la falta de aire. Regulus, con su ego a flor de piel, se regodeaba en su poder. "Está bien, tira esa espada y acércate aquí frente al altar", le dijo a Reinhardt.

Con una resistencia admirable, Reinhardt dejó caer la espada en manos de Naegi, quien la sostuvo con nerviosismo. Reinhardt se acercó, pero Regulus lo detuvo, dispuesto a acabar con su vida en un instante.

Un instante fatídico. Una línea roja apareció en el pecho de Reinhardt, y la sangre brotó de su cuerpo. El silencio se apoderó de la catedral. Reinhardt había caído, y con él, la esperanza de todos.

"Sin importar cómo sea, una persona a todos les llega la muerte de manera abrupta y decepcionante", proclamó Regulus, su risa resonando como un eco macabro. "La codicia es el final de todo."

La ira se apoderó de Naegi. "¡Imagínate! ¡Le mataron al amigo de los hacks!", pensó mientras recogía una silla y la lanzaba contra Regulus. Sin embargo, el enemigo simplemente apartó la silla con un movimiento despreocupado.

Fue entonces cuando Reinhardt se levantó, sorprendentemente. "¡La protección divina del fénix!", proclamó, revelando que había regresado de la muerte. Naegi, atónito, sintió un rayo de esperanza, pero la batalla estaba lejos de terminar.

Emilia, con determinación, pateó su espada hacia Reinhardt, quien la tomó con rapidez. "¡Ahora sí! ¡Vamos a acabar con este tipo!", dijo, y con un poderoso movimiento, desató una onda de luz que cubrió toda la catedral.

Cuando la explosión de poder se disipó, el techo de la catedral había desaparecido, dejando a todos en un estado de asombro. "Ahora sí estoy seguro de que eres un monstruo", murmuro Subaru, mirando a Reinhardt con admiración.

"¡No digas estas cosas, Naegi! ¿Qué quieres de mí?", respondió Reinhardt, tratando de mantener la compostura a pesar de la situación.

Mientras Naegi intentaba procesar lo que había sucedido, miró a la mujer a su lado, número 184, que yacía en el suelo, sin poder moverse. Era evidente que la batalla había tomado un peaje emocional en todos. Las esposas de Regulus estaban a salvo gracias a la barrera de hielo creada por Emilia, pero la tensión aún era palpable.

Emilia, mientras tosía, se volvió hacia Naegi. "Gracias por rescatarme. Siempre supe que vendrías", dijo, su voz entrecortada. Naegi, sintiendo una mezcla de alivio y preocupación, respondió: "Sí sabía que creerías en mí, pero me preocupaba no llegar a tiempo".

"Yo no me habría casado con él. Si me caso con alguien, tiene que ser con alguien que me guste", afirmó Emilia, su determinación brillando a través de la adversidad.

Mientras todos intentaban ayudar a Reinhardt, quien se recuperaba de su herida, él les dijo que estaba bien y que su herida estaba curada. "¿Cómo te curaste?", preguntó Naegi, intentando entender el misterio.

"Es simple. La protección divina del fénix me permite volver de la muerte una sola vez", explicó Reinhardt con una sonrisa irónica.

Pero la tranquilidad fue efímera. Desde las sombras, Regulus se alzó, su traje intacto, como si nada hubiera pasado. "¿Se cansaron de hablar, o acaso creen que podrían detenerme con solo eso?", dijo, descendiendo con una confianza abrumadora.

"Yo seré su oponente", afirmó Reinhardt, listo para continuar la lucha. "Naegi, necesito que resuelvas el misterio de su invencibilidad. Te conseguiré tiempo".

Emilia, al ver la determinación de Reinhardt, decidió actuar. "Espera, Reinhardt. Toma esto", le dijo, entregándole una espada de hielo forjada por ella. "Una espada creada con este nivel de hechizo debería aguantar mejor tu poder".

Mientras la batalla se intensificaba, Naegi se dio cuenta de que tenían que alejar a Regulus de las mujeres y del caos que él había desatado. "¡Emilia, tenemos que intentar pero depues de 2 planes fallidos naegi estaba acomplejado 

La noche era oscura, pero de repente, el cielo se iluminó con una luz intensa que cortó la oscuridad como un cuchillo afilado. Julius y Ricardo, atrapados en medio de un enfrentamiento mortal, no podían evitar reconocer la fuente de esa energía; era el ataque de Reinhart, un destello de magia que prometía caos y devastación. La luz se desvaneció tan rápido como había aparecido, dejando solo el eco de la explosión en el aire.

—Ricardo, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Julius, su voz reflejando la urgencia de la situación.

Ricardo, con una mirada decidida, se volvió hacia el arzobispo de la glotonería, Royal Farc, quien los observaba con una sonrisa burlona, como un gato que juega con un ratón.

—Quiero vencer a Julius —dijo Royal, su tono despectivo, como si estuviera hablando de un mero juego. —Es uno de los oponentes más interesantes que hemos encontrado.

—Estás muy equivocado, chico —respondió Ricardo, su voz cargada de ira. —No te perdonaré solo porque seas un crío. Sería capaz de atravesar dimensiones solo para darte una paliza.

La tensión en el aire era palpable mientras ambos bandos se preparaban para el combate. Alphard, el compañero de Ricardo, se movió con rapidez, desenfundando las dagas que llevaba en las muñecas. El brillo metálico de sus armas reflejaba la determinación en su expresión.

—Vamos a darle con todo desde el principio —dijo Ricardo, y ambos se lanzaron al ataque.

En ese momento, un murmullo colectivo emergió de los labios de Royal Farc y su grupo, una extraña manera de comunicación que los hacía sonar como uno solo. —Nosotros los mataremos —dijeron, dejando claro que su fuerza no solo se medía por la habilidad individual, sino por la sinergia entre ellos.

Mientras tanto, Julius, confiado en su poder, decidió revelar su nombre. El ambiente se volvió aún más tenso; sin embargo, Ricardo no sentía la necesidad de hacer lo mismo. En su lugar, preparó su magia.

—¡Klaus T! —gritó Julius, desatando un hechizo que combinaba todas las afinidades de sus espíritus en un rayo de energía destructiva. La energía se concentró en su espada, lanzando un rayo arcoíris que se dirigía hacia Royal Farc.

A medida que el rayo avanzaba, Ricardo presionó el suelo con fuerza, rompiéndolo para lanzarse hacia adelante, atacando por detrás del rayo en un movimiento coordinado. El impacto fue monumental, y el sonido del choque resonó a través de la ciudad, como el retumbar de un trueno.

En otro rincón de la ciudad, William se encontraba en una batalla feroz contra una cultista encapuchada. Cada golpe de sus espadas chocaba con la resistencia de la cultista, quien, a pesar de su capa negra que debería obstruir su visión, bloqueaba cada uno de sus ataques. Era un espectáculo de destreza y habilidad, pero William no podía evitar sentir que estaba en desventaja.

Un momento de apertura le permitió a la cultista lanzar un ataque sorpresa, casi fatal. William, recordando un encuentro anterior con ella, logró esquivar a tiempo, pero no sin sentir el roce de la muerte. Aprovechando la sorpresa, arremetió con una patada, lanzando a la cultista hacia atrás. Fue entonces cuando, por la acción de la gravedad, la capucha de su traje se deslizó hacia atrás, revelando su identidad.

—¡Teresiana! —exclamó William, asombrado al reconocer a su esposa. Pero la sorpresa no duró mucho, ya que la cultista, ahora identificada, contraatacó con una precisión mortal. Sus movimientos eran casi coreografiados, calculando cada ataque de William con una precisión aterradora.

Ambos eran guerreros formidables, pero William pronto se dio cuenta de que estaban en niveles de poder completamente diferentes. A medida que el intercambio de ataques continuaba, él sentía la presión aumentar, como si cada golpe pudiera ser el último.

Mientras Garfield corría por las calles, su voz resonaba en el aire, pero nadie parecía escuchar. Los espejos, que habían funcionado como sus ojos y oídos, estaban inoperativos. Tenía que advertirles: el ayuntamiento estaba en peligro. Sin embargo, no podía detenerse; una figura musculosa lo seguía de cerca—Kurgán, de los Ocho Brazos.

El gigante se acercaba, y Garfield sabía que tendría que enfrentarse a él. En un movimiento desesperado, embistió contra Kurgán, pero fue fácilmente bloqueado. El contraataque fue brutal; un solo golpe mandó a Garfield volando.

Mientras tanto, en un rincón diferente de la ciudad, Emilia y Naegi intentaban escapar de la lluvia de destrucción. El caos a su alrededor era abrumador, pero Emilia usó su magia para crear una pista de hielo, permitiéndoles deslizarse y escapar.

—¡Emilia, tengo miedo! —gritó Naegi, sintiendo el riesgo de su entorno.

—No te preocupes, estoy aquí contigo —respondió Emilia, mientras ambos patinaban a través del caos. Su magia les dio una ventaja, pero también sabían que la velocidad sin control podría llevarlos a la destrucción.

Cuando finalmente se detuvieron, se encontraron rodeados de escombros y ruinas, la ciudad destrozada ante sus ojos. La magia de Reinhart había dejado su huella, y aunque lograron escapar, sabían que la lucha apenas comenzaba.

Regulus, en su implacable búsqueda de poder, se encontraba en medio de su propia batalla contra Reinhart. Su arrogancia era palpable, y cada ataque que lanzaba parecía destinado a demostrar su supremacía.

—Soy diferente a ustedes —gritó Regulus, su voz resonando con desdén. —Desde el momento de mi nacimiento, he sido superior.

Reinhart, esquivando sus ataques, se mantuvo centrado. Su estrategia era clara: encontrar el punto débil de su oponente. Pero Regulus, consciente de su propia fuerza, no se lo pondría fácil.

—¡No subestimes a los demás! —le gritó Reinhart mientras intentaba buscar una apertura.

Naegi, observando desde la distancia, comprendió que había algo más en juego. La lucha entre Regulus y Reinhart no solo era sobre fuerza; era un juego de astucia y estrategia. Llamó a Emilia, buscando su apoyo en un momento crítico.

—Emilia, ¿recuerdas cuando Regulus te ahorcó? ¿Sus manos estaban frías o calientes?

La respuesta de Emilia cambiaría el rumbo de la batalla.

Mientras tanto, en el centro de la ciudad, un espectador inesperado hizo su aparición. Un niño conocido como Baten Kaitos, el arzobispo de la glotonería, observaba la escena con una sonrisa macabra. Su presencia era inquietante, y aquellos que lo miraban sentían un escalofrío recorrer sus espinas dorsales.

—Bienvenidos al banquete del pecado —dijo, su risa resonando en la noche. La oscuridad se intensificó a su alrededor, y la lucha apenas comenzaba.

El destino de todos estaba entrelazado en una noche de destrucción, donde la valentía y la desesperación chocaban, y solo los más fuertes sobrevivirían. La batalla había comenzado, y con cada golpe, cada hechizo lanzado, el camino hacia la victoria se volvía más incierto. La mala suerte de Naegi podría ser su mayor desafío, pero en este juego mortal, cada decisión contaba.