El eco del impacto resonó en el aire como un trueno lejano. Julius yacía en el suelo, su cuerpo adolorido tras recibir el golpe devastador de Royal Farc, un ataque que había parecido tan potente como el choque de un auto contra una persona. Sin embargo, a pesar de la brutalidad del encuentro, la luz azul del espíritu que lo acompañaba comenzó a envolverlo, sanando sus heridas. Era un espectáculo de alivio en medio del caos, pero la mala suerte de Julius no parecía haber terminado.
Mientras tanto, Ricardo, ya recuperado en parte, se preparaba para enfrentar a Glotonería. La presión del momento lo empujaba a actuar como un guerrero; su mente trabajaba rápido, buscando estrategias para ganar tiempo en esta batalla que ya se sentía perdida. "No puede ser...", murmuró, observando a Roy con una mezcla de admiración y desesperación. "Además de ser un poderoso guerrero y artista marcial, también eres un mago, chico".
Roy sonrió con confianza, su mirada llena de burla. "Bienvenido de nuevo. ¿Quieres comer? ¿Te gustaría que te invite a cenar?". Con un movimiento de su mano, conjuró un tornado de agua que surgió del canal, girando con fuerza y dirigiéndose hacia Ricardo. La situación parecía desesperada, y el corazón de Julius latía con fuerza ante la inminente catástrofe.
"¡No puede ser!", gritó Ricardo, preparándose para lo inevitable. Sin embargo, con un gruñido feroz, el perro lanzó una onda desde su boca, contrarrestando el poder del tornado. Era un ataque que había perfeccionado junto a sus hermanos, un movimiento que había pasado de generación en generación. Aunque el retroceso era significativo, y Ricardo tuvo que clavar su machete en el suelo para no salir disparado, el tornado fue deshecho en el aire, lloviendo sobre la ciudad como un torrente de gotas.
"Gracias por resistir, Riccardo", dijo Julius, levantándose con esfuerzo. La energía del espíritu azul lo había revitalizado, y ya no podía permitirse el lujo de descansar. A pesar de la fatiga, la ira se acumulaba en su interior. "Con tal destreza en el uso de espadas, artes marciales e incluso magia, ¿por qué te alineas con el mal? Ese poder podría haber sido utilizado para algo mejor".
"¿Algo mejor?", replicó Roy con una risa burlona. "¿Qué considerarías como 'algo mejor', Julius? Podrías haber sido alguien de bien, como un caballero o un mercenario". Las palabras de Roy eran una provocación, y Julius sintió que su corazón ardía.
"¡Sabía que dirías eso!", exclamó Roy, lanzándose hacia él con una lluvia de patadas. Julius bloqueó cada golpe con su espada, aunque el esfuerzo era casi sobrehumano. La conversación se tornó en una pelea, y entre los intercambios de golpes, Roy comenzó a recordar su infancia. "¿Te acuerdas de cuando éramos niños? Cuando nos enfermamos y le pedimos a mi hermana que nos trajera una manzana del árbol del jardín?".
"Siempre dices lo que te da la gana. No recuerdo tal cosa", respondió Julius, frustrado. "Deja de imponer tus delirios en los demás". Pero en su interior, una sombra de tristeza lo invadió. Su hermano menor, el que Roy había devorado, estaba borrado de su memoria, y el dolor de esa pérdida le oprimía el pecho.
La rabia se apoderó de Julius, y en un acto de desesperación, invocó a sus espíritus. Rayos de energía comenzaron a rodear a Roy, un espectáculo deslumbrante que parecía presagiar su inminente derrota. Sin embargo, Roy no se dejó amedrentar. Con una calma perturbadora, utilizó su palma exterminadora para destruir la espada de Julius, y luego lanzó un extraño hechizo que quemó los rayos que lo rodeaban, neutralizando la amenaza.
"Mi hermana tomó esa manzana", dijo Roy, mientras atacaba con dagas. Julius, con su espada rota, solo podía defenderse, sintiéndose cada vez más impotente. "Por eso nosotros lo odiamos".
En ese instante, un brazo salió volando, y la escena cambió a otro campo de batalla. Oto se encontraba frente a Ley Baten Kaitos, quien se había presentado como el arzobispo de la Glotonería. "Así que, parece que debían existir dos arzobispos de este pecado", pensó Oto, mientras Ley le respondía con una sonrisa burlona.
"Vaya, vaya, parece que ya nos conocían antes de conocernos. Parece que ya te has encontrado con Roy, el paladar vulgar", dijo Ley, mientras Felt apareció a su lado, interrumpiendo la conversación.
"¿Por qué estás teniendo una conversación tan larga con el enemigo?", le preguntó Felt, y Oto, con una expresión de preocupación, le respondió. "Pensé que Reinhardt te había ordenado quedarte en el refugio". Felt, con determinación, replicó: "¿Como si pudiera hacer eso? No me quedaré sin hacer nada mientras todos pelean".
El aire estaba tenso, y Oto sintió que la necesidad de actuar se volvía urgente. A su lado estaban Kill y Taca, y aunque su presencia era reconfortante, sabían que no eran héroes guerreros capaces de enfrentarse a un arzobispo. Sin embargo, Felt había traído a uno de sus matones, y junto a ellos estaban los escamas de dragón, que podrían ser su única esperanza.
Ley Baten Kaitos, al ver que nadie relevante se encontraba en el campo, comenzó a gritar: "¡Hey, ven aquí, queremos conocerte!". Oto se dio cuenta de que tenía que actuar rápido. "Tú quieres saber acerca de los espíritus artificiales, ¿verdad?", intentó distraer a Ley, pero él lo ignoró, deseando conocer al "amado héroe".
"Te dije que solo perderías el tiempo hablando. Nadie vendería a su familia", replicó Felt, mientras Oto pensaba en cómo retener al arzobispo. "Matarás a todos nosotros para encontrar al héroe, y esa es tu elección", afirmó, sintiendo que la situación se tornaba cada vez más complicada.
Ley, con una sonrisa maliciosa, les recordó que su mundo estaba hambriento, y que no confiarían en sus palabras. Felt, frustrada, sacó sus dagas y se preparó para luchar. "Así que, al final, igual terminamos en esto", dijo, y en ese instante, la batalla estalló con furia.
Oto, decidido, dio un ligero golpe al suelo, y una manada de dragones de agua emergió del canal, cargando contra Ley Baten Kaitos. Mientras los dragones se lanzaban al ataque, Oto recordó las palabras de su amigo: cada dragón pesaba al menos 100 kilos, y su furia podría ser devastadora.
Sin embargo, el arzobispo sonrió, como si todo esto no fuera más que un juego. "Parece que pueden hacer cosas bastante terribles", dijo, mientras los dragones eran despedazados. Oto sintió que la desesperación se apoderaba de él. "Ese dispositivo mágico que tengo puede ser nuestra única esperanza", pensó, mientras Felt le explicaba su uso.
"Es difícil de manejar, pero podría deshacernos de los restos de ese sujeto", dijo, mientras todos se preparaban para la inminente batalla. Ley, al levantarse, mencionó que había tres personas que estarían satisfechas con el combate.
Y así, mientras la tensión aumentaba y la batalla se acercaba, los personajes se prepararon para enfrentar la crueldad de Glotonería, cada uno con su propio propósito, sus esperanzas y temores entrelazados en un destino incierto.
La batalla se intensificaba, el eco de los gritos resonaba en la catedral, y la atmósfera estaba impregnada de tensión. Naegi Makoto, con su característico halo de mala suerte, se encontraba en medio del caos, esquivando los ataques de su oponente, Regulus Corneas. Todo había comenzado con un simple intercambio de palabras, pero ahora se había convertido en una lucha por la supervivencia, una lucha que no solo definía su destino, sino también el de aquellos a quienes amaba.
Regulus, con su arrogancia desbordante, había revelado sus habilidades: la capacidad de congelar el tiempo. Naegi, siempre el optimista a pesar de su infortunio, había decidido usar su conocimiento para su ventaja, y había preparado trampas en el campo de batalla. Su mente estaba trabajando a mil por hora, recordando cada detalle, cada trampa que había colocado junto a Emilia, su compañera de lucha. Sin embargo, el orgullo de Regulus era palpable, y Naegi sabía que su oponente no se detendría ante nada para demostrar su supremacía.
"Tu técnica secreta es congelar el tiempo", le dijo Naegi, con una sonrisa sarcástica que ocultaba su nerviosismo. Regulus, sin embargo, no lo tomó bien. "Dilo todo lo que quieras, no sé de qué hablas. ¿Quién te crees?", respondió con desdén, dejando en claro que su ego era su peor enemigo.
Naegi, que había aprendido a evadir ataques a lo largo de su vida de infortunios, optó por correr y burlarse, ganando tiempo para que sus planes se desarrollaran. Él sabía que Regulus era un ser emocional, alguien que necesitaba dejar claro su dominio. "Al menos dime si mi hipótesis es correcta", dijo Naegi, intentando abrir un diálogo. Pero Regulus, furioso, lanzó un ataque que provocó una lluvia de escombros.
Sin embargo, Naegi había anticipado este movimiento. Hizo que los fragmentos de roca golpearan trampas que había colocado anteriormente, desatando una lluvia de hielo sobre su enemigo. "Esto no es más que el desesperado agotamiento de una capacidad limitada", replicó Regulus, mientras se defendía de la tormenta helada. Pero Naegi sabía que estaba en una posición ventajosa. Había logrado llevar la batalla al terreno que él había preparado.
El juego de astucia continuó, y mientras Regulus caía en una trampa que Naegi había diseñado, el joven héroe comenzó a reflexionar sobre el verdadero poder de su oponente. Regulus había dividido su corazón entre sus esposas, una estrategia que le otorgaba una defensa formidable. "Tu autoridad es una ilusión", pensó Naegi, mientras se preparaba para el siguiente movimiento.
Mientras tanto, Emilia, la semielfa que había decidido luchar junto a Naegi, se encontraba en una batalla emocional propia. Había llegado a la catedral para convencer a las esposas de Regulus de que se unieran a su causa, pero se encontró con una resistencia inesperada. Las esposas, aunque atormentadas, se mostraron reacias a actuar en contra de su esposo. Sin embargo, Emilia, con su persuasión y empatía, logró tocar sus corazones.
"Entiendo que en la batalla el bien y el mal son irrelevantes", les dijo, "pero no quiero perder contra Regulus. Estoy segura de que si caigo, lo que es importante será pisoteado". Su sinceridad resonó en el corazón de una de las esposas, número 184, quien finalmente se atrevió a hablar. "Tú, que das la cara por las que callan, ¿por qué lo haces?", cuestionó. Emilia le respondió con un simple gesto: "Porque sé que todas ustedes quieren ser salvadas".
La conversación se tornó en un diálogo de revelaciones, donde las esposas comenzaron a abrirse sobre sus sentimientos hacia Regulus. La ira y el odio hacia él surgieron como un torrente, y al final, la decisión fue unánime: todas firmarían su declaración de divorcio. Así, la catedral se convirtió en un refugio de esperanza, y Emilia se sintió fortalecida por el apoyo de aquellas que antes se sentían atrapadas.
Mientras tanto, Naegi, con su inigualable espíritu, continuaba enfrentándose a Regulus. La batalla se tornó en una danza frenética, donde ambos luchadores se movían con una agilidad impresionante. La determinación de Naegi era palpable, y su deseo de proteger a Emilia y a las esposas le otorgaba un ímpetu renovado. "Puedo deshacerme de ti de mil maneras", le decía a Regulus, mientras esquivaba sus ataques y utilizaba su entorno a su favor.
La tensión escalaba y, en un momento crucial, Naegi se dio cuenta de que el corazón de Regulus estaba limitado por el tiempo que podía controlar. "Si detienes el tiempo, te vuelves invencible, pero también te vuelves prisionero de tu propia autoridad", reflexionó. Era el momento perfecto para atacar, y con la ayuda de Emilia, decidieron que era hora de confrontar a Regulus de una vez por todas.
Emilia, reconociendo su propio valor, decidió enfrentar a Regulus directamente. "Yo soy una de tus esposas, y no permitiré que continúes con esto", le dijo con firmeza, mientras su poder comenzaba a manifestarse. La catedral se iluminó con un resplandor azul y blanco, y el hielo comenzó a formarse a su alrededor. "No hay más tiempo para tus manipulaciones", añadió, y con un golpe certero, lanzó una ráfaga de hielo hacia Regulus.
Mientras tanto, Regulus, visiblemente sorprendido por el cambio de dinámica, intentó contraatacar, pero la fuerza de Emilia, unida al ingenio de Naegi, demostró ser demasiado para él. "¿Qué demonios han hecho?", gritó, mientras se daba cuenta de que su poder se desvanecía. La risa de Naegi resonó en el aire, como un eco de la victoria inminente.
Al final de la confrontación, Naegi y Emilia lograron destruir el corazón que Regulus había compartido entre sus esposas. Regulus, despojado de su autoridad, se encontró en una posición vulnerable y, finalmente, fue derrotado por Reinhard, el poderoso caballero que apareció para sellar su destino.
La catedral, que una vez había sido un símbolo de opresión, se convirtió en un faro de esperanza. Naegi y Emilia, habiendo superado innumerables obstáculos, se dieron cuenta de que el verdadero poder no reside en la autoridad, sino en el amor y la unidad. Con la caída de Regulus, el mundo se preparaba para un nuevo amanecer, y la promesa de un futuro mejor brillaba más que nunca.