La noche había caído sobre Priestella, y con ella, un manto de desesperación. La ciudad, iluminada por el reflejo del fuego en las aguas que comenzaban a inundarla, parecía un espectáculo grotesco. El eco de los gritos y el retumbar de la batalla resonaban en cada rincón, como un triste recordatorio de que la esperanza se desvanecía tan rápido como las llamas que consumían los edificios.
Regulus y Emilia
Regulus se encontraba en su lujosa habitación, rodeado de un ambiente que contrastaba de manera escalofriante con el caos que reinaba afuera. Su mirada estaba fija en Emilia, quien permanecía sentada en un extremo de la sala, su rostro inexpresivo como una máscara de porcelana. El corazón del noble latía con admiración por la pureza de la joven; su inocencia era un faro en medio de la tormenta que se desataba en Priestella.
—184 —llamó con voz autoritaria, haciendo que su esposa apareciera casi de la nada, como un espectro obediente. Regulus le ordenó que trajera ropa para Emilia, un atuendo que no solo la protegiera, sino que también reflejara su pureza. La indiferente 184 se limitó a asentir y se retiró en silencio, dejando a Regulus contemplando la figura etérea de Emilia, preguntándose si algún día podría ser capaz de comprender la verdadera fortaleza que se escondía detrás de su inexpresividad.
El Combate en el Ayuntamiento
Mientras tanto, en el ayuntamiento, la situación se tornaba crítica. Crusch y Naegi se encontraban en una encrucijada. La tensión en el aire era palpable; ambos sabían que tenían que dejar que Julius enfrentara a Roy para salvar a los rehenes. Sin embargo, el ambiente se tornó sombrío cuando Capella, con una sonrisa sádica, dejó caer la máscara de la cordialidad. Sin previo aviso, lanzó un golpe certero que dejó a Crusch inconsciente, y se volvió hacia Naegi, sus ojos brillando con una malicia inhumana.
—¿Sabes? —dijo Capella, disfrutando cada palabra—. Tengo el poder de transformar y regenerar cualquier parte de mi cuerpo. Y adivina qué... he decidido jugar un poco con esos rehenes.
La revelación de Capella fue como un balde de agua fría. En un instante, los rostros de los rehenes se transformaron en criaturas grotescas, y el horror se apoderó de Naegi. Antes de que pudiera reaccionar, Capella le arrancó la pierna derecha con un movimiento preciso, y la sangre chisporroteante del dragón comenzó a fluir entre ellos. Esa misma sangre fue transferida a Crusch y a él, un vínculo que no deseaba, pero que ya estaba sellado.
—¡No! —gritó, pero su voz fue ahogada por el rugido del dragón transformado, que se abalanzó sobre él.
La Batalla de la Base
En otro lugar, la batalla continuaba. Sirius había asaltado la base donde Anastasia y Kiritaka se encontraban. La situación era desesperante, pero en medio de la tormenta, aparecieron Mimi, Tivey y la Escama del Dragón Blanco, dispuestos a ganar tiempo para permitir que Anastasia y Kiritaka escaparan.
Kiritaka, con una mirada decidida y un peso de responsabilidad aplastante, se quedó atrás, confiándole a Anastasia el cuidado de Priestella. Ella asintió, el miedo brillando en sus ojos, pero también una determinación férrea. Sabía que no podía fallar.
El Escape de Otto y Reinhard
Mientras tanto, Otto había logrado escapar de Rye, corriendo hacia Reinhard, quien estaba luchando por salvar a Felt de las garras de Heinkel. Felt, con su voz temblorosa pero firme, instó a Reinhard a que se dirigiera a la ciudad, advirtiéndole que no podían quedarse ahí. Sin embargo, justo después de que Reinhard partiera, un sonido ominoso resonó: una alarma que indicaba que una de las esclusas de las torres de control se había abierto, inundando gran parte de Priestella en un instante.
El Dragón y el Caos
De vuelta en el ayuntamiento, el dragón, ahora un monstruo de escamas brillantes, despegó y comenzó a volar, su forma alzándose por encima de los escombros de la ciudad. Naegi, aún lidiando con el dolor de su pierna perdida, se aferró a su látigo y logró atar a Crusch a la pierna del dragón en un intento desesperado por detener su vuelo.
—¡Crusch, agárrate! —gritó, mientras el dragón se abalanzaba hacia el cielo, dejando una estela de destrucción tras de sí.
En su huida, el dragón fue atacado por Capella, lo que provocó que Naegi, incapaz de sostenerse, cayera al agua. El frío lo envolvió al instante, pero su mente estaba fija en escapar de esa pesadilla.
El Ultimátum de Capella
Mientras tanto, la situación en Priestella se tornaba cada vez más desesperante. Capella, desde el ayuntamiento, hizo uso de los medios a su disposición para exigir compensaciones por el ataque. Su voz resonó en toda la ciudad, exigiendo los restos de la bruja, un Libro de la Sabiduría, un espíritu artificial y, como colofón, la boda entre Emilia y Regulus.
El caos que había desatado parecía no tener fin. La ciudad ardía, el agua subía y la desesperación se apoderaba de los corazones de los ciudadanos. Naegi, aún atrapado en el agua, sabía que el tiempo se estaba agotando. La suerte nunca había estado de su lado, y ahora, con la ciudad al borde del colapso, se preguntaba si alguna vez lo estaría.
La lucha por el futuro de Priestella estaba lejos de terminar, y cada uno de ellos, atrapados en su propio destino, tendría que enfrentarse a sus peores miedos. Pero en el fondo de su ser, Naegi aún albergaba una chispa de esperanza. Quizás, solo quizás, podrían cambiar el rumbo de su historia, incluso cuando todo parecía perdido.
El eco de los acontecimientos recientes resonaba en mi mente como un tambor lejano, y mientras me sentaba en el borde de mi cama, la luz tenue de la mañana se filtraba a través de las cortinas de mi habitación. La pesadilla que había tenido la noche anterior aún me dejaba un escalofrío en la espalda. Había soñado con las bestias creadas por Capella, esas horrendas criaturas que ahora vagaban por la ciudad, y con la maldición de los Wolgarm, que parecía más real que nunca. La imagen de su terrorífico rostro y el eco de sus gritos me perseguían, pero había algo más que me inquietaba: la sensación de que todo estaba a punto de desmoronarse.
Apenas había tenido tiempo de procesar lo que había aprendido de 184, la enigmática figura que había revelado la presencia de varios arzobispos del pecado en la ciudad. Su voz resonaba en mis oídos: "Si escapamos, inundarán la ciudad". Esa idea, tan aterradora, se convirtió en un eco constante en mi mente. No podía permitir que eso sucediera. Sin embargo, había algo más que me preocupaba: la inevitable confrontación que se avecinaba.
Fue entonces cuando me vi envuelto en el sueño de la noche pasada, donde la maldición de los Wolgarm y Capella se enfrentaban en una lucha feroz. Era una escena llena de caos, donde la oscuridad y la desesperación reinaban. Mi mente, atrapada en la confusión, sintió que había algo que debía hacer, alguna acción que podría cambiar el rumbo de los eventos. Entonces, como un rayo, fui despertado por Priscilla, su presencia ineludible llenando la habitación con una energía casi palpable.
"Despierta, Naegi," dijo con una voz firme, pero había un destello de preocupación en sus ojos. "La ciudad está plagada de las bestias de Capella, y tú no puedes quedarte aquí."
Al moverme, sentí un extraño hormigueo en mi pierna derecha. Miré hacia abajo y comprendí que había reaparecido. La sangre de dragón de Capella estaba regenerando mi pierna, otorgándome un poder que no sabía si era un regalo o una maldición. Pero esta vez, no me doblegaría ante la adversidad. Era un nuevo comienzo, una oportunidad para luchar.
Con Priscilla a mi lado, me llevó a través de las calles desbordadas de caos. Las personas, en su afán por escapar, se volvían violentas, y la autoridad de la ira que pesaba sobre ellos era palpable. En ese momento, un sonido melodioso empezó a surgir entre la multitud. Era Liliana, con su música calmando las almas perturbadas, como un faro de esperanza en medio de la tormenta.
Mientras tanto, Regulus, el rey que parecía tener el control total de la situación, hablaba con Emilia. "Mis esposas están organizando la boda," comentó con desdén, como si esas palabras fueran un simple trámite. Pero cuando Emilia se mostró cansada, Regulus, en un arrebato de ira, decidió eliminar a 184 como castigo por su aparente descuido. Sin embargo, Emilia, con reflejos rápidos, la salvó en el último instante. 184, imperturbable, continuó su trabajo como si nada hubiera sucedido, revelando que la obediencia de ella y las demás esposas era un acto de pánico, un reflejo de su temor hacia Regulus.
Regresando a la base, mi corazón latía con fuerza; sabía que las bestias acechaban en cada rincón. De repente, una de ellas apareció, sus ojos brillando con una malicia inhumana. Estaba a punto de ser devorado cuando Julius apareció como un rayo, y en un abrir y cerrar de ojos, fui conducido al ayuntamiento.
Una vez allí, recuperé mi látigo, el símbolo de mi lucha. La sala estaba oscura, pero la figura de Crusch, convaleciente, se encontraba en una esquina. Su estado, debido a la sangre de Capella, me llenó de preocupación. Tenía que pensar en un plan.
Mientras tanto, Emilia había creado una copia de hielo de sí misma, un truco que le permitía escabullirse y recopilar información. Sus pesquisas revelaron la posición de Regulus en la ciudad y su discusión con Capella sobre la torre de control, desde donde se había abierto la esclusa. La tensión entre ellos era palpable, y sabía que cualquier movimiento en falso podría desatar el caos.
Fue en ese momento, mientras conversaba con Anastasia sobre nuestro plan de acción, que las cosas tomaron un giro inesperado. La conversación se tornó sombría al mencionar a Beatrice, el espíritu artificial, y el hecho de que los dos libros de la sabiduría que conocía habían sido quemados. La desesperación se apoderaba de mí al escuchar que Anastasia consideraba sacrificar a parte de los evacuados para salvar a la mayoría.
"No puedo aceptar eso," respondí, mi voz firme a pesar de la incertidumbre que me rodeaba. "Como caballero, mi deber es proteger a aquellos que no pueden defenderse. No podemos dejar que el Culto de la Bruja pague por sus fechorías con la vida de los inocentes."
La determinación llenó el aire, y aunque el futuro era incierto, sabía que no podía darme por vencido. Emilia, con valentía, se infiltró en la habitación de Regulus, utilizando el mismo método que empleó para comunicarse. El silencio era ensordecedor mientras esperaba una respuesta de Al, la única esperanza que teníamos en este mar de desesperación.
Mientras la tormenta se desataba en la ciudad y la sombra de los arzobispos se cernía sobre nosotros, un solo pensamiento cruzó mi mente: no podía dejar que la maldad triunfara. No esta vez.