La última vez que me encontré en esta historia, todo había tomado un giro inesperado. La atmósfera en la mansión Roswaal era tensa, cargada de secretos y presagios oscuros. La presión de salvar a quienes amaba pesaba sobre mis hombros como una losa de piedra, y, desafortunadamente, mi mala suerte parecía estar siempre a la vuelta de la esquina.
Había perdido la cuenta de cuántas veces me había encontrado en situaciones complicadas, pero esta vez era diferente. Otto, mi amigo y compañero, había decidido que era hora de enfrentarme. Lo recuerdo bien: el aire estaba frío, y la luz del sol apenas se filtraba entre las nubes, como si también el cielo anticipara lo que estaba por suceder. Otto se me acercó, su mirada era una mezcla de preocupación y determinación. Sin embargo, mis instintos me dijeron que no sería un encuentro amistoso.
La pelea fue rápida, brutal y unilateral. Otto, con la fuerza de su frustración acumulada, me golpeó una y otra vez. Cada golpe resonaba en mis huesos, y mientras me caía al suelo, la sensación de impotencia me invadía. Me reprochaba mi actitud, esa fachada de dureza que había construido para tratar de proteger a los que me rodeaban, especialmente a Emilia y Rem. "¿Por qué te haces el fuerte?" me preguntaba mientras yo trataba de recuperar el aliento. "¿Por qué no dejas que te ayude?".
Sus palabras resonaban en mi mente, y aunque sabía que tenía razón, la idea de mostrar mi vulnerabilidad me aterraba. Otto continuó, explicando cómo era natural querer parecer fuerte frente a quienes amamos, pero que eso no justificaba el negarse a recibir apoyo. En aquel momento, comprendí lo que realmente necesitaba: alguien que me escuchara, alguien que pudiera ayudarme a desenredar el caos en mi mente.
Finalmente, entre un mar de golpes y reproches, Otto logró que le contara parte de mi situación. Con cada palabra que salía de mis labios, la angustia en mi interior comenzaba a disiparse. Juntos trazamos un plan para enfrentar a Roswaal y solucionar los problemas que acechaban tanto a la mansión como al Santuario. Mi idea era arriesgada: una apuesta. "Si no puedo salvar a las personas de la mansión y del Santuario, renuncio a usar mi poder de regreso a la muerte a voluntad", le dije a Otto. "Pero si tengo éxito, Roswaal debe deshacerse de su Evangelio y apoyar a Emilia en la Selección Real".
Otto me miró con incredulidad, pero también con un destello de esperanza. Sin embargo, sabía que Roswaal no sería fácil de convencer. Al presentarle mi apuesta, él me miró con desdén. "Eres un avaricioso", me dijo, "y te advierto que fracasaras. En tres días, el Santuario estará cubierto de nieve y los que están en la mansión morirán". Sus palabras eran un eco de mi propia desesperación, pero no podía darme por vencido.
Al salir de su presencia, me crucé con Ram, quien, con su mirada penetrante, me advirtió de que debía descubrir la causa del malestar de Emilia. "Si no lo haces, terminarás como siempre", me dijo, y su tono era suficiente para que me sintiera aún más presionado. Otto apareció entonces entre la maleza, su rostro lleno de preocupación por lo que Ram había dicho. Hablamos sobre la lealtad de Ram y el temor a una posible traición, pero yo tenía fe en ella. Sabía que estaba haciendo lo correcto, aunque el camino estuviera plagado de incertidumbre.
De regreso al cristal de piroxeno donde se encontraba Ryuzu Meyer, me encontré con Ryuzu Alfa. Al principio la confundí con Beta, pero su presencia era inconfundible. Habló sobre la historia de sus copias y los sacrificios que habían hecho. Me contó sobre Ryuzu Sigma y cómo había violado el contrato con la bruja, lo que había llevado a una serie de eventos trágicos. Sus palabras resonaron en mí, especialmente cuando mencionó a Garfiel y su dolor por la pérdida de su madre. ¿Podría ser que su odio hacia el exterior estuviera relacionado con esa pérdida?
Mi mente estaba en un torbellino de pensamientos cuando finalmente llegué a la habitación de Emilia. La encontré sentada, cabizbaja, y su expresión era de incertidumbre. La animé a hablar, a abrirse sobre lo que había visto en la prueba. A medida que compartía su historia sobre ser descongelada por Puck y su deseo de participar en la Selección Real, vi cómo su espíritu se quebraba. "No soy capaz de recordar...", decía, y yo quería atravesar ese dolor con ella, hacer que supiera que no estaba sola en este camino.
Mientras ella hablaba, me di cuenta de que estaba a punto de perderla. Cuando finalmente se quedó dormida, la vi tan vulnerable. Me acerqué a ella, y en ese momento, Puck despertó y me lanzó una advertencia que no podía ignorar. Su contrato con Emilia había sido anulado para restaurar sus recuerdos, lo que significaba que su esencia, su poder, estaba desapareciendo. Puck me dejó la responsabilidad de proteger a Emilia, y en ese instante, entendí la magnitud de lo que significaba.
Garfiel y Sigma estaban discutiendo la condición de Emilia, y su preocupación era palpable. Mientras tanto, Emilia, aún vulnerable, me pidió que durmiera a su lado. Acepté sin pensarlo, deseando que mi presencia le brindara algo de consuelo. Esa noche, mientras dormía, Emilia soñó con Fortuna, y cuando despertó, su voz resonó con un eco de desesperación. Llamó mentirosos a todos, incluidos yo, Puck y Fortuna, y luego desapareció del Santuario, dejándonos en una situación aún más desesperante.
Los refugiados de Pueblo Irlam comenzaron a buscarla, y Ram se unió a Garfiel en su búsqueda. Mientras tanto, el núcleo del Santuario era un lugar de confusión y temor. Cuando Garfiel volvió a informar a Sigma sobre la situación, se encontró con que ella también había desaparecido. La presión se acumulaba, y sabía que no podía quedarme de brazos cruzados.
En el fondo de mi ser, una chispa de determinación se encendió. Tenía que encontrar una manera de resolver todo este caos. La lucha no había hecho más que comenzar, y aunque la mala suerte siempre parecía seguirme, esta vez estaba decidido a enfrentarla. No podía dejar que mis amigos sufrieran más. Tenía que encontrar a Emilia y asegurarme de que ella supiera que no estaba sola en esta batalla.
El eco de los pasos de Otto resonaba en el núcleo del Santuario, un laberinto de sombras y luces titilantes que parecían moverse con vida propia. Había logrado distraer a Garfiel, pero el precio de esa distracción era su propia integridad. Mientras Garfiel se lanzaba hacia Naegi, Otto aprovechó la oportunidad para deslizarse como una sombra, sus manos temblorosas se posaron sobre el cristal de piroxeno que Garfiel llevaba colgado al cuello. Con un movimiento rápido y furtivo, lo robó sin que el feroz guardián se diera cuenta. Sin embargo, el instante de triunfo fue efímero; la conciencia de Garfiel se agudizó, y en cuestión de segundos, Otto sintió el peligro acercarse.
"¡Garfiel!" El grito resonó en el aire, y Otto apenas tuvo tiempo de reaccionar. Antes de que pudiera siquiera pensar en escapar, Garfiel se lanzó hacia él con una furia desatada. Otto, con su maldita suerte, no podía hacer más que darse la vuelta y correr. Pero la suerte no estaba de su lado, y antes de que pudiera tomar más de un par de pasos, Garfiel se abalanzó sobre él.
Con un golpe certero, Garfiel le propinó un puñetazo a Otto, lanzándolo hacia el suelo. El dolor reverberó en su cuerpo, pero la adrenalina lo impulsó a levantarse rápidamente. Sin embargo, en su intento de escapar, cayó en un hoyo inesperado, un hoyo lleno de insectos zodda que Otto había preparado como parte de su plan. "Gracias a mi Protección Divina del Lenguaje del Alma", pensó, mientras el miedo y la desesperación atacaban su mente. El bosque estaba en contra de Garfiel, pero no estaba seguro de cuánto tiempo podría mantener esa ilusión.
Mientras se encontraba atrapado en el hoyo, su mente comenzó a divagar hacia recuerdos olvidados. Recordó su infancia, la soledad de no poder comunicarse con los demás debido a su protección divina. La incapacidad de hablar había sido un peso difícil de llevar, hasta que su hermano mayor, Oslo, le enseñó a escribir. Esa simple habilidad se convirtió en un refugio, un rayo de luz en su oscura existencia. Pero a los diez años, Oslo se dio cuenta de la naturaleza de su bendición y le advirtió a Otto que no la usara en público, para protegerlo de los peligros que acechaban a quienes eran diferentes.
Otto recordó el día en que Regin lo vio hablando con Frufoo, el pequeño animal que siempre había sido su confidente. Regin, emocionada, corrió a contarle a otros niños que Otto podía hablar con los animales. Las risas se convirtieron en burlas, y Otto, en un acto de desesperación, convocó un enjambre de insectos zodda para demostrar su verdad. Pero a cambio, se ganó el apodo de "bicho raro", una etiqueta que nunca podría quitarse.
Los años pasaron y la vida continuó. A los quince, un hombre lo acusó de tener una relación con su amante. Otto, en su habitual estilo, decidió investigar el asunto. Sin embargo, su intervención sólo trajo más problemas, dejando a su novia felina por otro gato. La revelación de que era el octavo novio de su amante, que resultó ser una noble de una familia poderosa, lo obligó a abandonar Picoutatte y empezar de cero como comerciante junto a Frufoo.
Finalmente, su mente se detuvo en el encuentro con Petelgeuse, un momento que había oscurecido aún más su vida. Recordaba la cueva, la amenaza constante, y cómo Ricardo había llegado a salvarlo mientras Mimi y Tivey lo mantenían maniatado. La vida parecía un ciclo interminable de caos y malentendidos. Pero en esos momentos de reflexión, el tiempo se le escapaba. El sudor frío se deslizaba por su frente; su cuerpo estaba al límite debido al uso excesivo de su bendición. La sangre comenzó a manar de su nariz, y su debilidad se hacía evidente.
En ese instante, los animales del bosque, con su aguda percepción, le advirtieron de la cercana presencia de Garfiel. Otto sabía que no podía dejarse atrapar. Con un último esfuerzo, reunió su energía y lanzó piedras mágicas explosivas hacia Garfiel. El estruendo resonó por el bosque, creando una distracción que le permitió ganar algo de tiempo.
"Esto… no puede estar pasando", murmuró Otto, mientras su cuerpo se tambaleaba. Era un ciclo de mala suerte, una broma cruel del destino. Finalmente, Garfiel logró interceptarlo, y el aire se volvió denso con la tensión de la confrontación. "¡Devuélveme mi cristal!", exigió Garfiel, su voz retumbando como un trueno.
Otto, sintiendo que la batalla individual había llegado a su fin, levantó la mano y ofreció el cristal. "He terminado con esto", dijo, tratando de mantener la calma a pesar de su inminente derrota.
En ese momento, Ram irrumpió en la escena, como una tormenta inesperada. Usó El Fura contra Garfiel, quien se protegió con un escudo de tierra, soltando a Otto en el proceso. Garfiel intentó persuadir a Ram con las palabras de Roswaal, pero ella respondió con firmeza, "Lo haré a mi manera".
La batalla se intensificó. Garfiel, en su forma de tigre, lanzó un ataque feroz hacia Ram, pero ella contraatacó con una serie de golpes precisos. Otto, sintiendo el peligro inminente, se lanzó hacia Garfiel para distraerlo, justo cuando Ram estaba a punto de ser derrotada. Pero en ese instante, el rugido de Garfiel repelió la magia de Ram, y Otto comprendió que la situación se volvía más peligrosa.
Mientras tanto, Naegi se encontraba en una angustiante conversación con Emilia, quien había estado lidiando con sus propios demonios. La tumba la rechazaba, y aunque Naegi intentaba soportar la presión, podía sentir su propia lucha interna. Emilia se disculpó por haberse escapado, y Naegi, con su característica sinceridad, le confesó su amor. "No estoy enfadado", dijo, "porque no espero nada de ti". Pero sus palabras no parecían llegar a ella.
Ella, confundida, lo acusó de mentirle y de no cumplir su promesa. A pesar de la tensión, Naegi continuó, señalando sus defectos, pero también sus virtudes. "Te amo tal como eres", le dijo, y en ese momento, el tiempo pareció detenerse.
Finalmente, Naegi se inclinó hacia ella, dispuesto a besarla. "Si no quieres, apártate", dijo. Pero no lo hizo. Y así, sus labios se encontraron en un tierno beso. La conexión fue intensa, y Naegi no pudo evitar sonrojarse, su corazón latiendo con fuerza.
Al salir de la Tumba, se encontraron con una escena caótica. Garfiel, cubierto de sangre y heridas, bloqueaba la entrada, su mirada llena de furia y determinación. La batalla aún no había terminado, y el destino de todos pendía de un hilo. Con su corazón latiendo desbocado, Naegi sabía que no era el momento de rendirse. La lucha apenas comenzaba.