La noche había caído sobre Priestella, y las luces parpadeantes de la ciudad iluminaban las calles empedradas, creando un ambiente casi mágico. Sin embargo, para mí, Naegi Makoto, esa magia se sentía más como una condena. Mis días se habían vuelto un ciclo de entrenamiento y revelaciones, y mi mala suerte parecía ser una constante, incluso en este nuevo mundo. Después de haber pasado un año entrenando mis habilidades con látigos y cuchillos arrojadizos, me sentía capaz, pero a la vez sobrecogido por las sombras de recuerdos que no eran míos.
Durante los últimos meses, había estado practicando incansablemente, sintiendo que había algo familiar en el arte de las armas. Era como si alguien me hubiera enseñado, aunque no podía recordar a esa persona. Con cada golpe y cada lanzamiento, una parte de mí se sentía más fuerte, pero otra seguía atrapada en la confusión. No podía seguir ignorando la raíz de mis habilidades, así que decidí hablar con Beatriz, quien se había convertido en una aliada inesperada.
—Beatriz —dije, con una mezcla de determinación y miedo—, creo que mis recuerdos han sido modificados.
La expresión en su rostro cambió, y antes de que pudiera reaccionar, me agarró de las manos y me miró a los ojos.
—¿De verdad? —preguntó, su voz era suave pero firme—. Si eso es cierto, entonces hay algo que debemos hacer.
Fue en ese momento cuando un destello de luz me golpeó, y mi mente fue arrastrada hacia un torrente de imágenes. Mi vida en la academia, momentos de desesperación y esperanza, y la figura de Enoshima Junko intercalada en mis recuerdos. La confusión se apoderó de mí nuevamente, y grité por la sorpresa.
—¿Por qué? ¿Quién lo hizo?
Beatriz, aunque confundida, mantuvo su calma.
—Podemos desbloquear esos recuerdos. Pero debes quedarte quieto.
Con un asentimiento, sentí como si un rayo de energía atravesara mi ser, y mis recuerdos comenzaron a fluir como un río desbordado. La vida en la academia, cada muerte y cada fracaso me inundaron, un ciclo interminable de caos. El horror de mis propias experiencias me abrumó, y cuando finalmente regresé a la realidad, vi el terror en los ojos de Beatriz.
—No solo son recuerdos —susurró, temblando—. Son fragmentos de un pasado que desearía no haber visto.
El peso de esos recuerdos me hizo sentir como si mi mundo estuviera desmoronándose. Miré a Beatriz, y en su mirada pude ver que ella también había sentido el impacto de lo que había presenciado.
—Beatriz, mi mundo estará destruido —murmuré, sintiendo la desesperación apoderarse de mí.
Ella negó con la cabeza, su mirada decidida.
—No me niego a que tú caigas, Naegi. Debes existir.
Con su poder, Beatriz revisó todos los mundos, y después de tres meses de búsqueda, finalmente me trajo noticias. Su voz era grave cuando me habló.
—Todos esos mundos se consumieron en desesperación.
Mis ojos se abrieron en horror. Pero, a pesar de la devastación, Beatriz continuó.
—Aún hay un método. Debes ir al punto central del tiempo, donde se ramifica como una cuerda.
—¿Un ancestro común? —pregunté, tratando de asimilar todo lo que decía.
Ella asintió y me mostró una imagen de mi primer día en la academia, el momento en que todo comenzó.
—¿Quieres decir que puedo hacerlo todo de nuevo? Pero hay un problema, ¿verdad?
—No puedes volver —respondió, su rostro grave—. La tela del tiempo te destrozaría.
Asentí, sintiendo el peso de la decisión que debía tomar.
—Mantendremos esto en secreto. Cuando tengas el poder, lo resuelves y regresas.
Así fue como, después de un tiempo, continué mi entrenamiento. Recorría una carrera de obstáculos, mis habilidades mejoradas me permitían superarlos con facilidad. Al terminar, Beatriz me entregó una toalla, y me recordó que había pasado un año desde que hicimos nuestro contrato. En ese tiempo, había forjado una amistad cercana con Ram, quien ahora era una compañera en el cuidado de Rem. La tristeza en su rostro al recordar a su hermana era palpable, y me sentía culpable por no poder ayudarla más.
Una mañana, mientras me dirigía a la mansión, Emilia recibió una invitación de Anastasia para asistir a una fiesta en Priestella. La mención de un comerciante que podría tener el cristal de mana que necesitaba para Puck fue suficiente para que decidiera acompañarlas.
Al llegar a Priestella, nos hospedamos en la posada de Anastasia, quien nos habló sobre Kiritaka Muse, el heredero de la Empresa Muse. Sin embargo, mi mala suerte no tardó en manifestarse. Durante nuestra reunión, una confusión entre Liliana y yo hizo que Kiritaka estallara en cólera, bloqueando las negociaciones.
Mientras regresábamos, me crucé con Regulus, quien me observó con un aire de desprecio. No lo reconocí, pero él sí a mí, lo que me dejó inquieto.
Esa noche, en la posada, Garfiel atacó a Reinhard, solo para ser repelido fácilmente por él. La atmósfera se tornó tensa cuando nos enteramos de que también las facciones de Crusch y Felt estaban presentes, y que Crusch había recibido información sobre la Autoridad de la Gula.
Garfiel y Mimi se separaron del grupo para ayudar a unos niños, pero al llevar a uno de ellos a su casa, se encontraron con que la madre del niño era idéntica a la suya. La revelación lo dejó atónito, y pude ver la angustia en su expresión.
Más tarde, mientras conversaba con Wilhelm sobre la relación que tenía con su nieto Reinhard, sentí el peso del pasado que ambos llevábamos. Wilhelm había cometido errores, pero no merecía ser tratado con desdén por ellos.
Al día siguiente, todos nos reunimos para desayunar okonomiyaki, y mientras compartíamos risas, la voz de Liliana resonó con una canción que evocaba recuerdos de amor. Justo entonces, Heinkel apareció con la facción de Priscilla, causando un revuelo y despertando mi ira. Priscilla, sin embargo, no dudó en abofetear a Heinkel por su comportamiento, lo que me hizo sentir una extraña satisfacción.
Julius, agradecido por mi defensa de él, comenzó a hablarme sobre Heinkel y su posición como cabeza de la Casa Astrea. La desconfianza hacia Wilhelm por la desaparición de un miembro de la familia real me irritó. No podía soportar la forma en que se trataba a Wilhelm, y decidí que debía hacer algo al respecto.
Esa tarde, mientras caminaba con Emilia y Beatriz, la atmósfera se tornó más ligera. Nos cruzamos con Liliana, quien tocaba una melodía alegre, mientras Priscilla danzaba al ritmo. La felicidad momentánea se desvaneció en un instante cuando, desde lo alto de una torre, una mujer apareció.
—Soy Sirius Romanee-Conti, la Arzobispo del Pecado de la Ira —anunció, su voz resonando como un eco ominoso.
Sin previo aviso, manipuló las emociones de todos los presentes y arrojó a un niño desde lo alto de la torre. La escena fue un horror indescriptible, y en un instante, el caos se desató. La muerte del niño resonó en mí como un golpe brutal, llevándome a un estado de repulsión y desesperación.
Y así, con el corazón pesado y la mente embotada por el horror, me encontré de nuevo atrapado en el ciclo de la muerte, sin saber si alguna vez podría escapar de la maldición de mi mala suerte.
El eco de los eventos que acababa de presenciar resonaba en mi mente como un tambor sordo. Había regresado de la muerte, una experiencia surrealista que, honestamente, no planeaba repetir. La sensación de estar vivo, de nuevo entre los que apreciaba, era a la vez reconfortante y aterradora. Había prometido cuidar de Emilia, y ahora, con una mezcla de mala suerte y determinación, me encontraba en una situación desesperada.
"Naegi, ¿estás seguro de que es la mejor idea?" La voz de Beatrice interrumpió mis pensamientos. Ella se había convertido en una aliada inesperada, siempre dispuesta a ayudarme en esta pesadilla sin fin. "Sirius es demasiado peligroso. Si te atrapa de nuevo…"
"Lo sé, lo sé," respondí, tratando de mantener la calma. "Pero tengo que intentar salvar a ese niño. No puedo permitir que sea sacrificado en lugar de Tina."
Con un profundo suspiro, Beatrice asintió, sus ojos reflejando una mezcla de preocupación y resolución. Me sentía afortunado de contar con su apoyo, incluso en esta situación tan precaria. La torre donde había aparecido Sirius se alzaba ante nosotros, oscura y ominosa, como un gigante dormido que aguardaba un despertar violento.
Con un paso vacilante, me adentré en la torre, la atmósfera se tornó pesada, casi palpable. Pronto, me encontré frente al niño, encadenado y temblando. A su lado, Sirius lo observaba con una sonrisa perturbadora. "¿Vas a unirte a él, pequeño?" preguntó, su voz suave y seductora. "O, ¿quizás prefieres ser un sacrificio? Es una elección interesante, ¿no crees?"
El terror se apoderó de mí. Lusbel, que había estado a mi lado, parecía experimentar el mismo horror. Era como si la propia autoridad de Sirius se manifestara en el aire, envolviéndonos en una marea de desesperación. Antes de que pudiera reaccionar, sentí unas cadenas frías rodear mi cuello.
"¡No!" grité, intentando liberarme. Pero las cadenas se tensaron, apretando, y la oscuridad se abalanzó sobre mí.
La muerte llegó de forma silenciosa, como un susurro. El último pensamiento que crucé fue el de Emilia, y la promesa que le había hecho. Pero, por alguna razón, todo parecía tan distante, tan inalcanzable.
Cuando desperté, el ciclo había comenzado de nuevo. El mismo escenario, la misma desesperación. Era un ciclo que no podía romper. En mi primer intento, había fracasado. Ahora, debía encontrar una nueva estrategia.
"Rachins, necesito que envíes una señal a Reinhard," le dije con la voz entrecortada. Era arriesgado, pero no podía quedarme de brazos cruzados. La idea de que Sirius pudiera hacer lo que quisiera con el niño me llenaba de rabia.
La señal fue enviada, y en un instante, el caos se desató. Sirius, al percibir la atención que había generado, se volvió hacia nosotros, su mirada se llenó de furia. Antes de que pudiera reaccionar, vi a Reinhard corriendo sobre el agua con una velocidad imparable. Su presencia era como un rayo en la tormenta, pero en el fondo, sabía que algo iba mal.
"¡Reinhard, no!" grité, pero la autoridad de Sirius había comenzado a influenciar a todos a nuestro alrededor. "¡No lo hagas!" La desesperación me llenó, mientras los otros sucumbían a la voluntad de Sirius.
El horror se desató en un instante. Reinhard se abalanzó sobre Sirius, y en un movimiento brutal, lo partió por la mitad. El espectáculo de la muerte era algo que jamás podría olvidar. Pero lo peor estaba por venir. Todos los afectados por la autoridad de Sirius comenzaron a caer, uno tras otro, como muñecos de trapo.
Era un ciclo de muerte y desesperación que no podía soportar.
En mi siguiente intento, decidí confrontar a Sirius junto a Beatrice. "No podemos depender de Reinhard," le dije, mi voz firme. "Si él está presente, su magia no funcionará." Beatrice asintió, comprendiendo la gravedad de la situación.
"Podríamos intentar usar Shamak," sugirió, su mente brillante buscando una solución. "Podría cortar el efecto de la autoridad sobre los afectados."
Decidimos que era hora de enfrentarnos a Sirius. Pero antes de que pudiéramos hacerlo, Emilia apareció, decidida y desafiante. "No puedo quedarme de brazos cruzados," dijo, su voz resonando con determinación. La advertencia de Priscilla parecía haber caído en oídos sordos.
Sirius apareció, y el caos se desató nuevamente. Las llamas danzaban alrededor de sus cadenas mientras atacaba a Emilia, quien defendía con armas de hielo. La batalla se intensificó, el aire se llenó de magia y fuego, y la desesperación me envolvía.
Utilicé una magia llamada Murak, intentando evadir a los afectados por la autoridad, buscando salvar a Lusbel, quien había quedado atrapada en el horror de la situación. Pero el tiempo se desvanecía, y el destino de Emilia pendía de un hilo.
"¡Tina!" gritó Sirius, tomando a la niña como rehén. El caos se detuvo por un instante, y el miedo se apoderó de mí. Emilia estaba expuesta, vulnerable. Antes de que pudiera reaccionar, el ataque de Sirius la alcanzó y todo se volvió negro.
Cuando la oscuridad se disipó, un hombre apareció, su presencia era aterradora y a la vez fascinante. "Soy Regulus Corneas, el Arzobispo de la Codicia del Culto de la Bruja," dijo, sujetando a Emilia en brazos. "He venido por mi septuagésima novena esposa."
La confusión se apoderó de mí. ¿Quién era este hombre? ¿Qué papel jugaba en esta historia? La desesperación me envolvía, pero sabía que debía actuar. No podía dejar que esto terminara así.
La batalla todavía no había terminado, y una nueva sombra se cernía sobre nosotros. Era hora de enfrentar la verdad y luchar por lo que realmente importaba. Con la esperanza latiendo en mi pecho, me preparé para el siguiente enfrentamiento.
La noche anterior había sido un torbellino de emociones. Mientras las sombras se alargaban por las calles de la ciudad, el eco de las risas y los gritos de los ciudadanos se desvanecía, ahogado por el temor que comenzaba a apoderarse del lugar. Regulus había tenido una de esas conversaciones que, por extraño que pareciera, lo habían dejado inquieto. En un rincón del refugio, con la luz tenue iluminando su rostro, había hablado con Naegi sobre Emilia. La conexión que ambos compartían era palpable, y aunque Regulus intentaba ocultar sus sentimientos, Naegi podía ver a través de su fachada. Era un tipo de conexión que solo podía ser descrita como pura, pura hasta el punto de la desesperación. La maldición de Regulus era que su amor por Emilia lo hacía vulnerable, y eso era algo que Sirius no iba a dejar pasar.
Mientras Regulus se perdía en sus pensamientos, la figura de Sirius apareció como un tormento en la distancia. Con su mirada penetrante y su presencia amenazante, ella se acercó, decidida a hacer lo que mejor sabía: desestabilizarlo. "Siempre te has dejado llevar por tus emociones, Regulus", dijo con una sonrisa torcida, "y eso te costará caro". Naegi, que había estado observando la interacción, sintió que su corazón se hundía. ¿Qué podía hacer para ayudar a su amigo sin poner en riesgo a Emilia?
En un intento desesperado por cambiar el rumbo de los eventos, Naegi decidió actuar. Con la mente rápida, envió a Lusbel en busca de ayuda. Era su única esperanza en medio del caos, pero el tiempo no estaba de su lado. Mientras tanto, la tensión en el ambiente creció, y Sirius, en su afán por desmantelar la conexión entre Regulus y Emilia, lanzó un ataque que parecía imparable.
De repente, la situación se tornó caótica. Naegi, con su mala suerte habitual, no estaba en el lugar correcto en el momento correcto. Atrapado entre los escombros de lo que alguna vez había sido una hermosa plaza, observó impotente cómo los poderes de Sirius se desataban sobre Regulus. Cada intento de Naegi por intervenir resultaba en más infortunios: una piedra que caía justo en frente de él, un grupo de civiles que se interponía en su camino. La maldición de su existencia parecía seguirlo, como una sombra eterna.
En ese momento de desesperación, Regulus, viendo que la situación se tornaba crítica, decidió actuar. Con un movimiento rápido y lleno de determinación, utilizó su autoridad para incapacitar a Naegi. Sin embargo, su acción tuvo consecuencias inesperadas. La pierna de Naegi fue herida, y en un cruel giro del destino, todos los afectados por la autoridad de Sirius sintieron el mismo dolor que él. Era como si la maldición de la ira de Sirius se hubiera multiplicado, haciéndolos sufrir a todos por igual.
A medida que la oscuridad se cernía sobre la ciudad, la noche anterior en casa de Reala aún resonaba en la mente de Garfiel. Recordaba cómo había llegado allí, cómo sus ojos se habían encontrado con los de ella, y cómo, en un momento de revelación dolorosa, había comprendido que ella era su madre. La avalancha, el caos, la pérdida de memoria; todo había sido una tormenta en su vida. Garfiel había tomado la decisión de escapar, de dejar atrás ese dolor. Y aunque Mimi había intentado consolarlo, la verdad lo seguía atormentando.
En el presente, Garfiel y Mimi corrían por las calles en ruinas, el sonido de sus pasos resonando en la noche. La ciudad estaba bajo el control del Culto de la Bruja, y esa era una verdad que nadie podía ignorar. Mientras corrían, la voz de Capella Emerada Lugunica resonaba en el aire, burlándose de los ciudadanos, una cacofonía que solo incrementaba el sentido de desesperanza.
Al llegar a un refugio temporal, Naegi despertó abruptamente. La luz era tenue, y su cuerpo dolía como si hubiera sido golpeado por una ola de desesperación. Al se había esforzado al máximo para llevarlo allí, y al mirar a su alrededor, vio que Beatrice y Ferris habían estado trabajando. Sin embargo, la visión de Beatrice inconsciente lo llenó de pánico. Había gastado su mana en él, sacrificando su propia energía para salvarlo. El peso de la culpa se apoderó de Naegi mientras consideraba lo que había hecho.
Junto a él, Crusch y Anastasia discutían la situación actual. La llegada de los tres arzobispos era un signo de que las cosas estaban tomando un giro oscuro. "Han tomado las cuatro torres que controlan el flujo de agua", dijo Anastasia, su voz tensa. "Su objetivo es claro: desmantelar esta ciudad que fue construida para atrapar a la Bruja de la Envidia".
Mientras tanto, Garfiel y Mimi se reagruparon con determinación. La mención de los hijos de Reala que no habían regresado pesaba sobre sus corazones. Garfiel, decidido a traerlos de vuelta, miró a Mimi con una mezcla de determinación y pesar. "No dejaré que se pierdan", prometió.
La oscuridad de la noche se intensificaba, pero en medio de todo el caos, una chispa de esperanza brillaba tenuemente. Aunque el camino por delante estaba lleno de peligros y la sombra del Culto de la Bruja se cernía sobre ellos, había una fuerza que no podían ignorar: la voluntad de luchar por aquellos que amaban. Y así, mientras las luces de la ciudad parpadeaban en la distancia, cada uno de ellos se preparaba para enfrentar un destino que parecía inminente, pero que aún guardaba la posibilidad de redención.