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Chapter 23 - cap 23

El viento soplaba suavemente entre los árboles del bosque que rodeaba el Santuario, mientras Roswaal L. Mathers se acomodaba en la cabaña, rodeado de las figuras inconfundibles de Ryuzu Meyer y Beatrice. La atmósfera, aunque tensa, estaba impregnada de una extraña familiaridad, como si las sombras del pasado danzaran a su alrededor. Roswaal, con su peculiar cabello blanco y su mirada profunda, comenzó a contar una historia que había guardado en su corazón durante demasiados años.

"¿Sabías que el día que nació el Santuario, también fue el día en que conocí a Echidna?" comenzó, su voz temblando ligeramente. "Era un día como cualquier otro, pero el mana dentro de mí era incontrolable. Sentía que me estaba consumiendo. Mis padres y hermanos no podían entender lo que estaba pasando. La presión era tal que, en mi desesperación, llegué a pensar que la única salida era quitarme la vida".

Beatrice, con su habitual desdén, arqueó una ceja, pero su mirada se suavizó al escuchar la vulnerabilidad en la voz de Roswaal. Ryuzu, en cambio, lo miraba con atención, su expresión llena de empatía. "Pero entonces, apareció ella", continuó Roswaal, su rostro iluminado por un recuerdo que parecía tanto oscuro como brillante. "Echidna, la bruja malvada. Entró en mi vida como un torbellino, y en un giro inesperado, me dio un beso… un beso que me permitió absorber el mana que me estaba matando".

La cabaña se llenó de silencio. Ryuzu, recordando su propia experiencia con la bruja, asintió lentamente. "Ella también me salvó en su momento", murmuró. "Sin su intervención, quizás nunca hubiera encontrado mi propósito aquí".

Roswaal sonrió amargamente. "Si no hubiera sido por ella, lo más probable es que hubiera sucumbido a aquel dolor y me hubiera perdido para siempre. Fue a partir de ese encuentro que pude tomar el control de mi vida y de mi familia. Agradezco a Echidna por eso".

A pesar de la gratitud en sus palabras, Beatrice no podía evitar sentir una profunda desconfianza hacia la bruja. "No entiendo cómo puedes tenerle aprecio a alguien como ella", dijo, cruzando los brazos. "Es solo una manipuladora que juega con los sentimientos de los demás".

"Quizás", respondió Roswaal, "pero incluso las personas más complejas pueden hacer cosas buenas. Ella me enseñó a sobrevivir".

Fue en ese momento que Roswaal, quizás impulsado por la emoción, miró a Beatrice directamente a los ojos. "Te quiero, Beatrice". La declaración resonó en la cabaña como un eco de antiguas promesas, pero Beatrice permaneció estoica, su expresión imperturbable.

"Tu amor no cambia el hecho de que eres un necio", replicó ella, aunque había un destello de algo más en sus ojos.

De repente, la puerta de la cabaña se abrió con un crujido, y la figura de Echidna apareció, como un espectro que venía a calmar las tensiones. "¿He interrumpido algo interesante?" preguntó con una sonrisa traviesa, como si disfrutara del drama que se desataba a su alrededor.

Roswaal, aliviado, se centró en la nueva llegada. "Echidna, tenemos un problema. Hector se acerca y no hemos preparado la barrera".

"¿Hector?" repitió Echidna, frunciendo el ceño. "Eso es problemático. Necesitamos actuar rápido".

Ryuzu, que había estado escuchando en silencio, tomó una decisión. "Puedo ser el núcleo de la barrera. Dejen que me use como el catalizador".

"¡No!" exclamó Roswaal, pero Ryuzu lo interrumpió con determinación. "Es la única forma de proteger a todos. Confíen en mí".

La tensión creció en la cabaña mientras Roswaal sopesaba sus opciones. "Está bien", aceptó finalmente, "pero necesito distraer a Hector mientras Echidna prepara el conjuro". Se giró hacia la puerta, preparándose para enfrentar al poderoso enemigo.

El encuentro fue inminente. Hector, con su mirada fría y autoritaria, se acercaba, y Roswaal se encontró atrapado en una batalla de voluntades. "Eres un hombre débil, Roswaal", le dijo Hector, su voz resonando con un poder abrumador. "No puedes proteger a nadie".

El ambiente se volvió pesado, y Roswaal sintió la presión sobre su cuerpo, casi como si la gravedad misma estuviera en su contra. En un momento de desesperación, lanzó un Al Goa, intentando distraer a Hector, quien se volvió hacia la dirección de su ataque.

"¿El Brujo de la Melancolía?", musitó Hector, reconociendo a su oponente. "No vales nada".

Mientras tanto, Beatrice y Ryuzu se dirigían hacia el núcleo del Santuario, un gran cristal de piroxeno resplandeciente. "Este lugar… mi madre me habló de él", dijo Beatrice, su voz llena de nostalgia. "Siempre quise entender su conexión con la magia".

Ryuzu, sintiéndose abrumada, comenzó a llorar. "No quiero que esto termine así. He sido feliz aquí". Beatrice, con el corazón apesadumbrado, intentó encontrar una solución, buscando desesperadamente una alternativa a su trágico destino.

"Podemos encontrar otra manera", insistió Beatrice, pensando en el tiempo que aún les quedaba. "Aún tengo que enseñarte a leer y escribir".

Pero Ryuzu, con la resolución pintada en su rostro, agradeció a Beatrice y se despidió. "He encontrado mi lugar aquí. No me arrepiento".

Con un último adiós, Ryuzu se unió al cristal, dejando atrás sus recuerdos y su esencia, mientras las lágrimas de Beatrice caían silenciosamente al suelo.

Roswaal, incapaz de aceptar la realidad de los sacrificios, se enfrentó a sus propios sentimientos. "No puedo renunciar a esto, no después de cuatrocientos años", gritó, desafiando a la oscuridad que se cernía sobre ellos.

"Pero tu amor no puede ser un peso que arrastre a otros", replicó Garfiel, quien había llegado junto a Otto. La tensión entre ellos era palpable, marcada por la lucha interna de cada uno.

Mientras la batalla de ideales se desataba, Naegi Makoto observaba, sintiendo el peso de cada decisión. "No son tus sentimientos los que importan, Roswaal, sino cómo esos sentimientos afectan a los demás. La verdadera fuerza radica en la capacidad de dejar ir".

El eco de sus palabras resonó en el aire, y aunque Roswaal se sintió herido, supo que había una verdad en ellas. Aun así, la lucha continuaba, y el destino del Santuario pendía de un hilo.

Finalmente, cuando la atmósfera se tornó gris y pesadamente cargada de emociones, Beatrice y Emilia, cada una enfrentando sus propios desafíos, estaban destinadas a cruzar caminos una vez más. La puerta de la Tumba se abrió, y el camino hacia el futuro, aunque incierto, se presentaba ante ellas.

El viento seguía soplando mientras la historia de amor, sacrificio y redención se tejía en un tapiz de recuerdos, y las sombras del pasado no hacían más que intensificar la luz del futuro.

El aire en la mansión estaba tenso, como si la propia casa contuviera la respiración ante la inminente tormenta que se avecinaba. Naegi Makoto, con su habitual mezcla de optimismo y desesperación, se encontraba en un rincón del salón, junto a Otto y Garfiel. La discusión sobre el ataque al Santuario era inminente, y la mala suerte de Naegi parecía estar al acecho, lista para manifestarse en el momento más inoportuno.

"Debemos actuar antes de que sea demasiado tarde", decía Otto, con su voz llena de determinación. "Si no nos movemos ahora, la situación se volverá insostenible".

Garfiel, cruzado de brazos y con esa expresión feroz que lo caracterizaba, miraba fijamente a Otto. "¿Y qué te hace pensar que tus planes de escape funcionarán? No me importa lo que digas, el Santuario tiene sus defensas. La barrera no permitirá que cualquiera entre", replicó, desafiando las palabras de Otto.

Naegi, que siempre había tenido un talento especial para atraer problemas, decidió intervenir. "Podríamos… podríamos encontrar una manera de cruzar. Tal vez si Garfiel se une a nosotros, su sangre mixta podría ser suficiente para que la barrera no lo detecte, como Frederica." Su voz temblaba un poco, pero la lógica de su propuesta parecía resonar en el ambiente.

Garfiel miró a Naegi, su mirada se suavizó un poco. "Está bien, me uno a ustedes. Mi sangre es lo suficientemente baja como para que no me detecten. Pero si esto sale mal, no pienso cargar con el peso de la culpa", dijo, dejando claro que sus motivos eran tanto por lealtad como por su propio deseo de proteger su hogar.

El grupo se despidió de los aldeanos, quienes los miraban con una mezcla de esperanza y temor. Ram, con su habitual calma, se acercó a Naegi. "Haz lo que debas, Naegi. Yo también haré lo que necesite", dijo, con una voz que no admitía discusión. Naegi le extendió el cristal de piroxeno que Frederica le había entregado, instándole a tener cuidado.

"Cuida de ti misma, Ram. ¡Y… gracias!", Naegi dijo, sintiendo como siempre que las palabras a menudo no eran suficientes para expresar lo que realmente significaban.

Los aldeanos, en un último gesto de apoyo, le gritaron que no se preocupara, que estaban con ellos en espíritu. La extraña sensación de comunidad y apoyo llenó a Naegi de valor, aunque su mala suerte siempre parecía estar al acecho, lista para desbaratar cualquier plan.

Una vez que se marcharon, Ram se dirigió hacia la Tumba de Echidna. Era un momento solemne, casi reverente, cuando se inclinó ante la tumba de su señora. "No esperaba que lo lograras, Emilia", murmuró, sintiendo una mezcla de respeto y resignación. En ese instante, Ram comprendió que su lealtad a Roswaal había llegado a un punto crítico. "Roswaal ha estado atrapado en una ilusión por tanto tiempo", confesó a Emilia, "y aunque no corresponda mis sentimientos, te pido que lo salves ganando la Selección Real. Solo así podrá cumplir su deseo".

Emilia, sorprendida por la súplica, tomó la mano de Ram con firmeza. "No sé qué esperas de mí exactamente, pero confío en ti. Haré todo lo posible para cumplir tus deseos", respondió, levantando a Ram del suelo. Era un gesto de igualdad, algo que Ram no había experimentado antes.

Sin embargo, la atmósfera cambió abruptamente con la aparición de Roswaal, quien sonreía de manera inquietante. "Vaya, no esperaba que pasases la prueba, Emilia", dijo, perturbando a Ram. La tensión creció, y la defensiva de Emilia se hizo evidente. "Vives para cumplir las expectativas de los demás, ¿no es así?" continuó Roswaal, haciendo un paralelo entre Emilia y Naegi.

Emilia, sin embargo, no se dejó intimidar. "No soy como Naegi ni como tú, Roswaal. Te he escuchado criticarme y señalar mis defectos, pero también me has llamado problemática. Sin embargo, Naegi me quiere tal y como soy, y eso es algo que tú no entiendes", dijo, con una resolución que resonaba en el aire.

Mientras tanto, la mente de Ram estaba en conflicto. Recordaba su alianza con Otto, la necesidad de ayudar a Garfiel, y su intención de confrontar a Roswaal sin que Naegi lo supiera. Sin embargo, ahora, frente a Roswaal, su determinación se afianzó. "Voy a salvarte de esta ilusión", gritó, preparándose para usar su Protección Divina de la Clarividencia. "No permitiré que sigas siendo una herramienta de la bruja".

La confrontación se tornó inevitable. Ram se encontró frente a Roswaal, quien reveló sus intenciones de usar el cristal de Ryuzu Meyer para ejecutar un hechizo de nieve en el Santuario. "Podrías haberme detenido, pero decidiste actuar demasiado tarde", dijo Roswaal, su voz fría y calculadora.

"¡No me conformo con ser una simple herramienta!", replicó Ram, mostrando el cristal de piroxeno que le había dado Naegi. "Lo que quiero es liberarte de tu propia perdición, Roswaal".

La batalla entre Ram y Roswaal se desató, y en ese momento, Puck apareció, sorprendiendo a Roswaal y cambiando el rumbo de la confrontación. La magia y la determinación de Ram se unieron a la fuerza del espíritu de Puck, creando una tormenta de poder.

Al mismo tiempo, en la mansión, Petra corría por los pasillos, su corazón latiendo con fuerza. La promesa que le hizo Naegi de cuidar de Rem resonaba en su mente, llevándola a la ala este. Sin embargo, Elsa apareció, y el peligro era inminente. Justo cuando parecía que todo estaba perdido, Frederica llegó como un rayo de esperanza, protegiendo a Petra.

"¡Escapa, Petra! ¡Yo me encargaré de ella!", gritó Frederica, mientras se enfrentaba a Elsa, quien había mejorado sus habilidades tras el enfrentamiento en la capital. Frederica, con su determinación ardiente, maldijo a quien había desafiado anteriormente, mientras Elsa revelaba sus verdaderos objetivos.

Petra, llena de miedo y desesperación, decidió buscar ayuda, pero no encontró a Beatrice. Justo en ese momento, Naegi apareció, con la esperanza de que había traído refuerzos. En el calor de la batalla, Frederica comenzaba a ser acorralada, pero la llegada de Garfiel, con sus escudos de infancia atados a los brazos, trajo un giro inesperado.

"¿Sabes quién es Rem?", preguntó Garfiel a Frederica, mientras Elsa observaba la escena, lista para atacar. La tensión estaba en su punto más alto, y con un último grito de desafío, Garfiel le dijo a Elsa que ya podía atacar.

Mientras la batalla se intensificaba en la mansión, Naegi, en la Biblioteca Prohibida, se encontró con Beatrice. "Vengo a sacarte de aquí, Beatrice. Vamos a jugar hasta llenarnos de barro", dijo, con una chispa de esperanza en sus ojos. La mala suerte podía estar siempre presente, pero la amistad y el valor de luchar por aquellos a quienes se ama era aún más fuerte.

La historia estaba lejos de terminar, y en cada rincón, el destino de cada personaje se entrelazaba, llevando a una confrontación que cambiaría todo.