La última vez que me vi envuelto en este torbellino de eventos, me encontraba en un lugar que parecía estar atrapado en un ciclo interminable de desdicha y desesperación. La Tumba de Echidna, un sitio que había sido tanto un refugio como una prisión, se había convertido en el epicentro de los acontecimientos que definirían el destino de todos los involucrados. Mis pensamientos estaban llenos de confusión y, como siempre, mi mala suerte parecía estar acechando en cada esquina.
Emilia había completado las pruebas del Santuario, y en ese momento, el aire estaba impregnado de un frío penetrante. Al salir, se encontró con un paisaje cubierto de nieve, un manto blanco que ocultaba la desolación que había enfrentado. Ante ella, una cúpula de hielo brillaba con una luz etérea, un refugio creado para proteger a los habitantes del Santuario. En sus corazones había una mezcla de gratitud y asombro, pues creían que la cúpula era obra de Emilia, o al menos que su amigo, Puck, había jugado un papel crucial en su creación.
"¡Gracias, Emilia!" exclamaron los aldeanos, sus ojos llenos de esperanza. Sin embargo, la joven medio-elfa no se permitió perderse en la gratitud. Su mente estaba ocupada con un nuevo misterio: un gran pilar de hielo se erguía cerca, y su curiosidad la empujó a investigar. Pero antes de hacerlo, se dirigió a los lugareños con determinación. "Debéis refugiaros dentro de la Tumba. ¡Es lo más seguro!"
Mientras tanto, en un rincón sombrío de la Tumba, Roswaal sostenía entre sus brazos a Ram, quien yacía inconsciente. Un aire de tristeza envolvía al hechicero, quien, a pesar de su destreza mágica, se sentía impotente. "Lo sabía", murmuró Puck, su voz llena de admiración y desprecio a la vez. "Eres el hechicero más habilidoso que conozco, pero aún así, no eres más que humano". Con un giro, Puck se desvaneció, dejando a Roswaal con un dolor que iba más allá de lo físico. "Ram... ¿qué haré sin ti?" se lamentó, tocando su frente con una magia que apenas podía sostener su esencia.
Emilia se acercó al pilar de hielo, su corazón latiendo con fuerza, cuando de repente, el pilar comenzó a romperse. Sin embargo, una luz brillante emergió de las partículas que se desprendían, guiándola hacia el cristal de Ryuzu Meyer. Allí, se encontró con los clones de Ryuzu y Ryuzu Shima, quienes la esperaban para guiarla en su misión. Ryuzu Shima, con una calma que solo los seres de su tipo podían tener, le explicó la gravedad de la situación: "Debes retirar el núcleo del Santuario. Es crucial que no se dañe".
El tiempo parecía dilatarse mientras Emilia escuchaba las palabras de Shima. La conexión que habían desarrollado a lo largo de los años, el sacrificio y la dedicación, ahora se manifestaban en la entrega del cristal de piroxeno donde se encontraba Puck. Una emoción abrumadora la invadió. "No puedo permitir que esto termine así", pensó, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Con un gesto de despedida, Ryuzu Shima desapareció, dejando a Emilia con el corazón encogido.
Con determinación, corrió hacia el lugar donde estaban Roswaal y Ram. Al llegar, se encontró con la escena desgarradora de ambos cubiertos de nieve. El estado demacrado de Roswaal le hizo sentir una punzada en el corazón. "¡Roswaal! ¡Ram!" Su voz resonó en el aire frío, y por un momento, el tiempo pareció detenerse.
Roswaal la miró, pero sus ojos estaban vacíos, como si ya no tuviera nada que perder. "Nada importa ya", murmuró con desesperación. Sin embargo, Emilia no podía permitir que ese fuera el final. Se acercó, le tomó del rostro y le obligó a mirarla a los ojos. "¡No puedes rendirte! He enfrentado mis propios demonios y estoy aquí de pie. No dejaré que te hundas en la desesperación".
De repente, dos criaturas del Oousagi aparecieron de la nada, balanceándose hacia ella con intenciones ominosas. Sin pensar, Emilia invocó su magia, congelándolos antes de que pudieran acercarse más. "Se sienten atraídos por el mana", dedujo. "Debo ganar tiempo". Con un gesto decidido, ordenó a los clones de Ryuzu que llevaran a Roswaal y Ram a la Tumba, mientras ella se preparaba para enfrentar la amenaza.
Mientras tanto, en la mansión, Beatrice estaba atrapada en sus recuerdos. Las palabras de Echidna resonaban en su mente: "Defiende la biblioteca hasta que llegue 'esa persona'". La tarea que le había encomendado era tanto un honor como una carga, y su corazón estaba lleno de melancolía. "¿Por qué no puedo encontrar a ese alguien?", se preguntó, mientras recordaba las interacciones con cada Roswaal que había conocido a lo largo de los años. Cada uno, un eco del anterior, llevándose consigo su propia carga y voluntad.
La llegada de Naegi fue un rayo de esperanza en su vida solitaria. Aunque él no era el tipo de persona que ella había esperado, algo en su esencia despertó en ella un deseo de conexión que no había sentido en siglos. Sin embargo, la sombra del pasado seguía acechando, y cuando finalmente se encontraron, Beatrice no pudo evitar expresar su decepción. "No eres 'esa persona'", dijo con lágrimas en los ojos, mientras la distorsión de la realidad comenzaba a envolver la biblioteca.
El fuego comenzó a consumir la mansión, y cuando Naegi finalmente logró abrir la puerta del pasadizo secreto, se encontró con un panorama desolador. La biblioteca ardía, y Beatrice estaba atrapada en un dilema emocional. "¡Tonto!", exclamó, pero su voz estaba llena de tristeza. "Ya no podré cumplir mi promesa". Sin embargo, Naegi no se rindió. "No me importa el tiempo. No pienso dejarte sola. ¡Toma mi mano!"
Las llamas danzaban a su alrededor, y en ese momento, Beatrice tomó la decisión más difícil de su vida. "Es injusto", sollozó, pero al final, entendió que la vida que pasaron juntos, aunque breve, estaba destinada a ser grabada a fuego en sus almas. "Te elijo a ti", dijo, tomándolo de la mano mientras la luz rosa envolvía sus cuerpos.
Al caer desde el cielo, se convirtieron en un faro de esperanza en medio del caos. La luz resplandeciente se dirigió hacia el Santuario, donde Emilia estaba luchando contra los Oousagi, negándose a rendirse. "¡No voy a dejar a nadie atrás!" gritó, su magia comenzando a congelar su propio cuerpo. Pero antes de que la desesperación pudiera ganar, Naegi y Beatrice aterrizaron a su lado.
"¡Emilia!" llamó Naegi, su voz resonando con la fuerza de la determinación. "Hoy, devolveré la deuda de aquella vez que te asaltaron los ladrones". Emilia lo miró con confusión, pero en sus ojos había una chispa de esperanza. Juntos, tomados de la mano, Naegi y Beatrice se prepararon para enfrentar al Oousagi, dispuestos a luchar no solo por ellos mismos, sino por todos los que habían sido afectados por el ciclo de sufrimiento.
Y así, en un mundo donde la desesperación y la esperanza coexistían, el destino de todos estaba a punto de cambiar, mientras los lazos de amistad y amor se entrelazaban en una batalla que definiría su futuro.
La brisa suave de la mañana acariciaba la piel de Naegi mientras él y Beatrice se aseguraban de que cada rincón del Santuario estuviera a salvo. Una sensación de alivio le invadía al ver que todos estaban bien, especialmente después de la reciente batalla contra los temibles Oousagi. Sin embargo, esa sensación de tranquilidad pronto se disipó al recordar la inminente amenaza que aún los acechaba.
—Beatrice, ¿estás lista? —preguntó Naegi, sintiendo una mezcla de nervios y emoción.
—¡Por supuesto, idiota! —respondió Beatrice con su habitual desdén, aunque había un destello de determinación en sus ojos. —Deja que yo me encargue de los detalles.
Con un movimiento ágil, Beatrice conjuró a Minya y El Minya, criaturas de pura magia que danzaban a su alrededor. Naegi, sintiendo el poder de su contrato con ella, se preparó para canalizar la magia. Sabía que su suerte era un arma de doble filo, pero en este momento, estaba decidido a usarla para el bien.
Los conejos del Oousagi eran un verdadero problema. Al parecer, su capacidad de reproducción era ilimitada, lo que significaba que, si no se detenían a tiempo, el mundo podría verse desbordado por una marea de conejos. Beatrice, con su mente brillante, dedujo que aunque su número era potencialmente infinito, en realidad había un límite en la cantidad que podrían existir a la vez. Eso significaba que había una forma de detenerlos.
—Naegi, necesito que los distraigas mientras yo preparo un hechizo a gran escala. —le dijo Beatrice, su voz firme.
Sin pensarlo dos veces, Naegi se lanzó a la acción. Corrió por el campo, gritando y haciendo todo lo posible para atraer la atención de los conejos. Su corazón latía con fuerza, y aunque su mala suerte siempre parecía estar a la vuelta de la esquina, en ese momento, estaba decidido a que nada lo detendría. Mientras corría, trazaba una línea de estacas de Minya formando un cuadrado, creando un área mágica que Beatrice podría utilizar. Los conejos lo perseguían, sus ojos brillando con un hambre insaciable, pero Naegi se mantuvo firme.
Finalmente, cerró la línea, y en ese instante, Emilia apareció, lista para aplicar su magia. Con un gesto elegante, elevó el área que Naegi había delimitado. Beatrice, ahora lista, conjuró Al Shamak, enviando a los Oousagi a una dimensión aislada, sellándolos lejos de su mundo, al igual que la Biblioteca Prohibida. Una vez más, la magia había triunfado, pero el sudor corría por la frente de Naegi mientras se recuperaba del esfuerzo.
En un rincón del Santuario, Ram se despertaba, y Roswaal, que había estado al borde de la desesperación, no pudo evitar sollozar al verla. La imagen de su leal sirvienta despertando lo llenó de emoción, pero Beatrice, al notar la falta de reconocimiento hacia Naegi, se enojó.
—¡Tú, idiota! —exclamó alzando la voz mientras abría los brazos y atrapaba a Naegi en un abrazo, casi balanceándolo. —¡Eres increíble!
Mientras tanto, Roswaal y Beatrice se dirigieron al cuerpo de Echidna. Fue un momento de reflexión, y las palabras de Roswaal hicieron eco en el corazón de Beatrice. Él le preguntó si Naegi era "Él", refiriéndose a la figura que había esperado, pero ella, con una mirada decidida, dejó claro que Naegi no era solo un número, sino un elegido.
—No lo elegí para ser mi número uno —dijo Beatrice, su voz resonando con sinceridad—. Lo elegí para que él sea mi número uno.
Roswaal, con nostalgia, reveló su historia, la conexión entre su alma y la familia que había perdido. Se consideraba inhumano, y con una solemnidad que sorprendió a Beatrice, se preparó para recibir su castigo. Sin embargo, en lugar de eso, Beatrice le dio una bofetada con su zapato, y lo hizo reír.
—Eso es por quemar la Biblioteca —dijo con una sonrisa, y ambos compartieron un momento de camaradería, recordando a Echidna.
Mientras tanto, Naegi y Emilia estaban juntos, observando los muñecos de nieve que había creado con la magia de Puck. La conversación tomó un giro inesperado cuando Emilia, con timidez, le preguntó si le gustaba. Naegi, sintiéndose atrapado en un torbellino de emociones, asintió, lo que provocó que Emilia se sonrojara. Pero en una confusión cómica, ella mencionó algo sobre bebés, lo que llevó a Naegi a maldecir a Puck por el malentendido.
La llegada de Garfiel, Petra y Otto trajo consigo más tensión. Abofetearon a Roswaal, pero Ram, en un acto de extraña lealtad, lo sostuvo en su regazo. Las tensiones eran palpables, y las palabras de Garfiel sobre la fiabilidad de Roswaal resonaron en el aire.
—¡Podríamos haber muerto por tu culpa! —gritó Garfiel, aunque Naegi se puso de pie en defensa de Roswaal, argumentando que era indispensable para la Selección Real.
Finalmente, Roswaal se despojó de su ropa, revelando un sello maldito. Con ello, el grupo comprendió la gravedad de su juramento y cómo su alma estaba en juego. Las palabras de Petra sobre el perdón se mezclaron con las de Emilia, quien insistió en que Roswaal debía disculparse. Al hacerlo, Roswaal se inclinó ante ellos, y aunque Naegi había considerado patearlo hasta la muerte, se conformó con un golpe en el estómago como una especie de desquite.
Con el tiempo, se organizó la ceremonia de investidura de Naegi en la Mansión Miload. La atmósfera era festiva, llena de esperanza. Roswaal, aunque aún cargando con su pasado, habló con Naegi sobre sus sueños y la importancia de no sacrificar a los demás. La ceremonia fue un momento de unión, donde Naegi juró proteger a Emilia.
Mientras observaba la celebración desde la barandilla de un balcón, Naegi sintió una calidez en su corazón. Emilia se unió a él, invitándolo a su habitación para hablar de algo que parecía importante. Sin dudarlo, él le prometió que estaría a su lado sin importar cuántas noches fueran necesarias, recordando las palabras de su madre sobre la importancia de cómo se termina algo.
Ambos compartieron una mirada llena de emociones, y Naegi, con una sonrisa, la invitó a bailar. En el centro de la mansión, rodeados de amigos y familiares, danzaron felices, riendo y disfrutando del momento. Era un nuevo comienzo, una celebración de la vida, la amistad y el amor, cerrando así la Segunda Temporada de su historia y el Cuarto Arco de sus aventuras.
La música resonaba en el aire mientras la luz de la luna iluminaba la escena, y por un instante, Naegi se sintió afortunado, como si la suerte finalmente estuviera de su lado. Pero, como siempre, sabía que debía estar preparado para lo inesperado. Después de todo, la vida en este mundo nunca era sencilla, y la mala suerte siempre estaba al acecho.