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Chapter 18 - cap 18

La noche se cernía sobre el bosque como un manto oscuro, y cada paso que daba junto a Garfiel parecía atraer la mala suerte que me había acompañado toda mi vida. La bruja de los celos estaba en algún lugar adelante, y aunque mi corazón latía con fuerza por el miedo, sabía que no podía darme por vencido. Después de todo, no era la primera vez que me enfrentaba a algo aterrador.

Garfiel, con su voz grave y un aire de urgencia, rompió el silencio: "La sombra se los tragó a todos, Naegi. A todos excepto a mí. Ram me arrojó fuera del área de influencia antes de que pudiera ser consumido. Pero ellos... no tuvieron la misma suerte". Su mirada estaba llena de determinación y dolor, y no podía evitar sentirme culpable por las vidas que se habían perdido.

De repente, Garfiel levantó su cristal de piroxeno y, como si invocara a un antiguo espíritu, las copias de Ryuzu comenzaron a emerger de la oscuridad, vestidas con túnicas blancas que ondeaban como fantasmas en la bruma. El aire se volvió tenso, y una sensación de inquietud me recorrió la espalda. "¡Detenlas! Debemos encontrar a la bruja antes de que sea demasiado tarde", le grité mientras me preparaba para lo que pudiera venir.

Fue entonces cuando una voz suave y melódica resonó en el aire. "Naegi-kun, te amo...". La figura de Satella apareció entre las sombras, sus ojos brillando con una mezcla de locura y devoción. La repetición de esas palabras me heló la sangre, y no sabía si debía sentirme halagado o aterrorizado. Garfiel, transformándose en tigre, se lanzó hacia ella, pero fue detenido por ataduras de sombras que surgieron de la nada, atrapándolo en su abrazo oscuro.

"¡Garfiel!", grité, pero antes de que pudiera hacer algo, él logró liberar a las copias de Ryuzu, provocando una explosión que lo lanzó hacia mí. Sin embargo, en un instante desgarrador, una sombra atravesó su torso, y su cuerpo estalló en una lluvia de trozos y sombras. El horror me sobrecogió, pero antes de que pudiera procesar lo que había sucedido, la bruja se acercó a mí, susurrando suavemente: "Te amo, Naegi-kun".

Mi instinto de supervivencia se activó. "Preferiría amar a Echidna o a cualquiera antes que a ti", respondí, mis palabras saliendo más cortantes de lo que había planeado. La reacción de Satella fue inmediata; las sombras me envolvieron, susurrando recuerdos de aquellos que habían caído ante su poder. Pero en medio de la desesperación, sentí un objeto afilado en mi mano, el pañuelo que me había dado Petra, transformándose en un arma filosa verde y brillante. Sin pensarlo, me apuñalé en el estómago, sintiendo el ardor de la herida.

La bruja se acercó, y en un momento de claridad, Subaru se unió a nosotros. Con movimientos rápidos, le quitó el velo negro que cubría su rostro, revelando a una Satella que era un reflejo inquietante de Emilia. Los recuerdos de dolor y sacrificio se agolpaban en mi mente mientras Subaru le prometía que la salvaría, sus palabras resonando en mi corazón. Pero cuando finalmente desperté, todo lo que podía ver era el rostro de Emilia, un eco de la bruja que había atormentado mis pensamientos.

"Naegi", me dijo Emilia, su voz suave y reconfortante, "¿estás bien?". Su preocupación me atravesó como un rayo. Mientras trataba de articular una respuesta, Garfiel y Otto se acercaron, animándome, aunque Ram no perdía la oportunidad de lanzarme comentarios punzantes. La tensión en el aire era palpable, y sabía que había que actuar.

"Ram," le dije, "distráelo. Necesito que me ayudes a encontrar el área de control de las Ryuzu". Ella me miró, sorprendida, pero asintió a cambio de diez favores. No había tiempo para discutir. En mi mente, comencé a recopilar los recuerdos que había obtenido de Garfiel por parte de la Bruja de los Celos. Tenía que encontrar esa fuente de control.

Cuando llegué al área de control, mis ojos se posaron en un enorme cristal de piroxeno, en cuyo interior había una Ryuzu. "Ryuzu Meyer", murmuré, y antes de que pudiera decir más, las copias Ryuzu Beta y Sigma aparecieron, explicando que la original era la que estaba atrapada en ese cristal. La conversación se tornó densa cuando Beta mencionó que su existencia era parte de un plan de Echidna para la inmortalidad. Mi mente comenzaba a conectar los puntos, y un escalofrío recorrió mi columna.

"¿Y Garfiel? ¿Le has contado algo?", le pregunté a Beta. Ella negó con la cabeza, y antes de marcharme, me pidió que regresara al día siguiente, cuando cambiaría de cuerpo. La idea era desconcertante, pero no podía dejar que eso me detuviera.

Mientras regresaba por el bosque, me encontré con Emilia, quien se mostró preocupada por mí. Su incertidumbre en relación a las pruebas me llenó de compasión, y le prometí que todo saldría bien. Antes de dormir en la iglesia, Otto me mostró su preocupación, pero rechacé su ayuda, no quería que se metiera en problemas por mí.

Al amanecer, escribí una carta para que no se preocuparan y, con el corazón latiendo con fuerza, escapé del Santuario montando a Patrasche. Pero Garfiel me detuvo, olfateando el aire. "Huelo a la bruja", dijo, sorprendido al escuchar mi respuesta: "No sé lo que es el verdadero sufrimiento, pero lo he visto muchas veces. Voy a salvar al Santuario y descubrir tu secreto".

Su expresión de sorpresa fue un pequeño consuelo, pues no hizo nada para impedirme marchar. Finalmente llegué a la Mansión Roswaal, donde Petra y Frederica me recibieron. "Debemos refugiarnos en el Pueblo Irlam", advertí, y mientras Petra se preparaba, le encargué a Frederica el cuidado de Rem y Patrasche.

Al llegar a la Biblioteca Prohibida, me dirigí a Beatrice. "No vengo por lo mismo que la última vez", anuncié, y su mirada de sorpresa me hizo sentir un poco más seguro. La conversación sobre el fin de su contrato fue irónica, pero sabía que cada paso que daba me llevaba más cerca de la verdad. La sombra del pasado aún me perseguía, pero no iba a dejar que definiera mi futuro.

Mientras la oscuridad se cernía sobre mí, una chispa de esperanza brillaba en mi corazón. No iba a rendirme. No esta vez.

El frío viento del norte soplaba con fuerza, azotando la aldea que había sido el hogar temporal de muchos, pero que ahora sólo era un eco de lo que una vez fue. Frederica, junto a Patrasche y las demás sirvientas, se alejaba en un carruaje de dragón. La escena era agridulce; las sombras de la tristeza se cernían sobre el grupo, mientras el carruaje avanzaba hacia el pueblo, dejando atrás un rastro de recuerdos que pronto se desvanecerían.

Mientras tanto, en un rincón del Santuario, Naegi Makoto se sentía como siempre: atrapado en una espiral de mala suerte. Sus pensamientos eran un torbellino, desde la amenaza de la Gran Conejo hasta la angustiante situación de Emilia. En medio de sus cavilaciones, se encontró con Beatrice, quien parecía más distante que nunca.

"Naegi", comenzó Beatrice, su voz temblorosa, "mi Evangelio… todo estaba previsto por mí, pero…"

"¿Pero qué?" preguntó Naegi, sintiendo un peso en el pecho. "¿Qué ha pasado con tu Evangelio?"

"Ha pasado tiempo desde que se actualizó", confesó Beatrice, sus ojos llenos de una tristeza que hacía eco en su corazón. "Echidna me encargó proteger la Biblioteca Prohibida, y he estado esperando a 'esa persona' durante cuatrocientos años. Alguien que pueda liberarme de este contrato que me ata a este lugar."

Naegi sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies. "¿Por qué no me dijiste esto antes?"

Beatrice, con lágrimas en los ojos, le suplicó: "Mátame, Naegi. Es la única manera de que pueda ser libre…"

El joven se quedó paralizado, incapaz de procesar sus palabras. "No puedo hacer eso", respondió con firmeza. "Te ayudaré a encontrar otra forma." Extendió su mano hacia ella, un gesto de esperanza. Beatrice tomó su mano por un instante, pero luego la soltó, su rostro lleno de angustia.

"Para ser libre, tengo que reescribir mi contrato… y sólo prestarle atención a él. Si no puedo hacerlo, debes matarme. Los espíritus no pueden suicidarse", explicó, su voz apenas un susurro.

"¿Por qué confías en que yo lo haga?", Naegi preguntó, inquieto por la responsabilidad que recayó sobre sus hombros. Sin embargo, antes de que Beatrice pudiera responder, una presencia ominosa interrumpió el momento: Elsa.

"¿Ves? Yo puedo ser 'esa persona'", dijo Elsa, una sonrisa cruel en su rostro. "He descubierto cómo funcionan las puertas de Beatrice…"

El ambiente se tornó tenso. Antes de que Naegi pudiera reaccionar, Elsa lanzó un ataque, pero Beatrice fue más rápida, conjurando un Shamak que les permitió escapar. Mientras se dirigían hacia la aldea, la preocupación en la voz de Beatrice era palpable.

De repente, una niña de cabello azul apareció en el puente que conducía al pueblo. Era Meili Portroute, y su presencia era tan aterradora como la de un dios. "Ya me he hecho cargo de la aldea y de todos sus habitantes", anunció, su voz resonando con poder. "Maté a Petra, pero lo hice sin dolor. Era mi amiga."

Beatrice se enfrentó a ella, pero Meili no mostró intención de luchar y, en su lugar, dirigió la contienda hacia Elsa, quien atacó con ferocidad. La batalla que siguió fue feroz, Beatrice conjurando un hechizo oscuro llamado Minya, creando estacas moradas que consumían y desintegraban todo a su paso.

A pesar del increíble poder de Beatrice, Elsa logró apuñalarla en el estómago, revelando que su cuerpo no contenía órganos, solo mana. "Es una pena que te sacrificaste por él", murmuró Elsa mientras su daga se dirigía a su ojo. En ese instante, Beatrice activó el cristal de piroxeno de Naegi, llevándolos de regreso a la celda del Santuario.

Al abrir los ojos, la nieve cubría el suelo. Naegi se dirigió rápidamente a la Tumba de Echidna, donde se encontró con Emilia. La chica estaba emocionalmente inestable, y su dependencia de Naegi era evidente. Ella le confesó que no había visto ninguna carta, su voz temblando de soledad.

Cuando Naegi salió de la tumba, se encontró con Garfiel, quien acusaba a Emilia de ser responsable de la nieve. Pero Naegi, sintiendo que la situación era más compleja, corrigió a Garfiel y culpó a Roswaal. Ambos se dirigieron a interrogarlo.

Al confrontar a Roswaal, él no negó su implicación. La ira de Garfiel creció mientras Ram se interponía entre ellos, solo para ser atravesada por la mano de Roswaal, una escena que se convirtió en un torbellino de horror para Naegi. Garfiel intentó usar su magia curativa, pero no pudo evitar que Roswaal le destrozara la cabeza de una patada.

"Todo esto fue planeado", dijo Roswaal con frialdad. "Emilia es un peón en este juego. Y tú, Naegi, no sientes dolor por las muertes de tus amigos, solo ira. Eso es lo que te hace débil."

La conversación se tornó en un duelo de palabras y poder, donde Roswaal reveló su conocimiento sobre la habilidad de Naegi para regresar en el tiempo. Antes de que Naegi pudiera reaccionar, Roswaal fue atacado por el Gran Conejo, devorando su cuerpo sin resistencia.

Naegi, desgastado y cubierto de heridas, regresó a la Tumba de Echidna. Allí encontró a Emilia esperando, ofreciendo su regazo como consuelo. En sus últimos momentos, Naegi se sintió abrumado por la tristeza y la desesperanza, sintiendo cómo la vida se escapaba de su cuerpo.

Emilia, con lágrimas en los ojos, lo besó, sellando una despedida que resonaría en su corazón por la eternidad. Mientras la oscuridad lo envolvía, Naegi se dio cuenta de que, aunque su vida estaba marcada por la mala suerte, había algo en su viaje que siempre lo había mantenido en pie: la esperanza de un nuevo comienzo. Pero en ese momento, esa esperanza se desvanecía, dejando sólo el eco de la desesperanza en el aire helado de la Tumba de Echidna.