La escena se abre con la luz tenue del atardecer filtrándose a través de las ventanas del Santuario. Naegi Makoto, con su característica expresión de preocupación, se encuentra junto a Otto y Ram. La atmósfera es tensa; cada uno de ellos sabe que el tiempo corre en su contra. Ram, con una mirada seria, les informa sobre la situación crítica que enfrentan: Garfiel, el guardián del Santuario, no permitirá que Emilia tome su juicio sin supervisión. La presión se siente en el aire, y aunque Naegi es consciente de su habitual mala suerte, no puede permitir que eso lo detenga esta vez.
—Roswaal me ha ordenado que los ayude —dice Ram, sus ojos fijos en Naegi y Otto—. Pero hay un problema: Garfiel no puede dejar la tumba.
Naegi asiente, su mente ya maquinando cómo ajustar cuentas con Roswaal. La figura del místico y manipulador Roswaal siempre había representado un enigma para él, y ahora, más que nunca, sabía que debía confrontarlo. Sin embargo, el camino hacia la mansión no sería sencillo.
Un poco más tarde, Ram les permite a Naegi y a él tener una conversación privada con Roswaal. La sala es sombría, iluminada solo por la tenue luz que entra por las ventanas. Naegi, sintiendo que cada palabra cuenta, se lanza de inmediato:
—¿Es cierto que Beatrice forma parte del Culto de la Bruja? —pregunta, su voz tensa.
Roswaal, con su habitual calma, sonríe, pero su risa es fría y distante, como si ya conociera la respuesta.
—Beatrice no es parte del Culto de la Bruja —responde, desestimando la preocupación de Naegi—. Lo que viste era uno de los prototipos del Libro de la Sabiduría. Ella lo llama "evangelio", pero no es lo que piensas.
Naegi frunce el ceño, sintiendo que lo que dice Roswaal es una verdad a medias. Sin embargo, Roswaal continúa, revelando que la última pregunta que Naegi había hecho a Ram en otro bucle no había sido suficiente.
—Dile a Beatrice: "Yo soy esa persona" —le instruye Roswaal, su mirada penetrante—. Eso la convertirá en tu aliada.
La incredulidad inunda a Naegi, pero se siente obligado a aceptar la idea. Una parte de él desea golpear a Roswaal si esto no funciona, y se lo dice claramente. Roswaal acepta el desafío, una sonrisa siniestra en su rostro.
—Y, por cierto, Naegi —añade, su voz baja—, tú tienes razón. Yo causé el trauma de Ram y Rem. Pero no toques a ninguna de ellas.
Con esa última declaración, Naegi siente cómo la ira burbujea en su interior. Sin embargo, debe concentrarse en su misión. Se vuelve a Otto y Ram, y juntos deciden que deben ir a la mansión. Pero como siempre, la mala suerte acecha a Naegi.
—El problema es que solo hay espacio para dos en Patrasche —dice Otto, mirando al gran perro lobo con preocupación—. Y somos tres.
Antes de que puedan formular un plan, Garfiel aparece, su rostro una máscara de furia. Con sus "Ojos del Santuario", ya conoce el plan de escape de Naegi y su grupo. La tensión se vuelve casi palpable.
—No dejaré que se escapen —grita Garfiel, y Naegi siente un escalofrío recorrer su espalda al escuchar su voz.
La conversación rápidamente se transforma en un enfrentamiento. Ram intenta apaciguar a Garfiel, recordándole las órdenes de Roswaal, pero es en vano. Garfiel está decidido a hacer justicia.
—Hoshin era la puesta de sol de Banan —declara, y Naegi comprende la gravedad de la situación. La referencia al comerciante Hoshin y su ruina es un ultimátum: rendirse o enfrentarse a la destrucción.
Sin tiempo para pensar, Otto y Patrasche arrastran a Naegi lejos de la confrontación. Ram, usando su magia de viento, se enfrenta a Garfiel, pero se siente que la situación se descontrola rápidamente.
Mientras Naegi y Otto intentan escapar, Otto pide ayuda a los aldeanos de Irlam para que los guíen. Pero la calma dura poco. Garfiel, completamente transformado en un gran tigre bípede, los alcanza. La tensión en el aire es insoportable.
—No puedo dejar que me maten —susurra Naegi para sí mismo, sintiendo cómo la desesperación lo consume. Pero cuando Garfiel se abalanza sobre él, es Otto quien se interpone. La escena es brutal; el golpe es mortal, dividiendo a Otto en dos.
—¡No! —grita Naegi, sintiendo cómo su mundo se desmorona a su alrededor.
El caos reina mientras Garfiel, en un frenesí de rabia, acaba con los aldeanos que intentan distraerlo. Naegi, sintiendo que no tiene más opciones, decide enfrentarse a Garfiel. Pero antes de que pueda actuar, Patrasche se interpone, sacrificándose por él. La escena es desgarradora y Naegi siente que su corazón se rompe en mil pedazos.
Justo cuando Garfiel se prepara para acabar con Naegi, un destello de luz emerge del cristal de piroxeno. En un instante, es teletransportado de regreso a su celda. La confusión y el horror lo invaden, mientras se queda dormido, atrapado en un ciclo interminable de sufrimiento.
Al despertar, se encuentra en un Santuario nevado. Todo es silencio. Al caminar entre la nieve, sus ojos se posan sobre un conejo blanco con un cuerno rosa. Cuando se acerca, el conejo le arranca el brazo y comienza a devorar sus dedos.
—¡No! —grita Naegi, pero es en vano. Los conejos aparecen en masa, devorando su cuerpo, y el dolor se convierte en oscuridad.
Despertar de nuevo en el templo es un alivio temporal. Se siente agotado, y su mente está llena de angustia. Empieza a golpearse la cabeza contra el suelo, la desesperación apoderándose de él, cuando la voz calmada de Echidna interrumpe sus pensamientos.
—¿Por qué te haces daño, Naegi? —pregunta, su tono sereno casi irritante.
La conversación se convierte en un torrente de revelaciones. Echidna le habla sobre el factor de la Pereza que heredó de Petelgeuse, y Naegi, sorprendido, se da cuenta de que ella lo sabe todo.
—Lo sabía —confirma Echidna con una sonrisa enigmática—. Y estoy aquí para aprender todo sobre ti.
Naegi siente que su mundo se tambalea. La verdad sobre su habilidad de regresar a la vida es un peso abrumador, pero al mismo tiempo, siente la necesidad de compartirlo. Pero el miedo lo paraliza.
—No puedo… —murmura, pero Echidna lo incita a seguir adelante, como si entendiera su dolor.
Finalmente, Naegi confiesa su secreto: cada vez que muere, el mundo se restablece. Echidna escucha atentamente, su interés palpable.
—Quiero saberlo todo —dice, su voz llena de codicia.
Naegi se da cuenta de que ha abierto una puerta que no puede cerrar. La tensión en el aire es casi eléctrica mientras se prepara para enfrentar no solo a Echidna, sino a los desafíos que lo esperan en su viaje. La lucha por su vida y la verdad apenas comienza.
La luz tenue del entorno se desvanecía a medida que Naegi Makoto se sumía en la confusión de sus pensamientos. Al final de su anterior encuentro con Echidna, la Bruja de la Sabiduría, su mente aún daba vueltas como un carrusel descontrolado. La revelación del poder que le había otorgado la Bruja de los Celos, el regreso de la muerte, resonaba en su cabeza como un eco persistente.
Echidna, con su habitual tono suave y casi maternal, lo miró con compasión. "Entiendo que esto es difícil de asimilar, Naegi. Regresar a la vida una y otra vez puede parecer un regalo, pero también es una carga. Y no hay un límite en el uso de este poder, lo que significa que podrías experimentar la muerte infinitas veces."
"¿Infinitas?" Naegi murmuró, su voz temblando ligeramente. La idea de morir sin fin, de caer en un ciclo interminable de dolor y sufrimiento, era aterradora. "Pero… ¿por qué yo? ¿Por qué se me otorgó tal habilidad?"
Echidna inclinó la cabeza, sus ojos brillando con una mezcla de tristeza y determinación. "Porque el destino tiene planes para ti, Naegi. La Bruja de los Celos te ha dado este poder para que puedas rectificar los errores del pasado y salvar tu vida. Sin embargo, ten en cuenta que cada vez que decides salvar a alguien, podrías estar condenando a otros. El engaño de la Bruja es poderoso, pero también es peligroso."
Naegi se sintió abrumado por la responsabilidad que pesaba sobre sus hombros. Recordó a Rem, la amiga que había perdido, y su corazón se apretó en el pecho. "Yo… Perdí a Rem. No sé si podré seguir adelante sin ella."
Echidna lo observó con un aire de comprensión. "Ella no era parte de tus planes, Naegi. Mi interés radica en ti y en asegurarte que tengas éxito en tu camino. Sin embargo, no olvides que cada decisión que tomes tendrá consecuencias. Si decides usar tu poder para salvar a alguien, estarás abriendo la puerta a innumerables desafíos."
Con un profundo suspiro, Naegi sintió que la resolución comenzaba a formarse dentro de él. Tenía que usar su habilidad del regreso de la muerte, tenía que hacerlo bien esta vez. "Gracias, Echidna. Creo que puedo hacerlo. Necesito saber qué fue lo último que me mató."
"Fue una de las tres grandes mabestias creadas por Daphne, la Bruja de la Gula," respondió Echidna, su expresión tornándose más seria. "El Oousagi, o el Gran Conejo. Aunque su fuerza es inferior a la de Hakugei, su capacidad de reproducción es alarmante. Mientras haya uno, se multiplicará sin cesar."
Naegi sintió un escalofrío recorrer su espalda. Recordó las escenas de horror que había presenciado en el Santuario y se dio cuenta de que el Gran Conejo había sido el causante de gran sufrimiento. "¿Cómo… cómo podemos detenerlo?"
Echidna le explicó lo que sabía sobre la mabestia. "Los Oousagi son atraídos por grandes concentraciones de maná. Necesitarás a alguien con abundante maná para actuar como cebo y eliminar a todos al mismo tiempo. Sin embargo, recuerda que si queda uno, comenzará el ciclo nuevamente."
A medida que la información se asentaba en su mente, Naegi comenzó a formular un plan. "Podría usar a alguien del Santuario como cebo. ¿Qué tal si atraemos al Gran Conejo a la Mansión Roswaal?"
Echidna asintió, pero su expresión se tornó preocupada. "Antes de que te lances a esa idea, debo advertirte sobre algo. Si decides hablar con Daphne, debes tener cuidado. Ella es una fuerza poderosa, y su naturaleza es… impredecible."
Con determinación, Naegi decidió que tenía que hablar con Daphne. "Haré lo que sea necesario para detener al Gran Conejo. No puedo permitir que más personas sufran."
Echidna sonrió levemente, como si apreciara su resolución, y luego hizo un gesto para cambiar su cuerpo por el de ella. En un instante, la figura de Naegi se transformó y se encontró frente a una niña pequeña con ojos brillantes. "¡Hola! Estoy tan contenta de verte," dijo la niña, con una sonrisa que rápidamente se tornó siniestra.
El corazón de Naegi se hundió cuando la niña extendió su mano hacia él. Sin poder reaccionar, sintió un dolor agudo cuando ella le arrancó el brazo de un tirón, como si fuera un juguete roto. Se dio cuenta de que no sentía dolor, una extraña sensación que lo llenaba de confusión. "¿Qué…?"
"Eres un pecador, aunque no tengas pecado," dijo la niña antes de romperle en pedazos, su risa resonando en el aire. La imagen de Typhon, la Bruja del Orgullo, se desvaneció en su mente mientras su cuerpo se recompuso.
Minerva, la Bruja de la Ira, apareció en su lugar, sus ojos llenos de lágrimas. "No estoy llorando por ti," dijo, su voz temblando. "Es solo que las acciones de Typhon son molestas. Este mundo es un desastre."
Naegi, aún recuperando el aliento, le agradeció. "Gracias por restaurarme. Pero, ¿quién eres tú?"
"Soy Minerva. Y aunque no puedo cambiar lo que ha sucedido, sé que puedes hacerlo," respondió, mientras su figura se desvanecía lentamente, dejando a Naegi con más preguntas que respuestas.
Finalmente, Daphne apareció, su figura atrapada en una especie de prisión metálica. "¿Por qué me has despertado?" dijo, casi desinteresada. "No tengo tiempo para tus tonterías."
Sin embargo, a medida que Naegi comenzaba a formular sus preguntas, la Bruja se fijó en él con desdén. "Siento que el aroma de la bruja está en ti. Es… tóxico." La idea de que su esencia estuviera ligada a una bruja poderosa como Echidna le dio un escalofrío.
"Daphne, ¿por qué creaste a las mabestias?" inquirió Naegi, decidido a obtener respuestas.
Su respuesta fue desconcertante. "Las mabestias son necesarias para mantener el equilibrio. La Ballena Blanca y el Gran Conejo alimentan a muchos, y sí, también comen personas. No puedes esperar comer sin ser comido. Es un ciclo que mantiene vivos los deseos de las personas."
La conversación se tornó intensa, y Naegi se sintió abrumado por la magnitud de sus palabras. "¿Y cómo puedo derrotar al Gran Conejo?"
Daphne le explicó que el Gran Conejo sería atraído por grandes concentraciones de maná, lo que significaba que necesitarían a alguien poderoso para atraerlo. Naegi sintió que su mente comenzaba a trabajar, buscando una solución.
Su determinación resurgió. "¡Lo haré! Venceré al Gran Conejo, así como vencí a la Ballena Blanca."
Daphne lo miró con escepticismo. "Si realmente crees que un humano puede hacer tal cosa, inténtalo."
Pero antes de que pudiera procesar sus palabras, el mundo a su alrededor comenzó a desvanecerse, y Naegi sintió un dolor punzante en su cabeza. "Echidna…" murmuró, mientras la figura de la Bruja aparecía de nuevo, trayendo consigo un aire de misterio.
"Parece que algo ha sucedido en el exterior," dijo Echidna. "Como pago por no llevarme tus recuerdos, tomaré el pañuelo que te dio Subaru. Pero recuerda, esto solo afectará el mundo de los sueños."
Echidna se desvaneció mientras Naegi despertaba, encontrándose solo en la tumba. Al salir, una sombra negra cubría el Santuario, como un manto de oscuridad que parecía absorber todo a su paso.
Fue entonces cuando la Bruja de los Celos apareció, acercándose a él con susurros de amor. Garfiel, en un acto de valentía, lo agarró y lo alejó de la amenaza, llevándolo al techo de una casa cercana. La tensión en el aire era palpable mientras el destino del Santuario pendía de un hilo.
"¡Ella va hacia la Mansión Roswaal!" gritó Naegi, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que el tiempo se acababa, y la lucha por el futuro del Santuario apenas comenzaba.
Mientras el mundo se oscurecía, una imagen final quedó grabada en su mente: Roswaal, siendo devorado por las sombras, abrazando un libro que parecía contener todos los secretos del Culto de la Bruja. Sus últimas palabras resonaron en la mente de Naegi: "Si es necesario, seguiré al infierno, porque sé que puedes volver en el tiempo."
Con su determinación renovada y la carga del pasado en sus hombros, Naegi se preparó para enfrentar lo que vendría, decidido a romper el ciclo de muerte y sufrimiento que lo había perseguido. La batalla por el futuro había comenzado, y esta vez, no se permitiría fallar.