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Chapter 15 - cap 15

La luz del día se desvanecía lentamente mientras Naegi Makoto se encontraba de pie frente al templo, aún aturdido por los eventos recientes. Aquel campo cubierto de hierba donde había conocido a Echidna, la Bruja de la Avaricia, parecía un recuerdo distante y surrealista. Había sido arrastrado a una fiesta del té que no había pedido, donde las revelaciones sobre su propio destino y el de Emilia lo habían dejado con más preguntas que respuestas. Sin embargo, una nueva preocupación dominaba sus pensamientos: ¿Qué le había sucedido a Emilia dentro del templo?

La noche caía, y el aire se tornaba frío. Naegi, aun con su característica mala suerte, se sentía empujado por una fuerza inexplicable hacia las puertas del templo. ¿Por qué siempre tenía que ser él quien se viera envuelto en situaciones tan complicadas? Se rascó la cabeza, recordando el té que había bebido. Nunca había sido un gran amante del té, pero cuando le dijeron que eran los fluidos corporales de una bruja, su estómago dio un vuelco.

Mientras se acercaba, el templo brilló de nuevo con una luz intensa, un espectáculo que lo hizo detenerse en seco. Su corazón latía con fuerza. "Voy a entrar y a encontrar a Emilia", se dijo a sí mismo, aunque una pequeña voz en su cabeza le advertía que las cosas no siempre salían como él esperaba.

Sin dudarlo más, cruzó las puertas del templo. El interior era oscuro y opresivo, un contraste con la luz que había visto desde afuera. Cuando sus ojos se ajustaron a la penumbra, se dio cuenta de que había un aire de desesperación en el ambiente. "Emilia", llamó, su voz resonando en el silencio. No había respuesta. Su corazón se aceleró. ¿Qué le había pasado?

De repente, se encontró en una habitación que le era familiar, pero al mismo tiempo extraña. Las paredes estaban decoradas con los recuerdos de su infancia, imágenes de su familia, pero todo parecía distorsionado, como si hubiera sido sacado de un sueño inquietante. "¿Esto es... mi habitación?", murmuró, mientras una sensación de incomodidad se instalaba en su pecho.

Un sonido detrás de él lo hizo girar. Allí estaba su padre, con su sonrisa amplia y sincera. "¡Makoto! ¡Despierta! ¡Es hora de levantarse!", exclamó, lanzándose sobre él en un abrazo que lo hizo caer de espaldas a la cama. La familiaridad del momento lo llenó de nostalgia, pero también de confusión. ¿No estaba él en otro mundo? ¿No había dejado todo eso atrás?

"¡Espera! ¿Qué está pasando aquí?" Naegi se levantó rápidamente, sintiéndose atrapado entre dos realidades. Su padre lo miraba con preocupación, como si notara la angustia en su rostro. "¿Makoto? ¿Estás bien? Estás pálido".

La habitación comenzó a desvanecerse, y el sonido de su padre se desdibujó en un eco distante. "No, no, no. ¡Esto no puede ser! ¡Debo encontrar a Emilia!" Con un esfuerzo titánico, Naegi se concentró en la realidad que había dejado atrás, en el templo y la prueba que debía enfrentar. Pero las imágenes de su infancia seguían apareciendo, atormentándolo con momentos felices que nunca esperó volver a ver.

"¡Makoto!" Una voz familiar lo llamó. Era Emilia. La visión de ella lo trajo de regreso a la realidad. Se giró una vez más y, en un instante, se encontró de pie en el templo, frente a Emilia, que yacía en el suelo, visiblemente debilitada.

"¡Emilia!" gritó, corriendo hacia ella. Sin embargo, en el instante en que se agachó para tocarla, una voz resonó en su cabeza. Era profunda y resonante, como si proviniera de las mismas entrañas del templo. "Antes de ayudarla, debes enfrentar tus propios miedos y arrepentimientos".

"¡No tengo tiempo para esto!" Naegi protestó, pero la voz no cedió. Una luz brillante lo envolvió, y antes de que pudiera reaccionar, fue transportado a otro lugar, una escena que se desplegaba ante él como una película.

Se encontraba en su antiguo colegio, rodeado de compañeros que reían y hablaban despreocupadamente. Pero él no podía unirse a ellos. Había una sombra en su corazón, un peso que lo mantenía alejado. Recordó momentos en los que se sintió incapaz, cuando la duda y el miedo lo habían consumido. La presión de las expectativas, la sensación de ser un eterno perdedor, todo revivía en su mente.

"¿Por qué no puedes ser como ellos?" se escuchó a sí mismo murmurar. La voz de su padre resonó de nuevo, pero esta vez era dura y fría. "¿Por qué siempre te rindes, Makoto?"

"¡No! ¡Yo no me rindo!" gritó, luchando contra la sombra que lo envolvía. Pero la voz continuaba, insistiendo en sus inseguridades. Se sintió atrapado en un ciclo interminable de autocrítica y desesperación.

Sin embargo, en medio de esa oscuridad, recordó algo: había enfrentado desafíos antes, había superado obstáculos que parecían insuperables. Con cada victoria, había encontrado un poco más de sí mismo. "No soy solo un perdedor", se dijo a sí mismo, aferrándose a esa chispa de esperanza. "Soy alguien que ha luchado, que ha hecho amigos y que ha encontrado la fuerza para seguir adelante".

Con ese pensamiento, la escena comenzó a desvanecerse, y Naegi se sintió arrastrado de vuelta al templo. Al abrir los ojos, se encontró nuevamente junto a Emilia, quien aún yacía en el suelo. "¿Emilia?" preguntó, su voz llena de preocupación. Ella levantó la vista y sonrió débilmente, aunque sus ojos estaban llenos de fatiga.

"Naegi…", murmuró, su voz un susurro. "¿Superaste tu prueba?"

"¡No voy a dejar que te pase nada!" Naegi tomó su mano, sintiendo cómo la calidez de su toque lo empoderaba. "No importa lo que venga, lo enfrentaré contigo".

Y así, con la determinación renovada y la conexión inquebrantable que compartían, ambos se prepararon para enfrentar lo que el templo les deparara. Su camino hacia la verdad apenas comenzaba, y Naegi, con su innegable mala suerte, estaba decidido a cambiar su destino.

La mañana comenzó como cualquier otra. Makoto Naegi se despertó en su cama, y aunque el sol brillaba con fuerza, él ya sabía que el día no sería fácil. La última vez que había tenido un momento de calma, había sido un sueño. Su padre, con su característica autoridad, lo había retenido en casa, acusándolo de falta de responsabilidad. "¡Debes ser mejor, Naegi! ¡Eres un Naegi, no puedes fracasar!", había dicho con una voz que resonaba en su cabeza mientras Makoto trataba de encontrar una manera de escapar de esa presión.

Con una mezcla de determinación y maldición, decidió que no iba a dejar que su padre lo mantuviera atado. Era hora de luchar por su libertad, incluso si eso significaba enfrentar un pequeño obstáculo. Con un movimiento ágil, se lanzó hacia su padre, intentando realizar un bloqueo de pierna. Sin embargo, su maldición de mala suerte nunca estaba lejos. En el instante en que pensó que había logrado su objetivo, su padre lo atrapó con facilidad, convirtiendo su ataque en una reversión que lo dejó aturdido. En medio del caos, su cama crujió y, de repente, se rompió bajo el peso de la lucha.

En ese momento, su hermana Komaru apareció en la puerta, viendo la escena con una mezcla de sorpresa y diversión. "¿Estás bien, Naegi? Bueno, jeje, parece que te estás divirtiendo", dijo mientras se asomaba, sin poder contener una risa. La tensión se desvaneció un poco, pero no duró mucho. La madre de Naegi entró en la habitación, su presencia llenando el ambiente con el aroma de un desayuno recién hecho. "¡Buenos días, chicos! ¡El desayuno está listo y estoy hambrienta!", anunció, como si todo lo que había sucedido antes no importara en absoluto.

Los tres se reunieron en el comedor, donde la mesa estaba adornada con un plato lleno de guisantes. Naegi observó cómo el plato se pasaba de mano en mano, convirtiéndose en una gran pila de mayonesa en el proceso. La conversación era ligera, pero para Naegi, cada bocado de guisantes era un recordatorio de que la vida estaba destinada a ser más emocionante que eso. Al terminar el desayuno, decidió que regresar a su habitación y dormir hasta el mediodía era su mejor opción.

Sin embargo, el sueño nunca llegó. Un dolor agudo en su cabeza lo despertó, y al abrir los ojos, se dio cuenta de que era demasiado tarde para asistir a la escuela. "¡Ni-chan, ten suerte!", gritó a su hermana mientras ella se apresuraba hacia la puerta. Sin pensarlo dos veces, Makoto se lanzó fuera de la casa, comenzando su día con un tropiezo que lo llevó a un parque cercano.

En el parque, un grupo de amigos estaba reunido, discutiendo a quién enviar a la tienda de conveniencia para comprar bocadillos. "¡Vamos, Naegi! ¡Únete a nosotros!", lo invitaron. Normalmente, habría rechazado la oferta, pero algo en el aire lo impulsó a aceptar. Al final, había alrededor de diez personas en el grupo, y pensó que perder en piedra, papel o tijera no sería tan probable.

Pero, como era de esperar, su mala suerte se hizo presente. En la primera ronda, todos jugaron piedra, y él, con su eterna estúpida suerte, eligió tijeras. Lo enviaron a la tienda de conveniencia, y mientras caminaba, su mente divagaba hacia un programa de música que se transmitiría esa noche. Se sintió un poco mejor, pero justo cuando la luz al final del túnel parecía brillar, ocurrió lo inevitable. Las bolsas de plástico se abrieron al mismo tiempo, esparciendo su contenido por todo el pavimento.

"¡No otra vez!", exclamó, intentando recoger las latas y bolsas dispersas. Miró alrededor, sintiendo que había menos de lo que había comprado. En ese momento, un anciano en un banco cercano se inclinó y recogió una lata de café. "¿Por qué no debería beberla? Estaba justo aquí", dijo con una sonrisa.

Makoto se quedó atónito. "¿No crees que tengo un día de mala suerte? No he hecho nada para merecer esto", se quejó. El anciano se rió, asegurándole que la suerte no era algo que uno pudiera controlar. "He visto a muchos malvados prosperar mientras los buenos sufren. Acepta las cosas como son", le aconsejó.

Cuando el anciano se fue, Naegi notó que había dejado su teléfono en el banco. Debía decidir: ¿debería ignorarlo y llevar los bocadillos o perseguir al anciano? Optó por lo último, corriendo tras él. Sin embargo, su mala suerte no lo dejaba en paz. Un autobús se detuvo justo enfrente, y Naegi, tratando de esquivarlo, apenas logró subir al vehículo.

En un giro de eventos, el anciano terminó atacando a un ladrón que había robado joyas, y Makoto, atrapado en el medio, se vio obligado a actuar. Sin embargo, la situación se volvió caótica rápidamente. Un error en la marcha del autobús hizo que el vehículo acelerara, causando un desastre que llevó a que el ladrón se escapara en una motocicleta robada. La cadena de eventos, todo por su mala suerte, culminó con el ladrón volcando y siendo despojado de su botín.

Makoto, estupefacto, se dio cuenta de que su desafortunada vida había intervenido en los planes de alguien más. Su día siguió en espiral, llevándolo de regreso a casa, donde su padre lo esperaba. "¿Estás muy asustado, Naegi?" le preguntó su padre, y en ese momento, la presión de ser su hijo se apoderó de él. "Siento que no estoy a la altura, me esfuerzo tanto, pero nunca lo logro". Lo que comenzó como un día normal se había transformado en una serie de eventos que desafiaban toda lógica.

Mientras reflexionaba sobre sus frustraciones, su madre irrumpió en su mente, hablando de mayonesa y el peso de sus expectativas. "Solo necesitas ser la mitad de genial que yo y la otra mitad tú mismo", le dijo, lo que resonó en él. Justo cuando pensaba que todo estaba perdido, un recuerdo de su hermana Komaru y su apoyo lo llenó de esperanza. Pero esa luz se apagó rápidamente cuando su padre le dio un "cabezazo" en forma de una patada de hacha en la cabeza.

"¡Deja de pensar en tonterías! Me alegra saber que tienes a alguien en quien pensar", le dijo su padre, regañándolo y, al mismo tiempo, mostrando un destello de aprobación que Makoto nunca había esperado. Con una mezcla de sentimientos, se despidieron y se separaron para caminar a casa.

Finalmente, en su habitación, se vistió con su uniforme escolar y se preparó para ir a la escuela. Al despedirse de su madre, comenzaron una discusión sobre la mayonesa, y ella, como siempre, logró desviar su mente de sus problemas. Sin embargo, cuando entró en su aula, encontró el lugar vacío, salvo por una figura que lo esperaba. Era Echidna, con un uniforme escolar que parecía sacado de un sueño.

Makoto no podía evitar pensar que, a pesar de toda su mala suerte, tal vez, solo tal vez, este día podría llevarlo a un nuevo comienzo. Pero, por supuesto, eso era algo que solo el tiempo diría.