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Chapter 14 - cap 14

La escena se oscurecía, envolviendo a Wilhelm en un torbellino de recuerdos que se entrelazaban con la batalla que se libraba a su alrededor. En un rincón apartado del campo de entrenamiento, un joven Wilhelm practicaba con su espada, su rostro una mezcla de determinación y frustración. Sus movimientos eran torpes, aunque cada corte y cada parry eran el resultado de un esfuerzo genuino. Mientras tanto, Thearesia, su mejor amiga, se encontraba a pocos pasos, absorta en la belleza de las flores silvestres que adornaban el campo.

—¿No te gustan las flores, Wilhelm? —le preguntó con una voz suave, casi cantarina.

—No, no realmente —respondió él, tratando de ocultar su falta de interés, aunque en el fondo sabía que su respuesta era más un reflejo de su propia lucha interna que de una verdadera aversión hacia la naturaleza.

Recordar esos momentos de inocencia le hacía sentir un nudo en el estómago. Era un tiempo en el que la única preocupación de Wilhelm era demostrar su valía, no solo ante su maestro, sino también ante Thearesia. El eco de su promesa resonaba en su mente: algún día, le quitaría su espada. Sin embargo, la realidad era mucho más sombría, y ahora se encontraba en medio de una batalla que podía cambiar el curso de sus vidas.

De vuelta al presente, el caos reinaba. Los gritos de los soldados y el estruendo de la batalla llenaban el aire, mientras el Hakugei, una criatura monstruosa, se abalanzaba sobre naegi y Rem. La mabestia, con su forma grotesca y su piel escamosa, era un espectáculo aterrador. Los soldados de Crusch, en un intento desesperado por frenar a la criatura, dispararon una bengala que iluminó el campo, cegando momentáneamente al enemigo. Fue un breve respiro en medio del caos.

El sonido del metal chocando resonó en el aire mientras Wilhelm se lanzaba al ataque. Su espada cortó el aire con precisión, hiriendo al Hakugei en un ojo. El monstruo rugió de dolor y furia, y de su cuerpo comenzaron a emanar densas nubes de neblina, ocultándolo a los ojos de sus atacantes. Wilhelm sintió un escalofrío recorrer su espalda; la neblina no solo ocultaba al monstruo, sino que también parecía tener un efecto paralizante sobre aquellos que la respiraban. La mayoría de los soldados cayó al suelo, atrapados en una pesadilla que borraba sus existencias como si nunca hubieran estado allí.

—¡Reagrúpense! —gritó Crusch, su voz cortando a través del caos como un faro en la tormenta. —¡Felix, cura a los heridos!

Wilhelm no podía permitirse distraerse. La imagen de Thearesia, sonriendo mientras lo superaba en habilidad durante su primer duelo, se dibujaba en su mente, recordándole que cada derrota llevaba consigo una lección. Pero en ese momento, la lección no era suficiente. Tenía que actuar, y rápido.

naegi, en un acto de valentía que no supo como inicio, decidió usar su propio olor para atraer al Hakugei lejos de sus compañeros. Era una estrategia arriesgada, pero quizás la única opción que tenían. perdoname hermana y papa y mama si esto sale mal Mientras tanto, Wilhelm se sumía en sus recuerdos, recordando aquella tarde en que prometió desafiar a Thearesia. Esa promesa ahora se sentía como una broma cruel, un eco de una vida pasada que parecía tan distante.

El Hakugei, cegado y enfurecido, se lanzó hacia naegi, pero Wilhelm no podía permitir que eso sucediera. Sin pensar, se interpuso entre ellos, levantando su espada con determinación. Sin embargo, el destino tenía otros planes. En un instante de descuido, el monstruo lo devoró. La oscuridad se apoderó de él, y Wilhelm sintió cómo su cuerpo se desvanecía, como si nunca hubiera existido.

El caos no terminó allí. A medida que la situación se oscurecía, dos mabestias más de la misma raza aparecieron, emergiendo de las sombras como si fueran sombras vivientes, sorprendiendo a todos los presentes. La batalla, que ya era un desafío monumental, se tornó en un verdadero desastre.

Wilhelm, atrapado en la oscuridad, se preguntaba si alguna vez podría regresar. ¿Dónde estaban sus amigos? ¿Y qué había sido de sus promesas? La mala suerte parecía perseguirlo como un espectro tenaz, pero en su corazón, una chispa de esperanza aún ardía. La lucha no había terminado; apenas estaba comenzando.el silencio lleno rápidamente el

Capítulo: La Mañana Tras la Tormenta

El amanecer se asomaba tímidamente sobre el campo de batalla, esparciendo un cálido resplandor dorado que contrastaba con el caos y la destrucción que había reinado la noche anterior. Makoto naegi se encontraba en pie, rodeado de sus amigos y aliados, su corazón aún acelerado por la adrenalina del combate reciente. Habían logrado derrotar a la mabestia, un logro monumental que parecía casi un sueño, pero que se sentía real gracias a las heridas visibles en los soldados y la expresión de alivio en sus rostros.

Rem, que había luchado valientemente como Oni, ahora estaba a su lado, aunque su naturaleza demoníaca había desaparecido y su energía parecía drenar un poco. naegi sintió un nudo en el estómago al verla. Ella había arriesgado su vida por él, una vez más, y aunque su corazón estaba lleno de gratitud, también estaba plagado de una profunda preocupación.

"naegi..." La voz de Crusch resonó a su lado, interrumpiendo sus pensamientos. La noble se acercó, su rostro aún manchado de polvo y marcas de batalla, pero su mirada era firme. "Quiero agradecerte por lo que hiciste. No importa que seamos enemigos, esto no se olvidará fácilmente."

ngi sonrió, pero su mente estaba ocupada con otro pensamiento: Emilia. La imagen de su amiga y la preocupación por su bienestar lo atravesaron como un rayo. "Crusch, necesito tu ayuda", dijo, su voz un poco temblorosa. "Debemos encontrar a Emilia. No sé cómo está después de todo esto."

Crusch asintió, y naegi notó cómo su determinación se volvía aún más fuerte. "Por supuesto. Llevaré a algunos de mis hombres contigo." A medida que hablaba, Wilhelm, Ricardo, Felix, Mimi y otros veinte soldados se acercaron, listos para apoyar a naegi en su búsqueda.

Sin embargo, había algo que lo inquietaba. Miró a Rem, que se encontraba un poco más atrás, observando la escena con una mezcla de orgullo y preocupación. "Rem", comenzó, pero ella lo interrumpió.

"naegi, no puedo acompañarte esta vez", dijo, su voz tranquila pero firme. "Ya he hecho suficiente para salvarte. Debes ir sin mí, y prometerme que volverás en una pieza."

La promesa resonó en su corazón, y aunque quería protestar, sabía que ella tenía razón. Rem había arriesgado todo por él una y otra vez. "Está bien, lo prometo. Volveré", respondió, sintiendo una punzada de tristeza al separarse de ella.

Con un último vistazo a Rem, naegi se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia Crusch y los demás. El grupo se movió rápidamente, dejando atrás el terreno de batalla y dirigiéndose hacia la capital, donde Emilia podría estar en peligro. Sin embargo, el destino tenía otros planes.

Mientras avanzaban, Mimi se acercó a Subaru con una expresión alegre pero intranquila. "Oye, Subaru... hay otro grupo que nos está esperando. Entre ellos está mi hermano Tivey... y, desafortunadamente para ti, también Julius."

La mención del nombre de Julius hizo que el corazón de naegi se hundiera. La rivalidad que había surgido entre ellos durante su tiempo en la mansión de Crusch era una carga que aún llevaba consigo. "¡Genial!", exclamó naegi irónicamente, "porque lo último que necesito ahora es lidiar con mi querido rival."

A medida que se acercaban a la reunión, naegi sintió un torrente de emociones encontradas. Por un lado, estaba aliviado de haber sobrevivido a la batalla y de contar con el apoyo de sus amigos. Por otro lado, la incertidumbre de lo que encontrarían en la capital lo llenaba de ansiedad. ¿Estaría Emilia bien? ¿Podrían salvarla a tiempo?

Al llegar al punto de encuentro, la tensión en el aire era palpable. Los soldados de Crusch estaban organizándose, y a la distancia, naegi pudo ver a Julius, con su cabello rubio brillante y su armadura reluciente, de pie junto a Tivey. Era una visión que le hizo querer dar un paso atrás, pero sabía que no podía.

"naegi." La voz de Julius cortó el aire como un cuchillo afilado. "Parece que has sobrevivido. No puedo decir que me sorprenda, aunque no esperaba que lo hicieras sin Rem a tu lado."

La provocación estaba clara, y naegi sintió que la frustración comenzaba a hervir en su interior. "Gracias por el recordatorio, Julius. Pero ahora no es el momento para tus juegos. Necesitamos unir fuerzas si queremos encontrar a Emilia."

Julius lo miró con desdén, pero en sus ojos había un destello de seriedad. "De acuerdo. Pero no pienses ni por un segundo que esto cambia algo entre nosotros."

nae asintió, sabiendo que la rivalidad seguiría latente, pero por el momento, el objetivo era mucho más importante. Con un grupo ampliado a su lado, se prepararon para partir hacia la capital, cada uno con sus propios miedos y esperanzas.

Mientras se alejaban, naegi no pudo evitar mirar una vez más hacia atrás, donde Rem permanecía, su figura destacándose contra el fondo de la batalla. La promesa de regresar a su lado se convirtió en un mantra en su mente mientras el grupo avanzaba hacia lo desconocido, cada paso un eco de la mala suerte que siempre lo había perseguido, pero con la determinación de cambiar su destino.

Capítulo: La Confusión del Destino

El eco de los pasos resonaba en el camino, una melodía inquietante que acompañaba a Naegi Makoto mientras se acercaba al pueblo. Su corazón latía con fuerza, agitado por la mezcla de emociones que lo invadían. Después de su encuentro con Julius, las risas y la camaradería parecían un recuerdo lejano, casi irónico, considerando la mala suerte que siempre parecía seguirlo. A veces, pensaba que su vida era una serie de eventos desafortunados, cada uno más absurdo que el anterior. Sin embargo, en medio del caos, había una chispa de esperanza, una promesa de un futuro mejor.

Al reencontrarse con Julius, Naegi había sentido una extraña mezcla de alivio y tensión. Ambos habían hablado durante un tiempo, compartiendo risas que parecían desvanecer las sombras de su pasado. Era un alivio ver que, a pesar de sus diferencias, había un terreno común en el que podían encontrarse. Sin embargo, mientras la conversación fluía, Naegi no pudo evitar recordar las palabras que había dicho en su primer encuentro. "Te odio", había soltado casi sin pensarlo. Era su forma de lidiar con el dolor, de protegerse de la traición que había sentido. Pero en el fondo, sabía que esas palabras no reflejaban la realidad. Julius había sido un aliado en la lucha contra el Culto de la Bruja, y aunque fueran enemigos en el pasado, ahora estaban unidos por un objetivo común.

Después de su charla, se reunieron con el resto del grupo para trazar un plan. La misión era clara: debían atacar al Culto de la Bruja y evacuar el pueblo. Gracias a un trato con unos mercaderes, tenían la oportunidad de salvar a los que quedaban, pero también estaban conscientes de que el tiempo era limitado. Una sombra de preocupación se cernía sobre ellos, y Naegi sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. La presión era palpable, y cada decisión que tomaban podría significar la vida o la muerte de aquellos a quienes intentaban proteger.

El viaje hacia el territorio de Mathers fue tenso. A medida que avanzaban, Naegi y Julius comenzaron a hablar de nuevo, esta vez con una sinceridad que había faltado en su primer encuentro. Ambos se disculparon por sus acciones pasadas, pero a pesar de la empatía que sentía, Naegi no pudo evitar soltar una última línea hiriente. "Te odio, pero no puedo evitar confiar en ti", se rió, aunque la risa sonó más amarga de lo que pretendía. Julius lo miró con una mezcla de sorpresa y diversión, como si el comentario fuera un recordatorio de la complejidad de su relación.

Al llegar a las ruinas, un lugar impregnado de oscuridad y secretos, Naegi decidió alejarse del grupo. La curiosidad lo llevó a explorar, y fue entonces cuando se encontró cara a cara con Petelgeuse, el infame líder del Culto. La oferta que le hizo el culto, de unirse a ellos, resonó en su mente como un eco maligno, pero antes de que pudiera responder, el caos estalló. Subaru, en un acto de valentía, provocó la furia de Petelgeuse, y las cosas se descontrolaron rápidamente.

La entrada colapsó cuando Mimi y Tivey, en una maniobra audaz, derribaron las estructuras que mantenían las ruinas en pie. El lugar se convirtió en un campo de batalla, y Wilhelm apareció como un rayo de esperanza, cortando a Petelgeuse por la mitad con una precisión mortal. La escena fue tan repentina que Naegi apenas tuvo tiempo de procesar lo que estaba sucediendo. Sin embargo, en medio del tumulto, decidió quedarse con el evangelio de Petelgeuse, un objeto que no podía leer, pero que sentía que contenía secretos importantes. Su preocupación creció cuando se dio cuenta de que, a pesar de la derrota de Petelgeuse, su legado podría seguir vivo a través de sus subordinados, los temidos "diez dedos".

Mientras se reunían con los mercaderes para regresar al pueblo, la tragedia golpeó una vez más. En un ataque inesperado, las manos ocultas de un dedo del Culto se lanzaron sobre ellos, causando estragos y dejando un rastro de destrucción. Naegi sintió un frío helado recorrer su cuerpo cuando una de esas manos lo atrapó. La lucha se desarrolló a su alrededor, y en medio del caos, un destello de esperanza apareció en forma de una chica del culto que, gracias a un espíritu, pudo liberar a Naegi. A pesar de su liberación, el sentimiento de culpa lo invadió. Había confiado en que las cosas irían bien, y la realidad lo golpeó con la ferocidad de un vendaval.

Wilhelm, notando su desánimo, lo animó a mantenerse firme, recordándole que la batalla no había terminado y que debía ser fuerte. Con esas palabras resonando en su mente, Naegi intentó recuperar su determinación, pero la sensación de inminente desastre nunca lo abandonó.

Finalmente, en su camino de regreso al pueblo, Felix lo instó a disculparse adecuadamente con Julius. Naegi sabía que debía hacerlo, pero justo cuando se preparaba para abordar el tema, algo extraño sucedió. Patrasche, su fiel compañero, se detuvo en seco, como si algo invisible lo retuviera. Mirando a su alrededor, Naegi se encontró con la figura siniestra de Ram, envuelta en una capucha blanca, un recordatorio inquietante de que el peligro aún acechaba, y que su mala suerte no había hecho más que empezar.

El destino parecía burlarse de él, y en el fondo, Naegi sabía que esta era solo otra prueba en su camino. Con el corazón acelerado y la incertidumbre acechando, se preparó para enfrentar lo que fuera que el futuro le tenía reservado. Aunque la mala suerte podía ser su constante compañera, había algo que lo impulsaba a seguir luchando: la esperanza de que, al final, todo esto valdría la pena.

Capítulo 6: El Eco de la Desesperación

La brisa fría del amanecer acariciaba el rostro de Naegi Makoto mientras se despertaba, los ecos de la batalla aún resonando en su mente. Había sido una noche de caos absoluto, un torbellino de ilusiones y revelaciones que lo habían llevado a un abismo de desesperación. Se levantó de la cama, sintiendo una punzada de dolor en su corazón por la pérdida reciente, pero la sensación de mala suerte que lo acompañaba siempre parecía empeorar con cada paso que daba.

Recordaba vívidamente cómo había sido atacado por una ilusión, un engaño que había atrapado a sus amigos en una pesadilla. Fue gracias a Ia, un espíritu que había manifestado un poder sorprendente, que logró liberarse de esas garras. Ella había sido su faro en la oscuridad, guiándolos a todos hacia la realidad. Pero no podía evitar sentirse culpable: la confusión había desencadenado un conflicto con Ram, quien había tomado su declaración de guerra en una carta en blanco como un desafío.

—¡No, no, no! —pensó Naegi, sintiendo que su estómago se retorcía—. Esto no puede estar sucediendo. Solo quería ayudar, y ahora todo se ha vuelto un desastre.

Ram había intentado calmar a los aldeanos, utilizando el nombre de Roswaal para persuadirlos de que abandonaran el pueblo mientras ellos lidiaban con el Culto de la Bruja. La idea de que su simple error había puesto en peligro a tantas personas lo atormentaba. Mientras tanto, Petra había llegado con noticias alarmantes: Emilia había intentado hacer lo mismo, pero nadie la había escuchado. Naegi sintió un nuevo peso sobre sus hombros.

—Si solo hubiera hecho las cosas bien desde el principio... —murmuró para sí mismo, frustrado con su propia ineptitud.

Sin embargo, no había tiempo para lamentarse. Con un suspiro profundo, decidió que debía encontrar a Emilia y arreglar las cosas. Pero antes de que pudiera dar un paso hacia adelante, su destino le tenía preparado otro golpe bajo. En su camino hacia ella, Naegi y Felix se encontraron con el mercader Ketty, un rostro que había visto tantas veces en el mercado local, pero que ahora parecía ocultar un oscuro secreto.

—¿Es un seguidor del Culto de la Bruja? —preguntó Felix, con los ojos entrecerrados.

Naegi sintió que la mala suerte lo seguía como una sombra. En el instante en que la verdad se reveló, la carroza de Ketty explotó en una nube de fuego y escombros, provocando caos a su alrededor.

—¡Cuidado! —gritó Felix, empujándolo fuera del camino.

El estruendo de la explosión fue reemplazado rápidamente por el sonido de espadas desenvainadas y gritos de soldados. La batalla había comenzado. Wilhelm, un guerrero formidable, se lanzó al frente, enfrentando a uno de los dedos del Culto con una ferocidad admirable. Pero la victoria tuvo su precio: un golpe certero lo dejó herido.

Naegi, por otro lado, se encontró en un bosque cercano, rodeado por la amenaza de los Wolgarms. Su corazón latía con fuerza mientras recordaba las palabras de Emilia sobre las piedras mágicas que había dejado para proteger al pueblo. Al borde de la desesperación, recordó una de esas piedras y la activó, creando un escudo que lo protegió de los ataques de las criaturas. Pero el precio de su salvación fue el sufrimiento de la chica que lo acompañaba, devorada por las bestias.

Esa imagen lo perseguiría por siempre.

Cuando Emilia y Pack finalmente llegaron para eliminar al último dedo, un rayo de esperanza iluminó el oscuro panorama. Naegi respiró hondo, sintiendo que la tormenta dentro de él comenzaba a calmarse. Se acercó a Emilia, pero su corazón se hundió al ver cómo la sombra de la desesperación se cernía sobre él.

—¿Por qué todo tiene que ser tan complicado? —se preguntó.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que la verdadera tormenta aún estaba por llegar. En un giro inesperado de los acontecimientos, se encontró huyendo hacia el bosque, perseguido por Julius y Felix. Una sensación de terror se apoderó de él cuando sintió que algo lo poseía, una presencia abrumadora y oscura: Petelgeuse. El horror lo invadió al darse cuenta de que era compatible con el culto, y que su propia existencia estaba siendo manipulada por fuerzas que no podía controlar.

—¡No! —gritó, pero su voz sonó como un eco distante en su mente.

La lucha interna era feroz. La tristeza y el miedo se entrelazaban en su corazón mientras miraba a sus amigos, quienes se preparaban para enfrentarlo. Naegi, abrumado por la culpa y el dolor, sintió que su única salida era pedir a Felix que lo matara. La mirada de Felix, llena de dolor, hizo que su corazón se rompiera en mil pedazos.

—No puedo... —murmuró Felix, mientras su espada temblaba en su mano.

Pero el destino no tenía compasión. Julius, con una determinación fría y calculada, tomó la decisión final. Con un movimiento rápido, la espada atravesó el aire y Naegi sintió el filo contra su piel. El mundo a su alrededor se desvaneció en un instante, y en ese momento, todo lo que había sido y todo lo que había querido ser se desmoronó.

Mientras Emilia giraba en su dirección, un silencio sepulcral llenó el aire.

—Naegi... —susurró ella, y en su voz Naegi pudo escuchar la tristeza, la confusión y la desesperación.

El eco de su nombre se desvaneció en la brisa, dejando solo un vacío en su lugar. En ese instante, Naegi entendió que la verdadera batalla apenas comenzaba, y que su mala suerte no era más que el preludio de un destino aún más oscuro.

Capítulo: El Eco de la Desesperación

Naegi Makoto se encontraba en un estado de confusión y asombro. Regresar de la muerte no era algo que se esperara en la vida cotidiana, incluso en un mundo tan caótico como el suyo. La reunión con su equipo había sido intensa: todos estaban listos para partir hacia el territorio de Mathers, pero la sombra de la incertidumbre pesaba sobre ellos. La mala suerte parecía estar en su punto más álgido, y una parte de él se preguntaba qué tipo de calamidades les esperaban en su camino.

Mientras el grupo se preparaba, Naegi recordó la extraña sensación que había experimentado al ver que su punto de guardado había cambiado. Era como si un nuevo capítulo se hubiera abierto en su vida, uno que, inevitablemente, lo llevaría a enfrentarse a su destino. Con la voz firme, se dirigió a su equipo, recordando la advertencia de Julius sobre Petelgeuse. "Si logramos acabar primero con los dedos del Culto de la Bruja, entonces Petelgeuse no podrá poseer el cuerpo de nadie", repitió, intentando infundir esperanza en sus compañeros.

La idea de enfrentar a Petelgeuse lo llenaba de un extraño temor, pero también de determinación. Sabía que cada segundo contaba y que su grupo debía actuar con rapidez. La mansión Roswaal se alzaba ante ellos, un imponente recordatorio de los desafíos que aún debían superar. Decidido a mantener la moral alta, Naegi permitió que Ram viera su cartel, que decía: "La carta en blanco era un malentendido". Una pequeña broma, pero en tiempos oscuros, cualquier rayo de luz era bienvenido.

Cuando llegaron a la aldea de Irlam, Naegi se encontró con los aldeanos, quienes lo miraban con desconfianza. Sin embargo, su capacidad para convencer a la gente parecía haber mejorado. Les habló sobre la necesidad de comportarse correctamente con Emilia, recordándoles que su futuro dependía de su apoyo. Pronto, los aldeanos comenzaron a ver la razón en sus palabras, y la tensión se disipó un poco. Aún así, sabía que la verdadera prueba aún estaba por venir.

Con su capucha puesta, Naegi se adentró en la mansión junto a Wilhelm. La capucha le otorgaba un aire de misterio, permitiéndole moverse sin ser reconocido. Mientras caminaban, discutieron cómo dividir los derechos mineros del bosque de Elior, un plan que podría beneficiar a todos. Se sentía extraño ser el portador de tal carga, pero sabía que debía hacer lo correcto. Sin embargo, la noticia de que Beatrice no los acompañaría, debido a su contrato, fue un golpe inesperado que lo dejó preocupado.

Más tarde, al reunirse con Felix, Julius y Wilhelm en el acantilado, Naegi sintió una mezcla de emoción y ansiedad. Al encontrar a Ketty, comprendió que la batalla sería dura. Sin embargo, la victoria fue suya. Con astucia, lograron robar su metia, un paso crucial para evitar el contacto con los demás miembros del culto. La adrenalina corría por sus venas, pero sabía que no podían bajar la guardia.

Mientras Emilia y los demás se dirigían a la seguridad, la llegada de Mimi, Tivey, Ricardo y otros traía consigo la esperanza de que habían logrado vencer a todos los dedos del Culto de la Bruja. La noticia de que Otto Suwen estaba a salvo fue un alivio que se sintió como un bálsamo en medio del caos. Sin embargo, el verdadero desafío aún estaba por llegar.

Con determinación, Naegi se adentró en la cueva para confrontar a Petelgeuse, sintiendo que cada paso lo acercaba más a un destino incierto. La atmósfera era pesada, cargada de la desesperación que emanaba el arzobispo. "Quiero formar parte de los dedos", declaró, intentando no dejar que el miedo lo dominara. La reacción de Petelgeuse fue inmediata, y sus palabras sobre Satella lo hicieron dudar por un instante. Sin embargo, su mente se enfocó en la metia robada, que había traído consigo como una distracción.

La tensión aumentó cuando su dragón, Patrasche, se abalanzó sobre Petelgeuse. En ese momento, Naegi se sintió como un caballero, montado sobre su dragón y con el viento a su favor. "No solo me dio su olor, también tomó mi corazón", confesó, sintiéndose más fuerte mientras enfrentaba al arzobispo, que se encontraba cada vez más furioso.

La llegada de Julius fue un alivio. Juntos, se enfrentaron a Petelgeuse, quien, con sus Manos Ocultas, parecía casi invencible. Sin embargo, con el uso del Necto, Julius logró ver las manos invisibles que acechaban en la oscuridad. Naegi se dio cuenta de que la esperanza no estaba perdida. Esta batalla sería una prueba de su determinación y de la fuerza de su amistad.

Mientras luchaban, Naegi reflexionó sobre lo que significaba ser parte de este grupo. La suerte, su eterna compañera, había estado ausente en muchas ocasiones, pero ahora, sentía que tal vez, solo tal vez, la fortuna podría cambiar de bando. Con cada golpe, con cada grito de batalla, Naegi se adentraba más en la lucha, decidido a proteger a sus amigos y a Emilia, sin importar el costo.

El eco de la desesperación resonaba en la cueva, pero Naegi sabía que no estaba solo. La lucha apenas comenzaba, y estaba listo para enfrentarse a cualquier adversidad que se presentara en su camino. Con el corazón latiendo con fuerza y la esperanza brillando en su pecho, se lanzó a la batalla, dispuesto a desafiar su propia mala suerte en el proceso.

Capítulo: Destellos de Esperanza

En el último capítulo, la tensión había alcanzado su punto máximo. Mientras el grupo de guerreros liderado por Wilhelm se adentraba en el bosque, la situación se tornaba cada vez más peligrosa. Wilhelm, con su habitual seriedad y determinación, había comunicado a Emilia que debía ir con un grupo de hombres a investigar un posible problema que amenazaba la seguridad de todos. Emilia, aunque preocupada, aceptó con la esperanza de que todo saldría bien. Sin embargo, su mente no podía evitar divagar hacia Naegi, su amigo inquebrantable, quien siempre parecía estar en medio de situaciones caóticas.

Por otro lado, Naegi y Julius continuaban su intensa confrontación con Petelgeuse. La figura del culto de la bruja, con su grotesco semblante cubierto de manos, parecía desmoronarse bajo la presión de su ataque. Petelgeuse, en un intento desesperado por revertir la situación, utilizó magia de tierra para crear una barrera defensiva. Pero Naegi, con su característico golpe de suerte, encontró una piedra mágica explosiva en su bolsillo que había traído por error. Sin pensarlo dos veces, la lanzó hacia la defensa de Petelgeuse, quien, al ver la explosión, se sintió vulnerable. Julius aprovechó su distracción para lanzar un ataque decisivo con su espada. La rapidez del movimiento fue tal que Petelgeuse no tuvo tiempo de reaccionar y, con un grito ahogado, cayó derrotado.

Sin embargo, la victoria fue efímera. En un último intento por aferrarse a la vida, Petelgeuse poseyó el cuerpo de Naegi. Con una risa maníaca, comenzó a revelar su habilidad de regresar de la muerte, un poder que hizo que las sombras de Satella lo rodearan. Pero en un giro inesperado, fue rechazado por ella, dejándolo en un estado de desolación. De vuelta a la realidad, Julius, asegurándose de que Petelgeuse no tuviera otra oportunidad, atacó con ferocidad. El enemigo, al darse cuenta de que lo había perdido todo, utilizó su mano oculta para destruir el acantilado detrás de él. La explosión resultante fue devastadora y casi destruyó su cuerpo, mientras que Julius y Naegi lograron escapar ilesos, aunque no sin un profundo sentimiento de pérdida.

Regresaron a la aldea, donde Felix les informó sobre una grave amenaza: la carroza de Ketty, que transportaba a Emilia y los niños, contenía piedras mágicas de fuego que estaban a punto de explotar. Recordando la devastación de una explosión anterior, Naegi supo que debía actuar rápido. Hizo un trato con Otto para llevarlo rápidamente con Emilia, mientras que Julius, herido, le entregó su espíritu de fuego, Ia, como un símbolo de confianza y esperanza.

Montando en la carroza de Verhoe junto a Patrasche, Naegi partió en una carrera contra el tiempo. Sin embargo, en el camino a través del bosque, una sensación escalofriante lo invadió. Al girar, se dio cuenta de que Petelgeuse, ahora con un cuerpo grotesco cubierto de manos, los estaba persiguiendo. La desesperación se apoderó de él, mientras Wilhelm y su grupo enfrentaban a otro contingente del culto. En medio del caos, los niños le contaron a Emilia sobre los sacrificios que Naegi había hecho por ella, lo que resonó en su corazón.

Mientras tanto, Petelgeuse, atrapado en su locura, insistía en volver con Satella. Pero Naegi no podía permitirlo y, en un momento de inspiración, comenzó a lanzar jarrones de aceite y arrojó el evangelio. Petelgeuse, en su afán por atraparlo, se distrajo, lo que le dio a Naegi la oportunidad de golpearlo. Con su sangre, Naegi escribió en las páginas vacías del evangelio que ese sería el final de Petelgeuse. Con un grito desgarrador, el culto se desvaneció ante sus ojos.

Al llegar al campo de batalla donde se encontraba Emilia, Naegi la vio y, con el corazón latiendo con fuerza, le confesó sus sentimientos. Sabía que debía actuar rápido antes de que la explosión de las piedras mágicas se desatara. Junto a Patrasche, colocó a Emilia en el interior de los restos de Hakugei y huyó, pero el costo fue alto: Patrasche resultó herida, y Naegi perdió la conciencia en el proceso.

Cuando finalmente despertó, se encontró recostado en el regazo de Emilia. La calidez de su presencia le dio un alivio indescriptible. Mientras Emilia lo miraba con preocupación, Naegi se dio cuenta de que todos estaban a salvo: Felix atendía a Patrasche, los niños lo observaban con asombro, y Wilhelm ayudaba a los heridos. Era un momento de triunfo, un destello de esperanza en medio del caos.

Naegi, recordando su última conversación con Emilia, se armó de valor y le expresó que, a pesar de sus errores, siempre había querido hacer lo correcto por ella. Se sintió aliviado al decirle que su amor por ella era genuino, a pesar de los prejuicios que enfrentaba por su apariencia de medio elfa. Emilia, con lágrimas de felicidad en sus ojos, le agradeció por salvarla y le confesó que no sabía qué hacer con sus sentimientos. Naegi, con su habitual optimismo, le dijo que no necesitaba una respuesta inmediata, que con el tiempo, ella podría llegar a enamorarse de él.

Mientras las lágrimas de Emilia caían, Naegi sintió que, por fin, había logrado hacer las cosas bien. Había enfrentado sus miedos, había luchado contra la adversidad y, en el proceso, había encontrado la luz en el oscuro camino que había recorrido. La chispa de esperanza que había encendido en el corazón de ambos brillaba intensamente, y aunque el futuro era incierto, sabían que juntos podrían enfrentarlo.

temporada 2

**Capítulo: El eco del destino**

La noche había caído sobre el Reino de Lugunica, y la luna reflejaba su luz plateada en el jardín de la Mansión de Crusch. A pesar del ambiente sereno que ofrecía el jardín, en el corazón de Naegi Makoto había un torbellino de emociones. Había llegado a este lugar con la esperanza de encontrar respuestas, de encontrar a Rem, pero lo que había encontrado era la desolación.

Naegi se encontraba sentado en un banco, con su mente llena de pensamientos oscuros. A su lado, Emilia parecía perdida en sus propios pensamientos, mientras que Petra, aún celosa, intentaba mantener un aire de desprecio hacia la elfa. Sin embargo, las tensiones entre ellas palidecían frente a la preocupación que Naegi sentía por Rem. La última vez que había visto a su amiga, ella estaba en peligro, atrapada en un enfrentamiento con miembros del Culto de la Bruja. Y ahora, los recuerdos de ella se desvanecían entre su grupo de amigos, como hojas arrastradas por el viento.

Recordó la conversación con Emilia sobre la confesión de Rem, un momento que había creído significativo pero que ahora se sentía como un eco vacío. "No sé quién es Rem", había dicho Emilia, y esas palabras resonaban en su mente como un cruel recordatorio de la fragilidad de los recuerdos. La desesperación comenzaba a apoderarse de él, así como la sensación de que no podía hacer nada para ayudar.

—Naegi, ¿estás bien? —preguntó Emilia, rompiendo el silencio que pesaba en el aire.

Él sonrió, aunque era una sonrisa forzada. La mala suerte parecía seguirlo, y en ese momento, incluso las palabras que quería decirle se enredaban en su garganta. Sabía que debía ser fuerte, pero cada vez que pensaba en Rem, la esperanza se transformaba en un peso abrumador. 

—Solo… solo necesito un momento —respondió, su voz quebrada.

Agradeció que Emilia respetara su deseo de soledad. Sin embargo, no pudo evitar sentirse culpable. Ella siempre había estado a su lado, apoyándolo y brindándole su amistad. Era una de las cosas que más valoraba, pero en su mente, la imagen de Rem siempre ocupaba un lugar especial. 

Mientras Naegi luchaba con sus pensamientos, Petra se acercó, un destello de determinación en sus ojos celosos. —¿Por qué no hacemos algo? —sugirió, su voz un tanto temblorosa—. Debemos encontrar a Rem.

Naegi se volvió hacia ella, sorprendido. La determinación en su mirada contrarrestaba su habitual actitud de celos. —No es tan fácil, Petra. Rem… Rem está en un estado que no podemos comprender. 

—¡Pero no podemos rendirnos! —exclamó Petra, su frustración palpable—. No puedo perder a alguien más.

Naegi sintió un tirón en su pecho. Las palabras de Petra resonaban con un dolor familiar. Había perdido a muchos amigos y no estaba dispuesto a dejar que eso sucediera nuevamente. Sin embargo, la realidad era abrumadora. 

Fue entonces cuando un suave susurro rompió el aire. Era Pack, el familiar de Rem, que apareció ante ellos con un aire sombrío. —Lo siento, Naegi. No puedo hacer nada por ella. 

Naegi sintió que el mundo se desvanecía a su alrededor. La sensación de impotencia era como un puño cerrándose en su pecho. —¿Por qué? ¿Por qué no puedes ayudarla? —preguntó, su voz llena de desesperación.

Pack bajó la mirada. —La habilidad de quien usurpó su nombre y recuerdos es demasiado poderosa. No puedo romper ese hechizo. 

La desesperación se convirtió en rabia. Naegi se sintió atrapado en un ciclo de frustración. Se volvió hacia Emilia, que parecía igualmente afectada. —No podemos dejar que eso nos detenga. Debemos encontrar una forma de salvarla.

La determinación en sus ojos no pasó desapercibida para Emilia, quien asintió lentamente. —Tienes razón. Si Rem nos necesita, no podemos rendirnos.

Esa noche, la reunión en el salón de la mansión estaba llena de tensión. Crusch, Subaru, Ferris y Wilhelm estaban allí, discutiendo la situación crítica que enfrentaban. La mención del Culto de la Bruja parecía generar murmullos de preocupación entre todos. Naegi, sintiendo que su presencia era crucial, se unió a ellos.

—No podemos permitir que el Culto continúe haciendo esto —dijo Naegi, su voz resonando con una mezcla de determinación y desesperación—. Ellos son los responsables de lo que le ha pasado a Rem. 

Crusch lo miró con una mezcla de admiración y preocupación. —Haremos lo que sea necesario para detenerlos, pero debemos ser estratégicos.

Wilhelm asintió. —La alianza es esencial. Si nos dividimos, el Culto ganará. 

Ferris, con su habitual preocupación, frunció el ceño. —Esto es peligroso, y no podemos arriesgar a Crusch. 

Naegi interrumpió. —No es el momento de tener miedo. Rem ha luchado demasiado por nosotros, y no podemos dejar que su sacrificio sea en vano.

Las palabras de Naegi resonaron en la sala, y por un momento, todos se sintieron impulsados por la misma determinación. Sin embargo, la sombra del miedo seguía acechando. Crusch, con una voz firme, aseguró que no se rendiría. 

La noche avanzaba, y finalmente, Naegi se retiró a la habitación de Rem. La tristeza lo invadió nuevamente al ver su rostro sereno, pero él estaba decidido. Si había algo que podía hacer, lo haría. 

Emilia entró poco después, su rostro lleno de compasión. —Naegi, debes descansar. Esto no es fácil para ti. 

—No puedo descansar —respondió, sintiendo que las lágrimas amenazaban con brotar—. No puedo dejar que esto me venza. 

—A veces, es necesario dejar salir el dolor —dijo Emilia con suavidad—. Estoy aquí para ti.

Con un suspiro, Naegi se dio la vuelta, permitiéndose llorar en la soledad de su vulnerabilidad. Emilia lo abrazó por la espalda, y en ese momento, Naegi sintió que la esperanza comenzaba a florecer, aunque fuera tenue. 

—Prometo que encontraré la manera de salvarte, Rem —murmuró, sintiendo el peso de la determinación. 

Con la luna como testigo, el eco de su promesa resonó en la habitación. Naegi sabía que, a pesar de su mala suerte, no se rendiría. La lucha apenas comenzaba, y él estaba listo para enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino. Rem merecía su esfuerzo, y estaba dispuesto a arriesgarlo todo por ella.

### Capítulo: El Encuentro con la Bruja de la Avaricia

Naegi Makoto, un chico común con una suerte excepcionalmente mala, se encontraba en la mansión de Crusch, despidiéndose de sus amigos y aliados. La brisa matutina acariciaba su rostro mientras él y Emilia observaban el carruaje de Crusch alejarse. La partida de Crusch y Rem había dejado un nudo en su estómago. Ferris, con su peculiar tono, había insistido en que cuidara de Emilia durante su viaje. "Tienes que asegurarte de que ella llegue sana y salva", había dicho, su voz llena de preocupación mezclada con un toque de humor. Aunque Naegi apreciaba la atención, no podía evitar sentir que, en lugar de proteger a Emilia, era él quien necesitaba protección.

Mientras el sol se elevaba en el horizonte, Naegi, Emilia y Rem se acomodaron en el carruaje. Las primeras horas del viaje transcurrieron en un silencio incómodo, mientras los pensamientos de Naegi giraban en torno a la situación de Rem y a los peligros que acechaban en el camino. Emilia, sentada a su lado, rompió el hielo al comentar sobre su habitual costumbre de sentarse junto a ella. En un principio, sus palabras fueron acompañadas por un tono de irritación, pero rápidamente se transformaron en una especie de aceptación. "No sería natural si no lo hicieras", dijo Emilia, y Naegi sintió que una pequeña chispa de alegría se encendía en su interior. 

Sin embargo, su felicidad fue efímera, ya que la conversación pronto se desvió hacia los sentimientos complicados que ambos tenían por Rem. La tensión en el aire se volvió palpable, y solo fue interrumpida por Otto, quien irrumpió en su charla con un comentario sobre la necesidad de negociar con Roswaal. La seriedad de la situación comenzó a pesar sobre Naegi. Se dio cuenta de que, a pesar de su deseo de ayudar a Rem, sus propios problemas también parecían estar acumulándose.

Cuando finalmente llegaron a Irlam, una sensación de inquietud pesaba en el aire. La aldea estaba desierta, y la ausencia de Ram se hizo evidente. Emilia, con su mirada distante, habló sobre el Santuario, un lugar envuelto en misterio. Naegi frunció el ceño; cada paso que daban lo acercaba más a lo desconocido. Decidieron regresar a la mansión de Roswaal, y al llegar, fueron recibidos por Frederica. Ella compartió su propia historia de ausencia y regresó a una mansión en ruinas, donde la carta de Roswaal parecía ser la única pista de su paradero.

Frederica, con su mirada comprensiva, escuchó atentamente mientras Naegi le contaba sobre Rem. "Parece que Ram no ha podido mantener la casa en orden por la situación de su hermana", pensó Naegi, sintiendo una punzada de culpa. La conversación cambió hacia el regreso de Roswaal, pero Frederica, con una expresión de incertidumbre, admitió que solo Ram y Beatrice podrían saberlo con certeza.

Con el corazón latiendo en su pecho, Naegi se dirigió a la biblioteca, donde encontró a Beatrice. Su interacción fue un tira y afloja habitual, lleno de sarcasmo y agudeza. Beatrice, con su aire desinteresado, le hizo preguntas al respecto de sus intenciones y, al ver el libro negro que había obtenido de Petelgeuse, su expresión cambió. La revelación de que era un "evangelio" del Culto de la Bruja trajo consigo una ola de inquietud. La conexión a la Bruja de Pereza lo llevó a preguntarse qué más se ocultaba tras esa misteriosa organización.

Beatrice, al enterarse de la muerte de Petelgeuse, mostró un lado de tristeza que Naegi no había esperado. Pero al mismo tiempo, su evasiva respuesta sobre "Geuse" solo aumentó sus preguntas sin respuesta. La conversación terminó abruptamente cuando Beatrice lo expulsó de la biblioteca, dejándolo estrellado contra Otto, quien esperaba pacientemente en el pasillo.

La sala de estar se convirtió en un refugio temporal donde Otto y Frederica discutían los planes futuros. La revelación de que Emilia había compartido historias sobre Naegi sorprendió a este último, quien nunca imaginó que sus acciones tendrían un impacto tan profundo. La mención del Santuario y la advertencia sobre Garfiel hicieron que una sensación de peligro se instalara en su mente.

El día de su partida hacia el Santuario llegó, y Naegi se despidió de Rem con un corazón pesado. Fuera de la habitación, se encontró con Petra, quien se presentó como la nueva sirvienta. Le confió a Petra el cuidado de Rem y Beatrice, sintiendo que, de alguna manera, algo de su carga se aliviaba. Frederica le entregó un collar de piroxeno azul, un objeto que le permitiría atravesar la barrera del bosque. Mientras Naegi lo ataba alrededor de su muñeca, un escalofrío recorrió su espalda.

A medida que se acercaban al Bosque Perdido de Kremaldy, la tensión aumentó. Naegi miró a Emilia, notando la falta de Puck, y recordó la advertencia de que la ausencia de su espíritu protector podría tener graves consecuencias. Cuando llegaron a la barrera, el collar brilló intensamente en su muñeca, y una premonición oscura se apoderó de él. Instintivamente, se lo quitó, solo para ver a Emilia desmayarse ante sus ojos.

El mundo a su alrededor se desvaneció, y antes de que pudiera procesar lo que estaba sucediendo, se encontró solo en el bosque. La confusión y el pánico se apoderaron de él, pero una figura llamó su atención: una niña pequeña con cabello rosa y vestido blanco. Sin pensar, la siguió, impulsado por una mezcla de curiosidad y desesperación. Salió del bosque y se encontró ante un majestuoso templo de piedra, que parecía surgir de la nada.

Al entrar, fue teletransportado a un campo cubierto de hierba, donde una mujer de cabello blanco estaba sentada junto a una mesa, bajo una sombrilla. La calma del lugar contrastaba con el caos que había dejado atrás. La mujer se presentó como Echidna, la Bruja de la Avaricia. Naegi se sintió abrumado; sus pensamientos se arremolinaban en su mente. ¿Qué quería de él? ¿Qué secretos guardaba? La mala suerte que siempre lo acompañaba parecía haberlo llevado a este encuentro decisivo, y una nueva aventura se desplegaba ante él, llena de misterios y peligros desconocidos. 

"Esto no se parece a un buen día para mí", pensó Naegi, mientras se preparaba para enfrentar lo que vendría.