El sonido del cataclismo en Sylvara resonaba aún en los oídos de los presentes. El suelo seguía temblando bajo los pies de las Valkirias, mientras observaban impotentes cómo los Cuatro Jinetes completaban su misión, dejando al planeta consumido por el caos y la destrucción. Los árboles que alguna vez albergaban vida se quebraban, y la tierra se fragmentaba, abriéndose hacia el vacío.Las Valkirias, con sus alas doradas y armaduras resplandecientes, observaban con pesar. Sigryn, su líder, intentaba contener su frustración mientras miraba a los Jinetes. Su corazón ardía con una mezcla de ira y confusión. No podían simplemente mirar, pero tampoco habían logrado detenerlos. Los Jinetes del Apocalipsis eran más poderosos de lo que ella había previsto.Cuando los Jinetes terminaron, Vorraksha se giró hacia las Valkirias, su imponente figura envuelta en llamas que nunca cesaban. Había un brillo burlón en sus ojos.—¿Qué habéis logrado con vuestra intervención? —dijo con un tono despectivo—. Habéis fallado en proteger a este mundo, y aún así os atrevéis a interferir en el juicio divino. No sois más que guardianas obsoletas de una era que ya no tiene lugar en este universo.Nykharoth, el Segador de la Oscuridad, levantó su guadaña en un gesto de desprecio.—Vuestras alas doradas no impresionan a nadie aquí —dijo con frialdad—. Los tiempos de las Valkirias han pasado. No sois más que sombras de lo que una vez fuisteis. Si alguna vez volvéis a interferir, no dudaremos en terminar con vosotras también.Las palabras del Segador resonaron como un eco gélido entre las Valkirias. Morghul, el jinete de la Peste, no pudo evitar soltar una carcajada hueca.—Sois criaturas de una moral que ya no tiene cabida en el cosmos. Seguidnos, y compartiréis el destino de aquellos a quienes juzgamos.Zalethar, con su porte imponente y voraz, observó en silencio, pero sus ojos reflejaban el mismo desprecio. Para él, las Valkirias eran insignificantes, un vestigio de una era demasiado débil para soportar el peso del fin que traían consigo.Sigryn avanzó, desafiando la hostilidad de los Jinetes. Sus ojos se encendieron de furia, pero mantuvo su postura firme, aunque sus palabras mostraban su frustración.—Nosotras luchamos por el honor y la vida, Jinetes. No sois más que herramientas, ciegas a las verdaderas consecuencias de vuestras acciones. El juicio que traéis no siempre es justo, y vuestro desprecio hacia los seres que protegemos solo revela lo vacíos que estáis.Vorraksha rió, sus llamas resplandeciendo con mayor intensidad.—¿Honor? ¿Vida? Lo que llamas honor no es más que la necedad de una especie que no entiende el fin del ciclo. Nosotras no somos ciegas, Valkiria. Somos el juicio final, la balanza que equilibra la creación y el fin. No hay lugar para la compasión en nuestro deber.El silencio se cernió entre ellos. Las Valkirias, aunque llenas de rabia, no podían hacer nada. Las advertencias de los Jinetes eran claras. Cualquier intervención futura solo traería su destrucción.Finalmente, los Jinetes se giraron, listos para abandonar Sylvara. Pero antes de que se marcharan, el cielo gris del planeta vibró con una energía perturbadora. Sigryn sintió un escalofrío recorrer su espalda. Algo no estaba bien.Justo cuando el portal dimensional que los Jinetes habían abierto se expandió para que partieran, una visión abrumadora envolvió la mente de Sigryn. El mundo se desvaneció ante ella, y en su lugar, una oscura escena se desplegó en su mente.Vio Valhalla, el hogar sagrado de las Valkirias, consumido por sombras que se extendían como tentáculos de oscuridad. Las Valkirias caían una a una, sus cuerpos destrozados por fuerzas invisibles. Las grandes torres que alguna vez fueron símbolo de poder y esperanza se derrumbaban en el abismo. Y en el centro de la destrucción, el Rey de Amarillo, con su máscara dorada, observaba con una sonrisa cruel, rodeado de la ruina y la desesperación.Su risa resonaba en el vacío, acompañada de susurros enloquecedores. "El fin de las Valkirias se acerca", decía, con una voz que atravesaba su mente como un cuchillo. "La corrupción ya se ha sembrado en vuestro corazón, Sigryn. Y no hay escape de lo que está por venir."La visión cambió, y Sigryn vio a los seres elementales de Sylvara, criaturas de fuego, tierra, aire y agua, arrastradas hacia el abismo por manos invisibles. Los Ents, alguna vez poderosos, eran devorados por la misma tierra que los había nutrido. Las Dríadas, envueltas en un grito silencioso, desaparecían en la nada, y los Sátiros, conocidos por su alegría, eran transformados en seres grotescos, desprovistos de vida.La desesperación se apoderó de su corazón. Nunca había visto un futuro tan oscuro, tan irreversible. El Rey de Amarillo seguía hablando, su voz envolviéndola con una promesa aterradora.—Todo lo que defiendes, todo lo que amas, caerá en el olvido. Tu resistencia solo prolongará tu sufrimiento. El fin vendrá para todos, incluso para vosotras.La visión terminó tan repentinamente como había comenzado. Sigryn jadeó, sus alas temblando mientras intentaba recuperar el control. Las otras Valkirias la miraron con preocupación, pero no podían percibir la oscuridad que acababa de envolver su mente.Los Jinetes, ajenos a la visión de Sigryn, cruzaron el portal, desapareciendo del mundo devastado. Sylvara estaba perdido, pero lo que había sido revelado a Sigryn iba más allá de este planeta. Era una advertencia, una oscura profecía de lo que vendría para las Valkirias, y quizás para el resto del universo.Mientras el aire frío de Sylvara se asentaba una vez más, Sigryn se quedó de pie, con el eco de la risa del Rey de Amarillo aún resonando en su mente. Sabía que lo que había visto era solo el comienzo de algo mucho más oscuro y aterrador.Las Valkirias podían haber escapado de la ira de los Jinetes por ahora, pero en su interior, Sigryn sabía que su verdadero enemigo estaba todavía por llegar. Y cuando lo hiciera, no habría lugar donde esconderse.