Sigryn aterrizó suavemente en las orillas de Vallhya, el reino etéreo donde las Valkirias moraban entre misiones. Su regreso era cuidadoso; sabía que ahora su posición era frágil. Había sido desacreditada por el consejo y burlada por la líder, Eiir, pero no podía permitirse perder más tiempo.Atravesó los pasillos dorados y majestuosos del gran salón, el hogar de las guerreras inmortales. Sus pasos resonaban en la piedra celestial, mientras la mirada de otras Valkirias la seguía con recelo. Algunos susurros llegaron a sus oídos, pero Sigryn no les prestó atención. Había una tarea urgente que cumplir.Sabía exactamente a dónde debía ir. En los rincones más alejados de Vallhya, en una gran sala adornada con escudos y estandartes, sus guerreras más leales se encontraban reunidas. Frida, Kara, Brynhild y Svala, un pequeño ejército, pero inquebrantables. Ellas habían sido testigos del liderazgo de Sigryn en batallas anteriores, y no dudaban de su palabra ni de su juicio.Al abrir la puerta de la habitación, las encontró reunidas alrededor de una mesa, sus rostros llenos de preocupación. Estaban discutiendo en voz baja, claramente aún afectadas por la visión de Sigryn y el trato que había recibido en el consejo.—Comandante... —Frida se levantó al verla entrar, su tono era de alivio, pero también de duda—. ¿Es cierto lo que hemos escuchado? ¿Realmente te han ignorado en el consejo?Sigryn asintió con gravedad y caminó hacia ellas. No había tiempo para rodeos.—Sí, el consejo no me cree, —admitió, con un toque de furia contenida en su voz—. Eiir piensa que estoy exagerando o que me dejé llevar por el miedo, pero estoy segura de lo que vi. Hastur, uno de los Primordiales, está en movimiento. Si no hacemos algo, no sólo Vallhya caerá, sino también muchos otros mundos.Las guerreras intercambiaron miradas preocupadas. Brynhild fue la primera en hablar.—Comandante, todas confiamos en ti, pero... esto que dices es grave. Nos enfrentamos a la posibilidad de una traición. Si desobedecemos al consejo y nos unimos a ti, podríamos ser desterradas.—No sólo eso, —añadió Svala—. Estamos hablando de Hastur, un Primordial. Ninguna de nosotras ha visto un poder como ese de cerca. ¿Cómo podríamos tener alguna oportunidad contra algo así?Sigryn se acercó aún más, su presencia imponente, pero no autoritaria. Sabía que no podía obligarlas a seguirla, pero también sabía que no tenía otra opción.—No os pido que me sigáis a ciegas, —dijo con calma—. Entiendo el riesgo. Pero si no actuamos ahora, Vallhya estará condenada. El consejo está demasiado preocupado por las trompetas del juicio final, pero no ven lo que yo vi. Hastur no está aquí solo para corromper a los mundos inferiores, está preparando algo mucho más grande.Hizo una pausa, mirando a cada una de sus guerreras a los ojos.—Vosotras sois mis hermanas en la batalla. Hemos peleado juntas contra criaturas imposibles, hemos defendido los cielos y las tierras más allá de lo que los mortales podrían comprender. No os pido que me sigáis por lealtad ciega, os pido que me sigáis porque sabéis que esto es lo correcto.El silencio se apoderó de la habitación. Cada una de las guerreras reflexionaba sobre las palabras de Sigryn. Después de lo que parecieron interminables segundos, Frida fue la primera en hablar.—Si el consejo no puede ver lo que está en juego, entonces no merecen llamarse líderes.Se levantó, tomando su lanza y su escudo, y se acercó a Sigryn.—Yo te seguiré, comandante. Hasta el final.Una a una, las demás guerreras se pusieron de pie, armándose y uniéndose a Sigryn. Kara, la más joven pero feroz en batalla, apretó su espada con determinación.—No dejaré que ningún Primordial destruya lo que hemos jurado proteger.Brynhild, siempre analítica, asintió.—Si enfrentarnos a Hastur es lo que se requiere, entonces no nos detendremos.Svala, la última en hablar, simplemente sonrió.—Es una locura, comandante, pero las Valkirias siempre hemos sido un poco locas.Con su pequeño ejército leal reunido, Sigryn sabía que era hora de moverse rápido. No podían arriesgarse a ser detenidas por el consejo o por las órdenes superiores. El tiempo era esencial.—Gracias, hermanas, —dijo Sigryn, con una mezcla de gratitud y resolución en su voz—. Partimos de inmediato. Nuestra primera tarea es encontrar a los Jinetes del Apocalipsis. Ellos sabrán a dónde ir y cuál es el siguiente planeta en el que Hastur hará su movimiento.Las guerreras asintieron, y sin más palabras, recogieron sus armas y se prepararon para la travesía.Con sigilo, el pequeño grupo de Valkirias salió de Vallhya, evadiendo las miradas curiosas y los ojos vigilantes. Sigryn sabía que, si las descubrieran, el castigo sería severo, pero estaba preparada para cualquier consecuencia. La misión era mucho más importante que cualquier castigo que pudieran recibir.Juntas, volaron hacia los oscuros rincones del universo, siguiendo los rumores y señales que las llevarían a los Jinetes del Apocalipsis, aquellos que caminaban entre la vida y la muerte, y que ahora serían su única esperanza en la guerra que se avecinaba.El destino de múltiples mundos estaba en juego, y Sigryn, con sus hermanas a su lado, no permitiría que Hastur se saliera con la suya.