La atmósfera en el planeta había cambiado drásticamente. Las vastas llanuras que una vez florecían con vida elemental ahora eran un páramo corrupto y oscuro. Los cielos, antes radiantes, estaban cubiertos por nubes negras, y el aire se llenó de un hedor pestilente, una señal de la presencia de Hastur y su influencia corruptora.Los Jinetes del Apocalipsis avanzaron hacia la monstruosidad que era Hastur. Vorraksha, con su espada forjada en el juicio mismo, se lanzó primero, sus pasos sacudiendo el suelo a su alrededor. Su arma destellaba con energía destructora mientras intentaba cortar los tentáculos que se deslizaban hacia él. A su lado, Morghul, el Jinete de la Peste, convocaba nubes de enfermedad y podredumbre, buscando contrarrestar la influencia corruptora de Hastur. Zalethar, con su arco de hambre eterna, disparaba flechas que consumían todo lo que tocaban, yNykharoth, el Jinete de la Muerte, invocaba sombras y espíritus del inframundo para rodear a la bestia primordial.Pero Hastur no era una criatura común. Mientras los Jinetes luchaban con toda su furia, el Primordial simplemente absorbía cada golpe, retorciéndose en formas imposibles, fragmentándose y reformándose como si las leyes del universo no se aplicaran a él. Cada vez que uno de los Jinetes lograba un golpe, el terreno bajo ellos se convertía en una trampa de corrupción, atrayéndolos hacia un pozo de desesperación y oscuridad.—¡Es inútil, seres del apocalipsis! —gritó Hastur, su voz resonando en todas direcciones, multiplicándose como un eco interminable—. Este universo está destinado a caer, y vosotros, en vuestra arrogancia, seréis los primeros en sucumbir.Los tentáculos de Hastur se lanzaron hacia Vorraksha, envolviendo su espada y frenando su ataque. A pesar de su inmensa fuerza, Vorraksha sentía cómo la corrupción comenzaba a invadir su ser, su furia transformándose en desesperación. Cada movimiento que hacía se volvía más lento, como si estuviera siendo arrastrado hacia las profundidades de la locura.Zalethar, disparó una lluvia de flechas que impactaron en la forma cambiante de Hastur, pero las flechas se desintegraban antes de tocar su carne, absorbidas por la negrura que lo rodeaba.—¡Morghul! ¡Haz algo! —gritó Vorraksha, mientras luchaba por liberarse de los tentáculos que lo rodeaban.Morghul, el Jinete de la Peste, levantó su bastón, invocando una niebla tóxica que cubrió a Hastur, pero la negrura que emanaba del Primordial devoraba incluso esa plaga, como si no hubiera barrera suficiente que pudiera detenerlo.El caos de la batalla se extendía por todas partes. Las Valkirias, que luchaban valientemente junto a los Jinetes, intentaban contener a las abominaciones que Hastur había creado a partir de los elementales caídos. Seres de fuego y tierra, ahora corrompidos, arremetían contra ellas, sus cuerpos retorcidos en formas grotescas, llenos de odio y dolor.Sigryn combatía con una ferocidad inigualable, su lanza brillando con energía divina mientras derribaba una tras otra de las criaturas corruptas. Pero la desesperación en su rostro era clara; sabía que estaban enfrentando algo mucho más allá de su poder.—¡No dejen que caigamos aquí! —gritó Sigryn a sus hermanas, pero poco a poco, las Valkirias fueron siendo superadas. Cada una que caía, lo hacía con una valentía admirable, pero la corrupción las reclamaba, convirtiendo sus gloriosos cuerpos en cenizas antes de que tocaran el suelo.Hastur rugió con una voz infernal, lanzando sus tentáculos hacia Kaedor, quien fue levantado del suelo y arrastrado hacia la oscuridad. Morrdan intentó salvarlo, pero fue alcanzado por una onda de corrupción que lo debilitó de inmediato, haciéndolo caer de rodillas.—¡No puede terminar así! —Vorrkhan rugió, liberándose finalmente del agarre de Hastur, solo para ser golpeado por una fuerza invisible que lo envió volando a través del campo de batalla.Nykharoth, el Jinete de la Muerte, convocó a sus espectros, pero estos fueron absorbidos por la locura de Hastur, perdiéndose en el caos de la batalla. Un frío se apoderaba de los Jinetes, algo oscuro y maligno que estaba fragmentando sus almas, llenándolas de dudas y miedo.Hastur se reía, una risa que resonaba en sus mentes, mientras sus tentáculos se extendían y alcanzaban a los Jinetes uno por uno. La oscuridad se filtraba en sus corazones, sembrando discordia y desesperación, corrompiendo lentamente su esencia.—No podéis vencerme. No podéis siquiera resistir mi poder.En medio de la desesperación, Sigryn, exhausta pero decidida, vio una oportunidad. Mientras Hastur estaba concentrado en los Jinetes, la Valkiria se lanzó hacia él con una velocidad feroz, su lanza resplandeciendo con la energía de todas sus hermanas caídas. Con un grito de furia y determinación, Sigryn atravesó el costado del Primordial, su arma penetrando profundamente en su grotesca forma.Hastur rugió de dolor, su cuerpo retorciéndose violentamente. El golpe había sido certero, una herida crítica que, aunque no lo mataría, lo obligaría a retirarse.—¡Maldita seas! —rugió Hastur, sus tentáculos agitándose en todas direcciones, destruyendo todo a su paso mientras se preparaba para huir.Las Valkirias habían sido diezmadas, todas excepto Sigryn, quien respiraba con dificultad, herida pero aún en pie. Los Jinetes, fragmentados y contaminados por la oscuridad, apenas podían mantenerse en pie. La corrupción de Hastur se había infiltrado en sus mentes, y aunque seguían vivos, algo en ellos había cambiado para siempre.Con un último grito, Hastur desapareció en un portal de oscuridad, huyendo hacia los cielos. Pero sus palabras finales resonaron con una advertencia oscura:—¡Nos veremos en el Reino de Dios, cuando las trompetas suenen y los Primordiales reclamen lo que es suyo!Y, como si su retirada fuera una señal, las trompetas comenzaron a sonar. Un eco poderoso, desgarrador, que llenaba todo el cosmos. El reino de Dios estaba bajo ataque, y los Primordiales se acercaban para librar la batalla final.Sigryn, todavía en shock por lo que acababa de suceder, cayó de rodillas, rodeada de los cuerpos de sus hermanas caídas. La batalla estaba perdida, pero sabía que la guerra aún no había terminado.Con dolor en su corazón y la ira ardiendo en sus ojos, levantó la mirada hacia el cielo. Hastur había huido, pero la lucha más grande estaba por comenzar.