Después de bastante tiempo volando sin descanso, las Valkirias lideradas por Sigryn se acercaron al destino. El planeta al que llegaron las Valkirias era un paraíso vibrante, lleno de vida y de belleza elemental. Bosques inmensos con árboles que llegaban a las nubes, ríos cristalinos que cantaban mientras fluían, y montañas coronadas por nieve que brillaban bajo la luz de un sol radiante. Seres elementales, guardianes del viento, la tierra, el fuego y el agua, vivían en armonía, sus espíritus conectados con el mismo tejido del planeta. Era un mundo de paz, inmaculado, y aparentemente eterno.Pero algo oscuro se cernía sobre este lugar. Una figura solitaria, envuelta en un manto dorado, observaba desde las sombras, esperando su momento. El llamado "Rey de Amarillo", una entidad que los Jinetes habían percibido a la distancia, parecía gobernar este rincón del cosmos con una influencia sutil pero innegableDesde lo alto, Sigryn vio a los Jinetes del Apocalipsis avanzar con su paso implacable, en dirección a una figura dorada que los esperaba en el centro del desolado paisaje. Sabía que no había tiempo que perder. Las palabras de Atlok resonaban en su mente: Hastur, el Rey de Amarillo, no era un ser común, sino un Primordial disfrazado, y su verdadero objetivo era mucho más siniestro de lo que los Jinetes podían imaginar.Sin dudarlo, lanzó su lanza con precisión letal, haciéndola impactar a pocos metros de los jinetes. La tierra vibró por el impacto, y las criaturas cercanas huyeron aterrorizadas. El sonido atrajo la atención de los jinetes, que se detuvieron de inmediato.Sigryn y sus hermanas aterrizaron con rapidez, sus armaduras brillaban bajo la débil luz, mientras se acercaban a los Jinetes con una determinación implacable. Sigryn, con el rostro endurecido por la urgencia, habló con voz firme pero baja, casi un susurro que parecía resonar con la fuerza de una tormenta.—Deteneos. No podéis acercaros a él. No es quien parece ser. El Rey de Amarillo no es más que una máscara. Es Hastur, el Primordial.Los jinetes la miraron, sus ojos ardientes y vacíos de compasión, fijos en la valkiria y sus guerreras. Vorraksha, el más imponente de los Jinetes, dio un paso adelante, la hoja de su espada larga brillando con un aura oscura.—¿Por qué nos interrumpes, Valkiria? Nuestra misión no es la tuya. Estamos aquí para llevar a cabo el juicio que se nos ha encomendado. El planeta ha llegado a su fin, y debemos cumplir con nuestro deber. —Su voz retumbaba como un trueno, llena de desprecio hacia la intervención.Sigryn apretó los dientes, sabiendo que debía mantener la calma.—No lo comprendéis. El planeta está en ruinas, pero ese ser, el Rey de Amarillo, no está aquí por casualidad. No es un simple espectador. Es Hastur. Está jugando con vosotros, esperando que cometáis un error. Si le dejáis, su corrupción no tendrá límites.Nykharoth, el jinete de la guerra, rió con desdén, sus ojos brillando de arrogancia mientras ajustaba su casco.—¿Temes que los Jinetes del Apocalipsis puedan caer en un engaño tan burdo, Valkiria? Hemos destruido mundos y reinos enteros. No necesitamos advertencias de guerreras con alas.Antes de que Sigryn pudiera replicar, Morghul, el jinete de la peste, se adelantó, levantando su arma con un movimiento lento, como si estuviera listo para atacar.—Valkiria, no nos obligues a derramar sangre celestial. No tenemos paciencia para disputas entre quienes sirven al mismo dios.La tensión creció rápidamente. Las guerreras Valkirias desenvainaron sus armas, mientras la ira comenzaba a arder en el aire. La situación estaba a punto de estallar, cuando una voz gélida y poderosa resonó a través del campo de batalla.—¿Disputas? ¿Sobre quién gobierna estos mundos devastados?El Rey de Amarillo, que hasta ahora había permanecido quieto, dio un paso adelante, su figura envuelta en un manto de luz enferma y decadente. Su voz era a la vez encantadora y perturbadora, y sus palabras parecían serpentear en la mente de todos los presentes.—El planeta que destruyeron, —continuó—, ya lo tenia planeado. Criaturas que podían haber florecido bajo mi influencia. Pero habéis llegado demasiado pronto, destruyendo lo que estaba destinado a renacer.Su tono cambió de inmediato, cargado de rabia y resentimiento.—¡Vosotros, Jinetes del Apocalipsis, sois unos instrumentos rotos que no entienden la verdadera belleza de la destrucción controlada!En ese instante, su figura comenzó a distorsionarse. El brillo dorado de su atuendo se disolvió, dando paso a una monstruosa transformación. Tentáculos inmensos emergieron de su cuerpo, goteando una sustancia negra y pegajosa que envenenaba la tierra a su alrededor. Su rostro, antes hermoso y enigmático, se alargó en una grotesca máscara de terror, mientras su voz se transformaba en un grito ensordecedor.—¡Yo soy Hastur, el Primordial! ¡El verdadero señor de este universo en decadencia!El mundo entero pareció sacudirse ante la revelación. El cielo se oscureció y se llenó de nubes pútridas, las criaturas que lo habitaban morían instantánea mente de una extraña enfermedad, y la tierra comenzó a pudrirse bajo los pies de todos los presentes. El aire se volvió denso, como si estuviera vivo, susurrando maldiciones en lenguas antiguas. Las Valkirias dieron un paso atrás, sus ojos llenos de horror ante la abominable verdad que se desarrollaba ante ellas.Hastur, liberado de su disfraz, se elevaba como una colosal entidad de pesadilla, sus tentáculos ondulando en todas direcciones, mientras su presencia corrompía todo lo que tocaba. Los Jinetes del Apocalipsis, por primera vez en eones, dudaron.Vorraksha, furioso por el engaño, apretó su espada con fuerza, mientras sus ojos se clavaban en la monstruosa figura del Primordial.—Nos has engañado, pero no somos tus peones.Sigryn, respirando con dificultad, supo que la batalla sería feroz. Con la verdad finalmente revelada, ya no había marcha atrás. Pero ahora, enfrentarse a Hastur no solo era cuestión de deber, sino de supervivencia.