Sigryn volaba a una velocidad vertiginosa, más rápido de lo que nunca antes había volado. Sabía que lo que estaba a punto de hacer era impensable, tal vez incluso peligroso. Pero no había otra opción. Las Valkirias la habían rechazado, y las trompetas del fin aún no sonaban. Si alguien podía entender lo que había visto, si alguien podía ofrecerle apoyo, ese era Atlok, el Primordial.Él había sido testigo de los designios de Dios y conocía más de lo que cualquiera en su reino podría imaginar. Y aunque el nombre de Atlok generaba miedo entre algunas de las Valkirias más jóvenes, Sigryn lo veía con otros ojos. Sabía que el Primordial aguardaba pacientemente en los Altos Cielos, esperando el día en que las trompetas lo llamaran a la batalla contra los Primigenios oscuros.Al elevarse más allá de las nubes doradas que cubrían Vallhya, el aire se volvió más puro y la luz más intensa. Las estrellas que apenas eran visibles desde abajo se transformaron en ríos luminosos de energía celestial. Sigryn podía sentir cómo el poder divino inundaba cada parte de este reino, el hogar de Dios. Los susurros de las trompetas eran más perceptibles aquí, pero aún no estaban lo suficientemente cerca como para marcar el fin.Sigryn finalmente llegó a las puertas del Palacio Celestial, un lugar que pocas Valkirias habían visto con sus propios ojos. Estaba adornado con runas y grabados que parecían danzar con la luz propia del cosmos. Dos Serafines guardaban la entrada, sus múltiples alas irradiando un resplandor que casi cegaba.—Comandante Sigryn, —dijo uno de los Serafines con una voz resonante y celestial—, ¿qué te trae a los Altos Cielos? El Primordial Atlok descansa en su sala de meditación.Sigryn se inclinó en señal de respeto.—Debo hablar con él. Es una cuestión de extrema importancia. —Su voz era firme, aunque la ansiedad la consumía por dentro.Los Serafines intercambiaron una mirada silenciosa, antes de asentir y permitirle el paso.Dentro del vasto salón, Atlok reposaba en profundo silencio, su presencia colosal imponente y serena a la vez. Sus ojos, cerrados en meditación, irradiaban un poder indescriptible. Sin embargo, al sentir la llegada de Sigryn, abrió lentamente los ojos, y su mirada la atravesó como si viera más allá de lo visible.Para Sigryn, verlo en persona era impactante. Atlok, el Primordial que había luchado junto a Dios mismo, era una leyenda viviente. Y, a pesar de su situación urgente, no pudo evitar sentir cierta admiración al contemplar su gigantesca figura.—Sigryn... —su voz resonó en todo el salón—. No esperaba la visita de una Valkiria en los Altos Cielos.Atlok hizo una pausa, observándola con curiosidad, y luego sonrió suavemente, sin malicia.—Eres... verdaderamente hermosa. Nunca había visto a una Valkiria tan de cerca, y menos aún en todo su esplendor.**Sigryn, sorprendida por el comentario, sintió sus mejillas sonrojarse, pero rápidamente se obligó a mantener el control. Sabía que había venido por una razón mucho más grave.—Atlok... —comenzó, tratando de recuperar la compostura—. No he venido por mí, sino por algo más oscuro, algo que podría amenazarnos a todos.El Primordial la miró fijamente, su sonrisa desvaneciéndose al notar la urgencia en su tono.—He tenido una visión, —continuó Sigryn—. Una visión terrible. Vi cómo nuestras hermanas caían, consumidas por una corrupción que no pudimos detener. Y vi a un ser... un ser que se presentó como el Rey de Amarillo. Su presencia lo cubría todo, y su voz era... insoportablemente oscura.Atlok se puso serio al escuchar sus palabras, su expresión transformándose de la calma a la concentración absoluta. Cuando habló, su voz tenía un peso distinto, como si la gravedad misma hubiera cambiado en la sala.—El Rey de Amarillo, dices... —repitió, más para sí mismo que para Sigryn—. No es un nombre verdadero, Sigryn. Lo que viste no es solo un avatar de poder oscuro. Lo que viste... es al mismísimo Hastur, uno de los Primordiales.El aire pareció volverse denso de repente, y Sigryn se quedó paralizada. Había estado frente a un Primordial sin siquiera saberlo, y su presencia la había atravesado sin que ella pudiera oponerse. La revelación fue como un golpe.—¿Hastur...? —preguntó, apenas procesando lo que acababa de escuchar.—Sí, —respondió Atlok—. Él es uno de los Primordiales más antiguos, y uno de los más peligrosos. Aunque no es de los más violentos como otros, su poder radica en la corrupción, en la desesperación que siembra.Sigryn se tambaleó un poco ante la magnitud de lo que acababa de descubrir, pero su entrenamiento y su deber como Valkiria la mantuvieron firme.—Si es así... —dijo con determinación—, entonces debemos detenerlo antes de que pueda causar más destrucción. Atlok, tienes que ayudarme. Ven conmigo, juntos podremos enfrentarlo.Pero Atlok negó con la cabeza, y su expresión se tornó de comprensión y tristeza.—Lo siento, Sigryn. Aunque quisiera, no puedo abandonar mi puesto ahora. Los Primordiales pronto tocarán las puertas del cielo, y mi deber es estar aquí cuando eso ocurra. No puedo dejar este lugar en este momento crítico.Sigryn apretó los dientes, sintiendo la frustración y la impotencia, pero Atlok continuó.—Sin embargo, no estás sola en esto. Ve con los Jinetes del Apocalipsis. Ellos sabrán cuál es el próximo planeta que ha llegado a su límite, y están destinados a llevar el juicio final. Ellos podrían ayudarte a rastrear los movimientos de Hastur.—Pero no puedes ir sola, —añadió Atlok con un tono grave—. Debes llevar contigo un ejército leal de Valkirias. No sólo para luchar, sino para resistir la tentación de caer en el lado oscuro. Hastur no pelea como nosotros. Sus fauces invisibles son las más peligrosas.Sigryn lo escuchó con atención, sabiendo que, aunque no podría contar con su ayuda directa, Atlok aún le ofrecía algo valioso: sabiduría.—Lo siento, Sigryn, —dijo Atlok, inclinando ligeramente la cabeza—. Ojalá pudiera hacer más por ti.Pero Sigryn, aunque frustrada, entendía la situación. Sabía lo crucial que era que Atlok se mantuviera en los Altos Cielos, esperando el momento de la gran batalla.—No te preocupes, Atlok, —dijo con un tono firme—. Haré lo que tenga que hacer.Con esa última palabra, Sigryn salió del Palacio Celestial con renovada determinación. No tenía mucho tiempo, pero al menos ahora tenía un plan. Regresaría al Vallhya y reuniría a sus mejores guerreras. Luego, buscaría a los Jinetes del Apocalipsis, y juntos enfrentarían el juicio final que estaba por llegar.El destino la esperaba, y Sigryn no estaba dispuesta a fallar.