Después de su enfrentamiento con las Valkirias en Eryon, los Cuatro Jinetes se desplazaron hacia su siguiente destino, un planeta sombrío y agonizante llamado Sylvara, una tierra alguna vez próspera, donde los frondosos bosques encantados rebosaban de vida. Aquí, Dríadas, Ents y Sátiros vivían en una perfecta armonía con la naturaleza, manteniendo el equilibrio entre la vida y la magia. Pero a su llegada, los Jinetes encontraron un mundo muy diferente.La majestuosidad que alguna vez caracterizó a Sylvara había sido sepultada bajo un manto de cenizas. Los árboles, otrora gigantescos y verdes, estaban reducidos a troncos carbonizados. El aire, denso y pesado, era irrespirable. Los ríos de luz dorada que corrían por el planeta ahora eran ríos de oscuridad, y las criaturas que habían sido símbolo de vida y esperanza, yacían consumidas por una desolación que carcomía sus almas.Vorraksha, la Llama del Caos, observó el paisaje devastado con indiferencia, sintiendo en su interior la urgencia de concluir rápidamente con el juicio.—Este planeta ha muerto antes de nuestra llegada —murmuró, mientras su mirada ardiente barría los restos—. No hay nada que salvar aquí. Terminemos con esto.Nykharoth, el Segador de la Oscuridad, asintió silenciosamente, levantando su guadaña hacia el centro del planeta. Su tarea, como siempre, era poner fin a lo inevitable. Morghul, el Portador de la Ruina, ya extendía su pestilencia, envolviendo la atmósfera con un aura enfermiza. Y Zalethar, el Devorador del Abismo, miraba hacia el horizonte, ansioso por devorar lo que quedaba de vida.Sin embargo, antes de que pudieran ejecutar su juicio final, una figura emergió de las sombras, envolviéndolos en una luz dorada cegadora. El aire alrededor se congeló, y una presencia abrumadora los detuvo en seco.—Deteneos, jinetes —dijo una voz que resonó como una melodía encantadora y perturbadora al mismo tiempo.Del crepúsculo surgió una figura alta y majestuosa, envuelta en una túnica dorada brillante que parecía desprender luz propia. Su rostro estaba oculto tras una máscara inexpresiva, pero de su ser emanaba una energía poderosa y extraña. Este ser, conocido como el Rey de Amarillo, caminó con gracia hacia los Jinetes, su presencia tan hipnótica como amenazante.—Este mundo no está tan perdido como parece —continuó el Rey de Amarillo, con una voz suave pero cargada de una extraña autoridad—. No todo lo que parece muerto está más allá de la salvación. Hay más vida en este planeta de lo que vosotros, meros ejecutores del fin, podéis ver.Los Jinetes, acostumbrados a llevar la destrucción sin objeción ni duda, se detuvieron. La aparición de este ser tan luminoso era desconcertante. No habían enfrentado algo así antes. Sus ojos brillaban con una verdad oculta que parecía atravesar la misma realidad.Zalethar fue el primero en hablar, su voz profunda y gutural resonando como un trueno distante.—¿Quién eres para interponerte en el juicio de Dios? —preguntó, clavando su mirada en el Rey de Amarillo—. No existe vida aquí. Todo lo que queda es ceniza y muerte.El Rey de Amarillo sonrió bajo su máscara, su expresión oculta pero evidente en el tono de su voz.—Soy más antiguo de lo que vuestra misión puede comprender. Este planeta fue una vez mío, y puede ser mío otra vez —dijo, su tono envuelto en dulzura venenosa—. No todos los planetas deben ser destruidos, Jinetes. Algunas tierras pueden ser recuperadas... incluso si están hundidas en cenizas.Morghul, el jinete de la Peste, observaba con frialdad, sus ojos fijos en el Rey de Amarillo. No le gustaba la manera en que este ser hablaba, pero algo en su energía mantenía su atención. Sin embargo, Nykharoth, siempre pragmático, no confiaba en la extraña figura.—Nosotros no somos negociadores —dijo Nykharoth, con un eco oscuro en su voz—. El juicio ya ha sido decidido. El fin es inevitable.Pero el Rey de Amarillo no retrocedió. Su luz brillaba con más intensidad, envolviendo a los Jinetes en un aura que parecía calmar la violencia de sus almas. Los cuatro Jinetes se sintieron desconcertados por un instante, como si el tiempo mismo se ralentizara.En ese momento, Vorraksha avanzó un paso, enfrentando al Rey de Amarillo cara a cara. El fuego en su armadura chisporroteaba con más fuerza, sus llamas se elevaban como serpientes furiosas. Había una chispa de curiosidad mezclada con ira en sus ojos.—¿Y por qué deberíamos escucharte? —preguntó Vorraksha, su voz un crisol de odio contenido—. Si este planeta puede ser salvado, ¿por qué no lo has hecho ya? ¿Por qué nos mientes?.El Rey de Amarillo rió suavemente, un sonido que parecía retumbar en la misma esencia del planeta. Su respuesta fue tranquila, pero peligrosa.—Los Jinetes son ejecutores ciegos —dijo con desprecio—. Dios os ha dado poder, pero también limitaciones. Yo, en cambio, veo la verdad que se oculta detrás de los velos de la realidad. Aquí yace algo más profundo que la simple destrucción.Pero fue entonces cuando, a través de esa misma luz engañosa, Sigryn, la valiente Valkiria que había comandado a sus hermanas en Eryon, apareció. Había seguido a los Jinetes desde la distancia, incapaz de olvidar su intervención en la batalla anterior.—¡No confiéis en él! —gritó Sigryn, descendiendo del cielo, sus alas doradas batiendo con fuerza. Aterrizó entre los Jinetes y el Rey de Amarillo, lanzando una mirada de advertencia.—Es una trampa. Este ser, el Rey de Amarillo, ha corrompido mundos antes, llenándolos de mentiras y locura. Su luz no es más que un engaño.El Rey de Amarillo se mantuvo inmóvil, pero la tensión en el aire se volvió palpable. Las Valkirias desconfiaban de los Jinetes, pero sabían que el Rey de Amarillo representaba un peligro mayor. Los Jinetes, por otro lado, sabían que era hora de actuar, sin dejarse influenciar por las palabras del ser luminoso.Nykharoth, con un gesto frío y determinado, levantó su guadaña una vez más.—El fin es inminente, no importa cuántas mentiras tejes, Rey.Y con un solo movimiento, el juicio de los Jinetes cayó sobre Sylvara, ignorando las palabras del Rey de Amarillo. El suelo se abrió en grietas profundas, devorando los restos de un mundo que alguna vez fue verde y lleno de vida.El Rey de Amarillo desapareció en una ráfaga de luz, sus palabras aún resonando en la mente de los Jinetes y las Valkirias que observaban desde la distancia.El destino de Sylvara había sido sellado.