El planeta Eryon alguna vez fue un bastión de pureza y equilibrio cósmico, donde seres divinos caminaban entre sus montañas flotantes y océanos brillantes. Guardianes ancestrales, criaturas de luz y orden, mantenían la armonía. Sin embargo, con el paso de los siglos, una corrupción oscura se infiltró en su esencia, llevando a los habitantes divinos a la decadencia, la locura y el caos.Los habitantes divinos, antaño gloriosos, se habían convertido en monstruos deformes por su propia arrogancia. La luz que una vez emanaba de sus corazones ahora era consumida por sombras insaciables. El Consejo de las Valkirias, enviado por los cielos para intervenir, luchaba desesperadamente por contener el caos, pero pronto se encontraron superadas por la creciente oscuridad.Fue en este momento que los Cuatro Jinetes del Apocalipsis descendieron del firmamento. Su llegada fue anunciada por nubes de cenizas, relámpagos y un viento que parecía desgarrar el alma misma de Eryon. Los ojos de los corruptos se volvieron hacia el cielo en el instante en que Nykharoth, Vorraksha, Zalethar y Morghul pisaron la tierra maldita. Un silencio mortal cubrió el campo de batalla cuando sus monturas espectrales, bestias que desafiaban las leyes de la realidad, se manifestaron.Los Jinetes marcharon hacia la lucha, abriendo paso entre el caos. Vorraksha, la Llama del Caos, desató un torbellino de fuego carmesí que consumía a los corruptos, mientras Morghul, el Portador de la Ruina, extendía una plaga que marchitaba todo a su paso. Los gritos de los caídos resonaban como una sinfonía macabra. Nykharoth, con su guadaña oscura, cortaba a los antiguos dioses corruptos como si fueran meras sombras, y Zalethar desataba el hambre que descomponía tanto cuerpos como almas.Entre los Jinetes y las fuerzas corruptas, las Valkirias luchaban con desesperación, sus lanzas sagradas brillando en la oscuridad como estrellas fugaces en el crepúsculo. Pero aunque sus corazones eran valientes, la corrupción que enfrentaban era más grande que su fuerza. Sigryn, la comandante de las Valkirias, observaba a los Jinetes con una mezcla de respeto y desdén. Había oído historias de estos seres apocalípticos, pero nunca había creído que algún día lucharía a su lado.En un momento de tensión, mientras Vorraksha incineraba a los seres caídos, Sigryn voló hacia él, sus alas doradas resplandeciendo. Aterrizó con gracia frente a él, su mirada desafiante. Las Valkirias eran guerreras divinas que valoraban la lucha justa y honrada, mientras que los Jinetes traían destrucción total sin piedad ni remordimiento.—Jinete, —rugió Sigryn, con la voz retumbando como un trueno—. Este no es tu lugar. Estas tierras son nuestras para proteger, no para destruir sin sentido. ¿Por qué te entrometes en lo que no comprendes?.Vorraksha detuvo su matanza por un breve momento, volviendo su cabeza envuelta en llamas hacia Sigryn. Su rostro era indescifrable bajo su casco ardiente, pero cuando habló, su voz fue como lava derramándose por una grieta profunda.—Este planeta ya está condenado, Valkiria. —Su tono era frío y distante, aunque las llamas lo rodeaban—. Tu lucha es inútil. Estos seres han sucumbido al abismo. No se puede salvar lo que ya está podrido hasta el núcleo.Sigryn apretó los dientes, sus ojos brillando con ira.—Aún luchamos por lo que queda de luz. Aún creemos en la redención.—La redención no es para los mundos que Dios ya ha sentenciado —respondió Vorraksha con desdén—. Nosotros traemos el juicio, no la misericordia.Las Valkirias, al escuchar la conversación, comenzaron a retroceder, disgustadas por la brutal visión de los Jinetes. A diferencia de ellas, los Jinetes no luchaban por la justicia ni el honor, solo cumplían un destino sombrío. Su método era absoluto, implacable.Sigryn, furiosa y sintiendo que sus ideales se derrumbaban ante la indiferencia cósmica de los Jinetes, agitó su lanza en dirección a su ejército.—Valkirias, nos retiramos —ordenó—. No lucharemos junto a estos seres sin alma.Las guerreras alzaron vuelo, dejando a los Jinetes solos en el campo de batalla, enfrentando la creciente marea de seres corruptos. Las sombras cubrieron el cielo cuando las Valkirias abandonaron el planeta Eryon, llevándose con ellas lo poco que quedaba de esperanza.Los Jinetes, sin inmutarse, continuaron su trabajo. Mientras las fuerzas de los seres caídos se abalanzaban sobre ellos, la batalla alcanzó su clímax. Nykharoth, en medio de un mar de horrores, levantó su guadaña oscura y con un solo golpe desgarró el mismo tejido del planeta. La tierra se partió, el cielo se rasgó y las montañas se desplomaron.Zalethar, el Devorador del Abismo, se arrodilló ante la tierra, y con un grito de hambre, absorbió la vida restante de Eryon. Las almas fueron tragadas por su abismo interior, mientras el planeta comenzaba a desintegrarse.Con cada segundo, el juicio se hacía realidad. Los dioses caídos y sus sirvientes corruptos se desvanecían en las llamas de Vorraksha, y Morghul extendía su peste para arrasar con los restos de vida que quedaban.El fin de Eryon fue absoluto. Un planeta que alguna vez fue un santuario de luz y belleza, ahora reducido a polvo y cenizas. Los Jinetes, cumpliendo su misión, se detuvieron un momento en el ahora vacío campo de destrucción. Había terminado.Vorraksha volvió su mirada hacia donde las Valkirias habían desaparecido en el horizonte y murmuró para sí mismo:—La redención es una fantasía. Solo el fin es real.Con el trabajo cumplido, los Jinetes se alzaron sobre sus monturas espectrales y, sin decir palabra alguna, cabalgaron hacia el siguiente mundo condenado.