El día había llegado. No era solo un simple partido amistoso, era mi oportunidad para demostrarme a mí mismo que podía hacer algo más que quedarme en la sombra de mis recuerdos pasados. Era mi primera vez jugando con un equipo competitivo, y aunque mi cuerpo era el de un niño pequeño, mi mente se mantenía aguda, evaluando a cada jugador, buscando los huecos, y calculando cada movimiento.
El equipo de niños con el que estaba jugando no era ni mucho menos un equipo profesional, pero eso no significaba que no tuvieran potencial. Algunos de ellos estaban por debajo de su nivel esperado, pero otros, como yo, simplemente necesitaban ser pulidos. Y ese, pensé, era mi trabajo en ese momento.
El sonido del silbato rompió mis pensamientos. El balón se puso en juego y los niños comenzaron a correr sin demasiada organización. A pesar de mi edad, mi visión del juego me permitió distinguir rápidamente los patrones. Los más pequeños corrían en círculos alrededor del balón, mientras los más grandes se ubicaban estratégicamente. El entrenador había confiado en mí para tomar el control del mediocampo, y aunque era una responsabilidad grande para alguien tan joven, no dudé.
Recibí el balón cerca del círculo central. Miré hacia adelante y vi dos jugadores del equipo contrario avanzando rápidamente hacia mí. Mi primer impulso fue controlar el balón con firmeza, pero lo hice de manera sutil, como si el balón fuera una extensión de mi cuerpo. Utilicé el borde de mi pie derecho para parar el balón y mantenerlo pegado al suelo. Los dos jugadores que se acercaban a mí pensaron que iba a intentar avanzar hacia ellos, y entonces, los amagué.
De repente, hice un movimiento rápido hacia mi izquierda, pero con la misma rapidez, giré hacia la derecha. El primer defensor trató de interceptar el balón, pero mi finta había sido lo suficientemente efectiva como para hacerlo pasar de largo. El segundo defensor, un niño de cabello rizado, vio el truco y también intentó saltar hacia mí, pero había subestimado el espacio que había entre nosotros. Use un toque suave con la parte interna del pie izquierdo para pasar el balón entre sus piernas. Él intentó informar rápidamente, pero era tarde. Yo ya había cruzado hacia su espalda.
Lo que hizo la jugada aún más especial no fue el hecho de que había eludido a dos jugadores, sino que lo hice de una manera tan natural, como si lo hubiera hecho millas de veces antes.
Corrí unos pocos metros, manteniendo el balón pegado a mis pies. Vi al portero adelantado, lo que significaba que si disparaba desde esa distancia, podía colocar el balón en el ángulo superior izquierdo de la portería. Sin pensarlo dos veces, me acerqué un poco más, y con un golpe preciso y controlado, mandé el balón en una parábola perfecta hacia el ángulo donde el portero no podría llegar.
—¡Gol! ¡Golazo de Daiki! —gritaron los niños, mientras todos mis compañeros corrieron a celebrarme.
Mi respiración estaba tranquila, aunque mi corazón latía con fuerza. Había anotado un gol, sí, pero más importante aún, había demostrado lo que podría hacer con el balón a esa edad. Y no solo eso, sino que mi mente adulta, que había experimentado la frustración de una carrera rota, estaba finalmente siendo capaz de aprovechar la oportunidad que tenía por delante.
El entrenador, que había estado observando desde la línea de banda, avanzaba con aprobación.
—Bien hecho, Daiki. Ha demostrado que tienes la visión que esperábamos. Ahora sigue trabajando en tu físico.
Al término del primer tiempo, sentí una mirada fija sobre mí. Miré alrededor y vi a un niño de unos cinco años, con cabello oscuro y una expresión algo arrogante. Camino hacia mí, su actitud casi prospectiva era evidente.
—Vaya, parece que eres bastante bueno —dijo con voz grave para su edad, cruzando los brazos—. Pero, ¿puedes hacerlo de nuevo? ¿O fue solo suerte?
No respondí inmediatamente. Estaba acostumbrado a este tipo de comentarios. La gente que subestima a los demás siempre busca probar algo.
—¿Por qué no lo intentas tú? —le respondí, con una sonrisa desafiante en mi rostro.
El niño se quedó en silencio por un momento, y luego lanzó una risa burlona.
—Veremos qué tan bien lo haces en la segunda mitad. —Y sin más, se alejó.
Sabía que iba a ser mi rival. No solo por su actitud, sino también porque tenía una presencia en el campo. Era rápido y sus movimientos eran más agresivos que los de los demás niños. Aunque tenía una técnica más desordenada, era claro que su energía lo impulsaba.
El segundo tiempo comenzó, y de inmediato, ese niño se dirigió directamente hacia mí. No fue sutil. Me interceptó rápidamente, poniendo todo su peso en su intento de quitarme el balón. Pero había subestimado mi capacidad para anticipar sus movimientos.
El chico se lanzó hacia mí, pero yo ya había calculado el espacio. De un solo toque, pasó el balón a un compañero en la banda, quien avanzó rápidamente. El niño que antes me había retado quedó mirando el espacio vacío, dándose cuenta de que había sido engañado.
Pero él no se rindió. En los siguientes minutos, me persiguió a cada paso. Su obsesión por robarme el balón creció, pero yo también lo estaba observando. Sabía que estaba tratando de desgastarme, y mi plan era mantener la calma, como lo había hecho en mi vida anterior.
De repente, noté que un compañero estaba completamente libre en el centro del campo, y sin pensarlo, le pasó el balón con una precisión milimétrica. Mi compañero controló el pase y disparó, marcando el segundo gol.
El niño que me había estado retando ya no era tan seguro de sí mismo. Aunque no dije nada, mi mirada le dejó claro que no era solo cuestión de talento, sino de estrategia.
Esa noche, cuando llegué a casa, el ambiente estaba animado. Mis padres estaban en la sala de estar, mi madre con un libro en las manos y mi padre hojeando una revista deportiva. Tan pronto como cruzó la puerta, mi padre dejó la revista de lado y me miró con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Daiki! ¡Ese gol fue increíble! —exclamó, levantándose para darme una palmada en la espalda—. Vi cómo manejaste el balón, cómo amaguaste a esos dos defensores... ¿De dónde sacaste esas habilidades?
Sonreí tímidamente. No era fácil explicar algo así. Mi "instinto" venía de años de experiencia en otra vida, pero no podía decirles eso.
—No lo sé, papá. Simplemente me dejé llevar —respondí, tratando de sonar casual.
Mi madre, sin embargo, estaba menos emocionada. Cerró su libro lentamente y me miró con u
—Me alegra que lo hicieras bien, cariño, pero no quiero que te excedas. Aún eres muy joven, y el fútbol puede ser muy exigente.
—Mamá, estoy bien —le aseguré, sentándome frente a ellos—. Sé hasta dónde puedo llegar. Además, me encanta jugar.
—Eso está claro —dijo mi padre, soltando una carcajada—. Pero, Daiki, tienes que entender algo: el fútbol no es solo correr detrás de un balón. Si realmente quieres destacar, necesitas disciplina, trabajo duro y paciencia.
Asentí. Sus palabras me grabaron a las lecciones que había aprendido en mi vida pasada. Mi madre susspiró, rindiéndose ante la emoción de mi padre y mi determinación.
—De acuerdo. Pero prométeme que no olvidarás cuidarte. No quiero que te lesiones tan j
—Lo prometo, mamá —dije con una sonrisa.
Más tarde esa noche, mientras estaba en mi habitación, repasé mentalmente el partido. Recordé cada movimiento, cada decisión que había tomado. No solo quería ser bueno; quería ser el mejor. Sabía que tenía el talento, pero también sabía que el camino sería largo y lleno de obstáculos.
Un día después , mientras me dirigía al entrenamiento, noté que algo había cambiado. Los otros niños me miraban de manera diferente, como si se hubieran dado cuenta de que no era como ellos. No sabía si era respeto, envidia o una mezcla de ambos, pero estaba claro que mi actuación había dejado una impresión.
Al terminar la práctica, el entrenador me llamó a un lado. Su expresión era seria, lo que me hizo pensar que tal vez había hec
—Daiki, quiero hablar contigo —dijo, cruzándose de brazos—. He estado observándote desde que comenzaste a entrenar con nosotros, y debo admitir que eres diferente a los demás.
— ¿Diferente? —pregunté, finciendo inocencia.
—Sí, diferente. No solo por tu habilidad, sino por tu manera de leer el juego, por cómo te mueves en el campo. No es algo que se vea en niños de tu edad.
Sentí un ligero orgullo ante sus palabras, pero me aseguré de no mostrarlo demasiado.
—Gracias, entrenador. Siempre trato de dar lo mejor de mí.
—Y eso es exactamente lo que quiero aprovechar. A partir de ahora, quiero que entrenes con el equipo infantil oficial. Será más exigente, pero estoy seguro de que estás listo.
Mis ojos se iluminaron. Era el paso que había estado esperando.
—¡Por supuesto, entrenador! ¡No lo defraudaré!
Esa misma tarde, mi primer entrenamiento con el equipo infantil fue brutal. Los ejercicios eran más intensos, las jugadas más rápidas y los entrenadores no toleraban errores. Pero eso era exactamente lo que necesitaba. Cada sprint, cada paso, cada disparo me recordaban que estaba en el camino correcto.
Después del entrenamiento, lo
—Soy Ryota. Parece que eres bueno, pero aquí todos lo somos. Será interesante ver qué puedes hacer.
Su tono no era hostil, pero tampoco era del todo amigable. Era un reto. Y yo estaba más que dispuesto a aceptarlo.
Esa noche, mientras regresaba a casa, sentí una mezcla de cansancio y emoción. El camino hacia mi sueño apenas comenzaba, pero cada paso me acercaba más.