Cuando Sholan llegó a la Torre de los Titanes, lo recibió un grupo lleno de energía y camaradería. Sin embargo, el joven alienígena percibió que, debajo de esa fachada, había tensiones y secretos que cada miembro del equipo guardaba. Él mismo no estaba libre de misterios, pues su llegada, aprobada por los héroes más grandes de la Tierra, se mantenía en secreto incluso para los Titanes.
Sholan, con sus Ojos del Infinito, no tardó en percibir algo que los demás no podían. Cuando Terra, la nueva integrante del equipo, llegó, su presencia dejó una marca energética que brillaba con una dualidad inquietante. Desde el primer momento, Sholan supo la verdad: Terra era una traidora.
Aunque sabía quién era Terra y lo que eventualmente haría, Sholan decidió no actuar de inmediato. No era por cobardía, sino por estrategia. Él era un niño, pero no uno común. Había aprendido que acusar sin pruebas solo generaría desconfianza y lo aislaría del equipo. Si quería protegerlos, tendría que observar, aprender y prepararse para lo inevitable.
Con esta resolución, Sholan entrenó junto a los Titanes, trabajando para perfeccionar técnicas que serían cruciales cuando llegara el momento de enfrentarse a la traición de Terra.
Durante ese año, Sholan desarrolló cuatro técnicas clave bajo la supervisión de Nightwing y Raven. Cada una tenía un propósito específico, y aunque los Titanes pensaban que su enfoque era aprender, en realidad, Sholan las estaba perfeccionando para contrarrestar las amenazas que sabía que vendrían.
En una misión, Beast Boy quedó gravemente herido tras un enfrentamiento con Cinderblock. Mientras los Titanes luchaban por contener al villano, Sholan se arrodilló junto a Beast Boy, colocando sus manos sobre las heridas abiertas.
—Tranquilo, esto no dolerá.
Una luz dorada brilló desde sus palmas, cerrando las heridas de Beast Boy en cuestión de segundos. Los demás Titanes lo miraron asombrados.
—¿De dónde aprendiste eso? —preguntó Starfire, impresionada.
—Digamos que es algo natural para mí —respondió Sholan con una sonrisa.
Pero en su mente, se repetía: Tendrán que depender de mí más de una vez cuando Terra los traicione.
En otra misión, los Titanes enfrentaron a un grupo de criaturas oscuras invocadas por el villano Adonis. Cuando los ataques regulares no tuvieron efecto, Sholan dio un paso adelante.
—Cuiden las espaldas de los demás. Yo me encargo.
Concentrando su energía, lanzó el Resplandor de Ofiuco. Un círculo de luz pura se expandió, desintegrando a las criaturas en un instante. Terra observó desde un rincón, sus ojos llenos de incertidumbre.
—Esos poderes tuyos son... impresionantes —dijo, acercándose a Sholan después de la misión.
—Los míos solo reflejan quién soy —respondió Sholan, mirándola fijamente—. Espero que los tuyos hagan lo mismo.
Terra apartó la vista, incómoda.
Durante un enfrentamiento con Mammoth, Sholan usó el Abrazo de la Eternidad. Formando un patrón serpentino con sus manos, invocó cadenas de energía que envolvieron al gigante, inmovilizándolo por completo.
—Eso debería mantenerlo ocupado —dijo Sholan mientras los Titanes aprovechaban para neutralizarlo.
Terra, que había dudado durante toda la batalla, lo miró con una mezcla de respeto y miedo. Sholan lo notó.
—¿Dudas en luchar, Terra? —preguntó después de la misión.
—No... solo estaba distraída.
Sholan no insistió, pero sabía que la duda en ella no era por la batalla, sino por su conflicto interno.
En una misión contra Slade, Sholan utilizó el Miasma de la Serpiente para debilitar a los androides del villano. Una nube verde y corrosiva se extendió, bloqueando los sistemas regenerativos de los androides y dándole al equipo una ventaja crucial.
—Impresionante, niño —dijo Slade, observando desde las sombras—. Pero incluso tú tienes límites.
Sholan lo ignoró, pero en su interior se preguntó cuánto Terra le había contado a Slade sobre él.
A lo largo del año, Sholan observó a Terra cuidadosamente. Aunque trabajaba bien con el equipo y mostraba una actitud entusiasta, había momentos en los que su fachada se resquebrajaba. Era en esos momentos, cuando nadie más estaba cerca, que Sholan veía la verdad: Terra estaba luchando contra sí misma, atrapada entre la lealtad que sentía hacia los Titanes y su compromiso con Slade.
Una noche, después de un entrenamiento, Sholan la encontró sola en el techo de la Torre.
—¿Te sientes atrapada? —preguntó, con su tono calmado pero directo.
Terra se sobresaltó.
—¿De qué hablas?
—De la elección que no quieres hacer —dijo Sholan, mirándola fijamente—. Estás aquí por razones que no nos has contado.
Terra lo miró con los ojos llenos de miedo y furia, pero no dijo nada. Finalmente, se levantó y se alejó sin responder.
Sholan continuó entrenando y trabajando con los Titanes, mientras Terra seguía luchando con su doble vida. Aunque sabía lo que ocurriría, Sholan decidió esperar. En su mente, había una idea clara: Cuando llegue el momento, estaré listo. No importa lo que pase, yo ganaré.
Y así pasó el primer año. Los Titanes confiaban en Sholan y lo consideraban uno de los suyos, pero ninguno de ellos sabía que, desde el principio, él había llevado una carga que ellos aún no comprendían: la certeza de que uno de ellos los traicionaría.