Chereads / El Reino que su Nombre Olvido / Chapter 18 - Capitulo 18

Chapter 18 - Capitulo 18

*CADEN*

El aire helado mordía mis pulmones mientras Darien y yo avanzábamos entre la nieve. El silencio era pesado, roto únicamente por el crujido de nuestras botas al hundirse en el suelo congelado. Los reportes indicaban que en esta área había un acantilado y rastros de lucha, pero el camino era traicionero, con nieve acumulada ocultando irregularidades en el terreno.

Cuando finalmente llegamos al borde del precipicio, el paisaje se abrió ante nosotros, y la vista me dejó un nudo en el estómago. Las marcas de lucha eran menos evidentes aquí, pero las manchas de sangre contaban otra historia. La nieve intentaba borrar la evidencia, pero las marcas estaban ahí, delgadas y deslavadas por el tiempo.

Me agaché, tocando una de las manchas congeladas pero las más claras. "Sangre humana," murmuré, sintiendo la fría humedad de la nieve bajo mis dedos. Era fresca, pero no reciente.

"Y aquí," señaló Darien, de pie unos pasos más allá. Sus ojos estaban fijos en una mancha oscura y más espesa. Sangre negra, espesa y viscosa como aceite, rodeaba lo que parecían ser marcas de arrastre en el suelo. "El dragón estuvo aquí también. No hay duda."

Antes de que pudiera responder, escuché el ruido de pasos acercándose detrás de nosotros. Volteé y vi a Myla, seguida por los soldados y los Lords. Su rostro estaba sombrío, y entendí que ella también sentía lo que nosotros: este lugar emanaba una inquietud que era difícil ignorar.

Lord Auren lideraba al grupo, su capa ondeando tras él mientras avanzaba hacia el borde del acantilado. Cuando llegó, se detuvo en seco, sus ojos clavados en un punto específico. Seguimos su mirada, y vi lo que había captado su atención: una sección del suelo destrozada, con profundas grietas y rocas rotas.

"Este es el lugar," dijo, su voz grave. "Aquí fue donde el dragón cayó… junto con Thyra."

Sus palabras fueron un golpe seco. Me acerqué más al borde, asomándome con cuidado. El acantilado era imponente, y abajo sólo se veía un campo de rocas afiladas y largas, como una trampa mortal esculpida por la naturaleza. La vista hizo que mi estómago se retorciera.

"No hay forma de que alguien pueda sobrevivir a una caída así," dijo Darien, con voz baja. Sus palabras me hicieron girar hacia él con un destello de enojo.

"No lo sabes," le espeté, quizás con más fuerza de la necesaria.

Darien no respondió, pero su expresión me dejó claro que no estaba convencido. Miré hacia abajo de nuevo, intentando no perder la esperanza, pero incluso yo sabía que el escenario era desalentador.

Los soldados comenzaron a preparar el equipo para el descenso, pero los Lords no esperaron. Lord Auren, Lord Almaric y Lord Varenn caminaron hasta el borde y, sin dudarlo, se dejaron caer. Saltaron al vacío con una confianza y habilidad que sólo alguien de su nivel podía tener. Sus capas se alzaron como sombras fugaces antes de desaparecer entre la niebla y la roca.

Myla me lanzó una mirada rápida antes de acercarse al borde. "¿Listo para esto?" preguntó, con una mezcla de determinación y desafío en la voz.

Asentí, aunque mi corazón latía con fuerza. "Siempre."

Mientras nos asegurábamos con el equipo y comenzábamos el descenso, la adrenalina se mezclaba con la preocupación. La oscuridad del acantilado parecía engullirnos, y cada metro que bajábamos sentía el peso de la incertidumbre crecer.

Cuando finalmente tocamos fondo, el frío era más intenso, y las sombras proyectadas por las rocas afiladas daban al lugar una atmósfera opresiva. El suelo estaba cubierto de sangre negra, oscura y densa como alquitrán, y las enormes rocas afiladas estaban teñidas de ese mismo líquido.

La escena era grotesca, pero lo que realmente me llamó la atención fue el enorme cadáver del dragón empalado en las rocas. Sin su cabeza ni sus alas, el cuerpo de la bestia parecía un cascarón vacío. Varias garras y escamas habían sido arrancadas, probablemente por los soldados Auren, que se llevaron los trofeos para demostrar la victoria de Thyra sobre esta abominación.

El hedor a sangre negra y podrida llenaba el aire, mezclándose con el frío glacial que mordía la piel. Incluso muerto, el dragón conservaba una presencia ominosa, como si su sombra se negase a desaparecer.

Lord Auren se acercó al cadáver lentamente, su capa arrastrándose por la nieve manchada de sangre. Había algo en su andar que me puso en alerta: una rigidez en sus movimientos, una tensión contenida que parecía a punto de explotar. Nadie dijo nada, ni siquiera los otros Lords, que observaban con el ceño fruncido pero sin intervenir.

Cuando llegó frente al cadáver, desenvainó su espada. El sonido del metal al salir de la vaina resonó en el silencio de la caverna, haciendo que todos nos tensáramos instintivamente. La hoja relucía bajo la tenue luz, y el aire pareció volverse más pesado, como si algo invisible nos aplastara.

Entonces, ocurrió.

Un aura opresiva emergió de Lord Auren, envolviéndolo como una tormenta oscura y furiosa. Era tan intensa que sentí cómo mi respiración se cortaba, mis manos temblaban, y mis piernas parecían a punto de ceder. Darien, que estaba a mi lado, apretó los dientes, sus nudillos blancos al aferrarse a la empuñadura de su espada, pero incluso él no pudo ocultar el miedo en sus ojos.

Myla retrocedió un paso, y los soldados comenzaron a murmurar entre ellos, visiblemente inquietos. Algunos incluso dejaron caer sus armas, incapaces de soportar la presión que emanaba de Lord Auren. Era como si el mismo aire se hubiera llenado de un veneno invisible, paralizante.

Pero los otros Lords permanecieron firmes, observando en silencio, sus rostros inmutables. No había miedo en ellos, solo una comprensión tácita de lo que estaba ocurriendo.

Lord Auren levantó su espada con ambas manos, apuntando hacia el cuerpo del dragón. Su voz resonó en el lugar, baja pero cargada de una furia contenida que me hizo estremecer.

"Este monstruo… no merece ni siquiera su cadáver."

Sin previo aviso, descargó un golpe con toda su fuerza. El impacto fue devastador. Una explosión de energía brotó de la espada, bañando el cadáver del dragón en un resplandor cegador. El suelo tembló bajo nuestros pies, y tuve que dar un paso atrás para no caer.

El cuerpo del dragón, ya destrozado por las heridas, fue reducido a cenizas en un instante. Su carne, sus huesos, incluso la sangre negra que había empapado las rocas, todo se desintegró bajo la furia del ataque de Lord Auren. Solo quedaron fragmentos de roca quemada y un cráter en el suelo, como una cicatriz en la tierra.

El aura opresiva desapareció tan rápido como había llegado, pero el silencio que dejó fue aún más pesado. Nadie se atrevió a hablar, ni siquiera a moverse. Todo lo que podía escuchar era el sonido de mi propio corazón martillando en mis oídos.

Lord Auren permaneció de pie frente al cráter, con la espada aún en su mano. Su respiración era pesada, y por un momento pensé que podría colapsar. Pero se mantuvo erguido, su figura recortada contra la luz tenue que entraba desde arriba.

"No permitiré que este monstruo sea un símbolo de mi hija," dijo finalmente, con una voz que parecía más tranquila, pero igual de firme. "No mientras no sepamos dónde está."

Sus palabras rompieron el hechizo que nos había mantenido inmóviles. Darien dejó escapar un suspiro tembloroso, y Myla se acercó a mí, sus ojos buscando los míos en busca de alguna respuesta que no podía darle.

No pude evitar mirar el cráter una vez más, recordando el cadáver del dragón que había estado allí momentos antes. Todo lo que quedaba ahora era un vacío, tanto en la tierra como en nuestros corazones.

Lord Auren guardó su espada y se giró hacia nosotros, su mirada firme pero cansada. "Seguimos adelante," ordenó. "No hemos terminado aquí."

Asentí, aunque mis piernas seguían temblando. Miré a Darien y Myla, quienes también parecían estar procesando lo que acabábamos de presenciar. Era obvio que, para Lord Auren, esta búsqueda no era solo para encontrar a Thyra. Era su forma de mantener viva la esperanza, de no permitir que la desesperación lo consumiera.

Para nosotros, sus palabras eran una orden. Para él, era una promesa.

La nieve caía lenta, casi serena, mientras nos alejábamos de aquel campo de rocas afiladas y el cráter que había quedado tras la destrucción del dragón. A cada paso, la sensación de vacío se hacía más profunda. No importaba cuánto tratara de enfocar mis pensamientos en la misión o en las palabras de Lord Auren; una sombra de incertidumbre seguía nublando mi mente.

Finalmente, llegamos a un área despejada, una llanura cubierta por una gruesa capa de nieve. Los soldados, entrenados para estas condiciones, comenzaron a armar el campamento rápidamente. En cuestión de minutos, las carpas estaban levantadas y una pequeña fogata se encendió en el centro, emitiendo una luz y calor que, aunque débiles, eran bienvenidos.

Mientras tanto, uno de los soldados se acercó con un mapa en la mano, entregándoselo a Lord Auren. Me acerqué junto a Darien y Myla, observando en silencio mientras el Lord lo desplegaba sobre una roca plana. El pergamino estaba marcado con varias ubicaciones, pequeños círculos rojos que indicaban los lugares que ya habían sido explorados durante las últimas semanas.

"Estos son los informes de las búsquedas anteriores," explicó el soldado. Su voz era firme, pero había un tinte de frustración en ella. "Se han explorado todas estas zonas en busca de Lady Thyra, pero… no hemos encontrado nada. Ningún rastro concreto, ningún indicio de su paradero."

Mis ojos recorrieron el mapa. Había marcas en su mayoría cerca del lugar donde se encontró al dragón y a lo largo de los caminos hacia la base de avanzada. Sin embargo, había áreas enteras al norte y al oeste que permanecían inexploradas.

"¿Por qué no buscaron aquí?" preguntó Darien, señalando una de las zonas inexploradas al oeste. Su tono era calmado, pero sabía que estaba intentando ocultar su impaciencia.

El soldado respiró hondo antes de responder. "La mayoría de esas zonas están infestadas de bestias. No solo criaturas pequeñas, sino seres grandes, organizados, y más peligrosos de lo habitual. Los exploradores que intentaron acercarse fueron repelidos o no regresaron. Es difícil imaginar que alguien pueda haber sobrevivido allí."

El silencio que siguió fue espeso. Era lógico pensar que nadie podría estar en un lugar así, pero todos sabíamos que esa lógica no aplicaba a Thyra. Si alguien podía sobrevivir en esas condiciones, era ella.

"No importa," intervino Lord Auren, con un tono autoritario que no dejaba espacio para la discusión. "Mañana iremos allí. No dejaré ninguna piedra sin voltear, ninguna zona sin explorar. Hasta que la encuentre."

Asentimos en silencio. Sabíamos que oponernos sería inútil. Pero más allá de eso, compartíamos el mismo deseo. No podíamos rendirnos.

Cuando el soldado se retiró, Darien dejó escapar un suspiro y se cruzó de brazos, mirando hacia el horizonte, donde la nieve parecía mezclarse con la oscuridad de la noche. "Si ella está ahí, sobrevivió. Lo sé."

"No solo sobrevivió," añadió Myla con determinación. "Estoy segura de que está peleando para regresar. Es ella, después de todo."

Quise añadir algo, pero las palabras se me atascaban en la garganta. Porque aunque quería creer lo mismo, no podía ignorar el peso de las semanas de búsqueda sin resultados. Lo único que teníamos eran pistas dispersas, sangre en la nieve y un cadáver de dragón como testimonio de una batalla imposible.

La voz de Lord Auren interrumpió mis pensamientos. "Descansen mientras puedan. Mañana será un día largo."

Asentimos todos, aunque sabía que ninguno de nosotros realmente descansaría esa noche.

Me acerqué a la fogata junto a Darien y Myla, y nos quedamos en silencio mientras el fuego parpadeaba, sus sombras bailando en la nieve. La quietud de la noche era perturbadora, como si la misma tierra estuviera conteniendo la respiración.

Mientras miraba las llamas, no pude evitar recordar las historias que Thyra solía contar cuando éramos más jóvenes, esas en las que siempre encontraba la manera de salir victoriosa contra todo pronóstico. Ella siempre fue así: indomable, inquebrantable.

****

*THYRA*

La pesadilla volvió como cada noche.

Estaba allí de nuevo, en aquel maldito campo de batalla de hace tres años, rodeada de cadáveres, sangre y el eco interminable de los gritos. Todo se sentía tan real: el olor metálico de la sangre mezclado con la tierra húmeda, el peso de mi espada en la mano, y el sudor frío corriendo por mi rostro.

A mi alrededor, los soldados caían uno tras otro, sus cuerpos destrozados por las bestias que nos rodeaban. Intentaba moverme, pero mis piernas no respondían, como si estuvieran enterradas en el lodo. Grité, pero mi voz no salía.

Entonces lo escuché.

"¡Thyra! ¡Ayúdame!"

Era la voz de Caden. Me giré hacia donde provenía, y allí estaba, luchando contra una de esas criaturas monstruosas. Su espada estaba rota, su armadura hecha pedazos, y la desesperación en su rostro era palpable. Intenté correr hacia él, pero no podía moverme. Mis piernas seguían atrapadas, mis brazos eran como plomo.

"¡Thyra!" gritó de nuevo, esta vez con más urgencia.

Algo frío y viscoso agarró mi cuerpo desde atrás. Miré hacia abajo y vi una mano bestial rodeando mi cintura, garras afiladas clavándose en mi carne. La criatura me levantó como si no pesara nada, llevándome lejos de Caden. Quise gritar, quise luchar, pero mi cuerpo seguía paralizado.

Desesperada, hice lo único que podía. Cerré los ojos y dejé que el mana fluyera dentro de mí, buscándolo, rogándole que me respondiera. No pronuncié palabras, no tracé runas; simplemente dejé que mi instinto tomara el control.

Una explosión de luz cegadora.

Un grito desgarrador.

Y luego desperté.

El dolor me golpeó con fuerza apenas abrí los ojos, un recordatorio brutal de mi situación. Mi respiración estaba descontrolada, mi pecho subía y bajaba rápidamente mientras intentaba calmarme, pero mi cuerpo no me daba tregua. Cada costilla dolía como si estuviera rota o astillada, y mi brazo izquierdo ardía con una intensidad que me hacía apretar los dientes para no gritar.

Traté de moverme, pero cada intento me costaba más fuerza de la que tenía. Estaba agotada, más de lo que jamás había estado. Mi mirada se movió por el lugar en el que estaba, tratando de entender dónde demonios me encontraba.

La cueva o caverna era enorme, pero lejos de ser oscura y opresiva, estaba iluminada por un extraño brillo verde cálido que parecía emanar de las paredes y el techo. Había plantas y flores por todas partes, creciendo entre las rocas y extendiéndose como si aquel lugar estuviera vivo, respirando. Algunas de las flores brillaban suavemente, mientras que otras se movían, como si tuvieran voluntad propia.

El aire era extraño. Fresco, pero cargado de una energía que no podía identificar. Intenté concentrarme, buscar el flujo del mana como había hecho siempre, pero… nada. Era como si mi conexión con el mana hubiera sido cortada por completo. Un escalofrío recorrió mi espalda ante esa idea. Sin mana, estaba indefensa.

Intenté levantarme de donde estaba acostada, pero un dolor agudo en mi costado me hizo caer de nuevo. Maldije en voz baja, notando por primera vez las vendas que cubrían mi cuerpo. Estaban cuidadosamente colocadas, limpias, y parecían hechas de un material que no reconocía. ¿Quién me había atendido?

No podía recordar mucho después de la caída. Solo fragmentos borrosos: el dragón rugiendo mientras ambos nos precipitábamos al abismo, el impacto brutal contra las rocas, y luego… oscuridad.

Llevé una mano temblorosa a mi costado, sintiendo las vendas con cuidado. Estaba claro que alguien me había encontrado, pero no había señales de que hubiera nadie más en esta caverna. Miré a mi alrededor de nuevo, buscando cualquier indicio de movimiento o de presencia, pero no había nada.

Respiré hondo, tratando de calmar mi mente. El dolor seguía ahí, constante, pero no podía permitirme perder el control. Si había sobrevivido a la caída, si estaba viva, significaba que todavía tenía una oportunidad. Una oportunidad de regresar.

"Mamá… Padre…" susurré, mi voz apenas un hilo. No sabía si estaba hablando con ellos o conmigo misma, pero el pensamiento de ellos me dio algo de fuerza.

Con un gran esfuerzo, apoyé una mano en la roca a mi lado e intenté incorporarme, ignorando las punzadas de dolor que recorrían todo mi cuerpo. Mis piernas temblaban bajo mi peso, pero conseguí ponerme de pie.

Mi cuerpo me traicionaba en cada paso. Cada movimiento era un recordatorio del dolor que aún palpitaba en mis costillas y el ardor constante en mi brazo. La caverna se extendía a lo largo, con sus paredes cubiertas de musgo y extrañas flores que se iluminaban suavemente, pero no veía señales de vida humana. No podía quedarme aquí, no podía quedarme sin saber cuánto tiempo había pasado o qué había sucedido exactamente. La idea de que me pudieran haber dado por muerta… esa idea me aterraba.

A pesar del dolor, me forcé a seguir caminando, apoyándome en las rocas que marcaban el contorno de la caverna. No estaba segura de dónde me dirigía, pero mi instinto me decía que debía seguir, debía encontrar algo, ya fuera agua, comida, o cualquier pista que me permitiera comprender en qué tipo de lugar me encontraba.

Mis pensamientos seguían regresando a la misma pregunta: ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Habían pasado días? ¿Semanas? ¿Se me había dado por muerta? Mi corazón latía con fuerza ante esa posibilidad. Mi familia, mis hombres. No podía permitir que pensaran que había muerto sin dejar rastro, sin haber luchado hasta el final.

De alguna manera, debía salir de aquí.

Las paredes de la caverna estaban cubiertas por una extraña flora luminiscente, pero mi hambre y sed eran mucho más urgentes. Sabía que no podía avanzar sin alimentarme, así que me concentré en buscar cualquier signo de agua.

Recorrí el pasillo, moviéndome con cautela, hasta que noté una ligera brisa. Al principio, pensé que era mi imaginación, pero conforme avancé, la corriente de aire se volvió más evidente. Mis pasos se hicieron más rápidos. Una pequeña apertura apareció en el lado de la cueva, y me acerqué a ella con la esperanza de encontrar una salida o, al menos, algo útil.

La abertura conducía a una especie de pequeño manantial. El agua fluía tranquilamente desde una grieta en la roca, formando un arroyo que se deslizaba suavemente por el suelo.

Sin pensarlo, me dejé caer junto a la corriente, llevando una mano al agua y bebiendo sin importar lo sucia que pudiera estar. El líquido frío me recorrió la garganta como un bálsamo, y aunque mi cuerpo aún sentía la debilidad, el agua me dio el respiro que tanto necesitaba.

Cuando pude dejar de beber, observé la caverna alrededor de mí. No parecía haber ningún tipo de fauna peligrosa cerca, lo que me tranquilizó al menos por un momento. Sin embargo, el vacío de soledad y la falta de respuestas seguían acechando en mi mente.

"Necesito encontrar comida…" susurré para mí misma. Mi cuerpo me lo exigía, pero la cueva no parecía tener indicios de algo que pudiera comer.

Me levanté con dificultad, buscando cualquier señal de alguna criatura o alguna planta que pudiera ser comestible. No me quedaba otra opción más que seguir avanzando.

Mi mente seguía centrada en una cosa: salir de este lugar. Tenía que regresar a la capital. Tenía que regresar para demostrarles a todos que no había muerto, que aún podía luchar. No quería que la última memoria que tuvieran de mí fuera la de una heroína caída. No, no podía permitirlo.

Así que me encaminé hacia lo desconocido, esperando que la caverna me ofreciera alguna respuesta que me permitiera salir de aquí.