*LORD AUREN*
La nieve caía con un silencio solemne, cubriendo los jardines de la mansión Auren en un manto blanco perfecto. Desde mi oficina, la vista del invierno era serena, casi engañosa, pues el peso de la incertidumbre hacía imposible disfrutar de la quietud. Habían pasado dos meses desde que Thyra partió hacia la capital. Dos meses sin recibir una sola carta, un solo reporte. En todo este tiempo, lo único que habíamos recibido eran rumores escasos sobre la situación en la frontera norte. El silencio era un enemigo cruel, y la preocupación constante me había convertido en un extraño en mi propia casa.
Los criados evitaban interrumpirme cuando estaba en mi oficina, y mi esposa, entendía que prefería enfrentar esta ansiedad en soledad. Sin embargo, la verdad era que no podía dejar de pensar en mi hija. Desde niña, Thyra siempre había sido determinada, incluso obstinada, pero también tenía una fuerza que inspiraba. Por mucho que tratara de convencerme de que era capaz de manejar cualquier peligro, la ausencia de noticias era un peso insoportable.
Perdido en mis pensamientos, mi mirada vagaba entre los árboles cubiertos de nieve. Entonces lo vi. A lo lejos, en la carretera que conectaba con la mansión, se alzaban banderas con el emblema de nuestra casa. El estandarte negro y dorado ondeaba con orgullo bajo la brisa helada, pero algo dentro de mí se agitó. No era el regreso que había esperado. Junto a las banderas venían dos grandes carruajes escoltados por soldados. Algo no estaba bien.
Justo cuando mi mente intentaba procesar lo que veía, la puerta de mi oficina se abrió de golpe. Me giré de inmediato y vi a mi esposa, de pie en el umbral. Su rostro estaba pálido, pero sus ojos brillaban con una mezcla de esperanza y preocupación.
"Están aquí", dijo, con la voz temblorosa. "Thyra... los soldados han vuelto."
Asentí lentamente, sin apartar la vista de su rostro. Ella estaba tratando de convencerse a sí misma de que este era un buen augurio, pero ambos sabíamos que algo estaba fuera de lugar. Intenté mantener la compostura mientras me levantaba y caminaba hacia la ventana. Desde allí, observé con más detalle el convoy que se acercaba. Entonces lo vi: una bandera en particular que me hizo sentir como si el aire hubiera sido arrancado de mis pulmones.
Era una bandera negra con un borde plateado y el emblema de nuestra casa grabado en el centro, rodeado por un círculo de ramas marchitas. No era un estandarte común. Era la bandera de luto, usada únicamente en ceremonias funerarias o en situaciones que marcaban una pérdida importante para la familia. Sentí un nudo formarse en mi estómago, y el peso de la incertidumbre que había cargado durante meses se convirtió en algo más oscuro y tangible.
"No puede ser..." murmuré, más para mí mismo que para mí esposa, pero ella lo escuchó. La preocupación en su rostro se intensificó, y por un momento, pareció tambalearse antes de apoyarse en el marco de la puerta.
"Eres tú quien siempre dice que no debemos apresurarnos a conclusiones," dijo, tratando de sonar firme. Pero su voz traicionaba su temor. "Tal vez... tal vez hay otra explicación."
"Lo dudo." Mi tono fue más frío de lo que pretendía, pero no podía controlarlo. La sola idea de que algo le hubiera ocurrido a mi hija era suficiente para destrozar cualquier intento de racionalidad.
Dejé la oficina sin decir una palabra más y bajé las escaleras, con Maren siguiéndome de cerca. Los sirvientes ya se habían reunido en el vestíbulo, murmurando entre ellos con expresiones ansiosas. La puerta principal estaba abierta, dejando entrar una corriente de aire helado, pero nadie se movió para cerrarla. Todos estaban esperando lo mismo: respuestas.
Los sonidos de cascos de caballos y ruedas sobre la nieve se hicieron más claros. Los soldados se detuvieron frente a la entrada, y los criados se apresuraron a recibirlos. El primero en bajar de su caballo fue uno de los capitanes de la Casa Auren, su armadura aún cubierta de suciedad y sangre seca. Su rostro estaba marcado por el cansancio, pero lo que más me impactó fue la expresión en sus ojos. Había algo roto en él, algo que me hizo sentir como si el suelo bajo mis pies estuviera a punto de colapsar.
"Mi señor..." comenzó, inclinándose profundamente. Pero no podía esperar más.
"¿Dónde está Thyra?" Mi voz fue más dura de lo que pretendía, pero la impaciencia y el temor no me permitían suavizarla.
El capitán no respondió de inmediato. En cambio, hizo un gesto hacia uno de los carruajes, el más grande, que estaba cubierto con telas negras y adornado con el emblema familiar. Dos soldados bajaron con cuidado una caja de madera decorada, envuelta en la bandera de nuestra casa. Reconocí esa caja al instante, y mi corazón se detuvo.
"Esto... esto no puede ser," susurró mi esposa detrás de mí, su voz quebrándose. Dio un paso adelante, pero me interpuse entre ella y los soldados.
La caja fue colocada frente a nosotros, y el capitán habló con voz grave. "Mi señor, encontramos esto en el campo de batalla. Es la espada de Lady Thyra... la usamos para traer un mensaje de su victoria." Su tono era solemne, pero evitó mirarme directamente a los ojos.
Abrí la caja con manos temblorosas, y allí estaba: la espada de mi hija, la misma que había llevado consigo cuando partió. Estaba intacta, pero su brillo parecía haber desaparecido, como si hubiera perdido algo esencial. Junto a la espada, había una nota escrita apresuradamente.
No reconocí la letra, pero su mensaje era claro: "La batalla fue ganada, pero el precio fue alto. Lady Thyra no ha sido encontrada. Desaparecida en combate."
Las palabras me golpearon como un mazo. Desaparecida. No muerta, pero tampoco viva. Era una ausencia que dolía más que cualquier certeza.
Mi esposa soltó un sollozo y cayó de rodillas, sus manos cubriendo su rostro. Yo me quedé quieto, incapaz de moverme, incapaz de procesar lo que esto significaba. Los soldados comenzaron a traer más trofeos: la cabeza del dragón negro, las alas, y otras pruebas de la batalla. Para ellos, esto era una victoria. Para mí, era una pérdida que no podía aceptar.
Miré la espada una vez más, mis pensamientos llenos de preguntas sin respuesta. ¿Qué había pasado realmente? ¿Dónde estaba mi hija?
La sensación de vacío en mi pecho parecía expandirse, ahogándome lentamente mientras seguía mirando la espada de Thyra. La luz de la tarde había comenzado a desvanecerse, dejando que las sombras se alargaran en la gran sala de entrada. Fue en ese momento que escuché los pasos rápidos acercándose, una mezcla de emoción y urgencia en ellos. Reconocí el ritmo inmediatamente: Eryk y Askel, mis hijos menores.
"¡Padre, madre!" Eryk, fue el primero en llegar. Su rostro estaba iluminado por una mezcla de emoción y expectativa, claramente esperando ver a su hermana mayor. Askel, llegó justo detrás de él, con una sonrisa similar en el rostro. Pero ambas expresiones se congelaron al instante al tomar en cuenta la escena frente a ellos.
Los ojos de Eryk se fijaron primero en la cabeza del dragón, luego en las alas, y finalmente en la bandera negra y plateada que envolvía la caja. Askel miró directamente a su madre, aún arrodillada y llorando, y luego a la espada en mis manos. La comprensión cayó sobre ellos como un martillo, y vi cómo la esperanza se desmoronaba en sus rostros.
"¿Qué... qué significa esto?" preguntó Eryk, su voz temblando. Dio un paso hacia adelante, pero se detuvo a mitad de camino, como si temiera la respuesta.
"¿Dónde está Thyra?" Askel añadió, su tono cargado de una desesperación que apenas podía contener.
Intenté hablar, pero las palabras no salían. La espada en mis manos parecía más pesada de lo que había imaginado. Finalmente, logré encontrar mi voz, aunque sonó extraña y distante, incluso para mí mismo.
"Thyra... no ha sido encontrada," dije, mi voz quebrándose al final. "Desapareció en la batalla."
Eryk y Askel se miraron, la incredulidad y el horror reflejándose en sus ojos. Ninguno de los dos habló de inmediato. Luego, Askel se acercó a mí, con una expresión de desafío en su rostro.
"¿Desaparecida? ¿Qué significa eso? ¿Por qué no están buscando? ¡Tenemos que encontrarla!" Su voz aumentó en volumen, una mezcla de ira y desesperación.
"Ella no está muerta, ¿verdad?" Eryk susurró, sus ojos llenos de lágrimas que luchaba por contener. "No puede estar muerta."
"Los soldados la buscaron," dije, tratando de mantener la calma. "Encontraron su espada y las pruebas de su batalla con el dragón. Pero no hay rastro de ella. Hicieron todo lo posible."
"No es suficiente," dijo Askel con firmeza. "Nosotros iremos. La encontraremos, padre."
"¡Sí!" Eryk asintió vigorosamente. "No podemos dejarla allí. No podemos rendirnos."
Sus palabras me llenaron de una mezcla de orgullo y desesperación. Eran jóvenes, impetuosos, llenos del mismo espíritu indomable que había definido a Thyra. Pero también eran mis hijos, y no podía soportar la idea de perder a otro miembro de mi familia.
"Ella no está muerta hasta que lo sepamos con certeza," dije, más para darles esperanza que por otra cosa. "Haremos todo lo posible para encontrarla."
Mi esposa, aún de rodillas, levantó la mirada. Sus ojos estaban rojos e hinchados por las lágrimas, pero había una chispa de determinación en ellos. "Thyra es fuerte," dijo con voz firme. "Si hay alguna manera de sobrevivir, ella la encontrará."
Askel y Eryk asintieron, y vi en sus ojos la misma resolución que había visto tantas veces en los de su hermana. Estaba claro que, mientras hubiera la más mínima posibilidad, no se darían por vencidos. Pero esta no sería una búsqueda impulsiva, ni podía permitirme actuar solo. Si queríamos encontrar a Thyra, necesitaríamos toda la ayuda posible.
"¡Mensajeros!" llamé con una voz firme que resonó en la sala. De inmediato, dos de mis asistentes más confiables entraron apresuradamente, inclinando la cabeza en señal de respeto. "Preparen comunicados para Lord Varenn y Lord Almaric. Informen que mi hija, Thyra Auren, ha desaparecido en la frontera norte tras enfrentarse a una amenaza desconocida. Solicito su ayuda inmediata para movilizar recursos y hombres para una búsqueda exhaustiva. Deben recibir la carta antes de que termine la semana."
Ambos asintieron y se retiraron con rapidez, dejando la estancia en un silencio cargado de tensión. Las noticias que estaba a punto de enviar no solo traerían apoyo, sino también preguntas. Varenn y Almaric eran hombres calculadores, leales pero precavidos. Sabía que, si bien compartirían mi preocupación, también cuestionarían las circunstancias de la desaparición de Thyra. Especialmente Varenn, quien siempre había visto en ella una aliada de vital importancia para mantener la estabilidad en nuestras tierras.
"¿Cuánto tardarán en responder?" preguntó Askel, su impaciencia evidente mientras cruzaba los brazos.
"Varenn no tardará," respondí. "Thyra fue como una hermana para su hija. Almaric... bueno, sus motivaciones suelen ser más políticas, pero incluso él sabe lo que Thyra representa para esta región. Ambos vendrán, estoy seguro."
Eryk apretó los puños, con su mirada fija en la ventana. "¿Y qué pasa con nosotros? ¿Nos vas a enviar lejos mientras tú y ellos deciden qué hacer? ¡No podemos quedarnos de brazos cruzados!"
"Ni lo harás," le dije, mirándolo directamente. "Pero no serás imprudente. Una búsqueda como esta requiere estrategia, no impulsos. Cuando Varenn y Almaric lleguen, necesitaremos mapas detallados, guías locales y grupos bien organizados para cubrir cada centímetro de ese territorio."
Eryk asintió con los dientes apretados, claramente no del todo satisfecho. Askel, en cambio, permaneció en silencio, con la mirada fija en la espada de Thyra. Finalmente, rompió el silencio.
"Padre," dijo, su tono más calmado, pero igualmente determinado. "¿Crees que aún está viva?"
La pregunta me golpeó como un martillo. Era la misma que rondaba mi mente desde que vi la espada envuelta en nuestra bandera. Miré a Askel, a sus ojos ansiosos buscando una verdad que yo no podía garantizar. Suspiré y respondí con sinceridad.
"Quiero creer que lo está," dije. "Thyra no es alguien que caiga fácilmente. Ha enfrentado peligros que habrían quebrado a cualquiera. Si alguien puede sobrevivir a lo que sea que ocurrió allá, es ella."
No era una respuesta definitiva, pero era lo único que podía darles en ese momento.
"Entonces vamos a encontrarla," declaró Eryk, su voz firme como una promesa. "No importa cuánto tiempo tome. No importa lo que cueste."
Antes de que pudiera responder, un tercer mensajero entró apresuradamente. Era uno de los soldados que habían acompañado a Thyra al norte. Su rostro estaba pálido, y sus manos temblaban mientras hacía una reverencia.
"Mi lord," comenzó, tragando saliva visiblemente. "La búsqueda se detuvo tras semanas de exploración en la frontera. No encontramos su cuerpo ni señales de que pudiera haber escapado. Pero... hubo rumores entre los exploradores locales. Algunos aseguran haber visto... algo."
"¿Algo?" pregunté, frunciendo el ceño. "Habla claro."
"Una sombra, señor," dijo. "En los bordes del bosque cercano al acantilado donde encontramos al dragón. Era rápida, demasiado grande para ser humana, pero algunos dicen que parecía moverse como un guerrero. Nadie se atrevió a acercarse. Pensaron que podría ser otra bestia... o tal vez... Lady Thyra."
Un murmullo de incredulidad recorrió la sala. Eryk dio un paso adelante, con la emoción brillando en su rostro. "¿Lo ves? ¡Podría estar viva! Tenemos que ir allí ahora."
"Silencio," ordené, levantando una mano. "Esto podría ser cualquier cosa. No podemos actuar basándonos en rumores y miedo." Pero, en el fondo, algo en mí se aferraba a esa posibilidad, por pequeña que fuera.
"¿Qué ordena, mi lord?" preguntó el mensajero.
"Que los exploradores locales sigan observando la zona," dije. "Pero no se acercarán solos. Cuando lleguen las fuerzas de Varenn y Almaric, investigaremos más profundamente. Y si hay algo... o alguien... lo encontraremos."
Askel y Eryk se miraron entre sí, y por primera vez en toda la conversación, noté algo más que dolor en sus expresiones. Había esperanza. Y por más frágil que fuera, decidí aferrarme a ella también.
"Preparémonos," dije. "Esto aún no ha terminado."
***
*LORD ALMARIC*
Me encontraba en mi despacho, el fuego crepitando suavemente en la chimenea mientras leía el comunicado que acababa de llegar de parte de Lord Auren. El sello de su familia todavía estaba intacto cuando lo recibí, y mi primer instinto fue esperar noticias de victorias o algún informe militar de la frontera. Pero no era nada de eso.
El contenido de la carta era claro y directo, pero el peso de sus palabras me golpeó como un martillo.
La heredera de la familia Auren, Lady Thyra Auren había desaparecido en batalla.
Dejé caer la carta sobre mi escritorio, mi mirada fija en el vacío mientras procesaba la noticia. Ella no estaba confirmada como muerta, pero la implicación era clara: algo grave había sucedido en el norte. No había cuerpo, no había rastro claro, solo la espada de Thyra y un dragón muerto como testigos de su última batalla.
No podía creerlo. Conocía a esa mujer desde que era una niña, la había visto crecer, entrenar, convertirse en una fuerza imparable en el campo de batalla. Era más fuerte que la mayoría de los hombres que he conocido, más inteligente que muchos de los líderes de este reino, y con un espíritu que parecía indomable. Y ahora estaba desaparecida.
Me levanté de inmediato. Esto no podía quedarse aquí. Tenía que informar a mis hijos. Ellos la conocían, la respetaban, y tenían derecho a saberlo.
Llamé a uno de mis sirvientes, quien apareció rápidamente en la puerta.
"Busca a Caden y a Darién. Ahora. Tráelos aquí inmediatamente," ordené, con más urgencia en mi voz de la que planeaba mostrar.
El sirviente asintió y salió apresuradamente. Me quedé de pie, caminando de un lado a otro frente al escritorio. Mi mente no dejaba de repasar los detalles de la carta. ¿Qué había pasado exactamente? ¿Qué clase de bestia era lo suficientemente poderosa para desaparecer a alguien como Thyra? Y, más importante aún, ¿por qué el consejo la había enviado al norte en primer lugar?
Unos minutos después, escuché pasos en el pasillo, seguidos por la entrada de Caden y Darién.
"Padre," saludó Darién, con su habitual tono respetuoso pero firme. Caden, siempre un poco más relajado, asintió con la cabeza, aunque su expresión cambió al notar mi rostro preocupado.
"¿Qué sucede?" preguntó Darién.
No perdí el tiempo. "Acabo de recibir un comunicado de Lord Auren. Es sobre Lady Thyra."
Ambos se tensaron al instante.
"¿Qué pasó?" insistió Caden, dando un paso hacia adelante.
Tomé aire, buscando la manera correcta de decirlo, pero no había una forma sencilla. "Thyra ha desaparecido. Se encontraba en el norte, enfrentando una amenaza que emergió en la frontera. Según el informe de su padre, luchó contra una bestia colosal y, al parecer, contra un dragón. Pero después de eso, no se ha encontrado rastro de ella. Solo su espada quedó clavada en el cadáver del dragón."
El silencio que siguió fue casi ensordecedor. Darién abrió la boca, pero fue Caden quien reaccionó primero.
"¡Maldito consejo!" rugió, golpeando la mesa con un puño cerrado. "¡Ellos la enviaron! Sabían que era peligroso, sabían que no era necesario, pero insistieron. ¡Siempre la han visto como una herramienta, una solución para sus problemas! Y ahora..."
Caden apretó los dientes, incapaz de continuar. Lo entendía. Había peleado junto a Thyra en la batalla hace tres años. Habían compartido experiencias que forjaron un vínculo inquebrantable, y verla como una amiga o incluso como una hermana no era nada extraño.
"Cálmate, Caden," dijo Darién, aunque su tono no era del todo firme. Podía ver la preocupación en su rostro también. "Todavía no sabemos qué pasó exactamente. Puede que esté viva. Sabes que Thyra no caería sin luchar."
"¿Y si no?" respondió Caden, girándose hacia su hermano. "¿Y si está...?"
"No está muerta," interrumpí, mi tono dejando claro que no aceptaría otra alternativa. "No hay evidencia de eso. Pero sí está desaparecida, y es nuestra responsabilidad ayudar a encontrarla."
Caden me miró con los ojos encendidos. "Dime que vamos al norte, padre. No podemos quedarnos aquí sentados mientras otros deciden qué hacer."
"Lo haremos," respondí. "Pero no de inmediato. Auren ya está movilizando recursos, y otros lo harán también. Si queremos ser útiles, necesitamos coordinarnos con ellos. Ir solo sería inútil y peligroso."
"¡No me importa el peligro!" exclamó Caden. "Thyra habría ido sin pensarlo si alguno de nosotros estuviera en su lugar."
"Y precisamente porque habría ido sin pensarlo, mira dónde está ahora," respondí con dureza, aunque me dolía decirlo. "Si quieres ayudar a Thyra, entonces necesitas mantener la cabeza fría. No cometeré el mismo error que el consejo, enviándote a una situación que no entendemos sin preparación."
Caden apretó los dientes, pero no respondió. Darién puso una mano en su hombro, como si intentara calmarlo.
"Entonces, ¿qué hacemos ahora?" preguntó Darién.
"Primero, informaremos a nuestras fuerzas y prepararemos suministros. Reforzaremos nuestra posición aquí mientras esperamos noticias de Auren. Cuando haya un plan claro, partiremos al norte con nuestros hombres para unirnos a la búsqueda. Hasta entonces, quiero que ambos estén preparados para lo que sea."
Ambos asintieron, aunque vi la frustración en los ojos de Caden.
"Thyra es fuerte," dije, mirando a mis hijos con firmeza. "Si alguien puede sobrevivir esto, es ella. Pero no voy a arriesgar sus vidas ni las de mis hombres actuando impulsivamente. La encontraremos, pero lo haremos correctamente."
Caden se giró hacia la puerta, claramente deseoso de hacer algo, cualquier cosa, mientras Darién permaneció un momento más conmigo, su expresión grave.
"Padre," dijo en voz baja. "¿Crees que el consejo realmente la obligó a ir al norte para deshacerse de ella?"
No respondí de inmediato. Sabía que era cierto, pero admitirlo solo alimentaría la rabia de mis hijos y complicaría las cosas.
"Eso no importa ahora," dije finalmente. "Lo que importa es traerla de vuelta."
Darién asintió lentamente, aunque sus ojos decían que sabía la verdad.
Cuando ambos salieron de la habitación, volví a sentarme en mi escritorio, mirando nuevamente el comunicado de Auren. Las palabras parecían pesar aún más ahora.
"Thyra," murmuré para mí mismo, mirando hacia el norte, donde sabía que se encontraba la frontera. "Aguanta. No nos rendiremos hasta encontrarte."
****
*LORD VAREN*
La carta de Lord Auren estaba sobre mi escritorio, el sello aún fresco y el contenido grabado en mi mente desde la primera lectura. La heredera de la familia Auren, Lady Thyra Auren, desaparecida en batalla. El peso de esas palabras era difícil de aceptar, incluso más difícil de procesar. Conocía a esa mujer desde que era una niña, una guerrera incomparable, tan feroz como leal. ¿Cómo alguien como ella podía simplemente desaparecer?
La puerta de mi oficina se abrió de golpe, y al girarme vi a Myla entrar con el rostro lleno de determinación. Detrás de ella estaba mi esposa, Lady Verann, su expresión de calma característica ocultando lo que sabía que debía de ser una tormenta de emociones.
"¿Es cierto?" preguntó Myla, sin rodeos, su mirada fija en mí.
Asentí con gravedad, empujando la carta hacia el borde del escritorio para que la tomara. "Lady Thyra desapareció en la frontera del norte. Según Auren, ella lucho sóla contra una bestia colosal y un dragón, pero tras la batalla, no se ha encontrado rastro de ella."
Myla tomó la carta con manos temblorosas, pero su voz no flaqueó cuando habló. "¿Y qué hacemos? No podemos quedarnos aquí esperando."
Antes de que pudiera responder, Lady Verann avanzó, su voz calmada pero firme. "Ya estoy preparando las provisiones necesarias. Enviaremos hombres hacia la frontera lo antes posible. Lord Auren necesitará refuerzos, y si Almaric ya recibió el comunicado, estoy segura de que él también se moverá."
"Yo voy," interrumpió Myla de inmediato, dejando la carta sobre la mesa.
La miré fijamente, midiendo sus palabras. Su determinación era inquebrantable, pero era mi hija, y la idea de enviarla a un lugar tan peligroso me llenaba de dudas.
"Myla, esto no es una simple expedición," advertí. "La frontera del norte es peligrosa, y si una guerrera como Thyra no pudo regresar, ¿cómo crees que podrás enfrentarlo tú?"
"No estoy diciendo que lo haré sola," respondió, cruzando los brazos. "Pero Caden y Darién estarán allí, lo sabes. No me quedaré atrás mientras ellos arriesgan sus vidas. Conozco a Thyra tanto como ellos. He luchado con ella, he aprendido de ella. Ella es mi amiga, casi mi hermana y no voy a abandonarla."
Sus palabras eran apasionadas, pero razonadas, como siempre. Myla nunca había sido impulsiva, pero su vínculo con Thyra era profundo, algo que incluso yo había notado durante los años en los que ambas se entrenaron juntas.
"Es peligroso," insistí, tratando de mantenerme firme. "Esto no es un entrenamiento, Myla. Es una misión de búsqueda en un territorio devastado, lleno de enemigos que podrían matarte antes de que te des cuenta."
"Padre," dijo, dando un paso hacia mí. Su tono cambió, más calmado pero igualmente decidido. "Sé que es peligroso. Pero soy capaz. Tú y mi madre me han entrenado toda mi vida para enfrentar estas situaciones. Si vas al norte, yo voy contigo. Caden, Darién y yo hemos luchado juntos antes, y somos más fuertes juntos. No me pidas que me quede atrás. No podría vivir conmigo misma si no hago algo."
Lady Verann, que había permanecido en silencio hasta ahora, posó una mano sobre mi hombro. "Sabes que tiene razón," dijo suavemente. "Es tan capaz como ellos. No puedes protegerla para siempre, no cuando su corazón ya está decidido."
Suspiré, pasándome una mano por el rostro. Sabía que no podía detenerla, pero la idea de perder a otra persona cercana era un riesgo que me costaba aceptar.
"Muy bien," cedí finalmente, mirando a Myla. "Pero bajo una condición: obedecerás mis órdenes sin cuestionarlas. Si te digo que te retires, lo harás. Si te digo que te quedes atrás, lo harás. ¿Entendido?"
Asintió con firmeza. "Entendido."
"Entonces prepárate," dije, mi voz más firme. "Partiremos en cuanto tengamos los suministros necesarios."
Myla se inclinó ligeramente en señal de agradecimiento y salió rápidamente de la habitación, seguramente para prepararse.
Cuando la puerta se cerró, Verann apretó ligeramente mi hombro. "Has tomado la decisión correcta," dijo en voz baja.
"Lo sé," respondí, aunque mi corazón seguía pesando. "Pero eso no hace que sea más fácil."
Miré por la ventana hacia el norte, donde la frontera yacía en algún lugar bajo el manto de nieve. La idea de que alguien tan fuerte como Thyra pudiera estar desaparecida seguía siendo irreal para mí. Pero si había una mínima posibilidad de encontrarla, haríamos todo lo necesario.
"Thyra," murmuré para mí mismo, como una plegaria al viento. "Aguanta. Vamos en camino."