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Chapter 15 - Capitulo 15

*ERAN*

La noche caía lentamente, envolviendo la base con una inquietante quietud que no ofrecía descanso. La nieve crujía bajo las botas de los soldados mientras todos permanecían en guardia, el eco de las batallas recientes aún presente en el aire. A pesar de que la oleada de bestias había cesado, un rugido profundo y desgarrador, proveniente de algún lugar en el horizonte, cortó el aire. No era un rugido cualquiera. Era algo que nunca había escuchado antes, algo que helaba la sangre y hacía vibrar cada fibra de mi ser.

Sentí la piel erizarse al instante. No solo yo, todos los que estábamos allí lo sentimos. Ese sonido, esa abrumadora sensación de peligro, emanaba del lugar al que Lady Thyra había ido hace unas horas para distraer a esa gigantesca bestia que había surgido del suelo. Los rostros a mi alrededor reflejaban lo que yo mismo sentía: miedo, incertidumbre, y una profunda preocupación.

"¿Qué demonios fue eso?", murmuré en voz baja, más para mí que para cualquiera. Pero nadie respondió. No hacía falta. Todos lo sabíamos. Algo terrible estaba ocurriendo allá afuera. Algo que ni siquiera nuestras peores pesadillas podían explicar.

Luego, el rugido cesó, sustituido por un grito final que retumbó en nuestros oídos y en nuestros huesos. Era un lamento, una expresión de agonía y furia que parecía reverberar en la misma tierra bajo nuestros pies. Esa bestia, lo que fuera, había caído. Pero con ese rugido final, el peligro no se había disipado. Lo sentíamos aún, como una sombra invisible que se cernía sobre nosotros.

Los soldados de la Casa Auren, fieles y leales hasta la médula, se alteraron visiblemente. Pude ver en sus ojos que ellos también lo entendían. El rugido había venido de la misma dirección donde Lady Thyra había partido. Sus vidas giraban en torno a protegerla, y ahora, sin pensarlo dos veces, comenzaron a moverse. Nadie esperó órdenes del capitán ni del segundo al mando. Simplemente, rompieron formación y corrieron hacia ese lugar con todo lo que tenían.

"¡Esperen!", grité, intentando detenerlos, pero fue inútil. Su lealtad los había poseído por completo. No había miedo en sus acciones, solo una determinación inquebrantable. La Casa Auren no dejaría a su señora atrás. Maldije entre dientes y miré al capitán, quien compartía mi frustración y preocupación.

"¡Reúnan a los hombres que puedan!", ordenó el capitán, su voz firme a pesar del temblor que todos sentíamos. "No podemos dejarlos solos ahí fuera."

Sabía lo que eso significaba. Si el peligro que intuíamos era tan real como lo sentíamos, ni siquiera un grupo armado sería suficiente para enfrentar lo que había en ese lugar. Sin embargo, no podíamos quedarnos de brazos cruzados. No mientras los soldados Auren corrían hacia una posible muerte segura, y mucho menos mientras Lady Thyra seguía ahí fuera, enfrentando algo que ninguno de nosotros podía comprender.

"Prepárense", dije a mi grupo mientras tomaba mi espada y ajustaba la capa. El frío se intensificaba a medida que la noche se cerraba completamente, pero eso no nos detendría. "Nos movemos en cuanto tengamos suficientes hombres."

Mientras nos preparábamos, volví la mirada hacia el horizonte. La dirección del rugido, el lugar donde las explosiones verdes y los rugidos de bestias habían marcado el cielo hacía horas, ahora estaba envuelto en un inquietante silencio. Algo dentro de mí me decía que lo peor aún estaba por venir. Y esa sensación no me abandonó ni por un segundo mientras salíamos hacia lo desconocido, con la sombra del destino de Thyra pesando sobre cada paso que dábamos.

Mientras corríamos, el paisaje que nos rodeaba era cada vez más aterrador. La tierra parecía haber sido arrancada de raíz en muchos puntos, dejando enormes socavones que se hundían como heridas abiertas en el suelo. Era imposible ignorar la magnitud de la devastación. El aire estaba cargado con un olor metálico, una mezcla de sangre, tierra quemada y algo que no podía identificar pero que me ponía la piel de gallina.

Los soldados a mi lado apenas hablaban. Todo el mundo estaba demasiado concentrado en el terreno frente a nosotros, esforzándose por no perder el equilibrio entre los restos de la batalla. A medida que nos acercábamos al área rocosa que destacaba en el horizonte, la magnitud del enfrentamiento se volvía cada vez más evidente. La tierra estaba marcada con arañazos que parecían haber sido tallados por garras del tamaño de un hombre. Las rocas estaban partidas en dos, como si algún gigante las hubiese aplastado con una fuerza descomunal.

Cuando finalmente llegamos a lo que parecía ser el epicentro de la batalla, nos detuvimos en seco. El suelo estaba destrozado, reducido a un caos de roca triturada y tierra quemada. En el centro, un enorme agujero descendía al corazón de la tierra, como si algo gigantesco hubiera emergido desde las profundidades. La atmósfera allí era sofocante, el aire pesaba en los pulmones, lleno de una energía residual que solo podía ser magia. Nadie dijo nada al principio. La vista hablaba por sí sola.

Bajé junto a algunos soldados más para inspeccionar el agujero. Deslizándonos con cuidado entre los escombros, alcanzamos el fondo. Y lo que encontramos allí nos dejó helados. La criatura que Lady Thyra había enfrentado estaba muerta, despedazada de una manera tan brutal que era difícil creer que alguien, incluso alguien con las habilidades de ella, hubiese podido lograrlo. Sus enormes extremidades estaban dispersas, su cuerpo perforado y desgarrado como si algo aún más grande y más poderoso lo hubiese destrozado.

Sin embargo, lo que más me llamó la atención no fue la bestia, sino el enorme cráter aún más profundo en el centro del área. El suelo estaba destruido, las rocas fundidas y partidas por completo. La devastación era total, como si un poder inimaginable hubiese explotado allí. Mis ojos se desviaron hacia el fondo del cráter, donde un altar antiguo se alzaba entre los restos. Era imponente, de piedra negra con extrañas marcas talladas en su superficie. Había sangre seca sobre él, lo que significaba que algo había ocurrido allí antes de nuestra llegada. Lo que fuera que había sucedido, había desencadenado algo que no éramos capaces de comprender.

Miré a mi alrededor, intentando imaginar lo que Thyra había enfrentado. El altar parecía estar conectado a la devastación, pero no lograba entender cómo o por qué. Sentí un escalofrío al mirar las marcas de sangre. ¿Era de ella? ¿O algo más había pasado aquí?

"Esto no tiene sentido," murmuré para mí mismo, tocando una de las marcas en el altar. La sangre estaba seca, pero el altar todavía emanaba un aura extraña, como si aún estuviera cargado con la energía del combate.

Antes de poder pensar más, uno de los soldados llamó nuestra atención desde lo alto del agujero. "¡Eran! ¡Aquí arriba! ¡Tienen que ver esto!"

Rápidamente escalamos hacia la superficie. Al llegar, el soldado nos señaló algo más allá del borde del agujero. Seguimos las marcas que él indicaba, y lo que vimos solo hizo que la situación fuese más desconcertante. Había más arañazos en el suelo y las paredes rocosas, pero eran diferentes, más profundas, más feroces. Las marcas indicaban que algo, algo inmensamente grande y peligroso, había salido de ese lugar.

El soldado continuó caminando, deteniéndose cerca de un grupo de árboles caídos y mostrando algo en el suelo. Eran huellas, enormes y claramente de una criatura que no habíamos visto antes. Las pisadas eran profundas, cada una más grande que un hombre, y se dirigían hacia una dirección clara.

"Esto no es todo," dijo otro soldado que había estado explorando más adelante. "Hay rastros de lucha en esa dirección," añadió mientras señalaba hacia el bosque.

Mi mente comenzó a trabajar frenéticamente, intentando juntar las piezas del rompecabezas. ¿Thyra había enfrentado a esta nueva criatura? ¿Había sobrevivido? Todo parecía indicar que había ocurrido algo mucho más grande de lo que podíamos comprender, y cada pista solo añadía más preguntas.

"Reúne a todos," ordené, mi voz firme aunque mi interior estaba en caos. "Seguiremos las huellas. Si Lady Thyra aún está ahí fuera, la encontraremos."

Mientras los soldados se organizaban, miré hacia el bosque que se extendía frente a nosotros. Algo oscuro y desconocido se movía en este lugar, algo que ni siquiera las historias sobre la guerra de hace tres años habían mencionado.

Mientras avanzábamos, la devastación se volvía aún más evidente. La nieve estaba teñida de un rojo oscuro y denso, mezclado con manchas negras que indicaban la sangre de las bestias. La vista era aterradora; parecía que un campo de batalla infernal se había desatado aquí. El aire frío de la noche apenas hacía que el hedor metálico de la sangre y la magia se disipara.

Uno de los soldados más experimentados me detuvo antes de que siguiera avanzando. "Cuidado, Eran", dijo con voz seria mientras iluminaba con su linterna mágica el terreno frente a nosotros. Me giré hacia él justo a tiempo para ver cómo una enorme grieta en el suelo se extendía a pocos pasos de donde estaba. No la había visto. Antes de darme cuenta, resbalé en el hielo. Mis pies se deslizaron hacia el borde del precipicio, pero el soldado que me había advertido fue lo suficientemente rápido como para agarrarme del brazo y empujarme hacia atrás con fuerza.

Caí de espaldas contra la nieve, jadeando. Miré hacia el abismo que casi me había tragado. No se podía ver nada hacia abajo, solo una oscuridad total. Pero, al alzar la mirada, detrás del precipicio algo captó nuestra atención. En el fondo de la llanura nevada, una marca en la roca resaltaba. Era grande, irregular, cubierta de sangre roja, congelada en gruesas gotas que contrastaban con la nieve. El tamaño y la forma eran inequívocos: era humana. Todos quedamos en silencio al verla.

Uno de los soldados rompió el silencio. "Esa es sangre de alguien. No hay duda."

Miré el área con atención. Una sección del acantilado había colapsado, la tierra estaba rota y parecía haberse deslizado hacia abajo. Los arañazos en las rocas indicaban que algo había tratado de escalar o caer allí. Era imposible ignorar la posibilidad de que Lady Thyra hubiera caído al vacío.

Un soldado sugirió lo que nadie quería oír: "¿Podría... podría haber caído al precipicio?"

Hubo un murmullo entre los soldados, la mayoría asintiendo en silencio. Pero antes de que nadie pudiera responder, los hombres de la casa Auren reaccionaron de inmediato. "¡No digas estupideces!" gritó uno de ellos con furia. "Lady Thyra no moriría. Es imposible. Es más fuerte que cualquiera de nosotros. Esto no termina aquí."

Aunque yo mismo compartía su fe en ella, la realidad era ineludible. Habíamos perdido su rastro por completo. Si estaba abajo, en el fondo de ese acantilado, no teníamos idea de si seguía viva. Pero no podíamos dejar que la duda nos paralizara. Ordené que un pequeño grupo de soldados regresara a la capital para informar al consejo. Era nuestra obligación, aunque las palabras dejaron un nudo en mi garganta.

Antes de partir, los soldados Auren no se detuvieron en expresar su disgusto. Uno se acercó, mirándome fijamente a los ojos. "No se atreva a insinuar que esto termina aquí. Lady Thyra volverá. No importa contra qué se haya enfrentado, regresará. No cometa el error de subestimarla." Asentí, reconociendo su lealtad, pero no respondí. No era el momento para discusiones.

Un equipo con cuerdas y equipo de escalada llegó poco después. La noche oscura no ayudaba, pero la luz de nuestras linternas mágicas revelaba el peligro del descenso. Bajamos con extremo cuidado. Las enormes estacas de roca afilada que se extendían en el fondo del abismo eran mortales. Si alguien caía, no habría oportunidad de sobrevivir. Era como si la naturaleza misma hubiera conspirado para hacer de este lugar una trampa mortal.

Cuando finalmente llegamos al fondo, el aire era más frío, más denso. La nieve había sido reemplazada por hielo y roca afilada. Nos agrupamos, asegurándonos de que todos estuvieran presentes antes de comenzar a explorar. Caminábamos en silencio, cada paso más tenso que el anterior. De repente, un grito rompió la calma.

"¡Aquí! ¡Rápido!" La voz de un soldado llegó cargada de pánico.

Corrimos hacia él, el sonido de nuestras botas resonando en el suelo helado. Cuando llegamos al lugar, todos nos detuvimos de golpe, como si el tiempo se hubiera congelado. Frente a nosotros, un dragón negro yacía muerto, su enorme cuerpo empalado por varias de las rocas afiladas del lugar. Su sangre oscura se había derramado en grandes charcos que reflejaban un brillo extraño bajo las luces mágicas. Pero lo que llamó nuestra atención no fue solo la bestia, sino lo que estaba clavado en su cuerpo. Una espada. No era cualquier espada. Era inconfundible.

"Es la espada de Lady Thyra", murmuró uno de los soldados.

El emblema de la casa Auren brillaba débilmente en la empuñadura. Mi estómago se hundió al verla. Pero no había rastro de ella, ni señales de su cuerpo o de huellas humanas. Solo el dragón, muerto y silencioso, y la espada que había atravesado su carne.

"¿Dónde está...?" Alguien preguntó lo que todos pensábamos.

Caminé alrededor del dragón, buscando desesperadamente cualquier señal que pudiera indicarnos qué había ocurrido. Pero no había nada. Ningún rastro de sangre humana, ninguna huella en el hielo. Era como si hubiera desaparecido por completo.

Los soldados comenzaron a murmurar entre ellos. Algunos parecían aliviados de no haber encontrado su cuerpo; para ellos, eso significaba que aún podía estar viva. Otros no podían ocultar su preocupación. ¿Qué clase de poder había enfrentado para derrotar a una criatura como esta? ¿Y qué había pasado después?

Me aparté del grupo, mirando la espada clavada en el dragón. Era un símbolo de esperanza, pero también de incertidumbre. Si había sido capaz de derrotar a este monstruo, entonces su fuerza era aún mayor de lo que imaginábamos. Pero si no estaba aquí, ¿dónde estaba?

"Seguiremos buscando", dije con firmeza, más para mí mismo que para los demás. "Lady Thyra no ha terminado. No hasta que la encontremos, viva o..." No pude terminar la frase. Algo en mi interior se negaba a aceptar la posibilidad de que ella no hubiera sobrevivido.

Nos organizamos para explorar más profundamente el terreno. Pero mientras lo hacíamos, una pregunta persistía en mi mente: ¿Qué fue lo que realmente ocurrió aquí?

***

Los días se hicieron largos y pesados hasta que se volvieron semanas. Cada rincón de aquel acantilado y los alrededores fue inspeccionado con precisión. Pequeñas esperanzas surgían con cada hallazgo: rastros de magia, marcas de combate, pero nada concreto que confirmara si Lady Thyra seguía con vida o había perecido en la batalla. La llegada de refuerzos desde la capital trajo consigo un aire solemne y definitivo. Con el terreno inspeccionado y ninguna señal tangible, se tomó la decisión que todos temíamos: la búsqueda terminaría.

Lady Thyra no sería declarada muerta, no oficialmente. En lugar de eso, el Consejo dictaminó que su estado sería "desaparecida en combate". Una esperanza vacía para algunos, pero suficiente para mantener viva su leyenda y evitar el impacto de su pérdida inmediata en el reino. Los soldados de la Casa Auren, sin embargo, rechazaron toda noción de derrota. Para ellos, Lady Thyra seguía viva, y lo demostrarían con la evidencia de su victoria.

Mientras los altos mandos daban por concluida la operación, los soldados Auren comenzaron a desmembrar el cadáver del dragón negro con una mezcla de reverencia y determinación. Tomaron la cabeza de la bestia, un trofeo imponente que sería llevado a la capital como símbolo de la valentía de su señora. Las alas, enormes y membranosas, fueron cuidadosamente separadas del cuerpo, mientras otros soldados recogían escamas y colmillos como reliquias de la criatura derrotada. Era un esfuerzo tanto práctico como simbólico: si no podían llevar a Lady Thyra de regreso, entonces su victoria hablaría por ella.

La espada, aún impregnada de la esencia de la batalla, fue tratada con el mayor respeto. Fue retirada del cuerpo del dragón con un ritual solemne, susurros de plegarias y promesas de lealtad eterna llenaron el aire helado. Envolvieron la espada en una bandera de la familia Auren, cuidadosamente doblada y protegida dentro de una caja de madera decorada con grabados intrincados, símbolo de la historia y el linaje de la casa.

Uno de los capitanes de la Casa Auren, un veterano que había luchado junto a Lady Thyra en muchas ocasiones, tomó la caja entre sus manos. Su mirada estaba fija, severa, pero en sus ojos había un brillo de tristeza contenida. "Esta espada no es solo un arma", dijo en voz alta para que todos lo escucharan. "Es el testimonio de su fuerza, de su sacrificio y de lo que representa para nosotros. Lady Thyra no ha caído. No hasta que nosotros lo hagamos."

Los soldados respondieron con un grito unísono, su fe inquebrantable era palpable. Yo, sin embargo, no podía dejar de sentir un peso en mi pecho. Aunque admiraba su lealtad, no podía ignorar la realidad que había presenciado. La devastación, la ausencia de su cuerpo, las señales de una batalla que había exigido más de lo que cualquier mortal podía ofrecer. Había algo profundamente inquietante en todo aquello.

Cuando llegó el momento de regresar, los soldados de Auren cargaron la cabeza del dragón sobre un enorme trineo reforzado, tirado por caballos. La espada fue colocada en un lugar seguro, y los trofeos de la bestia fueron cuidadosamente empaquetados para su transporte. Cada paso que tomábamos de vuelta hacia la capital era acompañado por un silencio solemne, roto solo por el viento y los murmullos de quienes intercambiaban teorías en voz baja.

Al llegar al campamento base, los altos mandos estaban organizando el informe oficial que se entregaría al Consejo. Había un aire de derrota en sus rostros, pero también de obligación. Sabían que no podían permitir que el reino cayera en el caos por la desaparición de una figura tan importante como Lady Thyra. La noticia debía ser controlada, manejada con cuidado para preservar la moral de las tropas y la estabilidad política.

Yo, por mi parte, observaba desde la distancia cómo se realizaban los preparativos para el regreso. Mi mirada se posó en la caja de madera que contenía la espada. Era difícil no pensar en ella, en la mujer que había liderado con una fuerza y determinación inquebrantables. Había enfrentado lo imposible, y aunque no estaba allí para contarlo, su victoria era innegable. Había derrotado a un dragón, algo que pocos podían siquiera imaginar. Pero a qué costo…

Una noche antes de partir, algunos soldados encendieron una hoguera y comenzaron a contar historias de Lady Thyra. Relataban sus hazañas, sus palabras, y la manera en que había inspirado a cada uno de ellos a seguir adelante incluso en los momentos más oscuros. La devoción en sus voces era inconfundible. Para ellos, Lady Thyra no era solo su comandante o su próxima señora, era un símbolo de esperanza, un faro en medio de la tormenta.

"Ella volverá", dijo uno de los más jóvenes, con los ojos brillando por el fuego y las lágrimas contenidas. "Lo sé. Ella no nos dejaría. Lady Thyra no es alguien que se rinda, ni siquiera frente a un dragón."

Asentí en silencio, sin querer apagar la llama de su esperanza, aunque una parte de mí no podía evitar dudar. ¿Y si realmente esta era su despedida? ¿Y si nunca volvía a verla, a escuchar su voz, a luchar a su lado?

Cuando finalmente partimos, la procesión era solemne. Los trofeos del dragón, la espada y los relatos de los sobrevivientes serían entregados al Consejo como prueba de la batalla. Pero para muchos de nosotros, no era suficiente. La ausencia de Lady Thyra dejaba un vacío que no podía ser llenado con trofeos ni palabras. Su desaparición se sentía como una herida abierta, y aunque el reino la recordaría como una heroína, aquellos que la conocimos sabíamos que su historia estaba lejos de terminar.

Al menos, eso quería creer. Porque aunque el dragón estaba muerto, algo en mí me decía que la verdadera lucha de Lady Thyra no había hecho más que comenzar.