*CADEN*
El dolor en mi cabeza era insoportable, como si alguien estuviera martillando mi cráneo sin piedad. Entreabrí los ojos con esfuerzo, apenas capaz de distinguir la luz tenue que entraba por la ventana cubierta de escarcha. El frío del invierno se colaba en la habitación, pero no era suficiente para apagar el fuego que sentía latiendo en mis sienes.
"Maldita sea…" murmuré con la voz ronca, llevándome una mano a la frente en un intento inútil de mitigar el malestar.
De fondo, el sonido metálico de espadas chocando me hizo apretar los dientes. Eran los soldados, entrenando como de costumbre, acompañados por las voces autoritarias de los instructores que ladraban órdenes sin descanso. La rutina diaria de la casa Auren nunca fallaba, ni siquiera después de una celebración como la de anoche.
Me obligué a sentarme en la cama, soltando un gruñido bajo cuando todo a mi alrededor pareció tambalearse por un instante. A través de la ventana, la nieve caía lentamente, cubriendo el paisaje con un manto blanco que parecía inmaculado, puro… una paz engañosa. Porque no importaba cuánto intentara olvidar, el invierno siempre traía consigo los mismos recuerdos.
Cerré los ojos un momento, y ahí estaba de nuevo: el caos, el rugido ensordecedor de las bestias, el olor a sangre y a tierra quemada. Hace tres años, el invierno no fue tranquilo ni sereno. Fue un infierno.
Podía verme a mí mismo, acorralado, con la espalda casi pegada a una roca mientras las bestias avanzaban hacia mí con fiereza inhumana. Las manos me temblaban al empuñar la espada. No importaba cuántas veces hubiera entrenado para situaciones como esa, el miedo era un enemigo al que nadie te enseña a vencer realmente.
"¡Thyra! ¡Ayuda!" grité en aquella ocasión, con la voz rota por el pánico.
A lo lejos, la escuché responder:
"¡Voy hacia ti, Caden, aguanta!"
Pero entonces sucedió algo que hizo que la desesperación en mi pecho se multiplicara. Una de esas malditas bestias surgió del suelo, sus garras extendidas, y atrapó a Thyra antes de que pudiera llegar a mí.
"¡Thyra!" grité de nuevo, mi voz ahogada por el rugido de las criaturas y el estruendo de la batalla a nuestro alrededor.
Ella estaba allí, luchando contra el agarre de la bestia mientras la nieve a su alrededor se teñía de un rojo que parecía aún más oscuro bajo el cielo gris. Fue entonces cuando vi algo en sus ojos: una mezcla de terror y determinación. Fue el momento exacto en que todo cambió.
Lo que pasó después es algo que nunca he podido olvidar, ni comprender del todo. Una luz comenzó a emanar de ella, primero débil, luego tan intensa que tuve que entrecerrar los ojos para soportarla. No hubo cánticos, ni runas, nada que indicara que el hechizo que estaba por realizar era seguro o siquiera planeado. Era pura magia desbordada, sin control alguno.
El aire pareció estallar a nuestro alrededor. Lo siguiente que recuerdo fue una onda expansiva que lo consumió todo: bestias, árboles, nieve, roca… todo desapareció en una tormenta de destrucción que no parecía humana. Yo fui lanzado por el impacto, chocando contra el suelo helado, pero seguía consciente, lo suficiente para verla a ella caer de rodillas.
La luz en su cuerpo se apagó, como si alguien hubiera soplado una vela, y entonces se desplomó en el suelo. Corrí hacia ella, tropezando con cada paso, mi propia voz resonando en mis oídos como un eco distante.
"¡Thyra! ¡Thyra, respóndeme!"
Su rostro estaba pálido, demasiado pálido, y apenas respiraba. Su cuerpo temblaba por completo, como si todo el peso del hechizo hubiera drenado su fuerza vital.
"No puedes hacer esto, maldita sea," murmuré entonces, sosteniéndola entre mis brazos mientras el frío mordía mi piel. "No puedes morir aquí. No después de esto."
Sacudí la cabeza para apartar el recuerdo, volviendo al presente. La nieve seguía cayendo con esa calma perturbadora, como si el mundo quisiera recordarme lo frágil que era todo.
Desde aquella batalla, nunca volví a mirar a Thyra de la misma forma. Lo que hizo ese día fue un milagro, sí, pero también fue una advertencia. Usar magia sin runas ni cánticos… era como jugar con fuego, con un fuego capaz de consumirla por completo. Esa vez casi la mata, y no puedo evitar preguntarme qué habría pasado si no lo hubiera logrado, si no hubiera sobrevivido a ese pago monstruoso que la magia le exigió.
Suspiré, pasando una mano por mi cabello mientras miraba el cielo gris a través de la ventana. El peso de la resaca seguía presente, pero no era nada comparado con el peso de esos recuerdos.
"Siempre tan cabezota…" murmuré para mí mismo, refiriéndome a ella. Aunque jamás se lo diría en voz alta, me asustaba la idea de que un día volviera a hacer algo así, de que un día no pudiera regresar.
El sonido de las espadas afuera seguía resonando, constante, implacable, como si el mundo nunca se detuviera, sin importar lo que hubiéramos vivido. Me levanté de la cama con esfuerzo, tambaleándome un poco, pero decidido a salir de ese encierro.
No iba a permitir que esos recuerdos me consumieran. No hoy. Y sobre todo, no cuando ella seguía ahí afuera, con esa mirada determinada y esa sonrisa que siempre lograba ponerme de los nervios.
Salí de mi habitación tambaleándome ligeramente, con el eco de los recuerdos aún rondando en mi mente. Necesitaba despejarme, y la mejor manera de hacerlo era salir y enfrentar el día, por más resaca que tuviera. Caminé por los pasillos, saludando a varias sirvientas y soldados en el camino, quienes me miraban con una mezcla de simpatía y diversión.
"Buenos días, señor Caden," dijo una de las sirvientas, una joven con una sonrisa cálida.
"Buenos días," respondí, forzando una sonrisa en mi rostro mientras seguía avanzando.
Finalmente, llegué al comedor. Al entrar, me encontré con una escena bastante contrastante. Los lords, incluyendo a mi padre, estaban sentados con la cabeza baja y una expresión de malestar evidente. Por otro lado, las ladies, incluyendo a mi madre, parecían estar disfrutando de un desayuno agradable y animado.
Myla, Darien y Thyra estaban allí también, y aunque se veían un poco afectados por la noche anterior, parecían en mucho mejor estado que los lords. Los gemelos y los hermanos de Thyra comían con entusiasmo, como si nada hubiera pasado.
"¡Miren quién decidió unirse a nosotros!" exclamó Darien con una sonrisa burlona al verme entrar. "El último en despertar, como siempre."
"¿No tuviste suficiente anoche, Caden?" añadió Myla, riéndose suavemente.
"Buen día a todos," respondí, tratando de ignorar las burlas mientras tomaba asiento. "Parece que alguien tenía que cerrar la fiesta, ¿no?"
Thyra me dedicó una mirada divertida, aunque sus ojos aún mostraban rastros de cansancio. "Espero que te sientas mejor después del desayuno," dijo, su tono un poco más amable.
"Eso espero," murmuré, sirviéndome un poco de café y comida, esperando que algo en el estómago ayudara a calmar el martilleo en mi cabeza.
Mientras comía, observé a mi alrededor. La atmósfera era relajada y cálida, una fuerte contradicción con el caos de la noche anterior. Los niños reían y conversaban animadamente, los adultos se recuperaban de sus excesos, y poco a poco, el día comenzaba a tomar forma.
"Thyra, ¿algún plan interesante para hoy?" preguntó Myla, tratando de mantener la conversación ligera.
Thyra sonrió, aunque había un destello de fatiga en sus ojos. "Nada demasiado emocionante. Creo que necesito un día de descanso después de todo esto."
"Todos lo necesitamos," añadió Darien, asintiendo en acuerdo.
Continué comiendo en silencio, dejando que las voces y risas de los demás me envolvieran.
Después de un desayuno lleno de bromas y conversaciones ligeras, la mañana avanzó con calma. Los lords seguían arrastrando los pies mientras abandonaban el comedor, claramente vencidos por los estragos de la noche anterior.
Me quedé un momento más sentado, observando cómo el lugar se vaciaba poco a poco. Myla y Darien seguían hablando entre ellos, riendo por alguna anécdota que apenas podía escuchar. Al otro lado de la mesa, Thyra se puso de pie con elegancia, terminando su café.
"Voy a salir un momento," dijo, dirigiéndose a Darien y Myla.
"¿A dónde vas?" preguntó Myla con curiosidad.
"Solo quiero caminar un poco y despejar mi mente. No me sigan," respondió ella con una media sonrisa, sabiendo perfectamente que la seguiríamos si nos lo proponíamos.
Thyra salió del comedor, y algo en su expresión me hizo querer levantarme de inmediato. Siempre había tenido esa forma de alejarse cuando necesitaba estar sola, pero después de tantos años, todos sabíamos que los recuerdos de la defensa aún la atormentaban.
Darien notó mis intenciones al instante. "Déjala tranquila, Caden. A veces necesita su espacio."
"Lo sé," respondí, aunque no pude evitar fruncir el ceño. "Pero no pienso dejar que pase por esto sola."
Darien soltó un suspiro, resignándose. Myla solo me miró de reojo, con una sonrisa divertida. "Adelante, héroe, pero no te quejes si te congelas por salir en este frío."
Me abroché el abrigo y salí al patio exterior. El aire helado golpeó mi rostro como una bofetada, despejando el resto del malestar que quedaba en mi cabeza. La nieve seguía cayendo de forma ligera, cubriendo el suelo con una capa esponjosa y blanca. Al mirar a lo lejos, vi a Thyra caminando lentamente hacia el bosque que bordeaba la propiedad.
No me apresuré. Caminé a una distancia prudente, permitiendo que tuviera su tiempo. La seguí con la mirada mientras avanzaba entre los árboles, hasta que finalmente decidió detenerse en un pequeño claro donde la nieve cubría cada rama y hoja.
Thyra se quedó de pie, en silencio, mirando hacia el cielo gris. Sus hombros se veían tensos, como si llevara el peso del mundo en ellos. Después de un momento, se sentó sobre un tronco caído, apoyando los codos en las rodillas y cubriéndose el rostro con las manos.
No me lo pensé más y me acerqué lentamente, pisando la nieve que crujía bajo mis botas. Ella no reaccionó hasta que estuve a unos pocos pasos. Levantó la cabeza y me miró con esos ojos serenos pero cansados.
"Te dije que no me siguieran," dijo suavemente.
Me encogí de hombros y me senté a su lado. "No me sigas tú diciéndome qué hacer."
Eso le arrancó una sonrisa mínima, aunque rápidamente desapareció.
"¿Qué pasa, Thyra?" pregunté, mirándola de reojo. "No puedes seguir cargando con todo esto tú sola."
Ella guardó silencio por un momento, clavando la mirada en la nieve que cubría el suelo. Luego, exhaló lentamente, como si soltara algo que llevaba atrapado en el pecho.
"A veces, no sé si estoy lista para lo que viene," admitió en voz baja. "Todo el mundo espera algo de mí. La cabeza de la familia Auren, la heredera perfecta… la salvadora del reino, ¿recuerdas?" Soltó una risa amarga. "Pero lo que no entienden es lo que cuesta llegar hasta aquí."
Me quedé callado, dándole tiempo. Estas eran las cosas que Thyra rara vez compartía, y sabía que no debía apresurarla.
"Hace tres años, cuando hice aquel hechizo sin runas ni cánticos… lo único en lo que pensaba era en salvarnos," continuó, con los ojos perdidos en la distancia. "Pero cuando me desperté y vi lo que había causado, las ruinas, los cráteres, los cuerpos… me di cuenta de lo peligrosa que puedo llegar a ser."
"Thyra, lo que hiciste nos salvó la vida," dije firmemente. "Nos habrían matado si no hubieras hecho nada."
"Lo sé," respondió con un tono cansado. "Pero esa no es la cuestión. Desde entonces, todos me miran como si fuera algo más que una persona. Como si fuera un símbolo, una herramienta que pueden usar cuando lo necesiten. Y ahora, mi padre quiere que tome un puesto que no sé si merezco."
Me incliné hacia adelante, apoyando los antebrazos sobre mis rodillas. "No eres una herramienta, ni un símbolo, Thyra. Y no tienes que ser lo que los demás quieren que seas."
Ella me miró, sorprendida por la firmeza en mi voz.
"Eres fuerte, sí. Más fuerte que cualquiera que conozco," continué. "Pero eso no significa que no puedas tomar tus propias decisiones. Si necesitas tiempo, tómatelo. Si quieres rechazar el puesto, hazlo. No le debes nada a nadie, y menos a los que no entienden lo que has pasado."
Thyra no respondió al instante, pero vi cómo una leve tensión abandonaba sus hombros. Finalmente, volvió a mirar hacia el cielo.
"Gracias, Caden," murmuró, con una sonrisa pequeña pero genuina.
Nos quedamos así un rato, en silencio, con la nieve cayendo a nuestro alrededor y el frío envolviéndonos como un manto.
Eventualmente, Thyra se levantó y se sacudió la nieve de su abrigo. "Vamos, nos van a buscar si no regresamos pronto. Y Myla no dejará de fastidiarte si te congelas aquí."
Me reí suavemente y me puse de pie, siguiéndola de regreso hacia la casa. Mientras caminábamos, no pude evitar pensar que, aunque todavía teníamos mucho que enfrentar, en ese momento, todo parecía estar un poco mejor.
El camino de regreso a la casa fue silencioso, pero no incómodo. Thyra iba unos pasos adelante, su andar firme y decidido, como siempre. Pero esta vez, había algo más ligero en su postura, como si hubiera soltado, aunque fuera un poco, la carga que llevaba.
"¿Qué piensas hacer ahora?" pregunté cuando ya se divisaban las puertas de la mansión.
"Por ahora… descansar," respondió sin girarse, pero con un tono más suave. "Y tal vez pensar en cómo responderle a mi padre sin iniciar una discusión que dure días.
Me reí entre dientes. "Buena suerte con eso. Dudo que el lord Auren se tome bien un 'no' por respuesta."
"Lo sé," admitió con resignación. "Pero no puedo seguir aceptando lo que otros decidan por mí. Ni siquiera él."
Antes de que pudiera agregar algo más, la puerta principal se abrió de golpe, y una figura conocida salió apresuradamente. Era Myla, envuelta en un abrigo grueso y con un gesto de desesperación.
"¡Ah, ahí están!" exclamó aliviada, corriendo hacia nosotros. "¿Es que no pueden avisar cuando van a desaparecer? Casi mando a los soldados a buscarlos."
"¿Y arruinar nuestra pequeña escapada? Jamás," respondí con una sonrisa burlona.
Myla puso los ojos en blanco y se giró hacia Thyra. "Tu madre está preguntando por ti. Al parecer, llegó un mensajero del consejo real hace unos minutos. Quieren hablar contigo. Urgentemente."
La ligera paz que Thyra había ganado pareció esfumarse en un instante. Su expresión se tensó levemente, aunque intentó ocultarlo con una mirada calmada.
"¿Sabes de qué se trata?" preguntó ella, ajustando su bufanda.
Myla negó con la cabeza. "No, pero no suena como algo que pueda esperar."
Una hora después, nos encontrábamos todos en la sala principal, sentados y esperando mientras el mensajero del consejo real hablaba con los padres de Thyra en privado. La atmósfera en la habitación era densa, cargada de incertidumbre.
Los gemelos Varenn estaban entretenidos en un rincón, ajenos a la tensión en el aire. Askel y Eryk intentaban disimular su preocupación, pero se notaba en sus gestos inquietos. Darien estaba sentado a mi lado, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, claramente incómodo con toda la situación.
Thyra, en cambio, permanecía de pie junto a la ventana, observando la nieve caer con la misma calma fría que solía mostrar cuando algo la inquietaba.
"¿Por qué crees que la buscan?" murmuré en voz baja, dirigiéndome a Darien.
Él negó ligeramente con la cabeza. "No lo sé. Pero viniendo del consejo real, no puede ser algo trivial."
Myla, que estaba sentada frente a nosotros, nos lanzó una mirada seria. "Debe ser por lo que sucedió hace tres años. Últimamente, ha habido rumores de movimientos extraños en las fronteras. Si están aquí, es porque necesitan a alguien con la experiencia de Thyra."
No tuve tiempo de responder. En ese momento, la puerta del salón se abrió, y los padres de Thyra entraron acompañados por el mensajero, un hombre alto y delgado con una capa oscura y el emblema del consejo real bordado en oro.
"Thyra Auren," dijo el mensajero con voz firme, clavando sus ojos en ella. "El consejo real requiere su presencia en la capital lo más pronto posible. Su experiencia en combate y su conocimiento en magia avanzada son necesarios para evaluar una situación crítica en la frontera norte."
Un silencio absoluto cayó sobre la habitación. Los ojos de todos estaban puestos en Thyra, que seguía de pie junto a la ventana, con una expresión indescifrable.
"¿De qué situación estamos hablando exactamente?" preguntó ella, con su tono habitual de control.
El mensajero hizo una leve pausa antes de responder. "Han aparecido bestias en regiones que, hasta ahora, considerábamos seguras. La situación está escalando rápidamente, y el consejo teme que se trate de una amenaza similar a la de hace tres años."
Mi corazón se detuvo por un segundo. Las palabras bestias y hace tres años hicieron que todos los recuerdos que tanto había tratado de enterrar regresaran de golpe. Vi a Thyra cerrar lentamente los ojos, como si necesitara un momento para procesar la información.
"Entiendo," dijo finalmente, abriendo los ojos y mirando directamente al mensajero. "Partiré en dos días."
"Thyra.." comenzó su madre, con evidente preocupación.
"No hay tiempo para debatirlo," la interrumpió Thyra con suavidad, pero con firmeza. "Si lo que dice el consejo es cierto, no podemos permitir que esto avance más. Estoy lista."
El mensajero asintió, satisfecho, y después de despedirse con una leve reverencia, abandonó la mansión.
Un silencio pesado llenó la habitación una vez más. Nadie parecía saber qué decir. Finalmente, fui yo quien rompió el silencio.
"¿Estás segura de esto?" pregunté, mirándola fijamente.
Thyra asintió sin dudar. "No podemos permitir que lo que pasó hace tres años se repita."
"Esta vez no estarás sola," dijo Darien, poniéndose de pie con decisión. "Voy contigo."
"Y yo también," agregó Myla sin vacilar.
Sonreí de lado y me levanté. "No pensarías que te dejaría ir sin mí, ¿verdad?"
Thyra nos miró a los tres con algo parecido a la gratitud, aunque trató de ocultarlo con una sonrisa cansada.
"Gracias," murmuró finalmente.
Sin embargo, antes de que cualquiera pudiera añadir algo más, ella negó con la cabeza, su mirada recuperando esa dureza inquebrantable.
"Pero no. El consejo me pidió a mí, no a ustedes."
Su declaración cayó como un jarro de agua fría. Myla frunció el ceño, claramente contrariada.
"¿Qué estás diciendo? No puedes ir sola, Thyra," replicó con firmeza. "Si el consejo está preocupado por lo que sucede en las fronteras, entonces no es un problema menor."
"Lo entiendo," respondió ella con calma. "Pero si me han llamado, es porque confían en mi habilidad para resolverlo. Involucrarlos sería irresponsable. Además…" su mirada se oscureció apenas "no tengo una buena opinión del consejo ni de su manera de manejar las cosas. Dudo que les agrade vernos a todos aparecer."
Darien, con los brazos cruzados, dejó escapar un suspiro frustrado. "Lo que haga o deje de gustarle al consejo no me importa. Es peligroso ir sola, y lo sabes."
"Thyra, no seas obstinada," intervine, intentando razonar con ella. "Lo que pasó hace tres años…"
"No es lo mismo," me interrumpió con voz firme. "Esta vez estoy más preparada. Esta vez no habrá errores."
El peso de sus palabras me golpeó. Sabía exactamente a qué se refería: a ese caos desmedido cuando su magia descontrolada nos salvó la vida… a un precio que casi le costó la suya. Pero no podía permitir que se arriesgara sola.
Antes de que pudiera insistir, los padres de todos nosotros, que habían estado escuchando en silencio, intervinieron.
"Thyra," dijo el lord Auren con voz grave, "entiendo tu sentido del deber, pero ir sola es una locura. Al menos lleva un pequeño grupo de apoyo."
"Ya he tomado mi decisión, padre," respondió ella con calma. "Esta no es una misión diplomática ni un desfile. El consejo pidió a una persona, no a un escuadrón."
"¡Eres mi hija, no un sacrificio!" exclamó su madre, visiblemente preocupada.
El padre de Myla asintió en apoyo, aunque su tono fue más contenido. "Thyra, la frontera es peligrosa. Si lo que tememos es cierto, entonces necesitarás protección, por muy capaz que seas."
"Lo soy," replicó ella sin titubeos. "Y lo demostraré."
Mi propio padre, que hasta ahora había estado frotándose las sienes por la resaca, se enderezó en su asiento. "Lo que dices es admirable, Thyra, pero un guerrero que enfrenta una batalla solo no es valiente, es imprudente."
"Y un guerrero que no escucha a su gente," agregó, "no será cabeza de familia por mucho tiempo."
Eso pareció tocar un nervio. La expresión de Thyra apenas se endureció, pero fue suficiente para que todos notáramos su incomodidad.
"¿Es eso una amenaza?" preguntó con voz fría.
"No, querida," intervino su madre con suavidad. "Es preocupación. Tarde o temprano entenderás que no siempre puedes hacerlo todo por tu cuenta."
Por primera vez en la conversación, vi un destello de duda cruzar sus ojos. Era sutil, apenas perceptible, pero estaba ahí. Finalmente, Thyra respiró hondo, cerrando brevemente los ojos antes de hablar de nuevo.
"Lo pensaré," dijo con un tono que dejaba claro que no estaba cediendo por completo. "Pero, por ahora, es mi decisión."
La conversación terminó ahí, aunque nadie quedó satisfecho. La tensión en la sala era evidente, y yo no podía quitarme la sensación de que todo esto estaba mal.
Thyra podría estar decidida a enfrentar esto sola, pero en lo que a mí respectaba, no la dejaría.