*LORD AUREN*
Ver a mi hija caminar hacia la salida de mi oficina mientras los lords y ladies la observaban en silencio fue uno de esos momentos que quedará grabado en mi memoria. La sala estaba llena de una tensión palpable, cada mirada fija en la figura decidida de Thyra. No podía evitar sentir un nudo en el estómago al verla salir.
"Estaré en mi sala de entrenamiento todo el día. No quiero que nadie me moleste," anunció con una firmeza que no admitía discusión.
La vimos cerrar la puerta detrás de ella, su determinación casi tangible. Mis hijos, Askel y Eryk, junto a los hijos de los otros lords, la siguieron con la mirada, una mezcla de admiración y preocupación en sus ojos. Myla fue la primera en romper el silencio.
"Lord Auren, ¿Realmente dejara que Thyra se vaya sola después de todo lo que ha vivido?" preguntó, su voz llena de incredulidad y preocupación.
Mi esposa, sentada a mi lado, se mantenía en un tenso silencio, pero sabía que compartía los mismos sentimientos. Ella también había expresado su oposición de una manera vehemente hacia el consejo.
"No estoy de acuerdo con la decisión de Thyra," respondí finalmente, mi voz más débil de lo que me hubiera gustado. "Pero ella es obstinada y capaz. Sabe lo que está en juego, y no puedo simplemente imponer mi voluntad sobre la suya sin causar más conflictos."
Askel, con el ceño fruncido, intervino. "Pero padre, el consejo la está utilizando. Desde aquel incidente, han tenido a Thyra constantemente en la mira. No es justo."
"Lo sé, hijo," dije, sintiendo el peso de mis propias preocupaciones. "El consejo puede hacer lo que quiera, y es precisamente eso lo que me preocupa. Thyra ha demostrado ser fuerte y capaz, pero incluso los más fuertes tienen sus límites."
La voz de mi esposa, usualmente calma, se elevó con una intensidad poco común. "No podemos permitir que el consejo la manipule así. Thyra ha pasado por mucho, y ya es hora de que dejemos de cumplir sus caprichos."
"Pero sin un rey, el consejo tiene todo el poder," recordé, sintiendo la frustración crecer dentro de mí. "Pueden hacer y deshacer a su antojo, y nuestra familia, especialmente Thyra, ha sido su objetivo principal desde aquel día."
Recordé vívidamente el caos de hace tres años, cuando una ola de bestias atacó el reino. Thyra y Caden habían quedado atrapados en medio de todo, y su magia, aunque poderosa, casi le costó la vida. Desde entonces, el consejo no ha dejado de vigilarla, de probarla, de empujarla a límites insospechados. Verla sufrir bajo su escrutinio constante era algo que me carcomía por dentro.
"Thyra no está sola en esto," dijo Darien con firmeza. "No la dejaremos ir sola, sin importar lo que ella diga."
Miré a Darien, Myla y mis propios hijos. Todos compartían la misma determinación. No podía evitar sentir una mezcla de orgullo y temor. Sabía que no había manera de detener a Thyra sin causar un conflicto mayor, pero también sabía que estos jóvenes no dejarían que se enfrentara al peligro sin apoyo.
"Haré lo que pueda para protegerla," dije finalmente, aunque mis palabras se sintieron insuficientes. "Pero recuerden, no podemos desafiar abiertamente al consejo. Necesitamos ser inteligentes en cómo manejamos esto."
"Estamos contigo, padre," dijo Askel, y los demás asintieron en acuerdo.
Mientras veía a mi esposa, a los Lords y ladies, y a los jóvenes salir de la oficina, no podía evitar sentir un peso aplastante sobre mis hombros. La seguridad de Thyra era mi principal preocupación, pero en un mundo donde el poder y la política dictaban tantas decisiones, encontrar una manera de protegerla se sentía cada vez más como una batalla cuesta arriba.
Mientras las horas transcurrían, permanecí en mi oficina sumergido en documentos y pergaminos que detallaban problemas de territorio, disputas menores y reportes de los distintos feudos bajo mi jurisdicción. Sin embargo, a pesar de mi esfuerzo por concentrarme, una sensación persistente no dejaba de llamar mi atención.
Cada pocos minutos, sentía una fluctuación de mana, una ola de poder que recorría el ambiente como un escalofrío. Era sutil al inicio, apenas perceptible, pero suficiente para que supiera exactamente qué estaba ocurriendo: Thyra.
En su sala especial de entrenamiento, mi hija estaba entrenando con una intensidad que podía sentirse en toda la estructura de la casa. La primera vez que una vibración recorrió las paredes, pensé que se trataba de un hechizo fuerte de calentamiento. Pero con cada nuevo intervalo, las pulsaciones de poder aumentaban, más firmes, más profundas.
Dejé el documento que tenía en las manos y me apoyé en el escritorio, agudizando mis sentidos. Era imposible ignorar cómo el mana fluía por la casa, como si Thyra estuviera moldeando el aire mismo. Un murmullo llegó a mis oídos desde el pasillo: voces bajas, preocupadas.
"¿Eso es la señorita Thyra?" escuché decir a uno de los soldados.
"Sí, lleva horas entrenando. ¿No sientes el poder que emana?"
"Me preocupa… ¿no debería descansar? Esto no es normal."
Cerré los ojos un momento, inhalando profundamente. Los soldados respetaban y querían a Thyra como su futura señora. Su lealtad no solo venía de su linaje, sino de la manera en que ella se había ganado su confianza, desde aquel incidente hace años. Pero esta vez, yo compartía su preocupación.
Una nueva onda de energía recorrió la casa, esta vez más fuerte. Las ventanas vibraron ligeramente, y algunos papeles se deslizaron hacia el borde de mi escritorio. Me puse de pie, caminando hacia la ventana. Afuera, la nieve caía con una calma irónica, en completo contraste con el torbellino que desataba Thyra dentro de su sala.
"¿Qué estás haciendo, hija…?" murmuré, más para mí mismo que para nadie.
De pronto, una explosión resonó desde el ala donde se encontraba su sala de entrenamiento. Toda la casa tembló como si un trueno hubiera caído en su interior. Los muebles se estremecieron, y las lámparas de cristal tintinearon peligrosamente. El silencio que siguió fue inquietante, roto solo por los ecos amortiguados de la detonación.
Esto… esto ya no era entrenamiento.
Caminé apresuradamente hacia la puerta, abriéndola para encontrar a varios sirvientes y soldados en el pasillo, todos con expresiones de alarma.
"¡Todo está bien!" exclamé con autoridad, intentando calmar el caos que se avecinaba. Sin embargo, en el fondo, sentía una preocupación similar. Esto no era un simple ejercicio.
Sabía lo que estaba ocurriendo. Con cada hechizo, con cada golpe de mana, Thyra estaba desatando algo más que poder físico o magia. Era su frustración acumulada durante años, su enojo con el consejo, con el mundo que la empujaba sin cesar hacia un destino que ella no había elegido.
Un soldado se acercó rápidamente, con una mano sobre su pecho en señal de respeto.
"Mi Lord," dijo con voz firme, aunque noté un leve temblor en su tono, "¿deberíamos intervenir? La señorita.."
"No," lo interrumpí con un gesto de la mano. Mi voz fue más severa de lo que pretendía. "Nadie la moleste. Dejenla continuar."
El soldado asintió, aunque claramente no estaba convencido. Me giré hacia el pasillo, sintiendo otra ola de mana expandirse por la casa, aunque esta vez menos agresiva. Supe que Thyra había comenzado a controlarlo de nuevo.
Me quedé allí, de pie, mirando hacia el ala donde se encontraba mi hija. Desde aquella defensa hace años, algo dentro de ella había cambiado. Ella cargaba con un peso que no debería ser suyo, y hoy, ese peso parecía estar estallando desde su interior.
"Es demasiado joven para esto…" murmuré, sintiendo un dolor profundo en el pecho. Pero al mismo tiempo, no pude evitar un orgullo silencioso. Thyra, mi hija, era fuerte, más de lo que cualquiera en esta casa —o incluso en el consejo— podía imaginar.
Sin embargo, incluso los más fuertes tienen sus límites. Y me preocupaba profundamente que, un día, ese poder desatado terminara por consumirla por completo.
*****
*LADY AUREN*
La tarde en el patio de entrenamiento transcurría con un ritmo constante, aunque el aire estaba más cargado de lo habitual. El crujir de la nieve bajo las botas, el silbido de las flechas y el eco metálico de las espadas chocando contra sí mismas componían una sinfonía familiar, pero no por eso menos tensa.
Observé a mis hijos entrar en el patio, uno tras otro, con miradas firmes y ceños ligeramente fruncidos. No había necesidad de preguntar qué pasaba por sus mentes; el mana de Thyra, que seguía fluctuando desde su sala de entrenamiento, era suficiente para preocupar a todos, incluso si nadie lo decía en voz alta.
Al otro extremo del patio, Myla había pedido prestado un arco para despejar su mente, una práctica que no era extraña en ella cuando necesitaba centrarse. Se posicionaba con firmeza, con las piernas bien plantadas en el suelo y la mirada clavada en el blanco distante. A su lado, su madre, Lady Varenn, la observaba con ojos críticos pero pacientes.
"Levanta el codo un poco más, Myla" corrigió con suavidad, aunque con esa precisión que la caracterizaba. "Si no lo haces, perderás estabilidad en el disparo."
Myla asintió, respirando profundamente antes de soltar la cuerda. La flecha voló con un zumbido breve, clavándose justo donde ella quería, pero el destello de frustración en sus ojos delataba que no era suficiente. Su madre sonrió apenas, reconociendo la batalla interna de su hija sin necesidad de palabras.
Al otro lado del patio, los gritos de esfuerzo y el ruido ensordecedor del metal se hicieron más presentes. Caden y Darién entrenaban con sus espadas, cada golpe más fuerte y preciso que el anterior. Sus posturas eran impecables, pero había algo en su manera de moverse —un exceso de ímpetu, quizás— que revelaba molestia e irritación.
Los padres de ambos observaban desde un banco cercano. Lord Almaric mantenía una expresión impasible, aunque su mirada seguía cada movimiento con escrutinio. Lady Serella, en cambio, tenía los ojos cerrados, su cuerpo perfectamente erguido mientras intentaba meditar para calmar su nerviosismo. Su respiración era profunda y pausada, aunque el temblor casi imperceptible en sus manos delataba que su serenidad era frágil.
Como madre, entendía el peso que sentíamos todas las mujeres allí presentes. Desde que llegaron las primeras vibraciones de mana durante el desayuno, la preocupación no había hecho más que crecer. El último estallido de poder de Thyra fue el peor. La casa entera había temblado, y por un momento, todos nos quedamos en silencio, conteniendo el aliento como si esperáramos que algo más ocurriera.
Los soldados del castillo habían llegado incluso a detenerse brevemente en sus entrenamientos, intercambiando miradas nerviosas. Conocían a Thyra, la respetaban y la admiraban profundamente, pero eso no impedía que se preocuparan. Sabían, igual que nosotros, que algo no estaba bien.
Cerré mis manos con fuerza sobre el grueso abrigo que llevaba, sintiendo el viento frío contra mi rostro. Miré hacia mis hijos, a Myla, a Caden y Darién, y luego a los demás lords y ladies que, como yo, observaban la escena con silenciosa inquietud.
Todos conocían a Thyra desde niña. Los hijos de los lords habían crecido con ella; jugaban en estos mismos patios, corriendo entre las columnas y riendo sin preocuparse por el futuro. Ese vínculo tan profundo era la razón por la que todos aquí sentían esta tensión en el pecho. No era solo por la magnitud del poder que ella desataba, sino porque sabíamos lo que representaba: su frustración, su dolor acumulado, su intento desesperado de encontrar algo a lo que aferrarse cuando el mundo parecía haber decidido su destino sin consultarla.
Una flecha de Myla erró el blanco, clavándose más abajo de lo que debía. Lady Varenn miró a su hija con una mezcla de compasión y firmeza.
"Concéntrate, Myla. No puedes dejar que te domine."
Pero la joven negó con la cabeza y bajó el arco, mirando hacia donde suponía que estaba Thyra.
"¿Cómo esperan que no nos domine?" dijo Myla en voz baja, pero lo suficiente para que su madre y yo la escucháramos. "Todos podemos sentirlo. Lo que sea que está haciendo ahí… no está bien."
Quise decir algo, pero las palabras se me quedaron atascadas en la garganta. Porque, en el fondo, yo también lo sentía. No podía ignorar cómo cada estallido de mana retumbaba en mi pecho, como si su frustración fuera tangible, como si quisiera salir del aire mismo y envolvernos a todos.
Los gemelos Varenn, entraron corriendo al patio, probablemente escapando del silencio de la casa. Intentaron llamar a Myla para que jugara con ellos, pero ella solo negó suavemente. Aquel estallido de poder había cambiado el ambiente, y ni siquiera ellos podían ignorarlo.
Giré la mirada hacia la entrada del ala de entrenamiento donde estaba mi hija. No podía verla, pero podía sentirla. Sentí un impulso de ir hacia allí, de atravesar esas puertas y detenerla, de abrazarla como cuando era una niña que necesitaba consuelo. Pero también sabía que no me lo permitiría.
"Thyra…" murmuré, más para mí que para nadie.
Ella cargaba más peso del que cualquier joven debería llevar, y lo peor es que no había forma de quitárselo. Aunque quisiera protegerla, aunque quisiera enfrentar al consejo y al mundo entero por ella, no podía apartarla del camino que había comenzado a recorrer. Y eso, más que cualquier explosión o vibración, era lo que realmente me aterraba.
La noche cayó con un manto pesado sobre la propiedad de los Auren. Las luces del comedor iluminaban las paredes de piedra, proyectando sombras alargadas que parecían moverse con el temblor de las velas. El ambiente, aunque cálido, estaba teñido de una inquietud evidente. Todos habían regresado al comedor, donde la cena ya había sido servida, pero nadie parecía del todo relajado.
Thyra no estaba presente. Una de las sirvientas le había llevado comida a su sala de entrenamiento por orden mía, algo que no pasó desapercibido entre los presentes. Mis hijos, los Varenn, lord Serella y lord Almaric, Caden, Darien y Myla, se miraban en silencio entre sí, como si todos compartieran un pensamiento no dicho:
¿Cuánto más seguirá así?
Askel, que estaba sentado al final de la mesa junto a Eryk, se atrevió a romper el silencio.
"¿Por qué no viene a cenar con nosotros?" preguntó, su tono más preocupado que desafiante.
Antes de que pudiera responder, Myla habló con una voz suave pero firme.
"Necesita tiempo" dijo, bajando ligeramente la mirada. "Después de lo de hoy… es mejor dejarla sola."
Mis manos se cerraron con fuerza alrededor del cáliz que sostenía, y sentí cómo la tensión volvía a instalarse en mis hombros.
Lady Varenn, sentada al otro extremo, suspiró con pesar.
"La última explosión…" murmuró, sin atreverse a completar la frase.
"Se sintió en toda la casa" intervino Darién, su mirada fija en el plato apenas tocado. "No fue un entrenamiento. Sabemos que no lo fue."
"Y tampoco fue solo frustración" añadió Caden en voz baja, con un tono extraño, casi desafiante, mientras su mirada viajaba hacia mi esposo. "La está consumiendo."
El murmullo incómodo que siguió a sus palabras fue interrumpido por uno de los soldados, que entró con paso firme al comedor y se inclinó respetuosamente. Todos en la mesa guardaron silencio, atentos al mensaje que traía.
"Mi lord" dijo el soldado, dirigiéndose a mi esposo, "las pertenencias de la señorita Thyra están listas para el día de su partida en dos días o cuando ella decida marcharse. Todo ha sido dispuesto según sus órdenes."
Un peso pareció caer sobre la mesa con esas palabras. El soldado hizo una reverencia antes de girarse y marcharse, dejando tras de sí un silencio tenso y muchas miradas fijas en mi esposo y en mí.
"¿Ya lo ha decidido?" preguntó Lady Serella, con un deje de desaprobación en su voz.
"No" respondió mi esposo finalmente, aunque su tono era seco. "Es solo una precaución."
"Precaución", pensé con amargura. Siempre se reducía a eso. Preparativos, despedidas anticipadas, planes para lo inevitable. Nos habíamos acostumbrado a la idea de que nuestra hija vivía con un pie en el hogar y el otro en las exigencias del mundo exterior, pero saberlo no hacía que fuera más fácil.
Los gemelos Varenn, demasiado jóvenes para comprender del todo lo que ocurría, intentaban distraerse con un juego silencioso entre ellos, pero no tardaron en captar la tensión y bajar la cabeza, evitando hacer ruido. Eryk miraba su plato con una expresión dura en el rostro, y Askel fruncía el ceño, visiblemente molesto.
"No debería ir sola" dijo él finalmente, rompiendo de nuevo el silencio.
"No irá sola" respondí con firmeza, mi voz más dura de lo que pretendía. Todas las miradas se posaron en mí, y me apresuré a aclarar "Habrá escolta. Es lo mínimo que puedo permitir."
"La escolta no la protegerá de sí misma" murmuró Caden, apoyándose en el respaldo de su silla con evidente frustración.
"Caden" lo reprendió su madre suavemente, pero él no se disculpó.
El comentario quedó suspendido en el aire como una verdad incómoda que nadie quería enfrentar. Era cierto. Lo que había sucedido hoy, ese poder descontrolado que todos sentimos, no era algo que pudiera contenerse con soldados ni escoltas.
Respiré profundamente, intentando calmar la inquietud que me recorría el cuerpo. Mis pensamientos se desviaron hacia ella, hacia esa sala de entrenamiento especial que había mandado construir hace años. La había diseñado para soportar cualquier embate, para que pudiera liberar su poder sin dañar a nadie más… pero ahora me preguntaba si siquiera ese lugar era suficiente.
¿Qué tanto estará guardando dentro de sí?
"Deberíamos haber intervenido antes" susurró Lady Varenn de pronto. "No se puede dejar que cargue con esto sola."
"¿Y cómo sugieres intervenir?" preguntó Lord Varenn con cansancio. "¿Negarle su propia voluntad? Es más obstinada que cualquiera de nosotros."
"No es obstinación" intervino Myla, mirando a todos con seriedad. "Es responsabilidad. Algo que ninguno de ustedes parece comprender del todo."
La dureza en su voz sorprendió a varios, pero nadie la reprendió. Porque tenía razón. Sabíamos que tenía razón.
Finalmente, mi esposo se levantó, y el movimiento pareció disolver la conversación.
"No resolveremos nada esta noche" dijo él, con voz firme.
Antes de siquiera ponernos de pie, una última explosión retumbó en toda la mansión, sacudiendo las paredes y haciendo vibrar hasta los candelabros más pesados. La onda expansiva pareció extenderse hasta lo más profundo de la casa, helándome la sangre por un instante.
El silencio que le siguió fue corto y tenso. Acto seguido, el caos estalló.
Los soldados, entrenados y preparados para este tipo de situaciones, reaccionaron al instante. Un grupo irrumpió en el comedor, formando una barrera protectora entre nosotros y cualquier posible amenaza. Otros salieron apresuradamente hacia el exterior, buscando alguna señal de intrusos o un origen distinto a la sala de entrenamiento de Thyra.
Yo me quedé rígida en mi lugar, con el pulso acelerado, mientras veía la reacción inmediata de los hombres. Instintivamente, giré la vista hacia mi esposo. Lord Auren seguía de pie, con los ojos cerrados y el ceño fruncido, como si intentara percibir lo que ocurría.
Tras un momento que pareció eterno, exhaló un suspiro lento y dijo con voz grave:
"Se ha detenido."
"¿Cómo puedes estar tan seguro?" preguntó Lady Varenn con evidente preocupación.
"Porque no siento su mana. Ya no fluctúa," respondió él, abriendo los ojos. Su mirada, sin embargo, seguía cargada de tensión. "Thyra se ha detenido."
Su confirmación pareció calmar ligeramente a los soldados, aunque el ambiente seguía enrarecido. Uno de los guardias irrumpió en el comedor, deteniéndose frente a mi esposo.
"Milord, todo está en orden. No hay señales de intrusos dentro ni fuera de la mansión. Tal y como se sospechaba, la señorita Thyra ha concluido su entrenamiento."
Mi esposo asintió lentamente, y el soldado continuó:
"La encontramos en la sala de entrenamiento, completamente agotada. Algunos soldados la llevaron con cuidado a su habitación, y las sirvientas y los magos sanadores ya están atendiéndola como medida de precaución."
"¿Está herida?" pregunté, rompiendo finalmente mi silencio.
"No parece estarlo, mi lady. Solo está exhausta," respondió el soldado con respeto.
Dejé escapar un suspiro de alivio, aunque mi pecho aún se sentía oprimido. Los soldados comenzaron a retirarse de la sala, retomando sus posiciones habituales.
Giré la cabeza hacia mi esposo, quien seguía mirando un punto lejano con el rostro endurecido. Finalmente, me acerqué un poco más y murmuré:
"Esto no puede continuar así."
Lord Auren no respondió al instante, pero sabía que me había escuchado. La preocupación en su rostro hablaba por sí sola. Desde hacía años, los dos intentábamos proteger a Thyra, de los demás y de sí misma. Pero cada vez que pensábamos que lo habíamos logrado, ella encontraba la manera de avanzar más allá, empujándose a un límite aún más peligroso.
"Se está preparando," murmuró él finalmente, con un tono bajo y cargado de resignación. "Se está preparando para algo, aunque ni siquiera nosotros sepamos qué es."
Miré a mi alrededor, encontrando reflejada mi preocupación en los rostros de todos. Lady Serella y Lord Almaric tenian la mirada perdida, mientras Lady Varenn susurraba algo a sus hijos. Caden y Darien intercambiaron una mirada tensa, mientras Myla mantenía la vista fija en su plato vacío. Incluso los gemelos, a pesar de su inocencia, habían comprendido que algo no estaba bien.
"Si sigue a este ritmo…" empecé a decir, pero no pude terminar la frase.
"Lo sabemos," respondió mi esposo con firmeza, como si el peso de las palabras fuera demasiado grande para soportarlo en voz alta.
El silencio que siguió se sintió más frío que nunca, como si la explosión de mana de Thyra hubiera vaciado el ambiente de toda calidez. Miré a través de una de las ventanas del comedor. La nieve seguía cayendo suavemente, como un contraste cruel con la tormenta que parecía estar desatándose en el interior de mi hija.
¿Hasta cuándo podremos contener esto?
Sin decir más, me levanté y me dirigí hacia las escaleras. Necesitaba verla. No podía quedarme aquí, sabiendo que una vez más había llevado su cuerpo al límite. No importaba cuánto poder tuviera o qué tan fuerte fuera; seguía siendo mi hija.