*MYLA*
La luz suave de las manos de los magos sanadores bañaba la habitación con un resplandor etéreo, apenas iluminando las sombras que la noche proyectaba en las paredes. Me quedé de pie cerca de la puerta, los brazos cruzados y la mirada fija en el rostro dormido de Thyra. Su respiración era calmada, pero su piel estaba más pálida de lo normal, como si todo el peso de su agotamiento estuviera hundiéndola en el colchón.
Lady Auren, su madre, estaba sentada al borde de la cama, con una expresión que no había visto en ella desde hacía mucho tiempo: una mezcla de preocupación profunda y algo más… algo que parecía ser impotencia. A su lado, Lady Serella y mi madre, mantenía las manos juntas frente a ella, intentando proyectar serenidad, aunque el ligero fruncir de su ceño delataba lo contrario.
"¿Cómo está?" pregunté finalmente, rompiendo el silencio. Mi voz sonó más suave de lo que pretendía, como si temiera despertar a Thyra.
Uno de los magos sanadores levantó la vista y bajó las manos lentamente, el brillo mágico disipándose en el aire. "No hay daño físico, lady Myla," respondió con calma, aunque su mirada reflejaba cierto asombro. "Su cuerpo está intacto, pero está completamente agotada. No es raro después de un entrenamiento tan… intenso."
Intenso. Me mordí el interior de la mejilla al escuchar esa palabra. No hacía justicia a lo que habíamos sentido horas antes. La mansión entera había temblado, y el aire mismo se había vuelto denso con su mana.
"¿Seguros que no hay ningún daño interno?" preguntó Lady Auren con un tono bajo, pero lleno de autoridad. La forma en la que sus dedos apretaban la sábana de la cama reflejaba lo que su voz no decía.
"Absolutamente, mi lady," respondió otro mago, inclinando la cabeza respetuosamente. "Lo único que necesita es descansar. Su mana está estabilizado ahora, aunque el uso excesivo ha pasado factura. Le recomendamos que no lo fuerce de nuevo por un tiempo."
Lady Serella exhaló un suspiro apenas audible, como si al menos una parte de la preocupación se hubiera aliviado. Sin embargo, ninguna de ellas parecía tranquila del todo. Tampoco yo.
Me acerqué lentamente hasta quedar junto a la cama, mirando a Thyra más de cerca. Sus labios estaban entreabiertos, su cabello caía desordenado alrededor de su rostro, y aunque parecía dormida, había algo inquietante en verla así: completamente inerte. Esta no era la Thyra que conocía, fuerte e inquebrantable.
"Siempre está empujando sus límites," murmuré sin pensar, más para mí misma que para los demás.
Lady Auren levantó la vista hacia mí, sus ojos grises afilados y cansados. "Es obstinada. Siempre lo ha sido," dijo con una voz suave, pero llena de resignación. "No importa cuántas veces le advirtamos, ella decide qué tanto está dispuesta a soportar."
Mi madre puso una mano sobre el hombro de Lady Auren, intentando consolarla. "Harás bien en hablar con ella cuando despierte," dijo con firmeza. "No podemos permitir que vuelva a hacer algo como esto."
Lady Auren asintió, pero no parecía convencida. Ninguno de nosotros lo estaba.
De pronto, mis pensamientos se deslizaron hacia el consejo. Esos viejos y arrogantes gobernantes que insistían en llamar a Thyra solo a ella. ¿Acaso no ven lo que están haciendo? ¿Lo que le están exigiendo? Por mucho poder que ella tuviera, era humana, y la estaban empujando hacia un camino donde un error podría costarle la vida.
Miré a Lady Auren, quien había tomado la mano de su hija y la sostenía con cuidado, como si temiera romperla. Era raro ver a alguien tan fuerte, tan severa en apariencia, mostrar ese tipo de vulnerabilidad. Pero así era el amor de una madre.
"No puede seguir así," dije de nuevo, en voz alta esta vez. Todas las miradas se volvieron hacia mí. "Thyra puede soportarlo, lo sabemos, pero eso no significa que deba hacerlo sola."
Mi madre suspiró y asintió. "Lo sabemos, Myla. Pero, ¿cómo la detienes? Nadie puede hacerlo cuando toma una decisión. Y el consejo…" Se interrumpió, como si el simple hecho de nombrarlos le resultara amargo.
Miré a Thyra una última vez. Sabía lo que mi madre decía. No hay forma de detener a Thyra Auren cuando decide avanzar. Pero no por eso íbamos a dejar de intentarlo.
Finalmente, los magos sanadores se inclinaron y se retiraron de la habitación, dejando una atmósfera más tranquila. Lady Serella fue la primera en marcharse, seguida de mi madre, quien insistió en que Lady Auren también descansara.
Yo me quedé atrás, en silencio, observando cómo la nieve comenzaba a acumularse en el alféizar de la ventana. Afuera, el mundo seguía tranquilo, ajeno al caos y las batallas silenciosas que librábamos aquí dentro.
Me senté en una silla junto a la cama y apoyé la cabeza contra el respaldo, cerrando los ojos por un momento. "Te odiaré si vuelves a hacer esto," murmuré en voz baja, aunque sabía que no podía oírme. "Pero si lo haces, ahí estaré para recogerte del suelo."
El viento sopló con fuerza fuera de la mansión, y por un momento juré que Thyra sonreía apenas en su sueño.
La tarde siguiente llegó envuelta en un frío punzante, el tipo de frío que solo la nieve más reciente podía traer. El cielo era un lienzo gris, y el viento arrastraba copos dispersos, pero el patio de entrenamiento seguía lleno de vida.
Sostenía el arco con firmeza, mis dedos rozando la cuerda mientras me preparaba para disparar. Mi madre, de pie detrás de mí, observaba cada uno de mis movimientos con mirada crítica.
"Respira," dijo en tono firme, su voz cortando el aire helado. "Si sigues tensando los hombros, tu disparo perderá fuerza y precisión."
Asentí, aflojando ligeramente los músculos y ajustando mi postura. Inspiré hondo, sintiendo cómo el aire frío llenaba mis pulmones, y solté la flecha. Silbó a través del viento antes de clavarse justo en el centro del blanco. Una, dos, tres flechas más le siguieron, golpeando el mismo punto. El sonido seco de las flechas al impactar me era casi reconfortante, aunque no lograba despejar mi mente por completo.
Thyra aún no despierta.*
Ese pensamiento se aferraba a mi mente como una espina. Mis movimientos eran precisos, mis disparos perfectos, pero mis pensamientos seguían girando en torno a ella. Ayer había usado todo su poder como si intentara expulsar años de frustración acumulada, y ahora yacía en su habitación, completamente agotada. Lo habíamos esperado, claro, pero no por eso dejaba de preocuparnos.
"Deja de pensar tanto," dijo mi madre de repente, como si pudiera leerme la mente. Caminó hasta quedar a mi lado, su capa ondeando suavemente con el viento. "Cuando tu mente se distrae, tus músculos se tensan. Concéntrate."
Solté un suspiro, negando ligeramente con la cabeza. "Lo intento, madre. Pero es difícil."
"¿Por qué?"
Bajé el arco un momento y miré hacia el horizonte, donde los árboles cubiertos de nieve se alzaban como espectros inertes. "Porque esto no debería estar pasando," murmuré finalmente. "Hace apenas unos días estábamos celebrando su cumpleaños. Veinte años. Se suponía que debía ser un momento de tranquilidad para ella, pero el consejo… el consejo siempre la está empujando."
El silencio de mi madre fue más elocuente que cualquier palabra. No necesitaba decir que ella también lo pensaba. Sabíamos cómo funcionaba el poder en el territorio. Sin rey, el consejo ejercía un control absoluto, y Thyra, con su fuerza, su inteligencia y su nombre, era el blanco perfecto para sus ambiciones.
"Ella lo sabe," dijo mi madre al fin, con voz más suave. "Y aun así sigue adelante."
Asentí despacio, levantando nuevamente el arco y acomodando otra flecha. "Ese es el problema. No debería tener que hacerlo sola."
Esta vez, mi disparo fue más rápido, más decidido. La flecha voló directa al blanco, partiendo una de las anteriores en dos.
A lo lejos, escuché el sonido de espadas chocando: seguramente Caden y Darien continuaban su entrenamiento. Mi madre observó mi disparo con aprobación, pero no lo comentó. En cambio, habló con un tono más reflexivo.
"Thyra siempre ha sido fuerte. Es parte de quién es. Pero no está sola, Myla. Tú lo sabes. Todos lo saben."
Bajé el arco y me quedé mirando las flechas clavadas en el blanco. "Entonces, ¿por qué se siente así? Como si cada vez que intenta soportar el peso del mundo, nosotros no hiciéramos lo suficiente para ayudarla."
Mi madre no respondió de inmediato, y cuando lo hizo, fue con una paciencia que solo ella poseía. "Porque no puedes detener a alguien que ya decidió avanzar. Lo único que puedes hacer es quedarte a su lado y recordarle que no está sola cuando tropiece."
Sus palabras me dejaron sin aliento por un segundo, y una imagen de Thyra inconsciente en su cama volvió a aparecer en mi mente. Quedarse a su lado…
"Es lo que estamos haciendo, Myla," continuó mi madre. "Tú, Caden, Darien, incluso sus hermanos. Todos ustedes están con ella, aunque no lo diga en voz alta. Pero a veces, para alguien tan fuerte como Thyra, reconocer que necesita ayuda puede ser la batalla más difícil."
Volví a levantar el arco, esta vez sintiéndome un poco más calmada. Sabía que tenía razón. Sin embargo, la frustración seguía allí, justo debajo de la superficie. El consejo… El solo pensarlo hacía que mis dedos se crisparan sobre la cuerda.
Disparé una última flecha, liberando algo de esa tensión en el proceso. El sonido seco del impacto fue satisfactorio.
"¿Crees que despierte hoy?" pregunté finalmente, casi en un susurro.
Mi madre no respondió de inmediato, pero su expresión se suavizó. "Conociéndola, no tardará mucho. Puede que incluso despierte antes de lo que esperamos."
Asentí, más para mí misma que para ella, y bajé el arco. La nieve seguía cayendo suavemente, cubriendo el suelo en una capa blanca y silenciosa. Pero dentro de la mansión, todos seguíamos esperando.
Esperando que Thyra despertara.
Esperando lo inevitable.
La tarde continuó avanzando lentamente, y aunque el frío era cada vez más penetrante, las llamas de las antorchas encendidas alrededor del patio mantenían cierta calidez. Los sirvientes iban y venían, cumpliendo con sus tareas en silencio, pero era evidente que todos compartían la misma preocupación: el bienestar de Thyra.
Mi madre me dejó sola en el patio después de un rato, ocupándose de otros asuntos con Lady Auren y Lady Serella. Yo, en cambio, seguí entrenando con el arco, intentando liberar el peso que sentía sobre mis hombros. Cada disparo era un intento de encontrar claridad, pero la inquietud no me abandonaba.
Finalmente, cuando el sol comenzó a ponerse, las puertas de la mansión se abrieron con un estruendo repentino, haciendo que dejara caer la última flecha. Un soldado entró apresurado en el patio, su armadura resonando con cada paso que daba. Reconocí su cara: era uno de los hombres asignados a vigilar la habitación de Thyra.
"¡Señorita Myla!" gritó con voz entrecortada mientras corría hacia mí. "La señorita Thyra ha despertado."
Mi corazón dio un vuelco, y sin perder un segundo, corrí hacia la mansión, dejando el arco abandonado en el suelo. No me importaba nada más en ese momento.
Atravesé los pasillos, pasando sirvientes sorprendidos y soldados que apenas lograban hacerse a un lado a tiempo. Cuando llegué al ala donde se encontraba la habitación de Thyra, me encontré con Caden y Darien, que al parecer también acababan de recibir la noticia. Caden lucía un tanto desaliñado, con el cabello despeinado y el ceño fruncido. Darien, por su parte, conservaba una calma aparente, aunque sus ojos lo delataban.
"¿Está bien?" pregunté, intentando recuperar el aliento.
"Nos dijeron que despertó hace unos minutos," respondió Darien, su voz grave. "Los magos sanadores están con ella. No han dicho mucho más."
Caden se cruzó de brazos, murmurando algo para sí mismo antes de mirar hacia la puerta cerrada. "Se lo advertimos, pero no escucha. Siempre empuja más allá de sus límites."
Antes de que pudiera responder, la puerta de la habitación se abrió lentamente, y una de las sanadoras salió, con una leve inclinación en su postura, como si también estuviera agotada por el esfuerzo de cuidar a Thyra.
"Pueden entrar," dijo con un tono calmado. "Está despierta, aunque aún necesita descansar. No la agobien."
No esperé ni un segundo más. Entré a la habitación, seguida por Caden y Darien.
Thyra estaba recostada en la cama, cubierta con mantas gruesas. Su cabello caía suelto sobre las almohadas, y aunque se veía pálida y cansada, sus ojos estaban abiertos, y su mirada firme como siempre. Al vernos entrar, intentó esbozar una sonrisa, pero fue apenas un leve movimiento de sus labios.
"¿Ya hicieron suficiente escándalo por mí?" murmuró con voz débil pero cargada de su característico sarcasmo.
Me acerqué a su lado, dejando que el alivio se reflejara en mi rostro. "Tienes una forma terrible de hacernos preocupar por ti."
Thyra giró un poco la cabeza hacia mí y luego a Caden y Darien, quienes se quedaron parados a los pies de la cama. "No era mi intención preocuparlos," dijo suavemente. "Simplemente necesitaba liberar todo lo que he acumulado estos años."
Caden resopló, acercándose un poco más. "Liberar es una cosa, pero hacer temblar toda la mansión es otra. Si sigues así, vas a derribar el edificio algún día."
Thyra rodó los ojos con lentitud, claramente agotada para responderle de forma más enérgica. "Entonces deberían construirla mejor."
A pesar de todo, una risa leve escapó de mi garganta. Era una conversación casi normal, como si nada hubiera pasado. Pero el cansancio en su voz y la forma en que sus manos apenas se movían debajo de las mantas me recordaban lo frágil que seguía siendo, al menos por ahora.
Darien, que hasta ese momento se había mantenido en silencio, finalmente habló. "El consejo no debería estar presionándote de esta forma. Todos sabemos lo que buscan de ti."
Thyra no respondió de inmediato, pero su mirada se volvió seria. "Lo sé. Pero no puedo ignorarlos, Darien. Ya no se trata solo de mí. Lo que haga o decida afecta a todos ustedes también. A nuestra familia. A las tierras."
"Eso no significa que tengas que hacerlo sola," respondí, tomando su mano suavemente. "Estamos contigo. Siempre."
Thyra me miró por un momento, y esta vez, la sonrisa que intentó mostrar fue un poco más genuina. "Gracias, Myla."
La habitación quedó en silencio unos segundos, hasta que la puerta se abrió nuevamente y Lady Auren entró, seguida por mi madre y Lady Serella. Las tres mujeres tenían expresiones preocupadas, aunque intentaban no mostrarlo demasiado.
"Deberían dejarla descansar," dijo Lady Auren con un tono firme, aunque suave. "Ha pasado por mucho, y necesita recuperar fuerzas."
Asentimos los tres. Caden y Darien se dirigieron hacia la salida, y yo me quedé un momento más, mirando a Thyra con un gesto de advertencia. "Si intentas entrenar de nuevo mañana, te juro que te encadenaré a la cama."
Thyra soltó una risa suave que se convirtió en un suspiro. "Lo intentaré."
Con eso, salí de la habitación, dejando a las madres cuidando de ella. El alivio de saber que estaba despierta era inmenso, pero la preocupación por lo que venía seguía pesando en mi pecho.
Sabía que esta no sería la última vez que la veríamos empujar sus límites, y también sabía que el consejo no se detendría hasta conseguir lo que querían.
Pero no importaba. Ella no estaría sola. No mientras yo, Caden, Darien y los demás estuviéramos a su lado.
*****
*THYRA*
La luz de la mañana se filtraba por las ventanas, golpeando suavemente mis párpados y obligándome a abrir los ojos. Sentí el cuerpo adormilado, como si apenas pudiera mover un músculo sin que me recordara el esfuerzo de ayer. Un largo suspiro escapó de mis labios mientras permanecía recostada unos minutos más, escuchando el suave murmullo del viento afuera y los débiles ruidos de la mansión que comenzaba a despertar.
Mis dedos se movieron lentamente sobre las mantas. El agotamiento que sentía era una prueba del nivel de poder que había desatado en mi entrenamiento. Demasiado, quizás, pero había sido necesario. O eso me decía a mí misma.
No pasó mucho tiempo antes de que las sirvientas entraran con el desayuno. Venían con bandejas de plata, y su andar era silencioso pero apresurado, como si temieran que pudiera levantarme y volver a desmayarme en cualquier momento. Apenas me senté en la cama, una de ellas colocó los cojines tras de mí para que pudiera acomodarme mejor.
"Por órdenes de Lord y Lady Auren, el desayuno será aquí," dijo la joven con una voz suave pero firme, evitando mi mirada por un instante.
"Gracias," respondí, intentando sonar normal, aunque mi garganta aún sentía el peso del cansancio. El aroma del desayuno me hizo sonreír levemente. Era simple, pero abundante: frutas frescas, pan caliente con mantequilla, huevos y té de hierbas.
Mientras comenzaba a comer, otra de las sirvientas, un poco más audaz, carraspeó antes de hablar. "Señorita Thyra, ¿es verdad que…?"
"¿Que exageré ayer?" interrumpí, terminando la frase por ella sin mirarla directamente.
Las tres sirvientas intercambiaron miradas nerviosas antes de asentir.
"Todos en la mansión estaban preocupados," murmuró otra, bajando la voz. "Incluso los soldados… apenas entrenaron. Decían que no podían concentrarse sabiendo que usted estaba en la sala de entrenamiento, desatando… bueno, lo que fuera que desató."
No pude evitar una sonrisa sarcástica, aunque más para mí que para ellas. "Lo que fuera que desaté" era un buen término. Había llegado a un punto en el que ni yo misma podía controlarlo del todo. Cada hechizo había sido más fuerte que el anterior porque, en el fondo, no entrenaba solo para mejorar. Entrenaba para liberar algo más profundo, algo que me quemaba por dentro desde hace años.
"No era mi intención preocuparlos," respondí finalmente, llevándome un trozo de pan a la boca.
"Aun así, deberían tomarlo con más calma, señorita," insistió una de ellas. Su tono era genuino, lleno de preocupación. "La casa Auren no puede permitirse perderla."
"Perderme." Esas palabras pesaron más de lo que me habría gustado admitir. Por un instante, el eco del consejo y sus demandas resurgió en mi mente. Sus expectativas, sus órdenes disfrazadas de peticiones, todo acumulándose sobre mis hombros. Casi sentí el peso físico nuevamente.
"Lo tendré en cuenta," dije, intentando cortar el tema sin ser brusca. Las miradas de alivio en sus rostros me dijeron que había funcionado.
Las sirvientas continuaron con su trabajo en silencio mientras yo terminaba el desayuno. La habitación, aunque cálida, comenzaba a asfixiarme poco a poco. Necesitaba salir, respirar el aire frío de la mañana, ver algo que no fueran paredes o rostros preocupados.
Cuando terminaron de recoger los platos, me levanté con cuidado. Mi cuerpo protestó, pero no lo suficiente para detenerme. Las sirvientas me miraron con algo de alarma, pero levanté una mano para tranquilizarlas.
"Voy a caminar un poco. No se preocupen. No me desmayaré… esta vez."
Aunque intenté bromear, ninguna de ellas rió. Salieron de la habitación rápidamente, y al fin me encontré sola. Caminé hacia la ventana y la abrí, dejando que el frío del exterior me golpeara el rostro. Era refrescante, casi revitalizante, aunque el aire frío me recordaba la nieve que caía constantemente durante esos días.
Mis pensamientos vagaron hacia lo inevitable: mi partida. En dos días —o menos, si yo misma lo decidía— tendría que enfrentar al consejo. Tendría que soportar miradas de juicio y palabras veladas con intenciones ocultas. El solo pensarlo me irritaba.
"La casa Auren no puede permitirse perderte," repetí en voz baja, mirando las tierras cubiertas de nieve más allá de la ventana.
Pero, ¿qué significaba eso realmente? ¿Que no podían perder mi poder? ¿Mi liderazgo? ¿O era algo más? ¿Qué pasaría si algún día… realmente no pudiera estar allí para ellos?
Sacudí la cabeza, alejando esos pensamientos. No tenía tiempo para debilitarme con dudas. Lo único que podía hacer era seguir adelante.
Tomé una capa gruesa del perchero y me cubrí con ella antes de salir de la habitación. Los pasillos estaban tranquilos, y por primera vez en mucho tiempo, no sentí el peso de todas las miradas sobre mí. Al menos por un momento, podía simplemente caminar, pensar y quizás encontrar algo de paz antes de lo que estaba por venir.
El sonido del viento acompañó mis pasos mientras me dirigía al patio, donde el entrenamiento matutino de los soldados apenas comenzaba. La nieve seguía cayendo suavemente, y en el aire podía sentir el maná natural fluir, una presencia constante que siempre me reconfortaba.
Era extraño cómo, después de todo lo que había vivido, algo tan simple como el frío y la nieve seguía siendo capaz de calmarme. Tal vez porque me recordaba que, aunque el mundo a mi alrededor parecía cambiar constantemente, algunas cosas permanecían igual.
Pero esta vez… sabía que no podría quedarme quieta mucho tiempo. El mundo no me lo permitiría.
El frío del aire acariciaba mi piel mientras me acomodaba bajo el árbol. Desde allí, la vista era impresionante: la vasta extensión de las tierras de la casa Auren se desplegaba ante mí como un cuadro vivo. La nieve cubría todo en un manto de blanco impecable, y el sol invernal apenas asomaba entre las nubes grises, lanzando débiles rayos de luz. Respiré profundamente, dejando que el frío llenara mis pulmones y despejara la niebla de agotamiento que aún pesaba sobre mi cuerpo.
Me senté, cruzando las piernas sobre la escasa hierba que sobresalía entre la nieve, y cerré los ojos. El mundo a mi alrededor comenzó a desvanecerse poco a poco. El viento dejó de ser ruido, y en su lugar, sentí el suave flujo de maná en el aire. El murmullo de la naturaleza se convirtió en un canto bajo y armonioso que sólo aquellos que habían aprendido a escuchar podían percibir.
"Respira. Siente. Conéctate."
Mi cuerpo obedeció de manera instintiva. Solté el aire lentamente, como si expulsara la fatiga misma, y dejé que mi conciencia se sumergiera en ese flujo constante de poder que existía en todo lo que me rodeaba. El maná natural —esa energía intangible y viva— comenzó a responder, moviéndose hacia mí con una suavidad casi reverente.
Lo sentí entrar en mi cuerpo, como un río de agua tibia que calmaba cada músculo tenso, cada nervio agotado. Era una sensación que no podía describirse fácilmente: un equilibrio perfecto entre alivio y restauración. El maná fluyó por mis extremidades, llenando los espacios vacíos dentro de mí, y mi cuerpo pareció agradecerlo.
"Estoy aquí," pensé en silencio, permitiendo que mi mente se alineara con la calma que buscaba. El proceso de recuperación no era inmediato, pero tampoco me importaba. Por primera vez en horas, sentía cómo mi cuerpo y mi alma recuperaban lentamente su equilibrio.
Sentí el maná en la nieve que me rodeaba, en las raíces del árbol contra el que me apoyaba, en el aire que silbaba entre las ramas. Era como si la naturaleza misma me recibiera con los brazos abiertos, sin juicios ni expectativas. Aquí, bajo este árbol, lejos del bullicio de la casa, podía ser simplemente yo.
Cada respiración traía más energía, más claridad. Poco a poco, el agotamiento comenzó a disiparse, dejando en su lugar una serenidad que hacía tiempo no experimentaba. Mi mente, siempre atormentada por pensamientos y obligaciones, encontró un pequeño rincón de paz en aquel flujo de poder natural.
Abrí los ojos lentamente, mirando hacia el horizonte. El paisaje seguía igual: sereno, hermoso y silencioso. Y, por un momento, me sentí parte de él. Una pequeña pieza de algo mucho más grande, algo que no necesitaba controlarse ni moldearse… sólo respetarse.
"Gracias," murmuré, casi sin darme cuenta, dirigiéndome a la naturaleza misma. No esperaba respuesta, y no la necesitaba. El alivio en mi cuerpo y el equilibrio en mi mente eran suficientes.
A lo lejos, podía escuchar los ecos de los entrenamientos matutinos y el leve murmullo de la mansión que se despertaba a su ritmo. Pero aquí, en este rincón tranquilo, el mundo parecía detenerse por completo.
El suave murmullo del viento y el constante flujo de maná en mi cuerpo no bastaban para despejar los pensamientos que comenzaban a surgir en mi mente. Incluso aquí, en mi refugio, la realidad seguía acechando como una sombra persistente. El consejo. Siempre el consejo.
Sus demandas, sus expectativas, sus miradas constantes, como si esperaran que yo diera el más mínimo paso en falso. Desde aquel día en que ayudé a completar la investigación, había estado bajo su escrutinio. Como si cada descubrimiento, cada avance, fuera una excusa para llamarme, para usarme, para tenerme cerca... o simplemente para vigilarme.
Sentí que mis dedos se tensaban sobre mi rodilla. La impotencia era una llama ardiente en mi pecho, pero no podía dejar que me consumiera. Necesitaba un plan. Algo que los detuviera. Algo que los distrajera. Algo que me permitiera ser libre por fin.
"¿Qué puedo hacer...?" murmuré en voz baja, aunque no esperaba respuesta alguna.
No podía simplemente confrontarlos; su poder y su influencia iban más allá de lo que cualquiera podría manejar por sí solo. Si me oponía directamente, todo lo que he protegido y construido estaría en peligro, no solo para mí, sino también para mi familia y para aquellos que confían en mí. Pero tampoco podía seguir permitiendo que me usaran como si fuera una pieza en su tablero de juegos.
Mi mirada se perdió en el horizonte blanco. Si quería cambiar algo, tendría que ser drástico. Un movimiento lo suficientemente grande para que el consejo no tuviera más opción que apartar sus ojos de mí... y, al mismo tiempo, algo que sólo yo estaría dispuesta a soportar.
Un peso invisible cayó sobre mis hombros, pero no me permití temblar bajo su carga. La decisión sería mía, y nadie más tendría que cargar con las consecuencias. No importaba el costo, no importaba el sacrificio. Al final del camino, si lograba asegurar mi libertad y proteger a los míos, entonces habría valido la pena.
Respiré hondo, sintiendo el aire frío avivando mis pensamientos. Nadie entendería el objetivo de lo que estaba planeando, ni el porqué. Ellos nunca lo aceptarían. Ni Caden, ni Darien, ni Myla... ni mis padres. Pero tampoco tenían que saberlo. Esto era mío y sólo mío.
Por un instante, una sensación casi etérea de calma me envolvió. No era paz, sino más bien una aceptación silenciosa de lo que debía hacerse. El mundo seguiría girando, y yo tendría que ser quien moviera las piezas para liberarme de esta jaula invisible que el consejo había construido a mi alrededor.
"Haré lo que sea necesario," dije con firmeza, como una promesa al viento, a la nieve, a la tierra misma que me rodeaba.
El tiempo correría, y cuando llegara el momento, nadie lo vería venir. No se trataba de destruir, sino de crear una salida, aunque tuviera que caminar sola por ese sendero lleno de espinas.