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Chapter 9 - Capitulo 9

*THYRA*

El silencio que siguió a mis palabras se sintió eterno. Pude ver cómo algunos consejeros intentaban disimular su incomodidad, mientras otros mantenían su expresión neutral, como si el peso de mi presencia no los afectara. Pero lo sentían, lo sabía. Había pasado años perfeccionando mi autocontrol, mi disciplina. Una vez, mi poder había sido desbordante, caótico… ahora era mi arma más poderosa, porque lo manejaba con precisión quirúrgica.

El anciano de barba plateada fue el primero en hablar.

"Nos alegra que hayas llegado sin incidentes, Lady Thyra. El invierno no ha sido piadoso con los caminos este año."

Asentí ligeramente, manteniéndome estoica. No respondí; no hacía falta. Las formalidades eran un juego que ellos dominaban, pero yo no jugaría a su ritmo.

"Ven aquí, por favor." Señaló un asiento al extremo opuesto de la mesa, uno preparado especialmente para mí.

Obedecí con calma, mis pasos resonando en el salón, mi capa ondeando ligeramente detrás de mí. Me senté, mis manos descansando sobre el regazo y mi espalda recta. No daría ninguna señal de debilidad; no dejaría que pensaran que podían controlarme.

Los consejeros comenzaron a intercambiar palabras entre ellos, formalidades y comentarios innecesarios, midiendo cada frase, intentando construir un terreno donde sentirse superiores. Yo los observaba con paciencia, como un depredador aguardando el momento perfecto para moverse.

Finalmente, el portavoz habló otra vez.

"Tu presencia ha sido solicitada para un asunto de suma importancia, Lady Thyra. Como bien sabes, el reino aún se encuentra en un período frágil tras… los sucesos de hace tres años. Tus acciones en aquel entonces nos trajeron paz, pero también incertidumbre."

Ahí estaba. El núcleo de su preocupación. No era mi poder en sí lo que los inquietaba, sino lo que representaba. Una amenaza. Un desequilibrio. Algo que no podían controlar.

"No estamos aquí para cuestionar tus logros," continuó, aunque el tono paternalista en su voz me hizo apretar los dientes. "Pero tu papel como heredera de la familia Auren, tu posición como una de las magas más poderosas del reino… requiere que trabajemos juntos, Lady Thyra. Para el bien del reino."

"¿El bien del reino?" pregunté, mi voz fría pero calmada. Crucé las piernas y los observé con una ceja ligeramente arqueada. "¿Es ese el motivo por el cual me han convocado con tanta urgencia? ¿O acaso hay algo más que el consejo desee compartir conmigo?"

Un murmullo inquieto recorrió la mesa. Noté cómo algunos consejeros evitaban mi mirada, como si les resultara incómoda mi presencia directa.

"No juegues con las palabras, joven Thyra," intervino una mujer, su voz cortante y clara. Era una de las consejeras más influyentes, Lady Arven. "No cuestionamos tu lealtad, pero sí tus métodos. Nos has mantenido… en la oscuridad respecto a tus investigaciones y tus progresos. Los descubrimientos que has compartido con la academia son impresionantes, sí, pero el consejo debe estar al tanto de todo. No puedes actuar sola. No puedes ignorar la estructura que mantiene este reino de pie."

"No he ignorado nada," respondí, sin dejar que mi tono subiera. "Simplemente no soy una persona que rinde cuentas por cada paso que da. Si han querido verme aquí, es porque saben lo que puedo aportar. Pero lo que aporto, consejera, lo hago a mi manera."

Un silencio aún más pesado cayó sobre la sala. Las llamas de las lámparas parpadearon, como si el mismo aire se hubiera detenido.

"Entonces, ¿insinúas que no necesitas al consejo?" preguntó otro de los hombres, su voz cargada de advertencia.

Lo miré directamente, sosteniendo su mirada sin pestañear.

"Insinúo que el consejo no necesita controlar cada respiración que doy."

Una pausa. Sus palabras ya no fluían con la misma seguridad; estaban empezando a entender que no me intimidarían con facilidad.

Lady Arven volvió a intervenir, esta vez con un tono más calculador.

"Entenderás, entonces, que debemos ser precavidos. Una maga de tu calibre, con tanto poder y tan poca supervisión… puede ser peligrosa para el equilibrio del reino."

Ahí estaba. La acusación disfrazada.

"El equilibrio del reino se mantuvo hace tres años gracias a que fui peligrosa," respondí con firmeza. "No vine aquí a ser juzgada por lo que soy. Vine porque ustedes me llamaron. Pero no confundan mi presencia aquí con sumisión. Si el consejo tiene un problema conmigo, que lo diga de una vez."

Mis palabras resonaron en el salón. Ya no había titubeo en sus miradas, sino una mezcla de respeto y temor. Era lo que buscaba.

Finalmente, el portavoz alzó la mano, como para calmar las aguas.

"No es nuestra intención crear conflicto contigo, Lady Thyra. Queremos lo mejor para el reino, y eso incluye a ti y a tu talento. Pero comprenderás que necesitamos ciertas garantías…"

"Las garantías vendrán con el tiempo, no con palabras forzadas," lo interrumpí. "Pueden confiar en que todo lo que hago es por el reino, por la familia Auren y por las personas que protegemos. Pero si esperan que me arrodille ante ustedes, lamento decepcionarlos."

No hubo respuesta inmediata. Los consejeros se miraron entre sí, sopesando cada palabra que había dicho. Finalmente, el portavoz asintió lentamente.

"Lo discutiremos más adelante. Por ahora, descanse, Lady Thyra. El consejo ha preparado habitaciones para usted y su escolta. Mañana podremos continuar… esta conversación."

Me levanté, ignorando las formalidades. Incliné apenas la cabeza y me dirigí hacia la salida, sintiendo todas las miradas clavadas en mi espalda. No me importaba. Sabía lo que había logrado hoy: establecer el primer límite.

Al llegar a las grandes puertas, me detuve un instante, sintiendo la presión de las miradas aún detrás de mí. Lentamente, giré la cabeza y lancé una última mirada sobre mi hombro, una mirada calculada, gélida y con un toque de amenaza que cortó el aire en el salón. Mi intención era clara: no se atrevan a subestimarme.

Observé cómo algunos consejeros tensaron sus cuerpos involuntariamente, una señal inequívoca de que mis acciones los habían sacudido más de lo que estaban dispuestos a admitir. Otros, más testarudos, intentaron mantener su compostura, pero la sombra de mi presencia ya los había marcado.

Finalmente, las puertas se cerraron tras de mí con un eco seco y definitivo, como si una etapa de la partida hubiera terminado. Respiré profundamente, permitiéndome relajar solo lo justo. Por ahora, había ganado esta ronda.

Afuera, mis pasos resonaron con firmeza en los pasillos silenciosos. Los sirvientes y soldados que encontré en el camino inclinaban la cabeza respetuosamente, apartándose con presteza. Aunque intenté ignorarlo, podía sentir cómo mis escoltas intercambiaban miradas discretas, aún tensos después de aquella confrontación.

"¿Todo bien, mi señora?" preguntó finalmente el capitán de mi guardia, con cautela.

"Por ahora" respondí, sin detenerme.

Él asintió y no hizo más preguntas, sabiamente.

Mientras continuaba mi camino hacia las habitaciones asignadas, sentí una mezcla de agotamiento y satisfacción. Había logrado que el consejo entendiera, aunque fuese solo un poco, que no sería una pieza fácil de mover en su tablero. Pero esto era apenas el inicio; lo sabía bien. El verdadero desafío vendría después, cuando intentaran manipularme de formas más sutiles, cuando sus trampas fueran más difíciles de detectar.

Que lo intenten, pensé. Yo estaré preparada.

Al entrar en la habitación asignada, lo primero que noté fue el ambiente cálido y cómodo, un marcado contraste con el frío invernal que nos había acompañado durante semanas. Las sirvientas ya estaban dentro, colocando bandejas con comida caliente y preparativos para el baño. El aroma del agua perfumada y de los aceites que habían dispuesto llenaba el aire.

No pude evitar arquear una ceja. ¿De quién será esta supuesta amabilidad? Era obvio que alguien estaba intentando mostrarse gentil conmigo, quizá esperando ganarse mi favor o suavizar mi postura.

Una de las sirvientas, la mayor entre ellas, se adelantó con una leve reverencia. "Su baño está listo, mi señora. Si lo permite, la ayudaremos a relajarse después de tan largo viaje."

Asentí con un ligero movimiento de cabeza, demasiado agotada como para cuestionarlo. Tras quitarme el abrigo, la capa y las botas, permití que las mujeres hicieran su trabajo, moviéndose con eficiencia y respeto. Mis ropas de viaje fueron retiradas con cuidado y, por un instante, el silencio en la habitación se hizo denso. Algunas de ellas se detuvieron, sus ojos reflejando una mezcla de sorpresa y asombro.

Sabía por qué.

Mi cuerpo no era el de una dama delicada acostumbrada a los lujos del salón. La vida me había forjado de otra manera. Aunque no era exagerado ni grotesco, los músculos de abdomen, mis brazos y espalda eran evidentes, la definición de alguien que ha entrenado su cuerpo para soportar el peso del combate y de la magia. Después de todo, nadie puede blandir un arma, aguantar el desgaste de un hechizo poderoso o enfrentarse a una embestida de bestias sin desarrollar resistencia física y mental.

"Disculpe, mi señora.." murmuró una de las más jóvenes, sin poder evitar que su mirada se desviara hacia mi costado izquierdo.

La cicatriz que se extendía allí, justo por debajo de mis costillas, era una herida antigua pero visible. La marca pálida de aquella batalla hace tres años. Una cicatriz que no había permitido que los sanadores borraran por completo. Me recordaba quién era, lo que había logrado y lo que me había costado.

"¿Algo más?" pregunté con voz tranquila, mirándola directamente.

Ella bajó la cabeza de inmediato, ruborizándose ligeramente. "No, mi señora. Le rogamos nos disculpe."

"No hay nada que disculpar" respondí, girando para dirigirme hacia la bañera.

El agua caliente fue como un bálsamo inmediato. Cerré los ojos y exhalé profundamente mientras el calor me envolvía, aliviando los músculos tensos y adoloridos. Las sirvientas trabajaron en silencio, aplicando aceites perfumados y masajeando con cuidado, aunque pude sentir su curiosidad contenida. Me pregunté si habían esperado encontrarme como las demás damas que solían servir.

"¿Esta usted entrenada en el uso de armas, mi señora?" se atrevió a preguntar una de ellas finalmente, con un tono de genuina curiosidad.

Abrí un ojo y la miré de reojo.

"Sí, desde pequeña. No basta solo con controlar la magia. Un cuerpo débil no soporta la carga del poder."

"Eso explica…" murmuró otra, más para sí misma que para mí.

Sonreí levemente y dejé que continuaran en silencio. El agua y sus manos trabajaron su magia hasta que sentí mi cuerpo completamente relajado. Una parte de mí no podía evitar cuestionar el motivo de tanto cuidado y gentileza. ¿Realmente querían dar una buena impresión o había algo más? En la capital, nada era lo que parecía.

Cuando finalmente me levanté del baño, mi mente estaba más despejada. Me envolvieron en toallas y me ayudaron a vestirme con ropas más cómodas. Al mirarme en el espejo, vi mi reflejo: la imagen de una mujer que había sobrevivido, que había peleado y cargado con más peso del que cualquier otra persona de su edad debería soportar.

Que sigan mirándome, pensé mientras mis dedos rozaban la cicatriz en mi costado. Yo no me avergüenzo de lo que soy.

Una vez que las sirvientas se retiraron, me quedé sola en la habitación, el silencio tan pesado como la atmósfera de esta capital que me asfixiaba. Aunque mi cuerpo se sentía más ligero después del baño, mi mente seguía ocupada. Me levanté de la silla frente al espejo y me ajusté las mangas de mi camisa cómoda pero funcional. No podía quedarme encerrada en este cuarto con la falsa comodidad que me ofrecían. Sabía que mis hombres, los mismos que habían cabalgado conmigo durante semanas soportando nieve, frío y cansancio, no estaban disfrutando de los mismos lujos que yo.

Decidida, salí de la habitación y recorrí los pasillos del castillo, ignorando las miradas curiosas y respetuosas de los sirvientes con los que me cruzaba. Mis botas resonaban sobre el mármol pulido, un sonido firme que anunciaba mi presencia. Al llegar a las escaleras que llevaban a la zona donde hospedaban a los caballeros y soldados, el ambiente cambió: más sencillo, más humano. Aquí no había decoraciones ostentosas ni alfombras suaves, solo piedra fría y un ligero olor a cuero y metal.

Cuando entré en la sala común donde se encontraban mis hombres, sus voces y risas cesaron momentáneamente al verme.

"¡Señorita Thyra!" me saludó el capitán con una inclinación respetuosa de cabeza, seguido de un coro de voces que hicieron eco de su saludo.

"A sus órdenes, mi señora."

"A la orden" respondí con un leve movimiento de la mano. La formalidad era respetable, pero innecesaria con ellos.

Mis ojos recorrieron la estancia. Algunos caballeros estaban sentados, otros de pie, todos luciendo relajados pero algo agotados aún por el viaje. Había mesas de madera sencillas con bandejas de comida y algunas jarras con lo que supuse que era vino caliente o agua. Me acerqué al capitán y a su segundo al mando, quienes estaban en una mesa apartada.

"¿Ya han comido algo?" pregunté directamente, cruzándome de brazos.

El capitán intercambió una mirada con su segundo y asintió con una sonrisa ligera.

"Estamos en ello, mi señora. La comida no es tan abundante como la de la nobleza, pero sirve para calentar el estómago."

"En eso andamos, señorita" interrumpió otro de los soldados con tono jovial, ganándose algunas risas entre el grupo. "La sopa todavía no se escapa, pero no por falta de intentos."

Solté una risa leve, permitiéndome relajarme con ellos. Eran mis hombres; si alguien merecía mi confianza, eran ellos.

"Espero que sea lo suficientemente caliente para que dejen de quejarse" respondí con un tono burlón.

Uno de los caballeros más jóvenes, con una sonrisa divertida, levantó una bandeja vacía.

"Si la señorita Thyra quiere, puede comprobarlo por sí misma. Está invitada."

Algunos murmuraron algo sobre "atrevimiento" y otros rieron, pero yo alcé una ceja y sonreí con confianza.

"Acepto la invitación. Espero que no me decepcionen."

El capitán frunció el ceño levemente, como si quisiera detenerme por protocolo, pero se contuvo. Sabía que no cambiaría de idea. Me senté en una de las mesas más grandes, donde los caballeros me hicieron espacio de inmediato, y pronto una bandeja con un cuenco de sopa caliente y un trozo de pan grueso apareció frente a mí.

"No es una cena de gala, pero es mejor que nada" bromeó uno de ellos.

"Mejor que las apariencias vacías" respondí con sinceridad, soplando sobre la superficie humeante de la sopa.

Mientras comía, el ambiente se relajó aún más. Las risas y las conversaciones volvieron a llenar el lugar, y pude notar cómo mis hombres realmente empezaban a dejar de preocuparse. Algunos me contaron anécdotas tontas del viaje, otros hablaron sobre las primeras impresiones de la capital y cómo los soldados del castillo los miraban con respeto, pero también con cierta distancia.

"Nos respetan por estar con usted, señorita" comentó el segundo al mando, inclinando la cabeza hacia mí. "No es común que una noble cabalgue con sus hombres."

"Es porque confío en ustedes" respondí sin titubear, y ellos me miraron con orgullo genuino reflejado en sus rostros. "No necesito el protocolo ni el exceso de lujo. Mientras ustedes estén a mi lado, sé que estoy protegida."

El capitán sonrió y asintió.

"Siempre, mi señora."

Terminamos la comida entre charlas ligeras, y aunque era consciente de que no todos en esta ciudad entendían nuestro vínculo, me sentí más tranquila. Estos hombres eran mi fuerza y mi apoyo, y yo era la suya. En una ciudad llena de serpientes y mentiras, ellos seguían siendo el refugio más seguro que tenía.

Al regresar a mi habitación, el pasillo estaba en silencio, iluminado únicamente por las antorchas que crepitaban suavemente a lo largo de las paredes. El peso del día me comenzaba a caer encima, y por un momento, anhelé la tranquilidad de mi cama. Necesitaba descansar; el día siguiente traería consigo la confirmación directa con el consejo sobre lo que ocurría en la frontera del norte. Y eso significaba preguntas, tensiones y más juegos de poder.

Abrí la puerta y entré con paso firme, dejando que el peso de la jornada se quedara afuera. La habitación estaba perfectamente ordenada, con las sábanas estiradas como si nadie las hubiera tocado. Me quité las botas con calma y caminé hacia la cama, pero algo me detuvo.

Una presión en el aire.

Mis sentidos se tensaron al instante. Una presencia. No desconocida, pero tampoco bienvenida. Mi cuerpo reaccionó antes de que mi mente pudiera procesarlo, poniéndome de pie con el instinto de un guerrero en alerta.

"Ha pasado tiempo, Lady Thyra."

Una voz masculina, burlesca, resonó desde las sombras de la habitación. Fría, insolente, como si la oscuridad misma le hubiera dado forma.

Levanté la cabeza lentamente, girándome hacia el rincón donde la voz había surgido, y lo vi. O mejor dicho, percibí una silueta apenas dibujada por la tenue luz que se filtraba por la ventana. No necesitaba confirmarlo. Sabía quién era. Y el odio irracional y agudo se encendió en mi pecho como una chispa que prende fuego a un bosque seco.

"¿Qué haces aquí?" murmuré con voz baja, pero cargada de hielo.

"Ah, ¿esa es la forma en la que saludas a un viejo amigo?" respondió con esa burla insidiosa. El tono condescendiente hizo que mi mandíbula se tensara aún más.

"No somos amigos."

Mis manos se abrieron y sentí el flujo del maná comenzar a moverse en mi cuerpo, despertando como una bestia dormida. Respiré hondo, mi mente trabajando rápido. ¿Cómo entró aquí? ¿Quién le permitió acercarse? Cada fibra de mi ser estaba lista para responder al más mínimo movimiento.

La figura en las sombras rio suavemente, como si estuviera disfrutando del desafío en mis ojos.

"Siempre tan intensa. No te preocupes, solo vine a charlar... aunque no pensé que tuvieras tanto resentimiento acumulado."

"Sal de aquí."

Mis palabras cayeron como una sentencia. La energía dentro de mí se intensificó y con un leve movimiento de mi mano, una corriente de maná recorrió la habitación. La oscuridad fue desplazada de golpe, sustituida por un resplandor verde brillante que emanó desde el suelo y las paredes, dibujando líneas complejas que creaban un círculo mágico de área. El hechizo estaba completo, un rugido latente de poder a punto de desatarse. La luz verde iluminó su silueta, revelando más de lo que quería mostrar: un hombre joven, pero con una expresión retorcida de suficiencia.

"¿Estás loca?" su tono dejó la burla y se tornó en una mezcla de sorpresa y súplica real. Dio un paso atrás, levantando las manos en señal de calma.

"No vas a activar eso. ¿Verdad?

"Prueba y lo veremos."

El círculo brillaba con un poder que hacía vibrar las paredes de la habitación. Podía sentir el sudor frío correr por su frente, incluso si intentaba ocultar el nerviosismo tras su sonrisa rota. Sabía lo que este hechizo podía hacer. Todos en este castillo lo sabrían si lo liberaba.

"Thyra… detente. No tienes por qué hacerlo. Solo vine a hablar. ¡No seas tan impulsiva!"

"No te atrevas a decirme qué debo hacer."

Mi voz fue como un trueno silencioso, la magia zumbando a mi alrededor. La habitación entera parecía contener el aliento. Todo lo que necesitaba era un susurro para liberar el hechizo, y el castillo entero temblaría ante mi poder. Él lo sabía. Lo podían ver en sus ojos, el miedo disfrazado de indignación.

"De acuerdo… de acuerdo. Me voy. No vine buscando esto."

Levantó las manos y comenzó a retroceder lentamente, cada paso acompañado del chasquido del círculo mágico que respondía a sus movimientos.

"La próxima vez que te acerques a mí sin permiso…" dije lentamente, la luz del círculo resplandeciendo con más intensida, "no dudaré."

Él no respondió, simplemente se giró y desapareció en la oscuridad como si nunca hubiera estado allí. Solo cuando la puerta de la habitación se cerró con un leve clic, relajé mis manos y sentí el maná comenzar a disiparse poco a poco. El círculo mágico se desvaneció en el suelo, dejando el cuarto en un silencio abismal.

Respiré hondo, pero no logré calmar del todo la ira que seguía quemándome por dentro.

"¿Charlas, eh? ¿En medio de la noche y rompiendo toda regla?"

Miré alrededor de la habitación, asegurándome de que estaba sola. Pero el eco de su voz seguía resonando en mi mente, y por primera vez en mucho tiempo, sentí una inquietud que no pude sofocar.

Me senté en la orilla de la cama, pasando una mano por mi rostro. Esto no era una simple visita. Algo estaba ocurriendo en las sombras, y lo peor era que no podía descifrarlo aún. Pero no importaba cuántos aparecieran en mi camino.

Estaba a punto de dejar que la tensión se desvaneciera cuando un sonido suave y medido resonó en la puerta. Un toque delicado, como si el visitante temiera despertar algo dormido. Mi mirada se clavó en la madera cerrada, y por un instante, creí que lo había imaginado. Pero la voz que siguió confirmó que no era así.

"Lady Thyra… ¿puedo pasar?"

Mi cuerpo se tensó. Era él. El mismo idiota que acababa de marcharse. ¿Había regresado para qué? ¿Para saludar correctamente? Una parte de mí quería ignorarlo, pero al final, cedí.

"Adelante."

La puerta se abrió despacio, revelando su figura una vez más. Aunque intentaba mostrarse sereno, sus movimientos lo delataban: aún estaba nervioso. Casi me hizo sonreír de satisfacción. Al menos entendía que no debía tomarme a la ligera. Se detuvo justo dentro de la habitación y realizó una reverencia formal, su voz más seria esta vez.

"Mis disculpas por antes, Lady Thyra. Me dejé llevar… No fue apropiado."

Levanté una ceja, observándolo con detenimiento. El chico que conocía desde hace años aún estaba allí, escondido detrás de una fachada de descaro y actitud altanera.

"Qué raro verte disculpándote, Eran. Casi pareces alguien razonable."

Él frunció los labios apenas un instante antes de enderezarse.

"Supongo que puedo esforzarme cuando la situación lo requiere."

"¿Eso crees?"

Crucé los brazos, observándolo. Eran Valec, uno de los magos que, como yo, había estado presente en la defensa hace tres años. Nuestra relación nunca fue precisamente cordial. No nos soportábamos, eso era evidente. Ambos éramos demasiado distintos en personalidad, en enfoque… pero también demasiado parecidos en determinación.

"¿Qué quieres ahora, Eran? Pensé que ya habíamos terminado con tus intentos de charla."

"No vine a molestarte." Se aclaró la garganta, con algo de incomodidad. "Vine porque, quizás, esto sí te interese. No estoy aquí solo por capricho o por mi brillante personalidad, como podrías pensar. También he sido llamado por el consejo."

Sus palabras hicieron que mi expresión se endureciera.

"¿Por la situación en el norte?"

Eran asintió, dejando atrás cualquier atisbo de burla en su tono. Por primera vez en toda la conversación, habló con seriedad.

"Exactamente. No soy el único. El consejo llamó a varios de nosotros: magos, caballeros de élite y otros líderes militares. Si te convocaron a ti también, no es una simple prueba. Esto es real. Preocupante, diría yo."

No dije nada por un momento, mis pensamientos girando rápidamente. Miré por la ventana, hacia la ciudad que comenzaba a iluminarse con las luces de la noche. ¿Un segundo ataque? ¿Otra ola de bestias? Mi mente retrocedió a esos recuerdos que intentaba evitar: las criaturas saliendo en masa, destruyendo todo a su paso, los gritos de terror, la sangre, el caos... Y la explosión. Mi explosión.

"No hay pruebas aún, ¿o sí?" pregunté finalmente, aunque ya intuía la respuesta.

"No, solo indicios. Pero si nos están reuniendo, algo saben. O algo temen."

Eran me miró con cuidado, midiendo su siguiente frase.

"No viniste solo, ¿verdad?"

"No. Traje a un grupo de mis soldados."

"Me alegra saberlo. Si esto resulta ser lo que creo, necesitaremos toda la ayuda posible."

Levanté una ceja.

"¿Estás preocupado, Eran? Eso sí es raro."

"Seré muchas cosas, Thyra, pero no soy un idiota. Si lo que pasó hace tres años está a punto de repetirse, no me tomaré esto a la ligera."

Sus palabras me hicieron asentir con seriedad. Aunque no me gustara admitirlo, tenía razón. Si la frontera norte estaba mostrando los mismos signos que antes del ataque, esto no era solo un capricho del consejo. Era una advertencia.

"¿Algo más?" pregunté, dejando claro que la conversación estaba llegando a su fin.

Eran pareció dudar por un momento antes de sacudir la cabeza.

"No. Solo… asegúrate de estar lista, Lady Thyra. No todos tienen tu fuerza si esto empeora."

Me miró un instante más, con una intensidad que no esperaba, y luego se giró hacia la puerta. Cuando la cerró detrás de él, el silencio volvió a envolver la habitación, aunque ahora pesaba de manera diferente.

Me senté en el borde de la cama, mi mirada perdida en el suelo. ¿Un segundo ataque de bestias? Todo dentro de mí me decía que no podía ignorarlo. El consejo había actuado con rapidez al reunirnos, pero aún no era suficiente. Algo no encajaba, y necesitaba averiguar qué era antes de que fuera demasiado tarde.