*THYRA*
Dos días después, el sol invernal apenas asomaba entre las nubes cuando comenzaron los preparativos para mi cumpleaños número veinte. La casa estaba repleta de actividad; podía escuchar los pasos apresurados de los sirvientes y las voces de los invitados que comenzaban a llegar.
Me encontraba en mi habitación, sentada frente al espejo, mientras dos de las doncellas trabajaban en mi cabello y maquillaje. El vestido que había escogido —de tonos azul oscuro con detalles plateados que imitaban el brillo de las estrellas— descansaba sobre una silla cercana. El corsé y las mangas largas le daban un aire solemne, pero la falda fluida añadía un toque delicado y elegante.
"Se ve preciosa, mi lady", comentó una de las doncellas mientras recogía mi cabello en una trenza entrelazada con finos hilos plateados.
Asentí con una sonrisa agradecida, aunque la calma de mi expresión ocultaba el leve nerviosismo que sentía. Cumplir veinte años no era solo un cambio simbólico; en nuestra familia significaba estar un paso más cerca de asumir mayores responsabilidades. Y con la propuesta de mi padre aún pendiente, sentía un peso adicional sobre mis hombros.
Al poco tiempo, las doncellas terminaron su trabajo y me ayudaron a ponerme el vestido. El toque final llegó cuando sostuve las joyas que me habían dado mis amigos dos días atrás. Primero, me coloqué el delicado collar de Darién, una pieza con una gema azul profundo rodeada de pequeños zafiros incrustados, reluciente y elegante. Luego, los aretes de Myla, que combinaban perfectamente con el diseño del collar, y por último, el brazalete de Caden, una joya sutil pero con el mismo detalle estelar.
"Así que esto lo planearon ustedes tres…" murmuré para mí misma, admirando cómo todo encajaba a la perfección. No pude evitar sonreír; era una muestra del cariño que me tenían y de lo bien que se conocían entre ellos.
Cuando estuve lista, di un último vistazo al espejo. La imagen que me devolvió era la de alguien fuerte y serena, aunque aún sentía a la chica de diecisiete años que había luchado tres años atrás. Pero hoy no era el momento de pensar en eso.
Al salir de la habitación, mis padres estaban esperándome afuera, vestidos con sus mejores galas. Mi madre, con una sonrisa cálida, extendió su mano hacia mí.
"Estás hermosa, hija mía. Todos te están esperando".
Mi padre, de pie a su lado, asintió con orgullo.
"Hoy es tu día, Thyra. Recuerda que no solo celebramos tu cumpleaños, sino todo lo que has logrado".
Tomé las manos de ambos, permitiéndoles guiarme por el pasillo hasta el gran salón de banquetes. Desde fuera, podía escuchar las conversaciones de los invitados, el suave sonido de la música y las risas que llenaban el ambiente.
Cuando las grandes puertas se abrieron, todas las miradas se posaron en mí. La sala estaba decorada de forma majestuosa, con candelabros brillando y largas mesas llenas de comida exquisita. Al fondo, mis hermanos, Caden, Darién, Myla y los gemelos estaban juntos, con una sonrisa de complicidad, como si estuvieran esperando mi reacción al verlos.
Los heraldos anunciaron mi llegada con un tono solemne.
"Damas y caballeros, presentando a la señorita Thyra Auren, quien en el día de hoy celebra su vigésimo cumpleaños. Héroe de la defensa del reino hace tres años y brillante colaboradora en los descubrimientos mágicos más recientes".
Una mezcla de aplausos y murmullos se elevó en el salón. La presentación había sido ostentosa, tal vez demasiado para mi gusto, pero entendía que mis padres lo habían hecho con orgullo y admiración.
Mientras caminaba hacia el centro de la sala, mi mirada se cruzó con la de mis amigos. Darién sonreía con esa calma característica suya, mientras que Myla me guiñó un ojo con entusiasmo. Caden, por su parte, cruzó los brazos y murmuró algo que no logré escuchar, aunque imaginaba que sería algún comentario sarcástico sobre los títulos.
Me detuve frente a mis padres, quienes me tomaron de las manos. Mi padre habló con firmeza, dirigiéndose a los invitados.
"Hoy celebramos no solo la vida de nuestra querida hija, sino también sus logros y su valentía. Hace tres años, cuando el reino enfrentó uno de sus mayores desafíos, ella demostró que la verdadera fuerza no siempre reside en la espada, sino también en la mente y el corazón".
Sentí cómo el peso de las palabras recaía sobre mí, y por un momento, la memoria de aquella batalla cruzó mi mente. Pero al ver a los presentes, la calidez de sus miradas y el orgullo en los ojos de mi familia, me obligué a sonreír con serenidad.
Las horas que siguieron fueron un torbellino de felicitaciones, charlas y momentos compartidos. Caden, Myla y Darién no tardaron en acercarse, flanqueándome como siempre lo hacían.
"¿Acaso te dieron algún otro título que no mencionaron?", comentó Caden con su característica sonrisa burlona.
"No empieces, Caden", le advertí con una ceja levantada, aunque no pude evitar reírme.
Myla intervino, tomando mi brazo con cariño.
"No le hagas caso. Nosotras sabemos que mereces cada palabra que dijeron".
Darién simplemente asintió, ofreciéndome una copa para brindar.
"A tus veinte años, Thyra. Que este sea solo el comienzo de todo lo que te espera".
Mientras levantábamos nuestras copas y brindábamos, sentí que, al menos por esa noche, el peso de las expectativas y los recuerdos podía esperar. Este momento era mío, y no lo cambiaría por nada.
Cuando las horas avanzaron y el banquete comenzó a llegar a su fin, los músicos iniciaron las primeras notas suaves de un vals. Los murmullos y risas de los invitados dieron paso a movimientos elegantes mientras todos se dirigían a la pista de baile, creando una escena digna de un cuento de invierno.
Myla fue la primera en acercarse con una sonrisa divertida, extendiéndome su mano de forma dramática.
"¿Me concede este baile, mi querida dama?"
Reí ante su teatralidad, tomando su mano con elegancia.
"Por supuesto, mi querida lady Myla".
Nos dirigimos a la pista entre risas contenidas y empezamos a movernos al compás de la música. Myla, como siempre, lograba equilibrar la gracia con la diversión, y por momentos ambas terminamos riendo ante algún paso torpe de su parte.
"Deja de reírte de mí", dijo entre risas, girándome suavemente en la pista.
"Si dejaras de pisarme los pies, tal vez lo haría", respondí en el mismo tono, provocando otra carcajada de ambas.
El baile con Myla terminó entre aplausos y murmullos divertidos, y antes de que pudiera regresar a mi lugar, Caden apareció frente a mí con una sonrisa engreída.
"No puedes escapar de esto, Thyra. Tu turno conmigo".
Rodé los ojos y tomé su mano con un suspiro de resignación.
"Sabía que no te quedarías tranquilo toda la noche".
"Por supuesto que no. ¿Acaso no quieres presumir de tener al mejor bailarín como pareja?"
"Si fueras el mejor bailarín, no estarías hablando", repliqué con sarcasmo.
A pesar de mi regañadienta aceptación, Caden me guio con movimientos precisos y seguros. Si bien su actitud era irritante, debía admitir que bailaba con una sorprendente habilidad. A lo largo de la canción, no perdió oportunidad para soltar algún comentario sarcástico, a lo cual respondí con igual mordacidad, provocando más de una sonrisa en los invitados que nos observaban.
Cuando el vals terminó, antes de que Caden pudiera decir algo más, Darién apareció junto a nosotros.
"¿Puedo tomar el siguiente turno?" preguntó con su calma habitual, dirigiéndole una mirada neutral a Caden.
"Todo tuyo", respondió Caden, haciéndole una inclinación burlona antes de retirarse.
Darién me ofreció su mano, y acepté con una sonrisa más relajada. Bailar con él fue un respiro tranquilo después del caos que había sido Caden. Sus movimientos eran suaves y fluidos, guiándome con naturalidad, como si el vals fuera algo que había nacido sabiendo hacer.
"Debo decir que no pareces disfrutar mucho de estos eventos", comentó con una leve sonrisa.
"Hay partes que disfruto más que otras", respondí, siguiendo el ritmo de la música. "Pero al menos ahora puedo compartirlo con ustedes. Eso lo hace más llevadero."
"Nos aseguraremos de que esta noche sea especial para ti, Thyra".
"Lo está siendo", aseguré sinceramente.
Cuando el baile con Darién terminó, me acerqué a mis hermanos, quienes ya estaban esperando su turno. Askel, con esa sonrisa de niño travieso, fue el primero en tomarme de la mano.
"Si Myla y Caden pudieron bailar contigo, nosotros también tenemos derecho".
"¿Crees poder seguir el ritmo?", le desafié con una sonrisa divertida.
"Claro que sí", respondió con orgullo juvenil.
Bailé primero con Askel, quien se movía con un entusiasmo desbordante que me hizo reír en más de una ocasión. Luego fue el turno de Eryk, quien, con más calma y cuidado, me guió con movimientos mucho más ordenados. Ambos hermanos lograron sacarme sonrisas sinceras, recordándome lo mucho que los quería y lo felices que se veían en momentos como este.
Después de ellos, fueron los gemelos Varenn quienes se acercaron, tomándome cada uno por una mano.
"¡Nos toca a nosotros!" dijo Lian, lleno de emoción.
"¡Prometiste que bailarías con nosotros también!" añadió Liar.
"Lo prometí y cumplo mis promesas", respondí, dejándome llevar entre risas.
Bailar con los pequeños fue más un juego que un vals formal. Daban pequeños saltos y giraban con torpeza, provocando sonrisas entre los invitados y carcajadas sinceras de Myla y Caden, quienes observaban desde un rincón.
Finalmente, cuando la música comenzó a cambiar de ritmo, me acerqué a mi madre, quien sonrió al verme. Extendí mi mano hacia ella con respeto y cariño.
"¿Me concede este baile, madre?"
"Será un honor", respondió suavemente, tomando mi mano.
Bailar con mi madre fue un momento especial. Sus movimientos, aunque algo más lentos, seguían llenos de elegancia y fuerza. A lo largo de la canción, me susurró palabras de aliento y orgullo, recordándome que siempre estaría a mi lado sin importar lo que eligiera para mi futuro.
Y por último, llegó el turno de mi padre. Él me ofreció su mano con una sonrisa serena, algo poco común en él, pues siempre solía mantener una expresión seria y estoica.
"El último baile de la noche te pertenece, hija mía".
"Gracias, padre", respondí con una sonrisa genuina, tomando su mano.
El baile con mi padre fue solemne y significativo. A pesar de no decir mucho, su mirada hablaba por él: estaba orgulloso de mí. Mientras nos movíamos en la pista, no pude evitar recordar todas las veces que él me había enseñado a mantener la postura, a no tropezar, y ahora aquí estábamos, compartiendo un momento único.
Cuando la música finalmente cesó y el vals terminó, los invitados rompieron en aplausos. A mi alrededor, las sonrisas y el cariño de mi familia y amigos me envolvieron, y por un instante, sentí que todas mis preocupaciones quedaban atrás. Esta noche era mía, un pequeño respiro antes de enfrentar lo que el futuro me deparara.
La fiesta finalmente había llegado a su fin. La música había cesado, las luces se atenuaron y el salón de banquetes quedó en silencio. Los últimos brindis resonaron entre las paredes decoradas, y el eco de las risas y las conversaciones lentamente comenzó a desvanecerse. A pesar del cansancio evidente en todos, aún quedaban energías para disfrutar unos momentos más en familia.
Nos trasladamos a la sala principal, un lugar más acogedor y menos formal que el salón de banquetes. El fuego de la chimenea crepitaba suavemente, proyectando sombras cálidas en las paredes de piedra. Allí, los gemelos Liar y Lian se acomodaron en mi regazo sin decir palabra, sus pequeñas cabezas apoyadas contra mí mientras dormían profundamente, completamente agotados.
Mis hermanos, Eryk y Askel, me miraban desde el otro extremo del sofá, con expresiones que oscilaban entre la nostalgia y la envidia. Askel fue el primero en hablar, cruzando los brazos con fingido enfado.
"Ellos sí tienen suerte… Ya nadie duerme en tu regazo como cuando éramos niños".
Sonreí suavemente, acariciando el cabello de los gemelos.
"Bueno, Askel, la diferencia de tamaño podría ser un problema. No creo que puedas acomodarte tan fácilmente".
"¡Eso no es justo!" protestó, provocando una carcajada baja de Eryk, quien añadió con ironía:
"Tal vez si le pides con amabilidad, te haga un espacio".
Negué con la cabeza, riendo suavemente.
Mientras tanto, en un rincón de la sala, los lords habían decidido que la fiesta no podía terminar sin unas copas más. Se encontraban en una mesa pequeña, donde las botellas de licor parecían multiplicarse por arte de magia. Sus voces se mezclaban entre risas altas y canciones desentonadas, completamente ajenos al cansancio que nos envolvía al resto.
Las ladies, por su parte, habían intentado detenerlos durante un rato, pero pronto se dieron por vencidas. La madre de Myla fue la primera en levantarse, con una expresión resignada y divertida al mismo tiempo.
"Esto no tiene remedio. Vámonos a dormir, querida".
"Sí, será lo mejor", respondió mi madre, con los brazos cruzados y una sonrisa indulgente.
Se acercaron a donde yo estaba para recoger a los gemelos. Con un cuidado casi maternal, mi madre tomó a Liar en brazos, mientras la madre de Myla cargaba a Lian. Ambas me dedicaron una sonrisa cálida antes de retirarse por el pasillo.
"Descansen, y no se queden hasta tarde", nos advirtieron con cariño antes de desaparecer de nuestra vista.
Mis hermanos también se despidieron, dando grandes bostezos mientras subían las escaleras, dejándonos a los demás en la sala. Finalmente, sólo quedábamos Caden, Darién, Myla y yo.
"Y así terminan las grandes fiestas", comentó Caden con voz ronca, reclinándose en un sofá mientras hacía girar una copa de licor entre sus dedos. "Padres inconscientes, hermanos agotados… y nosotros, los últimos en pie."
Myla rió entre dientes, tomando un sorbo de su propia copa.
"Es porque aún no somos tan viejos como ellos".
"Habla por ti", añadí con una sonrisa cansada, aunque divertida, al recordar la broma de mi cumpleaños.
Darién, más reservado como siempre, bebía en silencio, observándonos a todos con su mirada tranquila y serena. Sin embargo, había algo en su expresión, una especie de paz que rara vez se le veía. Después de todo lo que habíamos vivido juntos, estos momentos eran un respiro, una pausa merecida en medio de una vida que nunca nos daba tregua.
Caden rompió el silencio, levantando su copa hacia nosotros.
"Un brindis. No por el cumpleaños de Thyra, porque eso ya lo hicimos demasiadas veces esta noche, sino… por nosotros. Por seguir aquí, a pesar de todo lo que pasó hace tres años. Porque seguimos de pie".
Levanté mi copa con una sonrisa suave, sintiendo el peso de sus palabras.
"Por nosotros", repetí.
"Por nosotros", dijeron Myla y Darién al unísono, alzando sus copas.
Chocamos nuestras copas suavemente, el tintineo del cristal resonando en la calma de la sala. La bebida era fuerte y quemaba ligeramente al pasar por la garganta, pero no nos importó. Habíamos enfrentado tantas cosas, visto tanto caos y sufrimiento, que el simple hecho de estar juntos en una sala cálida, bebiendo y recordando, nos parecía un lujo.
Nos quedamos así durante un rato más, hablando de todo y de nada al mismo tiempo. A veces reíamos por anécdotas tontas de nuestra infancia, otras veces nos quedábamos en silencio, simplemente disfrutando de la compañía. La noche avanzaba lentamente, pero por primera vez en mucho tiempo, no sentí prisa por que terminara.
Caden fue el primero en cerrar los ojos, quedándose dormido en el sofá con la copa aún en la mano. Myla lo miró, divertida, y negó con la cabeza.
"Siempre tan fuerte al principio y luego no aguanta".
"Déjalo descansar", dijo Darién con voz baja, su mirada fija en el fuego de la chimenea.
Yo no pude evitar sonreír, apoyando mi cabeza suavemente en el respaldo del sillón.
Por un instante, todo fue perfecto: el calor del fuego, la tranquilidad de la sala, la presencia de las personas que más me importaban en el mundo.
La noche finalmente llegó a su fin cuando decidimos irnos a descansar. Darién, con una expresión mezcla de resignación y paciencia, se acercó a Caden, quien seguía profundamente dormido en el sofá, completamente ajeno a su entorno.
"Siempre me toca a mí cargarlo", murmuró Darién con una leve sonrisa mientras lo levantaba con facilidad, acomodándolo sobre su hombro.
"Lo haces porque eres el único lo suficientemente fuerte para cargar su peso sin quejarte", dijo Myla con tono divertido, mientras caminaba a mi lado.
Solté una pequeña risa al escuchar eso. La escena ya se había convertido en un ritual cada vez que nos reuníamos: Caden terminaba dormido en algún rincón, y Darién lo llevaba como si fuera un saco de harina.
Nos despedimos con un gesto rápido, y mientras Darién se alejaba hacia las habitaciones, Myla y yo subimos juntas las escaleras. El pasillo estaba silencioso y apenas iluminado por las lámparas de pared, proyectando sombras largas a nuestro paso. Myla, que nunca podía quedarse callada por mucho tiempo, rompió el silencio.
"Entonces, ¿hay algún descubrimiento en el horizonte? ¿Algún proyecto de magia en el que estarás trabajando pronto?"
Negué suavemente con la cabeza, un poco cansada pero disfrutando de la conversación.
"Por ahora, no. Me he tomado un respiro de todo eso. No es que no tenga ideas, pero necesito tiempo para pensar en otras cosas".
Myla me lanzó una mirada curiosa, cruzando los brazos mientras caminábamos.
"¿Otras cosas? ¿Te refieres a lo del puesto de cabeza de la familia Auren?"
Suspiré al escuchar eso. El tema era inevitable y últimamente parecía perseguirme a todas partes.
"Sí, entre otras cosas. Aunque aún no he aceptado. Antes de eso, quiero tener claro qué haré a futuro. Si acepto el puesto, necesito que sea porque estoy lista y no porque me lo impongan".
"Es un gran peso", murmuró Myla, comprendiendo la seriedad del asunto. "Pero tarde o temprano tendrás que tomar una decisión. Además, ya sabes lo que viene después…"
"¿Qué quieres decir?" pregunté, aunque conocía perfectamente la respuesta.
"Las propuestas de matrimonio, Thyra", respondió con una sonrisa ladeada y un tono ligeramente burlón. "No olvides que eventualmente tendrás que dar herederos, sobre todo si tus hermanos deciden no tomar el puesto o no son elegidos como candidatos".
Rodé los ojos al escucharla, aunque no pude evitar soltar una risa sarcástica.
"No sé qué es peor: lidiar con las responsabilidades como cabeza de familia o con las propuestas forzadas que llegarán en un futuro".
"¿Y qué piensas de eso?", insistió Myla, más seria ahora. "Lo de tus hermanos, quiero decir."
Bajé la mirada ligeramente mientras subíamos el último tramo de escaleras.
"Ya le dije a mi padre que debería considerarlos. Askel y Eryk pueden tener menos experiencia ahora, pero aún son jóvenes. Hay tiempo para que crezcan y aprendan… no entiendo por qué insiste en compararlos conmigo".
La molestia en mi voz era evidente, y Myla pareció notarlo.
"¿Por lo que viviste durante la defensa?", preguntó en voz baja.
Asentí con un suspiro.
"Sí. Es ridículo, ¿no crees? Mi padre sigue diciendo que lo que viví y experimenté durante el ataque de las bestias me preparó para esto, pero no estoy de acuerdo. Nadie debería tener que pasar por algo así para ser digno de un puesto. Y compararnos no es justo. Cada uno tiene su propio ritmo".
Nos detuvimos frente a la puerta de mi habitación. Myla se giró hacia mí con una sonrisa comprensiva, colocándome una mano en el hombro.
"Bueno, seas cabeza de familia o no, propuestas de matrimonio incluidas, no importa. Lo que decidas será lo correcto. Siempre lo ha sido".
Su apoyo genuino logró hacerme sonreír un poco más.
"Gracias, Myla".
"Descansa, Thyra. Mañana será otro día".
Nos despedimos con un simple gesto y, al entrar a mi habitación, finalmente pude soltar un suspiro largo y profundo. Aún podía escuchar el murmullo lejano del viento contra las ventanas, y la calma nocturna me envolvió por completo. Me senté frente al tocador y, sin quererlo, me encontré observando mi reflejo.
Las palabras de Myla seguían resonando en mi mente. Propuestas de matrimonio, el puesto de cabeza de la familia, comparaciones absurdas… todo era demasiado, pero sabía que no podía evadirlo para siempre. Sin embargo, había algo en mí que se resistía, que se negaba a que mi futuro estuviera completamente definido por las expectativas de otros.
Me quité las joyas lentamente: el collar de Darién, los aretes de Myla y el brazalete de Caden. Un regalo planeado entre los tres, y, aunque no lo admitieran, un gesto que demostraba cuánto me conocían y cuánto les importaba.
"Todo a su tiempo", murmuré para mí misma, antes de levantarme para acostarme.
Mañana sería otro día, como había dicho Myla. Por ahora, la tranquilidad de la noche era suficiente.