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Chapter 3 - Capitulo 3

*THYRA*

Mientras nos dirigíamos de regreso a la casa, los soldados permanecían cerca de mí, su desconfianza hacia Caden palpable. Sus miradas, duras y filosas como dagas, seguían cada uno de sus movimientos. Algunos incluso apretaban las empuñaduras de sus armas, como si esperaran —o quizás desearan— una excusa para volver a intervenir. Caden, por supuesto, se limitaba a caminar con las manos en los bolsillos y una expresión divertida, completamente ajeno —o fingiendo estarlo— al enojo que había despertado.

"¿Siempre tan encantador con tus anfitriones?" le dije en voz baja mientras subíamos los escalones hacia la entrada principal.

"Al menos no me aburren", respondió él, esbozando una sonrisa satisfecha.

Antes de que pudiera contestar, un ruido familiar irrumpió en la escena: dos pares de pisadas apresuradas resonaron en el patio cubierto de nieve. Alcé la vista justo a tiempo para ver a Eryk y Askel correr hacia mí. Sus rostros estaban encendidos, probablemente por el frío y la preocupación.

"¡Thyra!" gritó Eryk, con el ceño fruncido. "¿Qué demonios acaba de pasar? ¡Hubo una explosión de maná!"

"¡Pensamos que la casa se estaba viniendo abajo!" añadió Askel, ligeramente más calmado, pero con la misma preocupación en sus ojos.

Ambos se detuvieron frente a mí, con la respiración entrecortada. Pero al notar la presencia de Caden a mi lado, su semblante cambió.

"Oh…" murmuró Eryk, su tono ahora teñido de fastidio mientras cruzaba los brazos.

"Ya veo qué sucedió", remató Askel, entrecerrando los ojos con desdén.

Antes de que pudiera decir algo, los dos se acercaron y, con un movimiento casi sincronizado, me envolvieron en un abrazo protector. Era cálido, torpe y lleno de cariño fraternal.

"Estamos aquí para defenderte de los idiotas", susurró Eryk, con un tono suficientemente alto para que Caden lo oyera.

"Sí, especialmente de este tipo", añadió Askel, dirigiéndole a Caden una mirada fulminante.

"¡Vaya, sí que me quieren!" ironizó Caden, llevándose una mano al corazón como si estuviera herido. "Siempre es un placer verlos, chicos".

Peor mis hermanos lo ignoraron, apretándome un poco más antes de finalmente soltarme. Justo cuando me enderezaba y me disponía a aclarar todo el malentendido, otra voz irrumpió en el aire.

"¡Thyra!"

Giré la cabeza y vi a una joven que bajaba apresuradamente de uno de los carruajes recién llegados. Su voz sonaba brillante y llena de entusiasmo, y el cabello castaño oscuro le caía en ondas naturales sobre los hombros mientras se acercaba con rapidez. Era Myla.

"¡No puede ser!" dije con sorpresa genuina mientras una sonrisa tiraba de mis labios.

Myla prácticamente saltó sobre mí para abrazarme con fuerza, casi haciéndome tambalear. Su calidez era contagiosa, y no pude evitar devolverle el abrazo con igual intensidad. Era una de las pocas personas que lograban traerme una sensación de paz inmediata. No la veía desde hacía un año, y la nostalgia fue como un nudo en el pecho.

"¡Mírate!" exclamó, apartándose para observarme de pies a cabeza. Sus ojos azules seguían siendo tan vivos como siempre. "Al parecer sigues entrenando duro. La explosión que escuchamos en el carruaje casi nos hace saltar del asiento".

Reí ligeramente, aunque no pude evitar fijarme en el vendaje ligero que llevaba en su mano derecha. Fruncí el ceño y señalé con un gesto.

"¿Sigues entrenando con el arco y la espada?"

"Por supuesto", respondió con orgullo, levantando ligeramente la mano vendada. "Aunque a veces exagero un poco. Tú sabes cómo soy".

Myla entonces giró la cabeza hacia Caden, quien, para variar, seguía sonriendo como si todo esto fuera una broma personal.

"Déjame adivinar", dijo ella, clavándole una mirada acusadora. "¿Otra de tus entradas teatrales, Caden?"

"No puedo evitarlo si la gente reacciona tan bien", respondió él con una ligera inclinación, como si se estuviera disculpando de forma sarcástica.

"No todos apreciamos los sobresaltos", comentó Myla con tono seco, pero una sonrisa ladeada se asomaba en su rostro.

Observé el intercambio entre ellos con una mezcla de diversión y resignación. Ambos tenían personalidades fuertes y opuestas, pero de alguna manera lograban entenderse a su manera. Sus discusiones siempre habían sido parte de la dinámica entre los tres, y verlos interactuar otra vez era como volver a tiempos más simples.

Sin embargo, no pude evitar un ligero escalofrío al recordar la manera en que Caden había atacado, incluso si lo había hecho sin intención de herirme. Mis manos inconscientemente se tensaron, y llevé una al costado izquierdo, donde aún sentía un leve hormigueo del maná que había liberado.

Al cruzar las grandes puertas de la casa, un murmullo de conversaciones animadas y el suave crepitar del fuego en las chimeneas nos dieron la bienvenida. La sala principal era espaciosa, adornada con elegancia pero sin excesos: tapices de tonos cálidos colgaban de las paredes, los muebles de madera oscura y fina estaban dispuestos con armonía, y un enorme ventanal ofrecía una vista directa al jardín nevado.

Mis pasos se detuvieron al notar a quienes nos esperaban. Reunidos en el salón, sentados cómodamente, estaban los padres de Myla, Lord y Lady Varenn, acompañados por los dos pequeños gemelos de la familia, una niña y un niño, ambos de no más de ocho años. Los pequeños, con la energía característica de su edad, se retorcían inquietos en sus asientos mientras sus padres intentaban, sin mucho éxito, que permanecieran quietos.

"Ah, finalmente aparecieron", dijo Lord Varenn con una sonrisa cálida mientras se ponía de pie para recibirnos. Era un hombre robusto, de barba bien cuidada y mirada amable, que contrastaba con su esposa, Lady Varenn, cuya expresión serena y distinguida irradiaba un aire de autoridad natural.

A su lado, sentados con porte impecable, estaban los padres de Caden, Lord Almaric y Lady Serella, y junto a ellos, el hermano mayor de Caden, Darien. Lord Almaric era un hombre de figura imponente y voz grave, con un aire disciplinado que no dejaba lugar a dudas sobre su carácter estricto. Su esposa, Lady Serella, en cambio, poseía una presencia más tranquila y refinada, aunque sus ojos sagaces parecían captarlo todo a su alrededor.

Darien, el hermano de Caden, tenía un porte tan alto y firme como su padre, aunque su sonrisa relajada suavizaba su presencia. Con su cabello castaño ligeramente despeinado y vestimenta pulcra, siempre parecía el equilibrio entre formalidad y rebeldía controlada.

Por último, estaban mis padres, quienes se encontraban charlando cordialmente con los Varenn y los Almaric. Al vernos llegar, mi madre se giró primero y me dedicó una sonrisa tierna, pero sus ojos pasaron rápidamente de mí a mis hermanos menores, como si intentara asegurarse de que no habían causado más problemas.

"Ah, ahí están", dijo mi padre con voz grave, poniéndose de pie también. Su presencia era tan firme como siempre, pero su mirada se suavizó al posarse en nosotros. "Bienvenidos, Lord Almaric, Lady Serella, Lord Varenn, Lady Varenn", continuó dirigiéndose a los invitados. "Mis disculpas si estos jóvenes les hicieron esperar".

"¡No hemos esperado mucho!", respondió Lady Varenn con ligereza, mientras lanzaba una mirada divertida a los pequeños gemelos que ya habían saltado de sus asientos. La niña, Lira, con dos trenzas desordenadas, se escondió detrás de su madre mientras el niño señalaba descaradamente a Caden.

"¡Tú fuiste el que hizo la explosión!", dijo con los ojos muy abiertos, como si hablara de un héroe legendario.

"Técnicamente fue ella", corrigió Caden, inclinando la cabeza en mi dirección con una sonrisa.

Los ojos del niño, Lian, se posaron en mí con asombro, pero antes de que pudiera decir algo más, Myla rodó los ojos y lo tomó de la mano.

"Dejen de molestar a Thyra, ¿quieren?", dijo con una mezcla de firmeza y dulzura. Los gemelos obedecieron de inmediato, aunque sus ojos seguían mirándome con una mezcla de admiración y curiosidad.

En ese momento, Lady Serella se levantó elegantemente y se acercó a mí con una sonrisa.

"Thyra, querida", dijo con una voz suave, "es un placer verte de nuevo. Has crecido aún más desde la última vez".

"Gracias, Lady Serella", respondí con una inclinación respetuosa, aunque me sentía algo incómoda con tantos ojos puestos en mí.

"Y no olvides a Darien", interrumpió Caden con tono burlón, señalando a su hermano, quien se levantó con un gesto desenfadado.

"Por supuesto", dijo Darien, sonriendo mientras se acercaba. "Es bueno verte de nuevo, Thyra. Aunque parece que no has perdido tu toque para los… sobresaltos".

"Algo me dice que sabes a quién culpar", respondí, mirándolo de reojo y luego a Caden.

Mis hermanos, se limitaron a saludar con un ademán cortés pero reservado, situándose a mi lado como si estuvieran listos para actuar en caso de que alguien intentara algo. Sus pequeñas acciones protectoras me hicieron sonreír para mis adentros.

"Bueno", dijo mi madre con tono conciliador, acercándose, "ahora que todos estamos aquí, es momento de dejar las formalidades y ponernos cómodos. Tenemos mucho de qué hablar después de tanto tiempo".

Asentí, sintiéndome agradecida por el cambio de tema. Las formalidades sociales siempre me resultaban un tanto agotadoras, aunque entendía su importancia. Dirigí una última mirada hacia Caden y Myla, quienes ya estaban intercambiando comentarios entre ellos mientras los gemelos Varenn corrían alrededor, ignorando las advertencias de su madre.

"Esto va a ser un día largo", murmuré para mí misma mientras seguía a mis padres y a los demás hacia el salón contiguo, donde las conversaciones y risas se mezclaban con el crepitar del fuego y el tintineo de la porcelana al servirse el té.

Nos acomodamos en la sala principal, donde las llamas danzaban suavemente en la chimenea, iluminando con calidez el espacio. Todos conversaban con naturalidad, las voces entremezclándose en una sinfonía familiar que hacía eco en las paredes altas y adornadas. Me acomodé en uno de los sillones junto a Myla, mientras Caden tomaba asiento con el descaro relajado que lo caracterizaba. Los demás se dispersaron en pequeños grupos, pero las miradas continuaban dirigidas hacia mí de tanto en tanto.

"Cuéntanos, Thyra", comenzó Lady Varenn con una sonrisa orgullosa y voz llena de amabilidad. "Hemos escuchado rumores de que ayudaste con el libro Nuevas Aplicaciones de la Magia Común. ¿Es cierto?".

Asentí ligeramente, sintiendo un leve calor subir a mis mejillas. "Sí, es cierto. Colaboré en algunos descubrimientos con los Eruditos de la corte. La publicación acaba de salir hace poco".

Lord Almaric hizo un leve gesto de aprobación desde su asiento. "No cualquier persona tiene el privilegio de aparecer en los créditos de algo así. Es un logro impresionante, Thyra".

"Vaya, no sabía que tenía cerca a toda una erudita", comentó Darien con tono ligero y una sonrisa que pretendía ser seria.

"¿Erudita? Dirás vieja", soltó Caden de repente, una mueca burlona en su rostro. "Si en dos días cumple veinte años, eso ya cuenta como vejez, ¿no?".

"No me hagas buscar algo para lanzarte, Caden", respondí con falsa seriedad, aunque una pequeña sonrisa traicionó mi intento de enojo.

"¿Veinte años?", intervino Myla, rodando los ojos mientras reía. "Deberías estar agradecido. Tú tienes veintidós, abuelo."

"¡Y tú veinte, mocosa!", contraatacó Caden, apuntándola con el dedo, pero su tono solo hizo que Myla y yo soltáramos una risa contenida.

"Como sea", continuó Darien, con un gesto de diversión mientras se dirigía a mí. "Thyra, escuché hace unas semanas que tu padre te ofreció el puesto de cabeza de la familia. ¿Es cierto?".

La pregunta hizo que el ambiente se apaciguara un poco. Sentí las miradas expectantes clavarse en mí, incluso las de mis padres, que no dijeron nada. Eryk y Askel, sentados no muy lejos, también me observaban con atención.

"Es cierto", respondí con calma, enderezando un poco la postura. "Lo estoy pensando aún. No es algo que se pueda decidir a la ligera".

"Es un papel que implica mucha responsabilidad, pero tienes todo para lograrlo", comentó Lady Serella con suavidad.

Asentí con gratitud, aunque por dentro una parte de mí seguía debatiéndose.

"¿Y eso de dejar el entrenamiento con la espada?", preguntó Darien, sorprendido. "Escuché el rumor, pero se que era solo eso: un rumor. ¿Verdad?".

"Sí", respondí, sintiendo nuevamente la incomodidad de tantas miradas sobre mí. "Es solo temporal. Un descanso…". Hice una breve pausa, sintiendo cómo mis dedos se dirigían instintivamente a mi costado izquierdo. "… después de todo lo que pasó hace tres años".

Mis palabras hicieron que el silencio se volviera palpable, como si un velo denso hubiese caído sobre la sala.

Lord Varenn fue quien rompió el silencio con voz calmada, pero seria. "¿Estás bien, Thyra? Nos preocupaba cómo estabas después de lo ocurrido. Fue…" Se detuvo por un momento, eligiendo cuidadosamente sus palabras. "… un momento difícil para todos".

"Lo fue", añadí con voz baja, mientras mi mente viajaba inevitablemente hacia ese día.

Hace tres años, el reino había sido invadido por una horda de bestias, criaturas salvajes y monstruosas que arrasaban todo a su paso. Las familia de Caden, Myla y la mía, incluida nosotros tres habíamos sido parte de la defensa del territorio. Aquello no era un simple entrenamiento ni una prueba: era una batalla desesperada por sobrevivir. En un momento crítico, Caden y yo quedamos atrapados en el centro de la oleada. Las criaturas nos rodearon, y durante lo que parecieron horas eternas, peleamos con todo lo que teníamos, entre sangre, gritos y el peso del miedo. Fue la primera vez que sentí verdadera desesperación… y que activé mi magia sin runas ni cánticos.

Aquello me salvó, pero también me dejó cicatrices. No solo en mi costado, donde aún quedaba un tenue recuerdo de una herida profunda, sino en mis sueños.

"Casi no dormías por las pesadillas", murmuró Myla, recordando lo ocurrido. "Lo recuerdo bien".

"Eso quedó en el pasado", respondí rápidamente, intentando sonar más firme de lo que me sentía. "Estoy mejor ahora".

"Pero no olvidas, ¿verdad?", dijo Caden, más serio que de costumbre. Nuestros ojos se encontraron, y en ellos reconocí el reflejo de mis propios recuerdos. Él también había estado allí.

Negué lentamente. "No. Pero prefiero enfocarme en lo que puedo hacer ahora".

"Eso es admirable", comentó Lady Serella con una pequeña sonrisa, intentando suavizar el ambiente.

Eryk y Askel, hasta ese momento silenciosos, me miraron con una mezcla de orgullo y preocupación. "Sabes que puedes contar con nosotros para lo que necesites, ¿verdad?", dijo Askel, ganándose un asentimiento firme de Eryk.

"Lo sé", respondí, regalándoles una sonrisa.

A lo lejos, los gemelos Varenn rompieron el incómodo silencio al comenzar a reír por alguna travesura, y lentamente, la conversación retomó su curso. Caden y Myla, fieles a su naturaleza, intentaron animar el ambiente con bromas y comentarios ligeros, y aunque yo seguía pensando en las palabras de Lord Varenn, me obligué a relajarme.

Mientras las horas transcurrían, la atmósfera en la casa comenzó a calmarse. Los adultos —nuestros padres— se retiraron hacia la oficina de mi padre para discutir asuntos que seguramente no eran para nuestros oídos, dejándonos a nosotros, los más jóvenes, disfrutar del tiempo libre. El frío del invierno seguía siendo implacable, pero ninguno de nosotros pareció notarlo mientras caminábamos por el patio nevado.

Los gemelos Varenn, llenos de energía y risas, corrían junto a Eryk y Askel, quienes, a pesar de ser mayores por unos ocho años, se dejaron llevar por el entusiasmo infantil. Verlos jugar así me hizo sonreír; siempre resultaba reconfortante esa pureza con la que los niños veían el mundo.

Yo me encontraba junto a Darién, caminando a un ritmo pausado. Myla y Caden iban unos pasos detrás de nosotros, enzarzados en una conversación amistosa que ocasionalmente se interrumpía por alguna burla o comentario sarcástico de Caden.

"¿De verdad dejarás tu entrenamiento con la espada?", preguntó Darién de pronto, con ese tono calmado y serio que siempre tenía cuando algo le preocupaba.

Miré hacia él de reojo, notando cómo su expresión parecía debatirse entre la comprensión y la preocupación.

"Por ahora, sí", respondí suavemente, abriendo y cerrando los dedos de mi mano derecha para distraerme. El frío no lograba calar mi piel gracias a la ligera corriente de mana que fluía por mi cuerpo, manteniéndome cálida. "Es algo que necesito, Darién".

"Lo entiendo", murmuró, aunque su voz delataba una ligera objeción. "No es que tenga derecho a decirte qué hacer, pero después de lo que ocurrió hace tres años… Bueno, me cuesta aceptarlo. No porque desconfíe de tus capacidades, sino porque…", se detuvo, buscando las palabras adecuadas, "no quiero que te arrepientas más adelante".

Sonreí con ternura, tocando su brazo con suavidad. Darién era como un hermano mayor para mí. Siempre me cuidaba, incluso cuando no necesitaba que lo hicieran.

"No me arrepentiré", aseguré. "Y no es que haya renunciado a la espada, solo es un descanso. Además, ¿cuándo fue la última vez que dudé de lo que podía hacer?".

"Tienes razón", respondió él, con una ligera sonrisa. Aún parecía no estar del todo convencido, pero no insistió más. "De cualquier forma, no puedo dejar que pase tu cumpleaños sin darte esto".

Metió la mano en su abrigo y sacó una pequeña caja envuelta en un delicado papel azul oscuro. Me sorprendió, pues Darién no solía hacer regalos, al menos no con frecuencia. Tomé la caja con cuidado, una sonrisa genuina asomando en mis labios.

"Gracias", dije con sinceridad, guardando el regalo en mi bolso sin abrirlo. Sabía que él preferiría que lo viera en otro momento. Al ver mi gesto, Darién asintió con aprobación, como si compartiéramos un pequeño acuerdo silencioso.

Seguimos caminando, enlazando nuestros brazos de manera amistosa mientras nuestras huellas quedaban marcadas en la nieve fresca. Fue entonces cuando los gemelos Varenn, con las mejillas rojas por el frío y los ojos brillando de emoción, corrieron hacia mí.

"¡Thyra!", gritó la pequeña Lira con entusiasmo. "¿Nos puedes enseñar uno de esos hechizos de los que Myla tanto presume? Dice que tú puedes hacer magia sin runas y sin cánticos. ¡Queremos verlo!".

"Sí, ¡por favor!", añadió su hermano gemelo, Lian, con igual entusiasmo.

No pude evitar soltar una risa suave mientras Myla, a lo lejos, levantaba las manos con expresión divertida, como si no tuviera nada que ver con el asunto.

"Está bien", respondí con una sonrisa cálida. "Pero prométanme que no intentarán hacerlo ustedes solos".

"¡Prometido!", dijeron al unísono, sus ojos grandes y llenos de emoción.

Me alejé unos pasos de todos, buscando un espacio donde pudiera canalizar mi mana sin problemas. El aire frío se espesó ligeramente a mi alrededor mientras cerraba los ojos y levantaba una mano con la palma extendida. Tomé una respiración profunda y dejé que el mana fluyera desde mi interior, como un río de energía cálida y brillante.

Un leve resplandor comenzó a emanar de mi mano, primero como un susurro luminoso y luego transformándose en un delicado espectáculo de luces. Creé pequeñas esferas etéreas que flotaron alrededor de mí, iluminando la nieve con un brillo sublime. Las esferas se movían con suavidad, danzando en el aire como luciérnagas encantadas. Luego, con un leve giro de mi muñeca, las luces se elevaron en el cielo, estallando en suaves destellos como pequeñas estrellas.

Los gemelos, Eryk y Askel, e incluso Myla y Caden, observaban fascinados. Era un hechizo simple, pero la manera en la que lo ejecutaba, sin necesidad de palabras ni símbolos, lo hacía parecer algo único y cautivador.

"Es… increíble", susurró Lira, con los ojos muy abiertos.

"¿Cómo lo haces?", preguntó Lian, completamente maravillado.

"Práctica", respondí con una sonrisa, dejando que el mana se disipara lentamente hasta que todo volvió a la normalidad.

Caden se cruzó de brazos, con una sonrisa torcida en los labios.

"Siempre tan teatral, ¿eh, Thyra?".

"¿Celoso de que no puedas hacerlo tú?", respondí con una ceja levantada, provocando risas entre Myla y los demás.

Mientras la nieve seguía cayendo suavemente a nuestro alrededor, no pude evitar sentir una extraña paz. Aunque los recuerdos seguían acechando en los rincones de mi mente, momentos como este me recordaban lo importante que era disfrutar de las pequeñas cosas.