*THYRA*
La nieve crujía suavemente bajo mis botas mientras caminaba por el patio, con el frío aire invernal mordiendo mi rostro y enrojeciendo mis mejillas. Me envolví un poco más en mi capa y mantuve los ojos fijos en el libro que llevaba entre las manos. Era un texto reciente, uno que había esperado con ansias desde hacía semanas. "Nuevas Aplicaciones de la Magia Común: Innovaciones y Usos" era el título, aunque la palabra "común" era engañosa. La magia nunca dejaba de ser sorprendente, incluso en sus formas más básicas.
Llevaba días leyendo cada página con detenimiento. El libro era una recopilación de estudios, prácticas y teorías que ampliaban el uso de hechizos ya conocidos. No contenía magia nueva, pero sí ideas frescas sobre cómo aprovechar las capacidades que ya poseíamos. Mi mente absorbía cada palabra, cada diagrama detallado, como si estuviera desenterrando un tesoro oculto.
A mi alrededor, los sonidos del patio seguían su propio ritmo. El tintineo de las espadas chocando llenaba el aire, acompañados de gritos y órdenes de los soldados que entrenaban al otro lado del muro. Me detuve un momento, alzando la vista y mirando en dirección al ruido, aunque no podía verlos desde donde estaba. El eco de las espadas despertó algo en mí, una sensación incómoda que se instaló en el fondo de mi pecho.
Cerré los ojos un instante. Por alguna razón, las imágenes de mi sueño volvieron a mí: el rugir de las criaturas, el peso de la espada en mi mano, la desesperación por alcanzar esa voz desconocida. Sacudí la cabeza bruscamente, intentando apartar aquellos recuerdos tan vívidos. Solo era un sueño, me repetí. Solo un sueño.
Respiré hondo, dejando que el frío invernal despejara mi mente. Apreté el libro entre mis manos y retomé la lectura mientras mis pasos me llevaban lentamente hacia el otro extremo del patio. El susurro del viento y la tranquilidad de la nieve bajo mis pies me reconfortaron. Era un silencio puro, interrumpido solo por las voces distantes de los soldados y el susurro de las páginas al pasar.
Finalmente, llegué a la última página del libro. La leí con calma, saboreando cada línea hasta llegar a los créditos finales, donde reconocimientos y nombres de investigadores eran listados. Al principio, lo pasé por alto, hasta que un nombre capturó mi atención.
"Agradecimientos especiales a Lady Thyra Auren, cuya colaboración y contribuciones fueron fundamentales para estos estudios".
Mis pasos se detuvieron en seco. Parpadeé un par de veces, sorprendida. No recordaba haber sido mencionada ni consultada para este libro, pero ahí estaba, mi nombre impreso con claridad entre los reconocimientos más importantes. Una sensación extraña me recorrió: orgullo, sí, pero también un leve desconcierto.
Recordé las largas horas que había pasado estudiando y trabajando junto a los eruditos de la corte, hace ya algunos meses. Había propuesto mejoras en ciertos hechizos de combate y encantamientos menores, pequeñas observaciones que, al parecer, habían sido lo suficientemente importantes como para dejar mi huella en el libro.
Sonreí levemente, aunque mi mente seguía envuelta en pensamientos dispersos. Sentía una dualidad difícil de explicar: por un lado, satisfacción por el reconocimiento y, por otro, un peso en el pecho que no lograba quitarme de encima. Era como si este logro no fuera suficiente para borrar aquella inquietud persistente.
"Lady Thyra", escuché una voz cercana.
Levanté la vista, sobresaltada, para encontrarme con uno de los guardias que entrenaban. Su espada descansaba sobre su hombro y llevaba una sonrisa respetuosa en el rostro.
"¿Todo en orden? Parece muy concentrada en ese libro."
"Sí, todo está bien", respondí, guardando el libro bajo mi brazo. "Solo… finalicé una lectura importante."
"Me alegra saberlo. Debería unirse a nosotros algún día, los muchachos siempre hablan de lo bien que maneja la espada. Nos vendría bien su presencia en el entrenamiento."
"Lo consideraré", dije, esbozando una pequeña sonrisa antes de continuar mi camino.
Sin embargo, a medida que me alejaba, sentí el peso de sus palabras. No era la primera vez que me lo decían, y siempre respondía de la misma manera. Lo que había ocurrido hacía tres años había cambiado algo dentro de mí, y aunque seguía siendo respetada por mis habilidades, yo misma no estaba segura de si podía volver a blandir una espada con la misma confianza de antes.
Llevé la mano a mi costado izquierdo, donde una cicatriz permanecía oculta bajo la tela de mi abrigo. La sentí bajo mis dedos, fría e implacable, como un recordatorio silencioso.
Seguí caminando por el sendero nevado, sumergida en mis pensamientos, mientras mis dedos se movían de forma inconsciente. Poco a poco, comencé a movilizar el mana en mi interior, guiándolo hacia la palma de mi mano. Una leve calidez se extendió por mi brazo mientras una pequeña luz comenzó a brillar en el centro de mi mano abierta, un tenue resplandor azulado que contrastaba con el blanco inmaculado de la nieve a mi alrededor.
El mana era la esencia misma de la magia, un flujo natural que existía en todas las cosas, desde los seres vivos hasta la propia tierra. Todos podían sentirlo, pero no todos podían controlarlo. Para la mayoría, requería disciplina, práctica y, sobre todo, el uso de cánticos o runas que ayudaban a canalizarlo y darle forma. Eran atajos para estabilizar la energía y convertirla en hechizos útiles. Pero para unos pocos, entre los cuales me encontraba, el mana podía ser movilizado directamente, sin intermediarios.
Era una habilidad poco común, nacida de un control innato y años de práctica silenciosa. A los ojos de los demás, parecía un talento impresionante, pero en realidad era un equilibrio delicado entre concentración y sensibilidad. Una sola distracción podía deshacer el flujo, convirtiéndolo en energía dispersa e inútil.
El pequeño brillo azul danzaba en mi mano, como una llama viva. Sentí el calor propagarse a través de mi cuerpo, protegiéndome del frío invernal. Era un truco sencillo, pero efectivo: canalizar mana para calentar mi cuerpo sin necesidad de fuego físico.
"El mana siempre está ahí", pensé mientras lo observaba. "Fluyendo como el agua, invisible pero presente."
Podía dividirse en niveles, desde lo básico —como encender una vela o calentar el aire— hasta lo extraordinario: hechizos capaces de mover montañas o cambiar el curso de un río. Pero la magia no era solo poder bruto; era precisión, entendimiento y, sobre todo, respeto.
No muchos sabían que podía usar magia de esta manera. Era una habilidad que había perfeccionado en silencio y que rara vez mostraba. Tres años atrás, en aquel momento que prefería no recordar, este dominio del mana fue lo único que me mantuvo con vida. Mientras los demás dependían de sus cánticos y runas, yo pude reaccionar en el instante preciso, canalizando mi energía de forma instintiva. Fue un momento que cambió mi vida, pero también un secreto que guardaba celosamente.
Moví ligeramente los dedos y el brillo en mi mano se intensificó por un instante antes de disiparse en el aire como polvo de estrellas. La calidez permaneció en mi cuerpo, calmando el frío y, de alguna manera, también el peso de mis pensamientos.
Detuve mis pasos por un momento y levanté la mirada hacia el cielo gris. Los copos de nieve seguían cayendo en silencio, posándose sobre mis hombros y mi cabello como si el invierno intentara envolverme en su quietud.
"Incluso la magia tiene límites", me recordé a mí misma. La naturaleza del mana era generosa, pero caprichosa. Usarlo sin control podía agotar el cuerpo, vaciar la mente y llevar al colapso. Lo había aprendido a la fuerza en aquellos días oscuros. Ahora, cada vez que lo utilizaba, lo hacía con respeto y moderación.
Inspiré hondo y volví a caminar, mi mano aún tibia después de disipar la magia. Por un momento, todo pareció en calma: el sonido de mis pasos, el crujir de la nieve, el aire frío y el ligero cosquilleo del mana recorriendo mi piel. Pero en el fondo de mi mente, algo seguía susurrando, inquieto, como si aquella calma no fuera más que una breve pausa antes de una tormenta mayor.
Me apoyé en el tronco del árbol, dejando que mi espalda descansara sobre la rugosa corteza mientras observaba la casa a lo lejos. Desde aquí, podía ver a los soldados entrenando en el patio principal. Algunos blandían espadas con movimientos sólidos y precisos, mientras otros combinaban armas con hechizos básicos, generando explosiones controladas o ráfagas de viento que hacían vibrar el suelo. La disciplina era palpable, el sonido del acero resonaba como una canción que marcaba el ritmo del entrenamiento.
Mis ojos se desviaron hacia la izquierda, donde vi a mis hermanos entrenando con espadas reales bajo la atenta mirada de nuestra madre. Ella seguía siendo imponente, incluso en su postura relajada, con los brazos cruzados mientras gritaba correcciones con una firmeza inquebrantable. Cada vez que alguno de mis hermanos cometía un error, ella avanzaba con paso decidido y les ajustaba la postura con movimientos hábiles, explicando cómo mover mejor las muñecas o mantener el equilibrio. Había un brillo particular en su mirada, ese fuego que jamás se había apagado y que demostraba que, aunque solo blandía una espada de vez en cuando, seguía siendo una guerrera en el alma.
"¡Espalda recta! No vas a derrotar ni a una pluma con esa postura tan floja", gritó mi madre con un tono afilado.
Sonreí ligeramente al ver cómo mis hermanos resoplaban pero seguían esforzándose. La escena era tranquila, casi perfecta, como un pequeño recuerdo de normalidad en medio de mi propia incertidumbre. Bajé la mirada hacia el libro cerrado en mis manos, sintiendo, por un instante, la calma envolverme como un manto.
Fue entonces cuando lo sentí.
Una presencia. Un movimiento sutil, rápido, que erizó cada fibra de mi cuerpo. Mis instintos, entrenados y afilados con los años, reaccionaron antes que mi mente. El aire a mi alrededor se volvió denso, cargado de una intención asesina desbordante que me heló la sangre.
"¿¡Qué…!?" susurré apenas, girando la cabeza hacia atrás.
El ruido fue mínimo, casi imperceptible: el crujir de la nieve a un ritmo demasiado veloz. Algo venía hacia mí.
No lo pensé. Mis manos ya se estaban moviendo, canalizando el mana en un abrir y cerrar de ojos. Un estallido de energía brotó de mi cuerpo en una onda expansiva que iluminó el área y sacudió la nieve a mi alrededor como un huracán. La explosión fue tan repentina que pude jurar que llamaría la atención de todos en la casa.
Di un gran salto hacia atrás, creando distancia mientras el brillo azulado de mi magia danzaba en mis dedos. Sin darme tiempo para respirar, lancé una serie de proyectiles mágicos en la dirección de la figura que se deslizaba entre los árboles, moviéndose con una velocidad imposible.
La nieve se levantaba en ráfagas con cada impacto, ocultando momentáneamente a mi atacante. Pero lo sentía. Lo percibía. Esa presencia continuaba avanzando hacia mí, veloz y decidida.
"¡Vamos!" mascullé entre dientes, preparándome para el siguiente movimiento.
Aterricé con firmeza, mis pies hundiéndose en la nieve mientras una oleada blanca se elevaba a mi alrededor, cegando temporalmente mi campo de visión. Entonces lo sentí: una brisa apenas perceptible justo detrás de mí.
Giré bruscamente, mis manos ya trazando runas invisibles en el aire. Un torrente de energía se materializó en un impacto contundente que golpeó directamente al atacante, forzándolo a retroceder y dándome espacio para maniobrar. Aproveché el instante para extender la palma de mi mano hacia el suelo, manipulando la tierra bajo mis pies.
¡Forja! murmuré con firmeza.
La tierra respondió a mi llamado, alzándose y moldeándose en el filo de una espada. La tomé con firmeza, el frío del metal improvisado filtrándose a través de mis guantes mientras el *mana* vibraba suavemente en el arma.
Mis piernas se tensaron y, sin dar tiempo para más, avancé. Mi atacante, ya recuperado, venía hacia mí con la misma velocidad. Nos encontramos a mitad del camino, ambos con espadas en mano.
El sonido del acero resonó en el aire cuando nuestras armas chocaron, creando una onda de choque que agitó la nieve a nuestro alrededor en una pequeña tormenta. El impacto me hizo retroceder un paso, pero no cedí. En el brillo de las hojas entrelazadas, pude ver unos ojos brillantes y una sonrisa que reconocí al instante.
"No has perdido el toque", dijo una voz varonil, burlona y llena de energía.
La sorpresa se reflejó en mi rostro solo por un instante antes de que soltara un resoplido y mi boca se curvara en una sonrisa, pero no una cualquiera. Fue una sonrisa diabólica, de esas que solo guardaba para los idiotas que lograban sorprenderme.
"Tú… ¿en serio?" respondí, empujando con fuerza para separarnos y tomando una postura firme con la espada aún en mano.
La nieve se asentó de nuevo, permitiéndome ver con claridad al intruso. Allí estaba él: alto, con el cabello oscuro despeinado y una expresión de satisfacción mal contenida. Su ropa estaba cubierta de nieve, y la espada que llevaba brillaba con un aura sutil de *mana*.
"¿Esa es forma de saludar a tu querido amigo?" preguntó con falsa ofensa, encogiéndose de hombros.
"Querido no es la palabra que usaría", dije, dejando que mi sonrisa se ampliara con un destello peligroso.
Era él: Caden, ese idiota arrogante pero encantador que siempre encontraba la forma de meterse en problemas y, por lo visto, en mi espacio personal también. Conocido por su destreza tanto con la espada como con la magia, era uno de los pocos que podía igualarme en combate, algo que ambos sabíamos demasiado bien.
"Al menos admites que me extrañaste", agregó él, dando un paso hacia atrás y apoyando su espada en el hombro.
Bajé mi espada improvisada, soltando un suspiro entre divertido y exasperado.
"¿Extrañarte? Caden, si no fuera porque no quiero otro agujero en mi patio, ya estarías enterrado bajo tres metros de nieve".
Él rio, como siempre, como si todo esto no fuera más que un juego. Y, quizás, para los dos lo era. Pero mientras lo miraba, aún con el eco de mi sueño retumbando en mi mente, no pude evitar pensar que su llegada —tan intempestiva y provocadora como siempre— no podía ser simple coincidencia.
Caden enfundó su espada con una sonrisa de suficiencia mientras yo deshacía la mía con un gesto sutil de la mano. La tierra que había formado la hoja crujió y se desintegró, deslizándose de nuevo hacia el suelo como si nunca hubiera existido. Me quedé quieta, respirando profundo para calmar el latido acelerado de mi corazón. La tensión del combate aún zumbaba en mi cuerpo, pero no tuve tiempo de recuperar del todo el aliento.
Un grito estridente resonó desde la dirección de los cuarteles.
"¡Señorita Thyra! ¡¿Está bien?!"
Giré la cabeza y, para mi sorpresa, vi cómo un grupo de soldados corría hacia nosotros, las armas desenfundadas y la nieve salpicando a su paso. Sus expresiones estaban llenas de alarma, y sus posturas de combate me dejaron claro que estaban dispuestos a saltar sobre cualquier amenaza que se acercara.
En un abrir y cerrar de ojos, ya me habían rodeado. Las espadas brillaban al reflejar la tenue luz del invierno, creando un círculo protector a mi alrededor. Sus miradas se posaban con fiereza en Caden, quien levantó ambas manos en un gesto exagerado de rendición.
"Vaya, vaya, no sabía que me recibirían con tanta calidez", bromeó Caden, con una sonrisa ladeada.
"Tranquilos", dije con firmeza, levantando una mano para calmar a los soldados.
Ellos me miraron con incertidumbre, sin apartar del todo las armas, y uno de ellos —un veterano de rostro curtido y cicatrices en las mejillas— avanzó un paso, aún con el ceño fruncido.
"Señorita, ¿está segura? Lo vimos atacar y sentimos el estallido mágico desde el patio".
"Estoy bien, no es un atacante", respondí con paciencia, lanzando una mirada a Caden, quien se encogió de hombros con aire despreocupado. "Es un… amigo."
Hubo un silencio denso. Los soldados intercambiaron miradas entre sí, claramente escépticos, antes de relajar —solo un poco— sus posturas. Sin embargo, no enfundaron del todo sus armas. No los culpaba; Caden tenía esa extraña habilidad de parecer alguien a quien nunca podrías confiarle la espalda.
"Un gusto conocerlos también", añadió él con sarcasmo, inclinando levemente la cabeza como si estuviera en la corte.
"Por favor, regresen a sus posiciones", dije con autoridad, ignorando a Caden. "Todo está bajo control".
Los soldados dudaron un instante más, pero finalmente asintieron y, con movimientos disciplinados, comenzaron a retirarse. Antes de marcharse, uno de ellos me dedicó una última mirada preocupada y murmuró algo sobre "estar alerta", lo cual agradecí con un pequeño gesto de cabeza.
"Siempre tan popular", bromeó Caden una vez que los soldados se hubieron alejado.
"¿Tienes idea de los problemas que me acabas de causar?" le respondí, dándole una mirada severa mientras él simplemente sonreía con ese aire de eterno descaro.
Antes de que pudiera agregar algo más, un ruido en la distancia captó nuestra atención. Me giré hacia la puerta principal de la casa, donde pude ver varios carruajes deteniéndose a lo largo del camino cubierto de nieve. La silueta de los caballos contrastaba con el blanco del paisaje mientras el sonido de ruedas crujía suavemente bajo el hielo.
Mis ojos se entrecerraron al reconocer el blasón que adornaba uno de los carruajes.
"Por supuesto que trajiste compañía", murmuré, cruzándome de brazos.
"No todos son míos", respondió Caden con una sonrisa divertida. "Aunque sí, el primero es mío. Llegué con estilo, como siempre".
El carruaje en cuestión, negro con detalles dorados, era inconfundible. El emblema familiar de Caden —un halcón con las alas extendidas— brillaba en la madera pulida, y los sirvientes ya comenzaban a abrir las puertas y bajar baúles de viaje.
"¿Qué estás tramando, Caden?" le pregunté, aún con desconfianza.
"Nada de qué preocuparse… por ahora", dijo, girando para observar los demás carruajes que seguían llegando. "Diría que es el destino reuniéndonos, Thyra".
Bufé suavemente, llevándome una mano a la frente.
"Lo último que necesito es un destino que implique a un montón de invitados y a ti en medio de todo".
Él solo rio, claramente disfrutando de mi exasperación, mientras yo observaba cómo los carruajes se alineaban frente a la entrada. El día, que había comenzado con tranquilidad, empezaba a volverse más interesante de lo que me gustaría. ¿Por qué tenía la sensación de que la paz de los últimos días estaba a punto de desmoronarse?