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Chapter 5 - Capitulo 5: Cadenas y Secretos

El Salón del Trono de la Fortaleza de Eryndor era una obra maestra de opulencia y poder. Las columnas de mármol blanco, decoradas con intrincados relieves dorados, se alzaban imponentes como centinelas antiguos. Una vasta alfombra carmesí recorría el centro del salón, desde la imponente puerta principal hasta los escalones que conducían al trono.

Las paredes estaban adornadas con tapices que representaban las conquistas del reino: ejércitos marchando bajo el estandarte del León Negro, bestias derrotadas y reyes sometidos de rodillas. Candelabros dorados colgaban del techo abovedado, proyectando una luz cálida y traicionera que hacía relucir la armadura ornamentada del Rey Vaegon.

En el centro de la sala, sobre un pedestal de obsidiana pulida, descansaba el Corazón de Eryndor, una joya de un rojo profundo que parecía arder con una luz propia. Su resplandor era casi hipnótico, como si dentro de ella habitara un poder antiguo, eterno y peligroso.

El Rey Vaegon, envuelto en una túnica de terciopelo rojo con bordados de oro, permanecía de pie frente a la joya, sus manos entrelazadas tras la espalda, una sonrisa satisfecha iluminando su rostro cincelado por los años y el poder.

—Finalmente... el Corazón de Eryndor. El primer paso hacia la grandeza absoluta. Caelys siempre subestimó mi ambición. Qué ingenuo fue al creer que podría protegerlo para siempre.

Vaelor, quien permanecía en las sombras, dio un paso adelante con una sonrisa calculada. Sus ojos brillaban con un destello malicioso mientras cruzaba los brazos.

—Su majestad, no fue difícil superar las defensas de la Orden. Solo necesitábamos a un intermediario... descartable.

Vaegon giró ligeramente la cabeza hacia él, con una ceja levantada.

—¿Descartable? Habla claro, Vaelor. Me gusta saborear los detalles.

Vaelor inclinó ligeramente la cabeza, su tono tan afilado como una daga.

—Un muchacho. Alexxt Draythorn. Un chico defectuoso y desesperado, fácil de manipular. Lo acerqué al Corazón, lo utilicé, y luego lo dejé caer. Ahora toda la culpa recae sobre él.

El Rey Vaegon dejó escapar una carcajada breve y cruel.

—¿Alexxt Draythorn? ¿Ese parásito sin clase? Patético. La familia Draythorn siempre ha sido un estorbo en mi camino.

Vaelor asintió, una chispa de satisfacción brillando en sus ojos.

—Los Custodios y el reino entero ya creen en su traición. Nadie mirará más allá de su apellido.

Vaegon estrechó los ojos, su expresión endureciéndose al recordar un evento del pasado.

—Una familia que alguna vez pudo haber tenido utilidad... pero se atrevieron a desafiarme. Lady Miriel Draythorn, su madre, fue la primera en mostrarme su insolencia. Rechazarme. Qué necia fue al pensar que podría proteger a su linaje.

Vaelor mantuvo su expresión neutral, aunque el desdén del Rey incluso hacia los muertos le causaba un leve escalofrío.

—El Corazón es solo el inicio. Necesitamos los otros artefactos. Cuando los tengamos, la Invocación del Guardián será inevitable. Los reinos caerán como hojas en otoño.

Vaelor inclinó la cabeza en señal de obediencia.

—Así será, su majestad.

Vaegon extendió la mano hacia el Corazón, dejando que sus dedos se deslizasen sobre su superficie reluciente. El resplandor rojizo se reflejó en sus ojos oscuros, como si absorbiera la misma luz de la sala.

—Pronto... muy pronto, todos se arrodillarán ante mí.

Mientras Vaelor abandonaba la sala, una sombra parecía reptar desde los rincones oscuros, como si la misma oscuridad conspirara junto al Rey.

Al día siguiente, el ambiente en la Fortaleza de Eryndor era sombrío. La Orden de los Custodios Eternos había convocado un juicio privado en una sala de piedra fría y desnuda. Al fondo, una mesa elevada presidida por Elorath, el líder de la Orden de los Custodios y un hombre de edad madura con una presencia tan serena como autoritaria.

Elorath, un paladín cuya armadura pulida llevaba el símbolo de la Orden—una espada cruzada con un escudo dorado—tenía un rostro marcado por las batallas y los años. Sus ojos grises miraban a Alexxt con una mezcla de decepción y sospecha.

Alexxt, con las muñecas atadas por gruesas cuerdas, se encontraba de pie en el centro de la sala. Su cabello oscuro caía desordenado sobre su rostro pálido, y sus ojos reflejaban confusión y miedo.

El Rey Vaegon, sentado al otro lado del salón con varios guardias a su alrededor, rompió el silencio.

—Elorath, no hay nada más que discutir. Este muchacho es culpable del asesinato de mi hermano, el príncipe Caelys. La traición es un acto que no se puede pasar por alto en el reino, debe pagar por sus crímenes. —Su voz era grave y decidida.

Elorath frunció el ceño, su voz calmada pero firme.

—Con todo respeto, su Majestad, el príncipe Caelys además de ser su hermano también era el líder de la orden, es verdad que sus actos no pueden ser perdonadas per el muchacho merece un interrogatorio en el Santuario de los Custodios. Solo así podremos descubrir la verdad detrás de sus acciones.

Vaegon se levantó de su asiento, avanzando un paso hacia el centro.

—¿Interrogarlo? ¿Para qué perder el tiempo? Sus manos están manchadas de sangre y el Corazón de Eryndor está comprometido. Exijo que sea enviado a la Prisión del Ocaso, lejos de aquí.

Elorath lo miró fijamente. Durante un instante, el silencio volvió a adueñarse de la sala, y en ese vacío, una idea comenzó a inquietar al paladín: Vaegon está demasiado resuelto en su decisión… ¿Por qué tanto empeño en enviarlo tan lejos? Era extraño. El rey siempre había sido un hombre meticuloso, nunca impulsivo.

—El Corazón es más importante que una simple venganza, Majestad. No podemos actuar con premura. Yo lo llevaré al Santuario.

—No, Elorath. —La voz de Vaegon resonó con furia—. La Orden ya ha fallado una vez. Yo decido su destino.

Elorath apretó los puños, sus ojos relampagueando con una emoción contenida.

—Esta decisión será recordada, su Majestad. Y si el muchacho resulta inocente, será su error, no el nuestro.

Vaegon no respondió. Con un gesto de su mano, ordenó a los guardias que tomaran a Alexxt. Elorath, aunque visiblemente molesto, se mantuvo en silencio.

Mientras lo llevaban, Elorath permaneció en su sitio, pero en su interior, la duda y la sospecha crecían como una sombra.

Los guardias escoltaron a Alexxt a la Prisión del Ocaso, una fortaleza en ruinas al borde del Bosque del Ocaso. Lo empujaban con rudeza, insultándolo mientras lo llevaban por un pasillo de piedra húmeda.

—Asesino sucio.

—Tu madre estaría avergonzada.

Alexxt no dijo nada. Mantenía la mirada fija en el suelo, sus pensamientos dispersos y la humillación carcomiendo su orgullo. Finalmente, lo arrojaron a una celda húmeda y oscura, cuya puerta de hierro se cerró con un chirrido desgarrador.

—¡Ey, con cuidado, brutos! —interrumpió una voz juvenil, resonando desde el rincón más oscuro de la celda.

—¡Ey, con cuidado, brutos! —interrumpió una voz juvenil, resonando desde el rincón más oscuro de la celda.

Alexxt alzó la vista lentamente, aún adormecido por el cansancio y el frío. Allí, sentado con descarada despreocupación, estaba un muchacho de cabello plateado que brillaba débilmente bajo la escasa luz. Sus ojos grises, afilados como dagas, lo examinaban con un interés mezcla de curiosidad y burla.

—Un noble —murmuró el extraño, girando una pequeña daga entre sus dedos como si fuese un simple juguete—. No me digas que ya estás aburrido de tus banquetes dorados y te mudaste aquí para hacernos compañía.

Alexxt no respondió; la rabia y la confusión le impedían articular palabra.

—¿No hablas o es que solo sabes dar órdenes? —añadió el chico con una sonrisa ladeada. Luego, inclinándose hacia adelante, dijo con voz más suave—. Relájate, noble. Nadie te va a comer… todavía.

—Soy Renar. Y déjame adivinar… ¿Eres un príncipe caído? —extendió una mano inesperadamente, sus labios curvados en una sonrisa cálida y desarmante—. Oye, no importa quién seas. Aquí todos estamos en el mismo barco… podrido.

Alexxt, aún dubitativo, miró la mano tendida. Finalmente, tras un instante de vacilación, se la estrechó con firmeza.

—Mi nombre es Alexxt.

El tiempo en la celda transcurrió lentamente, pero Renar parecía saber cómo llenar los vacíos. Sacó de su ropa un pequeño trozo de madera desgastada y comenzó a tallarlo con su daga mientras hablaba.

—Supongo que no eres muy hablador, ¿eh? —comentó, sin dejar de mover la mano con habilidad—. ¿Sabes?, no siempre fui un "residente" habitual de estos lugares. Antes tenía… aspiraciones.

—¿Aspiraciones? —preguntó Alexxt, rompiendo su silencio.

—Sí. Escapar de todo esto. ¿No es ese el sueño de todos? —respondió Renar con un brillo divertido en los ojos—. Pero oye, ahora tú eres mi entretenimiento. Al menos tengo a alguien a quien hablarle sin que me grite insultos.

A lo largo del día, Renar compartió historias de escapadas fallidas y chismes sobre los guardias de la prisión. A veces exageraba tanto que Alexxt no podía evitar esbozar una sonrisa fugaz.

Horas después, un guardia apareció en la puerta de la celda, golpeándola con fuerza.

—¡Oye niño noble tienes una visita!

Alexxt fue escoltado a una pequeña sala donde los prisioneros podían recibir visitas. La puerta se cerró con un eco metálico, dejando a Alexxt solo frente a su hermana. Aelynn lo observó con una mirada tan intensa que sintió que sus defensas se desmoronaban.

—¿Estás bien? —preguntó ella, la voz temblorosa pero firme.

—No deberías estar aquí —respondió él, desviando la mirada.

—No empieces con eso, Alexxt. Soy tu hermana, y si hay alguien que debe saber lo que ocurrió, soy yo —sus palabras se clavaron en él como una flecha certera—. Por favor, dime la verdad.

Alexxt apretó los puños bajo la mesa, la duda carcomiéndolo. Si se lo cuento, la pondré en peligro… pero si no confío en ella, ¿en quién puedo confiar?

Finalmente, su voz salió temblorosa, pero firme:

—Me engañaron, Aelynn. Todo fue una trampa…

Con voz entrecortada, Alexxt le contó todo: lo que había ocurrido en el Santuario, cómo había sido engañado, y cómo todo había salido mal.

Aelynn escuchó en silencio, el rostro endureciéndose por la furia y la impotencia.

—Ese maldito… Vaelor… —susurró, los nudillos blancos de tanto apretar la mesa—. Nunca había escuchado ese nombre, pero si nuestro tío Kael estuviera aquí, esto no habría pasado. Él encontraría la verdad.

Se inclinó hacia Alexxt, su tono más suave.

—Escucha, voy a sacarte de aquí. No sé cómo, pero lo haré. Confía en mí, hermano.

Alexxt asintió lentamente, una sensación cálida creciendo en su pecho. Aelynn siempre ha sido fuerte. Tal vez todavía hay esperanza.

Mientras lo escoltaban de regreso, Alexxt no pudo evitar mirar hacia atrás, grabando la imagen de su hermana en su mente. No me rendiré… y ella tampoco lo hará.

Aelynn llegó al Santuario de Astryall al amanecer. Las altas columnas de piedra y los mosaicos brillaban débilmente con la luz dorada que se filtraba entre las nubes. El aire estaba impregnado de un silencio solemne, roto únicamente por sus apresurados pasos. Sabía que encontraría a Elorath en la sala de oraciones.

Al entrar, divisó al paladín de pie frente a un altar, vestido con su manto gris adornado con runas antiguas. Su presencia era imponente, y su cabello oscuro salpicado de plata le daba un aire severo y sabio.

—Elorath. —La voz de Aelynn cortó el silencio.

Elorath giró lentamente, con una expresión neutral, aunque sus ojos la observaron con intensidad.

—Lady Aelynn Draythorn —respondió él con respeto—. No esperaba verte tan pronto.

—No puedo esperar. No después de lo que le hicieron a mi hermano.

—Tu hermano fue llevado a la Prisión del Ocaso por órdenes del rey. —Elorath habló con calma, aunque había un tinte de dureza en su tono—. Las circunstancias son… complicadas.

Aelynn avanzó un paso, su mirada encendida de ira y dolor.

—¿Complicadas? ¡Lo han arrojado a un calabozo como si fuera un criminal cualquiera! Mi hermano es inocente, Elorath. ¡Lo engañaron!

Elorath entrecerró los ojos, cruzando los brazos con paciencia medida.

—¿Engañado? Explícate.

—Un hombre llamado Vaelor se hizo pasar por alguien de la realeza. Lo manipuló. Lo usó para sus propios fines y ahora mi hermano paga las consecuencias.

Elorath frunció ligeramente el ceño, la duda reflejándose en sus facciones.

—Vaelor… —repitió el nombre con cautela—. Nunca he oído hablar de alguien con ese nombre en la nobleza.

—¡Porque él no pertenece a la nobleza! —espetó Aelynn, su voz temblando con frustración—. Pero eso no importa, ¿verdad? Es más fácil señalar a un "noble descarriado" y encerrarlo que buscar la verdad.

Elorath respiró hondo, su tono aún sereno, pero con una sombra de molestia:

—Cuidado con tus palabras, Lady Aelynn. No soy tu enemigo. Si tu hermano es inocente, como afirmas, será necesario probarlo.

—¿Probarlo? —Aelynn lo miró incrédula—. ¿Por qué te cuesta tanto creerlo? ¿Por qué dejaste que lo llevaran a esa prisión? ¡Podías haber hecho algo!

Por primera vez, la compostura de Elorath se quebró ligeramente. Su voz bajó, pero su tono adquirió un filo de molestia contenida:

—¿Crees que no intenté detenerlo? Mi intención nunca fue enviarlo a esa cárcel. Quería traerlo aquí, al santuario, para interrogarlo y descubrir qué ocurrió realmente.

—¿Entonces por qué lo permitiste? —Aelynn lo desafió, su mirada clavada en él.

Elorath desvió la mirada, como si recordara algo desagradable.

—El rey Vaegon insistió. No tuve opción. —Su voz se endureció—. Había una desesperación inusual en él, como si necesitara a tu hermano lejos… cuanto antes.

Elorath guardó silencio por un instante, reflexionando. Aelynn percibió su vacilación y presionó:

—Elorath… hay algo más, ¿verdad?

—Quizás. —Elorath miró hacia el altar, como si buscara respuestas—. No me fío del rey Vaegon. Su hermano, Caelys, me ha advertido más de una vez sobre su naturaleza egoísta y su sed de poder. Y si hay algo que no encaja en todo esto… —Su voz bajó, más para sí mismo—. ¿Por qué estaba tan desesperado?

Aelynn aprovechó el momento de duda.

—Si dudas de él, entonces ayúdame. Ayúdame a limpiar el nombre de Alexxt.

Elorath la miró en silencio, midiendo sus palabras. Finalmente, preguntó:

—Dime, Lady Aelynn, ¿cómo murieron tus padres?

Aelynn se sobresaltó ligeramente. No esperaba aquella pregunta.

—Murieron defendiendo el reino. Mi madre, Lady Miriel Draythorn, era una hechicera poderosa. Dominaba todos los elementos… incluso el arcano. Mi padre, Lord Aeren Draythorn, era un paladín admirable. Su luz podía sanar a un ejército entero o protegerlo con barreras impenetrables. —Su voz tembló ligeramente al continuar—. Cuando la invasión los acorraló, ellos sacrificaron sus vidas para protegernos. Los refuerzos que pidieron nunca llegaron a tiempo… pero su sacrificio nos salvó a mí y a mi hermano.

Elorath la observó con intensidad, una chispa de duda cruzando su mirada.

—¿Nunca te has preguntado por qué los refuerzos no llegaron?

—¿Qué? —Aelynn lo miró, desconcertada—. ¿Qué quieres decir?

Elorath no respondió de inmediato. Se giró hacia la luz que se filtraba por una ventana alta, como si procesara una idea inquietante.

—Siempre me pregunté si aquel retraso fue… accidental.

Aelynn sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Insinúas que…?

—No insinúo nada aún. Pero algo no me cuadra. Si lo que dices es cierto, si Vaelor existe y manipuló a tu hermano, si el rey está tan desesperado por silenciarlo… entonces quizás esta historia va más allá de una simple traición.

Elorath miró a Aelynn, su expresión más seria que nunca.

—Buscaré respuestas contigo, Lady Aelynn. Pero te advierto: si seguimos este camino, no habrá marcha atrás.

Aelynn asintió, su resolución firme.

—Lo sé. Pero si hay una mínima posibilidad de salvar a mi hermano, la tomaré.

Elorath esbozó una sonrisa amarga, como si reconociera su propia obstinación en ella.

—Entonces empecemos por descubrir qué ocurrió realmente en el Santuario… y quién es Vaelor.

Han pasado dos días desde que Alexxt fue encerrado en la Prisión del Ocaso. Lo que al principio parecía un lugar hostil y aterrador, poco a poco comenzó a transformarse en algo inesperado gracias a Renar, su compañero de celda.

Renar había tomado a Alexxt bajo su ala, ayudándolo a integrarse con los demás prisioneros.

¡Hey, Renar! ¿Tu amigo nuevo quiere jugar?", gritó un hombre grande y musculoso desde el patio central, agitando una pelota vieja y desgastada.

Renar se giró hacia Alexxt con una sonrisa.

—¿Qué dices, chico? ¿Te animas?

—¿Yo… jugar? —preguntó Alexxt, algo incrédulo, señalándose a sí mismo.

—No es tan malo como parece. Vamos, ¡les enseñaremos cómo se juega de verdad!

Minutos después, la escena era caótica pero divertida. Alexxt corría por el patio, riendo a carcajadas mientras intentaba esquivar a los demás presos que lo perseguían. La pelota iba de un lado a otro mientras los prisioneros —que antes le parecían peligrosos— lo alentaban y bromeaban con él.

—¡Te mueves como un viejo! —gritó uno entre risas.

—¡Deja de apuntar a mi cara! —respondió Alexxt, cubriéndose.

Luego de varias jugadas y caídas, uno de los prisioneros más ancianos, conocido como "El Barbas", se acercó a Alexxt con una mirada severa. Por un momento, el joven tragó saliva, nervioso.

—Tienes agallas, chico —dijo el hombre, y luego sonrió ampliamente—. Ven, te debo una historia mientras descansamos.

La tarde continuó así. Alexxt compartió bromas y anécdotas, se sentó en círculos con otros prisioneros, escuchando historias de tiempos mejores, y hasta ganó un apodo entre ellos: "Chispas", por la chispa de alegría que parecía llevar consigo.

Por primera vez en mucho tiempo, Alexxt se sentía aceptado.

Cuando la noche cayó, Alexxt y Renar se encontraban sentados en una banca desgastada, mirando las estrellas que apenas lograban verse entre las rejas. Un silencio cómodo los envolvía.

—Sabes, Alexxt, no eres el mismo chico tímido que conocí hace dos días. Eres más alegre, más... tú mismo."

Alexxt bajó la mirada, con una sonrisa tímida.

—Todo fue gracias a ti, Renar. Al principio pensé que este lugar sería un infierno... y lo fue. Pero ahora... me siento bien. Aquí nadie me juzga. Aquí puedo ser... yo."

Renar lo mira con curiosidad, y Alexxt, con más confianza, continúa:

"En la academia era diferente. Todos me miraban raro por no tener ninguna clase. ¿Sabes cómo es? Que te digan que no sirves, que no eres nadie... solo porque no tienes un 'fragmento' como los demás."

Renar lo miró de reojo, intrigado.

Renar asiente, comprensivo:

Alexxt suspiró, su expresión se ensombreció ligeramente.

Entiendo cómo te sientes. Pero, ¿sabes? He estado aquí dos años y he leído sobre la manifestación de clases. No deberías culparte. Las clases aparecen cuando la persona está lista... a veces por atributos innatos, y otras por deseos profundos.

Por ejemplo, si alguien ama las peleas, puede manifestar una clase de Guerrero o Berserker. Si alguien tiene una gran conexión con la naturaleza y los animales, se convierte en un Sylvanus

Alexxt, pensativo tras escuchar a Renar, dice:

Ahora que lo mencionas... mi hermana Aelynn manifestó su clase cuando tenía 11 años. Fue algo... increíble

Renar arquea una ceja: ¿En serio? ¿Cómo ocurrió?

Alexxt mira al cielo mientras recuerda:

—Fue después de que nuestros padres murieran durante la invasión. Nos quedamos solos, y un día, mientras jugábamos en una colina cerca de casa, un grupo de bandidos nos encontró. No tenían piedad. Uno de ellos me golpeó y me dejó en el suelo... sentí que no podría protegerla.

Aelynn gritó mi nombre, llorando, y en ese momento... todo cambió. Una luz blanca comenzó a emanar de su cuerpo, y un aura la rodeó como una armadura etérea. Fue algo... hermoso pero aterrador a la vez. En ese instante, blandió una espada de luz y los bandidos huyeron aterrorizados.

Renar, impresionado, murmura:

—Una clase heroica... Aetherblade. Es raro, pero tiene sentido. Las clases a veces nacen del deseo de proteger. Tu hermana debía tener un vínculo muy fuerte contigo.

Alexxt sonríe

—Ella siempre ha sido fuerte. Desde entonces, prometió que se haría más fuerte para protegerme. Cuando entramos a la academia, el cristal reveló su clase sin dudarlo: Aetherblade.

Renar asintió, interesado.

Después de un momento de silencio, Alexxt, un poco tímido, pregunta:

—Renar... ¿cómo llegaste aquí? ¿Y cómo conseguiste tu clase?

Renar se queda en silencio un instante, mirando al suelo. Finalmente, comienza

—Hace dos años, mi vida era muy diferente. Vivía solo con mi madre; mi padre había muerto en batalla. Éramos pobres, pero nos teníamos el uno al otro... hasta que él llegó.

Alexxt escucha atento mientras Renar prosigue:

—Un guardia vino exigiendo dinero por 'protección', pero era solo una excusa para robar. Nosotros no teníamos nada que darle. Entonces, él... intentó aprovecharse de mi madre.

Intenté defenderla, pero era solo un niño. Él me apartó de un golpe y.… la mató frente a mis ojos.

Alexxt contiene el aliento, sintiendo el peso de las palabras de Renar.

Renar, con voz firme pero temblorosa

—Durante días, el odio me consumía. Una noche lluviosa lo vi en la calle, borracho. Cegado por la ira, lo seguí y.… lo maté. Fue entonces cuando lo sentí. Mi clase, Assasin, se manifestó. Me movía con una agilidad que no conocía y mis ataques eran certeros. Pero al final... me atraparon.

Una lágrima cae por el rostro de Renar mientras dice en voz baja

—No me arrepiento de lo que hice. Tal vez soy un criminal para ellos, pero... al menos mi madre puede descansar en paz.

Alexxt, sintiendo su dolor, coloca una mano en su hombro

—Lo siento, Renar. No puedo imaginar lo difícil que fue para ti.

Renar respira profundo, secándose las lágrimas

—No te preocupes. A veces, la vida nos lleva por caminos oscuros. Pero siempre recuerdo algo: mi madre no está realmente muerta... mientras viva en mi corazón

Alexxt asiente con una sonrisa pequeña

—Entonces nunca estarás solo.

Esa noche, Alexxt permanecía despierto en su litera, observando las sombras que bailaban en las paredes de la celda. El leve ronquido de Renar y el murmullo de los demás presos llenaban el silencio. Pero en su mente, había un torbellino de pensamientos que no lo dejaban descansar.

"Nunca pensé que algo bueno podría surgir de este lugar", se dijo mientras miraba hacia el techo de piedra fría. Desde que lo trajeron a la Prisión del Ocaso, su vida había dado un giro que jamás habría imaginado.

Había temido lo peor al llegar. Los cuentos sobre los presos peligrosos, las traiciones y el sufrimiento eran lo único que había escuchado de este lugar. Sin embargo, lo que encontró fue completamente diferente.

"No son criminales", pensó mientras recordaba los rostros de aquellos que ahora consideraba su familia.

Se giró sobre el incómodo colchón y dejó que los recuerdos fluyeran.

Había conocido a hombres que, más que ser los monstruos que las historias contaban, eran víctimas de un sistema injusto. Sus historias lo habían conmovido, y aunque las conocía desde hacía poco, sentía una profunda conexión con ellos.

Alexxt recordó primero a Garrik, el hombre de hombros anchos y la mirada severa que había jugado con él en el patio. Garrik era un ex guardia del reino, famoso por su lealtad y valentía. Sin embargo, su vida cambió cuando descubrió que su capitán aceptaba sobornos para dejar entrar mercancías ilegales a la ciudad.

"Intenté detenerlo, pero me inculparon", le había dicho Garrik con amargura.

El capitán había manipulado las pruebas, acusándolo de traición y asegurándose de que fuera encarcelado. Ahora, en la prisión, Garrik se había convertido en un líder respetado por los demás presos, su sentido de justicia intacto a pesar de lo que había sufrido.

Luego estaba El Barbas, un anciano de cabello encanecido que siempre tenía una historia para contar. Antes de llegar aquí, había sido un curandero en una aldea remota, conocido por su bondad y disposición para ayudar a los demás. Un día, un noble codicioso trató de confiscar las tierras de los campesinos, alegando que no habían pagado sus impuestos. El Barbas se negó a entregar sus terrenos y lideró a los aldeanos en una revuelta pacífica.

"Dijeron que incité a la violencia", había contado el anciano con resignación. "Pero solo protegía lo que era nuestro". El noble, enfurecido, utilizó su influencia para acusarlo de rebelión. Su sacrificio aseguró que los aldeanos pudieran conservar su hogar, aunque él pagó el precio con su libertad.

Finalmente, estaba Keith, un joven de mirada penetrante y cicatrices en los brazos, quien había sido un aprendiz de herrero. Una vez, cuando una mujer fue atacada en plena calle por un grupo de bandidos, Keith intervino para salvarla. Sin embargo, en la pelea, uno de los bandidos murió accidentalmente.

"Hice lo que debía", le había dicho Keith a Alexxt con un tono firme. "Pero la familia del hombre era influyente, y yo no tenía nada. Me arrebataron la libertad por hacer lo correcto".

Mientras pensaba en cada uno de ellos, Alexxt sintió una mezcla de rabia y admiración. Rabia por las injusticias que los habían llevado allí, y admiración por la fortaleza que demostraban cada día.

"Este lugar no es una prisión", pensó. "Es un refugio para los que no tuvieron otra opción".

Alexxt recordó cómo lo habían tratado desde que llegó. Nadie se burló de él por ser noble. Nadie lo miró con desprecio. Todo lo contrario: le habían mostrado respeto, confianza y amabilidad, algo que no había sentido en mucho tiempo, ni siquiera en la academia.

"Aquí, por primera vez, no me siento como un inútil", se dijo mientras un nudo se formaba en su garganta. "Aquí soy parte de algo… algo real".

Se giró hacia Renar, que dormía profundamente en la litera de abajo, y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. Había encontrado un amigo, alguien que lo había aceptado sin esperar nada a cambio.

Y luego pensó en Aelynn. Su hermana había sido su fuerza en el pasado, pero ahora sentía que era su turno de ser fuerte.

"Quizás mi clase aún no se ha manifestado porque no sabía quién era realmente", reflexionó. "Pero ahora… ahora empiezo a entenderlo".

Mientras cerraba los ojos, una pequeña chispa de esperanza nació en su interior. Puede que estuviera en una prisión, pero no se sentía atrapado. Se sentía libre.