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Chapter 4 - Capitulo 4: Legado Inquebrantable

La luz del amanecer se filtraba tímidamente entre las cortinas pesadas de la habitación, tiñendo de dorado las paredes de piedra y creando un silencio solemne. Aelynn estaba sentada junto a la cama de su hermano, sus ojos fijos en el rostro pálido de Alexxt. El leve subir y bajar de su pecho, marcado por los vendajes apretados, era la única señal de que seguía luchando, aún en su sueño profundo.

Aelynn estiró una mano temblorosa y tomó la de su hermano. La suavidad de su piel contrastaba con las cicatrices y callos de años de entrenamiento.

—Hermano… —murmuró, su voz apenas un susurro ahogado—. No debiste aceptar ese combate. No tienes que probarle nada a nadie.

Su mirada se endureció momentáneamente antes de suavizarse de nuevo. Con cuidado, soltó la mano de Alexxt y se inclinó para acomodarle las sábanas, como si el gesto pudiera protegerlo de las heridas invisibles que la derrota había dejado en su orgullo.

—Lo único que importa ahora es que te recuperes —agregó, más firme esta vez, como si su determinación pudiera infundirle fuerza.

El crujido leve del piso de madera rompió el silencio al levantarse. Aelynn echó una última mirada a su hermano dormido antes de deslizarse fuera de la habitación. Al cerrar la puerta, se encontró con una figura familiar: una de las sirvientas de la casa, cuyo rostro reflejaba tanto respeto como preocupación.

—Señorita Aelynn, ¿cómo se encuentra el joven Alexxt? —preguntó la mujer con voz suave, casi temerosa de interrumpir el ambiente solemne.

—Sigue descansando. Los médicos dicen que mejorará con el tiempo. —Aelynn enderezó la espalda, su tono firme pero cortés—. No puedo faltar a la academia, pero esto no quedará así.

La sirvienta asintió en silencio, comprendiendo que las palabras de Aelynn escondían una promesa. Mientras se ajustaba una orquídea de pétalos blancos en el cabello, un símbolo que solía adornar su frente como una corona de serenidad, Aelynn caminó hacia la salida de la casa familiar.

Al cruzar el umbral, un guardia se acercó con expresión seria.

—Señorita Aelynn —anunció con voz grave—, su tío, Lord Kael Draythorn, sigue ausente. La misión encomendada por el rey lo ha mantenido fuera de la ciudad.

Aelynn se detuvo en seco. La mención de su tío hizo que su pecho se tensara con frustración.

—Si el tío Kael estuviera aquí, esto jamás habría pasado —pensó, apretando los dientes mientras el viento frío de la mañana le rozaba el rostro.

Con un suspiro de resignación y enojo reprimido, Aelynn alzó el mentón y continuó su camino. La academia la esperaba.

Aelynn avanzó por los pasillos de la academia con pasos decididos, cada pisada resonando con la fuerza de su determinación. Las miradas la seguían como cuchillas afiladas, y los susurros venenosos de los estudiantes parecían envolverse en las paredes de piedra fría, repitiéndose como ecos interminables.

—¿Escuchaste? Alexxt fue derrotado.

—Claro que sí, Darel lo humilló.

—¿Enfrentarse sin siquiera haber tenido una clase? Qué idiota.

—Pobre Aelynn, siempre resolviendo los problemas de ese inútil.

Las risas se clavaban como agujas invisibles en su piel. Aelynn apretó los puños, sintiendo el ardor en la garganta que siempre llegaba cuando quería gritar, pero debía callar. "Respira, Aelynn. No les des el gusto", se recordó a sí misma, acelerando el paso. Su mirada fija al frente, como si cada paso la llevara a una batalla propia.

Su paciencia finalmente explotó al llegar a la oficina del director Aldren. La puerta se abrió de golpe, resonando con un ruido seco que interrumpió el silencio solemne del despacho. Aldren levantó la vista apenas un instante desde sus papeles, su expresión fría y condescendiente, como si la interrupción fuese un simple zumbido molesto.

—¡Director! Necesito hablar con usted ahora mismo —soltó Aelynn con furia apenas contenida.

—Señorita Draythorn —respondió Aldren, con tono gélido y aburrido—. Si no ha venido a clases, le sugiero que no me haga perder mi tiempo.

—¿Cómo pudo permitir ese combate? Sabía perfectamente que Alexxt no estaba en condiciones de luchar contra alguien como Darel. ¡Casi lo mata!

—Las reglas son claras. Los duelos deben ser aceptados. Si su hermano perdió, debe aceptar su lugar en la jerarquía.

—¿Jerarquía? —Aelynn se inclinó ligeramente sobre el escritorio, sus ojos chispeando de indignación—. Esto no es más que un juego de poder. Usted solo se preocupa por controlar a los estudiantes fuertes como peones.

—Cuide sus palabras, joven Draythorn —respondió Aldren, su voz descendiendo a un tono peligroso—. No todas las familias nobles son intocables.

Las palabras helaron la sangre de Aelynn por un instante, pero solo fue suficiente para intensificar su ira. Lo fulminó con la mirada, sintiendo el corazón palpitar en sus oídos.

—Ya veremos qué tan intocable es su reputación cuando esto llegue a oídos de la realeza.

Sin esperar respuesta, giró sobre sus talones y salió, la puerta cerrándose tras ella con un ruido sordo que reverberó por el pasillo. Una vez afuera, el aire fresco le golpeó el rostro, pero el ardor en su pecho no se calmaba. Respiró hondo, obligándose a encontrar algo de control entre el caos.

—Sigues peleando con todos, ¿verdad? —La voz suave y familiar la hizo detenerse.

Aelynn giró y vio a su amiga Kayle apoyada contra una columna cercana, con los brazos cruzados y una mirada tranquila. Su uniforme de la academia estaba impecable, y cada detalle en su porte reflejaba la disciplina de una guerrera. Kayle poseía una belleza serena que contrastaba con la presencia más enérgica de Aelynn. Su rostro, siempre tranquilo y compuesto, parecía capaz de calmar incluso la tormenta más violenta. Era esa quietud lo que la distinguía y, al igual que su amiga, la hacía merecedora del título de una de las Cinco Bellezas de la Academia.

—No puedo evitarlo —suspiró Aelynn, aflojando ligeramente los hombros—. Esto no es justo, Kayle.

Kayle se apartó de la columna y se acercó con la calma de quien nunca tiene prisa. Su larga cabellera castaña, peinada con precisión, caía sobre su uniforme impecable. Cada movimiento era fluido, como si el tiempo no tuviera dominio sobre ella.

—Lo sé. Pero perder el control no ayudará a tu hermano —respondió Kayle, con esa voz suya que parecía poder calmar cualquier tormenta.

Aelynn la miró, mordiéndose el labio. Kayle tenía razón, como siempre.

Aelynn era conocida en toda la academia por su naturaleza tranquila y amable, cualidades que la habían convertido en una de las figuras más queridas entre los estudiantes. Era imposible ignorarla: su gracia y belleza natural la distinguían como una de las "Cinco Bellezas de la Academia", pero lo que realmente inspiraba respeto era su fuerza. Reconocida como la estudiante más poderosa del instituto, un título que compartía únicamente con Darel, Aelynn encarnaba el equilibrio perfecto entre elegancia y poder. Sin embargo, esa calma inquebrantable que tanto admiraban desaparecía cuando se trataba de su hermano. En esos momentos, Aelynn mostraba su lado más vulnerable y ferozmente protector, como si el peso de toda su fuerza y amor se manifestara a la vez.

—No entiendo cómo puedes ser tan tranquila. Tú misma sabes lo que es vivir con las expectativas de una familia encima.

Kayle sonrió ligeramente, aunque sus ojos reflejaban una sombra de tristeza.

—Soy la única de mi familia sin una clase guerrera. Mi madre fue una gran heroína en la batalla, y mi padre, un legendario berserk. Mi hermano heredó la fuerza y la ferocidad que todos esperaban. Pero yo... —Kayle hizo una pausa, su voz apenas un susurro—. Yo obtuve la clase Wildweaver. Una clase heroica, sí, pero diferente. No era lo que mi familia esperaba.

—Pero Wildweaver no es una clase cualquiera. Eres capaz de cosas increíbles. Nadie en la academia puede invocar bestias o controlar el campo de batalla como tú —intervino Aelynn con firmeza.

Kayle asintió, una sonrisa fugaz cruzando su rostro antes de desvanecerse.

—Lo sé, y ellos también lo saben. No me desprecian, Aelynn. No es eso. Ellos ven mi potencial, pero no entienden cómo guiarlo. Toda mi familia lleva generaciones dominando la fuerza bruta, las armas y la disciplina de un guerrero. ¿Cómo entrenar a alguien que convoca bestias y lucha fusionándose con ellas? Para ellos, mi clase es un enigma.

Kayle bajó la mirada, jugando con un mechón de su cabello castaño.

—A veces, siento que están orgullosos de mí, pero también perdidos. Intentan ayudarme, pero no saben cómo, y eso los frustra... y a mí también. Así que, en los entrenamientos, termino buscando mi propio camino, probando cosas sola, esperando estar a la altura de su legado.

Un breve silencio se apoderó del pasillo. Aelynn la observó con empatía, comprendiendo la lucha interna de su amiga. Kayle no llevaba solo el peso de sus habilidades, sino también el deseo de conectar con su familia, de demostrar que su camino, aunque diferente, era igualmente valioso.

—Kayle... —Aelynn comenzó, pero su amiga levantó la cabeza, regalándole una sonrisa tranquila extendió una mano, colocándola sobre el hombro de Aelynn.

—No te preocupes. Estoy aprendiendo a aceptar que mi fuerza no tiene que ser igual a la de ellos. Tal vez, algún día, entiendan que no todos los guerreros empuñan espadas. Algunos, como yo, luchamos junto a las bestias que llevamos dentro.

—Además no estás sola. Si algo le pasa a Alexxt, te ayudaré a enfrentarlo. Pero cuida tu fuerza, no la desperdicies peleando con idiotas.

Aelynn soltó una risa suave, pequeña pero genuina.

—Gracias, Kayle. No sé qué haría sin ti.

La campana de la academia resonó en los pasillos, rompiendo el momento. Kayle soltó su hombro con una sonrisa burlona.

—Vamos. Si llegamos tarde, el director tendrá una excusa para expulsarnos.

—¿Y darle el gusto? Jamás —respondió Aelynn, volviendo a encontrar su fuerza.

Ambas comenzaron a caminar juntas hacia las aulas, y por primera vez en el día, Aelynn sintió que podía respirar. Aunque las sombras de las palabras seguían a su alrededor, Kayle había encendido una pequeña llama de esperanza.

Aelynn y Kayle avanzaban hacia el aula cuando una figura conocida apareció al final del pasillo. Era Thariel, con su característica túnica blanca que se movía suavemente mientras caminaba. Su cabello verde, ligeramente desordenado, parecía tener vida propia bajo la luz del corredor, dándole un aire despreocupado que siempre contrastaba con su mirada aguda y atenta. Thariel no era como otros instructores: su trato siempre era justo y amable, y muchos estudiantes lo consideraban una figura paterna en la academia, especialmente aquellos que no encajaban en el molde tradicional.

Al notar a Aelynn, Thariel detuvo su paso, y su expresión, normalmente calmada, se tensó con una mezcla de culpa y preocupación.

—Aelynn... —su voz era suave, pero el peso de sus palabras lo delataba—. ¿Tienes un momento?

Aelynn intercambió una mirada rápida con Kayle, quien asintió en silencio y se apartó unos pasos, dándole espacio. Aelynn avanzó hacia el profesor, cruzándose de brazos con una mirada firme pero no hostil.

—Profesor Thariel, ¿qué ocurre? —preguntó, aunque ya intuía la razón.

El hombre suspiró, su mirada bajando al suelo por un instante antes de encontrar la de Aelynn nuevamente.

—Quería hablar contigo... sobre lo que sucedió con Alexxt. —Su voz sonaba tensa, como si cada palabra le costara—. Siento... siento que esto es mi culpa. Yo fui quien envió a tu hermano y a Darel a la oficina del director Aldren. No pensé que algo así pudiera escalar tan rápido. —Thariel cerró los ojos con un gesto de frustración—. Nunca imaginé que lo forzarían a un duelo.

Aelynn lo observó con detenimiento. Había algo en la sinceridad del profesor que suavizó, aunque solo un poco, el nudo de ira que llevaba dentro. Era raro ver a un instructor asumir cualquier tipo de responsabilidad en la academia, y mucho menos uno como Thariel, cuya autoridad no solía ponerse en duda.

—No fue su culpa, profesor, —respondió Aelynn después de un breve silencio—. Alexxt tomó su decisión y aceptó el desafío, aunque no estuviera listo. El verdadero problema no fue lo que usted hizo... sino el sistema podrido que permite que cosas así sucedan.

Thariel asintió, su rostro reflejando un cansancio que no había estado ahí antes.

—Aelynn, eso no me exime de responsabilidad. La academia debería ser un lugar de aprendizaje y desarrollo, no una arena para que los más fuertes pisoteen a los demás. —La firmeza en su voz regresó poco a poco—. Pero quiero que sepas que haré todo lo que esté en mis manos para proteger a Alexxt de ahora en adelante... y a ti también.

Aelynn sintió una chispa de gratitud en el pecho, aunque no permitió que su expresión la delatara del todo. Thariel era uno de los pocos adultos en quienes confiaba dentro de la academia.

—No tiene que protegernos, profesor. —Su tono era firme pero menos cortante—. Solo asegúrese de que lo que pasó con Alexxt no se repita con otros. No puedo permitir que sigan usando a los débiles como entretenimiento.

Thariel pareció sorprendido, aunque rápidamente sonrió con una mezcla de orgullo y admiración.

—Tienes el corazón de una líder, Aelynn. Tu hermano tiene mucha suerte de tenerte. —El profesor bajó ligeramente la voz, inclinándose un poco hacia ella—. Y por lo que vale, Aldren no está por encima de todo. Más personas de las que crees están hartas de sus "reglas". Quizás, algún día, todo esto pueda cambiar.

Aelynn frunció el ceño ligeramente, notando el peso de las palabras de Thariel.

—Lo haré cambiar, profesor. —Su voz resonó con una determinación inquebrantable.

Thariel asintió, aliviado de ver que la tormenta en Aelynn no había logrado apagar su fuego.

—Ten cuidado, Aelynn. La fuerza sin control puede ser peligrosa, incluso para alguien como tú. —Hizo una pausa antes de agregar con una pequeña sonrisa—. Alexxt se recuperará. Y cuando lo haga, aprenderá de esto. No lo subestimes.

Aelynn soltó un suspiro, dejando que las palabras del profesor calmaran parte del enojo que aún ardía dentro de ella.

—Gracias, profesor Thariel. Por preocuparse. —Esta vez, su tono fue más suave, más cercano a la verdadera Aelynn que muchos admiraban.

Thariel sonrió con sinceridad, tocando brevemente su hombro como un gesto de apoyo antes de retirarse por el pasillo.

Kayle, que había permanecido a una distancia prudente, regresó con una sonrisa burlona en el rostro.

—¿Listo para adoptar a otro padre? —bromeó, intentando aligerar el ambiente.

Aelynn negó con la cabeza, aunque no pudo evitar sonreír.

—A veces, no es tan malo tener a alguien que te entienda. —Murmuró, mirando la silueta de Thariel desaparecer al final del pasillo.

—Vamos. Si seguimos así, los idiotas de nuestra clase pensarán que nos hemos escapado a entrenar solas. —Mencionó Kayle con un toque de sarcasmo.

Aelynn soltó una breve risa y, juntas, continuaron hacia el aula. La carga en su pecho se sentía un poco más ligera, como si las palabras de Thariel hubieran logrado sostener una pequeña parte del peso que llevaba encima.

Horas después, bajo la sombra de la noche...

Alexxt despertó con un sobresalto. El dolor punzante de sus costillas le recordaba cada segundo de su humillación ante Darel. La penumbra de su habitación no hacía más que ahogar su mente en pensamientos oscuros.

—"Todo fue en vano... No soy lo suficientemente fuerte..." —se dijo a sí mismo, con la voz rota.

Se sentó al borde de la cama, sintiendo el frío de la noche colarse por la ventana apenas entreabierta. La derrota no solo le había quitado el aliento, sino también su voluntad. No soportaba estar en la academia, no quería escuchar más murmullos ni miradas de lástima.

Reuniendo fuerzas, se vistió con movimientos torpes y doloridos. Su túnica estaba ligeramente desarreglada, y su cabello azabache caía en mechones desordenados. No le importaba. Necesitaba escapar, aunque fuera por unos momentos.

La ciudad, normalmente vibrante y llena de vida, estaba ahora sumida en el silencio de la medianoche. Solo el suave crujir de sus botas sobre los adoquines rompía la calma. Las farolas mágicas iluminaban el camino con una luz tenue, proyectando sombras inquietantes en las paredes de piedra.

Mientras avanzaba, sintió cómo el peso en su pecho disminuía ligeramente. El frío aire nocturno parecía limpiar sus pensamientos, aunque el eco de la batalla aún retumbaba en su mente.

De repente, una figura surgió de un callejón lateral. El hombre, envuelto en una túnica negra con detalles dorados, irradiaba un porte elegante y sereno. Su cabello castaño claro caía suavemente hasta los hombros, y su mirada gris, casi plateada, tenía una calma perturbadora. Lo más llamativo era el anillo con un emblema extraño que llevaba en la mano derecha.

—¿No es usted Alexxt Draythorn? De la ilustre familia Draythorn, por supuesto.

Alexxt frenó en seco. La voz del hombre era suave, educada, pero había algo en ella que lo puso en alerta.

—¿Quién lo pregunta? —respondió Alexxt, endureciendo la voz.

El extraño alzó las manos en un gesto pacífico y dio un par de pasos hacia la luz de una farola cercana.

—Mis disculpas. Mi nombre es Lord Vaelor Craegor. No se alarme, joven Draythorn. No soy más que un amigo de la familia... o podría serlo, si usted lo permite.

Alexxt entrecerró los ojos, estudiando al noble. El nombre "Craegor" no le sonaba, pero la forma en la que se dirigía a él y la elegancia con la que hablaba lo confundían.

—¿Qué quiere de mí? No estoy de humor para juegos.

Lord Vaelor sonrió, una sonrisa calculada y carente de calor.

—No es justo lo que le hicieron hoy, joven Alexxt. Todo el mundo habla de su combate, de cómo lo humillaron. Pero yo veo algo más. Veo potencial... fuerza que aún no ha sido despertada.

Alexxt sintió que algo en su pecho se removía. Palabras como "potencial" y "fuerza" encendían un pequeño fuego de esperanza en él, aunque su desconfianza permanecía.

—¿Por qué le importaría a usted? —preguntó, todavía cauteloso.

—Digamos que no me agrada ver cómo la grandeza se desperdicia. Usted es un Draythorn, después de todo. Los de su linaje están destinados a la grandeza. Pero las reglas... las reglas de esta academia sofocan a quienes realmente tienen poder.

Vaelor avanzó unos pasos más, con las manos cruzadas a la espalda, caminando en círculos alrededor de Alexxt como un depredador acechando a su presa.

—Conozco métodos... métodos prohibidos, pero efectivos. Puedo ayudarlo a encontrar la fuerza que necesita para que nadie vuelva a humillarlo. Para que su hermana no tenga que seguir protegiéndolo.

El comentario sobre Aelynn fue como un puñal directo al orgullo de Alexxt. Su mirada se endureció.

—¿Qué clase de métodos?

Vaelor sonrió de nuevo, triunfante.

—Venga conmigo. Es solo una reunión privada. Allí le contaré todo. Le prometo que no se arrepentirá.

El camino hacia el borde del distrito comercial parecía interminable. Alexxt seguía a Vaelor Craegor, cada paso resonando con un eco ominoso en las calles desiertas. Frente a un almacén ruinoso, Vaelor se detuvo. Sus ojos oscuros reflejaban un brillo que Alexxt no pudo interpretar.

—Aquí entenderás tu propósito, Alexxt Draythorn.

Las puertas se abrieron con un gemido lastimero, y Alexxt vaciló antes de entrar. Dentro, el lugar estaba iluminado por lámparas flotantes. Una mesa de piedra, aparentemente vieja, se alzaba en el centro, y la atmósfera parecía cargada con un peso invisible.

—¿Qué es este sitio, Vaelor? —preguntó Alexxt, su voz llena de sospecha.

Vaelor sonrió, lento y calculador. Caminó en círculos alrededor de Alexxt, como un depredador estudiando a su presa.

—Un lugar donde se forjan los elegidos. Dime, Alexxt. Dime algo... ¿no te has sentido siempre fuera de lugar? La sombra de tu familia... la mirada de aquellos que esperan grandeza de ti, pero nunca te ven más que como un niño perdido.

Alexxt frunció el ceño y bajó la mirada. Las palabras de Vaelor le pesaban como piedras.

—¿Qué estás insinuando?

—Que estás perdido. Que este mundo te ha dejado atrás. Pero existe una forma de redimir tu nombre, de hacer que los Draythorn sean recordados por algo más que el fracaso.

Alexxt lo miró, confundido.

—¿De qué estás hablando?

Vaelor se detuvo frente a él, sus ojos profundos como abismos.

—Del Santuario de Astryall. Un lugar sagrado, oculto del mundo

El santuario de Astryall una fortaleza oculta, construida hace siglos por la Orden de los Custodios Eternos, un grupo neutral que protege el equilibrio mágico entre los reinos. Dicho santuario está ubicado en una gran montaña el cual solo permite la entrada a personas sin intenciones egoístas o que no ha caído aún en corrupción.

Alexxt lo miró, desconcertado.

—¿El Santuario de Astryall... Ese es un mito."

—No, joven Draythorn. Es real. Y dentro de sus muros se guarda El Corazón de Eryndor. Una fuente de poder inagotable. Capaz de equilibrar o destruir reinos enteros. Imagina lo que podrías lograr si llevaras ese poder contigo... sí demostrases que eres más digno que cualquiera de tu estirpe.

El corazón de Alexxt latía con fuerza. Sus palabras lo envolvían como una tormenta.

—Por tu sangre. Un linaje antiguo, intacto. Los custodios del Santuario permiten la entrada solo a almas puras... o lo suficientemente respetables. ¿No es curioso cómo el mundo usa tu inocencia como un insulto?

Alexxt apartó la mirada. Cada inseguridad que había sentido en la academia, cada fracaso en las pruebas mágicas, cada sombra de su padre parecía arder en su mente. Sin embargo, Alexxt lo observó con una mezcla de sorpresa y recelo.

—¿Por qué me dices esto, Vaelor? ¿Qué ganas tú con todo esto?

Por primera vez, Vaelor dejó escapar una risa baja, como si la pregunta le divirtiera.

—Digamos que estoy cansado de ver cómo aquellos con verdadero potencial son menospreciados, silenciados antes siquiera de tener la oportunidad de demostrar su valía. Estoy harto de un sistema que se desmorona, donde los poderosos acumulan riquezas mientras los débiles son aplastados por la desigualdad y la indiferencia.

—Te lo estoy ofreciendo, Alexxt: una oportunidad. Ven conmigo, y demostrarás que tu nombre significa algo más que la vergüenza.

Alexxt tragó saliva, indeciso. Vaelor estiró una mano, su voz más suave ahora.

—La decisión es tuya, Alexxt. ¿Seguirás permitiendo que el mundo te marque como un fracaso, otra sombra en esta sociedad podrida? O... ¿tomarás el poder necesario para proteger a los débiles y forjar un destino digno de tu nombre?

Finalmente, Alexxt asintió.

El santuario se alzaba majestuosa sobre el horizonte, oculta entre densas nubes de tormenta. Vaelor y Alexxt llegaron tras un ritual prolongado. El Santuario de Astryall, con sus muros blancos y runas ancestrales, irradiaba un poder etéreo.

—Mantén la calma y recuerda: eres digno. —Vaelor lo condujo hasta la torre central, donde las puertas se abrieron solas al sentir su presencia.

Dentro, el corazón del santuario palpitaba. Una cámara circular iluminada con una luz dorada reveló un pedestal. Sobre él, El Corazón de Eryndor, una gema del tamaño de un puño, suspendida en el aire.

Alexxt sintió cómo el poder de la gema lo envolvía.

—Increíble...

—Acércate, —susurró Vaelor.

Antes de que Alexxt pudiera moverse, una voz firme resonó en el santuario.

—¡Deténganse!

Caelys, el líder de la Orden de los Custodios Eternos y hermano menor del rey de Eryndor, entró con un grupo de guerreros. Su túnica plateada y el emblema de la orden relucían con la luz.

—¿Cómo se atreven a profanar este lugar sagrado?

—Caelys... —Vaelor sonrió con calma, sus manos en alto—. Solo buscábamos conocimiento.

—¿Conocimiento? ¡Esto es una invasión! —gritó Caelys, desenfundando su espada.

La batalla estalló en un instante. Los guerreros atacaron, pero Vaelor los derribó con magia oscura y precisión mortal. Alexxt, paralizado, no sabía si luchar o huir.

Caelys avanzó hacia Vaelor con ira, pero en un movimiento frío y calculador, Vaelor clavó su daga en el corazón del líder.

—Un líder demasiado noble para este mundo.

Caelys cayó de rodillas, su mirada fija en Alexxt, mientras un hilo de sangre corría por su boca. El emblema de la academia resbaló de la mano de Alexxt, cayendo al suelo con un sonido seco.

—¿Qué... qué has hecho? —Alexxt murmuró, horrorizado.

Vaelor, con una sonrisa cruel, avanzó hacia el altar y extendió la mano hacia el Corazón de Eryndor.

—Todo lo necesario.

La gema brilló con un fulgor cegador antes de ser absorbida en su palma. La luz del santuario parpadeó, luego se extinguió por completo, sumiendo el lugar en sombras. El eco del caos no tardó en llegar: gritos de los guerreros de la orden, pasos apresurados, acero desenvainado.

Alexxt retrocedió, su mente aturdida por lo que acababa de presenciar. Vaelor, sin perder el tiempo, se volvió hacia él, su rostro ahora una máscara de satisfacción.

—Eres un instrumento más útil de lo que imaginé, Alexxt. Pero aquí termina tu papel.

—¿Qué... qué estás diciendo? —balbuceó Alexxt, sintiendo cómo el peso de la traición lo aplastaba.

Vaelor chasqueó los dedos, y una corriente de energía golpeó el suelo entre ellos, separándolos.

—Gracias a ti, el Corazón de Eryndor es mío. Ahora, los débiles y los crédulos pueden arder junto a sus mentiras. Adiós, Alexxt.

Antes de que Alexxt pudiera reaccionar, Vaelor desapareció en un torbellino de sombras, dejando atrás un santuario en ruinas y el sonido lejano de los guerreros que se acercaban.

El corazón de Alexxt latió con fuerza, el miedo y la culpa fusionándose en un torbellino. Sus piernas reaccionaron antes que su mente: corrió. Se lanzó entre columnas derrumbadas y escombros mientras las sombras ocultaban su silueta temblorosa.

—¡Por allí! —gritó un caballero, apuntando hacia él con su espada.

Alexxt contuvo un sollozo y giró bruscamente por un pasillo lateral, uno apenas visible entre las ruinas del santuario. La sangre golpeaba sus oídos, ahogando todo sonido excepto el frenético ritmo de sus pisadas. Se sentía como un intruso en su propio cuerpo, huyendo de algo que no podía comprender ni controlar.

Logró llegar a una abertura en la pared, una grieta estrecha que parecía reciente. Se giró apenas para ver las antorchas acercarse como estrellas amenazantes en la oscuridad. Deslizó su cuerpo con dificultad entre los bloques de piedra, la piel de sus brazos rasgándose, pero no se detuvo.

El frío del exterior lo golpeó como una bofetada cuando finalmente emergió al otro lado. La noche era cerrada, pero la luna ofrecía suficiente luz para guiar su escape.

Alexxt tropezó colina abajo, el barro empapando sus botas. Lejos, podía oír las voces de los caballeros organizándose, pero la espesura del bosque comenzaba a cubrirlo, dándole un respiro. Se dejó caer detrás de un árbol, su pecho subiendo y bajando con desesperación. Lágrimas silenciosas comenzaron a correr por su rostro.

¿Qué he hecho? ¿Cómo pude dejar que esto pasara?

Pero no había tiempo para respuestas. Los ecos de los buscadores no se apagaban, y él debía seguir adelante.

Días después, Alexxt entrenaba con su hermana Aelynn en un claro del bosque. Los rayos del sol se filtraban entre las ramas, pero para él, la luz parecía demasiado distante. Falló una vez más al intentar lanzar un simple hechizo, y su frustración estalló en un gruñido.

—No.… no entiendo. ¿Por qué no puedo hacerlo? —dijo, golpeando el suelo con el puño.

Aelynn lo observó con el ceño fruncido, su preocupación cada vez más evidente. Dejó su espada apoyada en un árbol y se acercó lentamente.

—Alexxt... esto no se parece a ti. Estás aquí, pero es como si tu mente estuviera en otro lugar.

Alexxt apartó la mirada, evitando sus ojos inquisitivos. Sentía el peso de las palabras no dichas, como un nudo que no podía desatar.

—Estoy bien, solo... estoy cansado. Eso es todo.

Aelynn suspiró, arrodillándose frente a él y tomando su mano con firmeza.

—No soy tonta, Alexxt. Algo te pasó. Puedo verlo en tus ojos, y no tiene que ver con este entrenamiento. No tienes que cargarlo solo.

Por un instante, Alexxt sintió que las lágrimas querían traicionarlo, pero se obligó a tragar el dolor. Le sonrió débilmente.

—No es nada, Aelynn. Solo... siento que no soy lo suficientemente fuerte. Que no importa cuánto lo intente, siempre fallaré.

Aelynn apretó su mano, su voz suave pero firme.

—La fuerza no siempre viene de ganar. A veces, se trata de levantarse, aunque no tengas ganas. No importa lo que estés pasando, Alexxt... estoy aquí. Cuando estés listo para hablar, lo harás. Hasta entonces, no olvides que no estás solo.

Alexxt la miró finalmente, encontrando en su hermana una calma que no sentía desde hacía días. Aelynn no tenía todas las respuestas, pero su presencia era un ancla en medio del caos.

—Gracias, Aelynn —murmuró, su voz quebrada pero sincera—. No sé qué haría sin ti.

Ella sonrió, dándole un golpecito en el hombro.

—No te preocupes. Me tienes a mí... y te tienes a ti mismo, aunque a veces lo olvides.

Alexxt asintió en silencio, volviendo a ponerse de pie. El entrenamiento continuaría, pero en su interior, la tormenta aún buscaba cómo liberarse.

La atmósfera en la casa era densa, cargada de un silencio incómodo que Aelynn no lograba ignorar. Alexxt apenas había probado su cena, con la mirada fija en un punto inexistente, como si llevara un peso que no podía compartir.

De repente, un estruendo sacudió la tranquilidad. Golpes violentos retumbaron en la puerta.

—¡Abran en nombre de la Orden!

Aelynn se puso de pie de un salto, con la mano en la empuñadura de su espada. Alexxt apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando la puerta fue derribada, astillándose bajo la fuerza de los guardias de la Orden. Entraron con rostros severos y armas en mano, rodeando a los hermanos como depredadores acechando a su presa.

—¡Alexxt Draythorn! —rugió el capitán, su voz retumbando en el reducido espacio—. Quedas arrestado por asesinato y traición contra la Orden.

—¿Qué? —murmuró Alexxt, su voz apenas un susurro. Dio un paso atrás, sus manos temblorosas—. "¡No! ¡Eso no es verdad!"

—¡Esto tiene que ser un error! —gritó Aelynn, colocándose frente a su hermano con firmeza—. ¡Mi hermano jamás haría algo así!

El capitán, imperturbable, sacó de su cinturón un objeto y lo alzó. Era el emblema de la academia, ahora manchado de sangre seca. Al verlo, el rostro de Alexxt palideció.

—Esto fue encontrado en las ruinas del santuario —dijo el capitán con voz fría y acusadora, sosteniendo el emblema manchado de sangre—. Cada estudiante de la academia recibe un emblema único que lo identifica como miembro. Después de investigarlo, descubrimos que este solo pertenece a una persona... tú, Alexxt Draythorn.

El capitán señaló el brazalete de Aelynn, donde su propio emblema brillaba discretamente adherido al uniforme, como prueba adicional.

—¡Eso no prueba nada! —gritó Alexxt, con desesperación creciente—. ¡No fui yo! ¡Lo juro! ¡No hice nada!

—Tus palabras no cambiarán los hechos, muchacho —respondió el capitán con desdén.

Aelynn intentó avanzar, pero uno de los guardias la apartó bruscamente, haciéndola caer contra el suelo.

—¡Aelynn! —gritó Alexxt, luchando con todas sus fuerzas mientras las manos de los guardias lo sujetaban y los grilletes se cerraban con un chasquido cruel sobre sus muñecas—. ¡Suéltenme! ¡Soy inocente!

Los guardias lo arrastraron hacia la puerta, ignorando sus súplicas. Aelynn se levantó a duras penas, con lágrimas en los ojos y la voz rota.

—¡Alexxt! —gritó su hermana, desesperada, pero ya no pudo alcanzarlo.

La noche era fría y silenciosa, como si el mundo contuviera la respiración. Los guardias descendían por el camino, arrastrando a Alexxt encadenado. Sus gritos de inocencia se perdían en la oscuridad, acompañados solo por el resonar de las botas en la tierra húmeda.

En lo alto de una colina cercana, una figura oscura observaba con una sonrisa cruel. Vaelor Craegor miraba la escena como si contemplara una obra maestra. El Corazón de Eryndor yacía entre sus manos, emitiendo un tenue brillo rojizo que iluminaba su rostro con un aire siniestro.

—Todo ha salido según lo planeado —susurró Vaelor, su voz apenas audible en el viento—. El mundo necesita un culpable... y tú, querido Alexxt, has sido perfecto.

Las sombras lo envolvieron, devorando su figura hasta que solo quedó el susurro del viento entre los árboles.

Y mientras lo arrastraban hacia un destino incierto, Alexxt sintió cómo su mundo se desmoronaba por completo.