El mundo ardía.
Llamas rojas y negras danzaban por todas partes, devorando arboles y edificios como si fueran de papel. El cielo, teñido de un gris oscuro, rugía con truenos que parecían nacidos del mismo infierno. Alexxt corría, sus pasos descalzos golpeando un suelo cubierto de sangre y cuerpos tendidos, sin embargo sin importar cuanto avanzara, siempre parecía estar demasiado lejos.
—¡Mamá! ¡Papá! —gritó, su voz ahogada entre el desespero y la destrucción.
Frente a el, vio la silueta de sus padres: figuras distorsionadas, apenas reconocibles entre el humo y la luz anaranjada. Extendieron las manos hacia el, llamándolo con voces irreales, como susurros arrastrados por el viento.
—¡No los dejes ir! —se repetía Alexxt una y otra vez, con lagrimas quemándole los ojos.
De repente, el suelo bajo sus pies se abrió en un abismo interminable. Alexxt tropezó, cayendo de rodillas mientras veía como las figuras de sus padres se desvanecían, fragmentándose en miles de partículas de luz que el viento disperso sin piedad.
—¡No! —su grito desgarrado rompió la oscuridad.
un relámpago ilumino el cielo y...
—¡Alexxt! ¡Despierta ya, muchacho! !Vas a llegar tarde!
Alexxt abrió los ojos de golpe, una lagrima recorría por su ojo derecho por la pesadilla que había tenido. La luz de la mañana entraba débilmente por la ventana. Se paso una mano por el rostro, todavía sintiendo el eco de aquella pesadilla en su pecho.
—¡Baja ya, o te quedas sin desayuno! —la voz grave de su tío resonó desde el piso de abajo.
—Ya voy... —murmuro Alexxt, aunque nadie podía escucharlo.
Se levanto lentamente, su cuerpo aún pesado por la angustia. Mientras se vestía, echó un vistazo al espejo: su reflejo parecía tan perdido como el se sentía.
La mansión Draythorn era un monumento a la opulencia y la tradición. Grandes columnas de mármol sostenían altos techos decorados con candelabros de cristal, mientras retratos de antepasados observaban desde las paredes con miradas solemnes. La mesa del comedor, hecha de roble oscuro, brillaba bajo la luz del sol que se colaba por las ventanas altas y arqueadas. Allí, sentado en la cabecera, Lord Kael Draythorn —líder de los Caballeros del Alba Eterna— parecía tan inamovible como un bastión de piedra, su armadura platina descansando sobre un perchero junto a la chimenea.
En la mesa, el tío de Alexxt —un hombre de hombros anchos y rostro curtido por los años— comía con la misma intensidad con la que hablaba. Aelynn, en cambio, lucia tranquila y compuesta bebiendo te con elegancia.
—¿Qué ocurre?, te ves pálido —pregunto Aelynn de repente, observando a su hermano.
—Solo tuve una pesadilla, No es nada —respondió con desgano.
—Una pesadilla, ¿eh? —la voz grave de Lord Kael rompió el silencio, como el estruendo de una puerta al cerrarse. Sus ojos, grises como el acero, se clavaron en Alexxt desde la cabecera de la mesa—. Sabes que no puedes seguir así.
Alexxt bajo la mirada. El olor a te y pan recién horneado contrastaba con el peso del pasado que aun cargaba.
—Escucha —continuó su tío, mas suave esta vez—. Lo que ocurrió no fue tu culpa. Lo que paso aquella noche... fue la crueldad del destino. Pero seguir aferrado a ello solo te hará mas débil
El silencio cayo sobre ellos como una losa. El único sonido era el leve tintineo de la taza de Aelynn al dejarla en el plato.
—En vez de eso deberías centrarte en lo que importa —Lord Kael enderezo la espalda, su voz recuperando su tono firme—. El Rito de Afinidad será dentro de 2 meses. Es tu oportunidad para demostrar tu valía... y tu lugar en este mundo.
—¿Mi lugar? —respondió Alexxt con una risa amarga—. Ni siquiera tengo una clase, tío. ¿Cómo demonios esperas que entre al torneo y consiga un rango?
—El rito de afinidad no es un simple torneo —dijo Lord Kael con voz firme—. Es una prueba donde cada joven demuestra su fuerza, su talento... y su destino. Los que superan la prueba obtienen su rango, y solo los que demuestran destreza y habilidad puede llegar a obtener el rango Arconte o inclusive el rango de maestro de guerra.
—Pero no tiene caso —menciono Alexxt con amargura—. Ni siquiera tengo clase.
—La clase no lo es todo —intervino Aelynn suavemente—. Es tu oportunidad de cambiarlo todo, Alexxt. Aun tenemos 2 meses para entrenar, te ayudare en todo lo que pueda.
—¿Sabes Alexxt?, a veces —dijo su tío, poniéndose de pie y ajustándose la capa negra que llevaba sobre los hombros—, la fuerza no proviene de lo que eres, sino de lo que eliges ser. Decide bien.
Lord Kael salió de la sala, dejando tras de sí un silencio tan vasto como el comedor mismo. Alexxt apretó los puños sobre sus rodillas y respiró hondo. La sombra de sus padres seguía allí, pero por un instante... sintió que podía verla menos densa.
Aelynn se deslizó hasta su lado, dejando que su mano se posara suavemente sobre el hombro de su hermano.
—Lo que dijo tío Kael no está tan mal —dijo con voz calmada—. El rito de afinidad puede ser tu oportunidad. Tal vez no tengas una clase, Alexxt, pero... tienes más valor que muchos que sí la tienen.
—¿Valor? —Alexxt soltó una risa seca, pero no la miró—. No digas tonterías.
—No lo son —insistió Aelynn—. Mamá y papá lo vieron en ti, y yo también lo veo. Solo debes confiar en ti mismo... aunque sea un poco.
Alexxt finalmente levantó la mirada, encontrándose con los ojos gentiles de su hermana. Por un momento, la pesadilla pareció retroceder un poco más.
—Es injusto —murmuró con voz entrecortada, mientras sus ojos se clavaban en los de Aelynn—. Somos gemelos, ¿no? Tenemos la misma edad... sin embargo lograste obtener una clase heroica... Aetherblade. —Su voz temblaba entre la rabia y la impotencia—. Puedes invocar armas mágicas, cambiarlas a tu voluntad... Y cuando tus ojos... —Se detuvo, recordando aquel brillo imposible que a veces la envolvía— ...cuando tus ojos cambian de gris a ese morado brillante, puedes abrir puertas y moverte a donde quieras.
Su hermana permanecía en silencio, observándolo con una tristeza que dolía más que cualquier palabra.
—Mientras que yo ni siquiera tengo una clase...
Alexxt bajo la mirada sus hombros hundidos como si cargara el peso del mundo. Pero entonces sintió una mano cálida que le alzaba la cabeza sosteniéndolo desde la mejilla.
Al levantar la vista, los ojos gentiles de Aelynn lo atraparon, llenos de comprensión.
—Lo que importa no es lo que eres ahora, Alexxt —dijo ella en voz baja, con firmeza—. Es lo que elijas hacer con lo que tienes.
Por un momento, su hermano la miró en silencio, como si intentara aferrarse a esas palabras. Entonces Aelynn sonrió suavemente y se levantó de la silla.
—Vamos, o llegaremos tarde —dijo, intentando sonar más ligera mientras se giraba hacia la puerta.
Alexxt respiró hondo y se puso de pie con lentitud. La sombra de la pesadilla aún lo seguía, pero las palabras de su hermana brillaban como un tenue resplandor en medio de la oscuridad.
El edificio de la Academia se alzaba como una fortaleza antigua, sus muros de piedra gris llenos de historias y secretos. Las torres puntiagudas se perdían en el cielo nublado, y los emblemas tallados de cada clase brillaban débilmente bajo la luz de la mañana: espadas entrecruzadas para los Guerreros, un báculo rodeado de llamas para los Hechiceros, y una figura con bestias a su alrededor representando a los Invocadores.
—Nos vemos después, hermano —dijo Aelynn con una sonrisa amable, despidiéndose en la división que separaba los pasillos de sus aulas.
Alexxt asintió, pero no respondió. Su mente seguía atrapada en la conversación del desayuno y en las miradas que inevitablemente le lanzarían sus compañeros.
Mientras caminaba hacia su aula, Alexxt pasó junto a un mural donde se representaba la Ceremonia de Asignación. Cada año, los estudiantes nuevos pasaban por un rito ancestral: un examen dividido en dos partes.
La prueba practica: donde demostraban su fuerza, destreza o control de la magia.
y luego pasaban al Cristal de Afinidad: un artefacto antiguo que "leía" el núcleo mágico del estudiante y revelaba la clase a la que pertenecía. Algunos descubrían que eran Warriors, nacidos para la lucha física y la estrategia. Otros despertaban como Wizards, capaces de manipular los elementos. Los Warlocks eran raros, conectados a demonios y espíritus de otros planos.
Pero entonces estaba él.
Durante su Ceremonia, Alexxt había tocado el Cristal como todos los demás... y este se había quedado en silencio. Sin luces, sin colores, sin respuestas. Por un instante eterno, la sala había estado en completo silencio, todos mirándolo con asombro y burla.
—"Parece que el cristal está roto" —bromeó alguien ese día.
Desde entonces, el estigma lo seguía a donde fuera. Para sus compañeros, él era "el chico sin clase".
Cuando Alexxt entró al aula, lo primero que notó fue el silencio breve que precedió a las risas. Caminó hacia su pupitre y sintió cómo la sangre le hervía al ver lo que habían hecho: rayones profundos cubrían toda la superficie de madera. Habían escrito cosas como "Sin clase", "Basura inútil" y "¿Por qué sigues aquí?".
Al fondo, una risa grave se destacó entre todas: Darel.
—¿Te gusta la decoración, Alexxt? —dijo con tono burlón, apoyado en su pupitre con su grupo de siempre alrededor.
Alexxt respiró hondo, ignorándolo. No era la primera vez. Lentamente, apartó la silla y se sentó, tratando de borrar de su mente las palabras grabadas frente a él.
—Tranquilo, muchachos —continuó Darel con falsa calma—. No le pidan que se enoje. Recuerden que ni siquiera el Cristal pudo decidir qué hacer con él.
Una ola de risas recorrió el salón.
—Ya basta, Darel —dijo el profesor Thariel al entrar, su voz firme pero tranquila. Era un hombre de mediana edad, con una túnica gastada y una mirada severa, pero sus ojos demostraban una preocupación sincera.
—Sí, sí, profesor —respondió Darel con una sonrisa ladina, como si no hubiese hecho nada malo.
La clase avanzaba lentamente. Alexxt intentó concentrarse, pero no podía ignorar las miradas a su alrededor ni la forma en que Darel seguía susurrando cosas con su grupo. Finalmente, escuchó algo que lo hizo detenerse en seco.
—Al menos yo tengo padres que me enseñaron a ser alguien. —murmuró Darel, con una sonrisa cruel que hizo hervir la sangre de Alexxt.
El mundo de Alexxt se detuvo. El zumbido sordo en sus oídos se intensificó hasta ahogar todo lo demás. Sus manos temblaron al cerrar los puños, y un fuego oscuro, se encendió en su interior.
—¿Qué dijiste? —preguntó con voz baja y peligrosa, cada palabra un filo a punto de cortar.
Darel, disfrutando de su momento, se giró lentamente hacia él, con la misma sonrisa torcida en los labios.
—¿Acaso me escuchaste mal, sin clase? —el tono de Darel goteaba veneno, con una sonrisa cruel en sus labios—. Tal vez tus padres sí sirvieron para algo... para enseñarte cómo fallar y desaparecer. Qué lástima que no te hayan llevado con ellos. De hecho, ¿Quién los necesita ahora? Un par de héroes caídos, ¿verdad? Aunque claro, la realeza está mejor sin ellos. Así al menos no tendrías que arrastrar su peso, ¿o crees que alguien como tú podría llenarlo?
Alexxt sintió cómo el tiempo se detenía a su alrededor. Las palabras de Darel lo atravesaron con una violencia indescriptible, como una espada afilada que cortaba directo en su alma. Sus padres, cuyas hazañas habían sido cantadas por todo el reino y cuyo sacrificio había salvado tantas vidas, ahora eran profanados por un ser sin escrúpulos que no comprendía ni el peso de sus palabras ni el dolor que causaba. El desprecio con el que hablaba de ellos lo golpeó como un martillo, despertando una furia ancestral que no podía controlar.
Darel estaba tocando un punto profundo y doloroso. La negligencia de los altos mandos del reino durante la invasión de la Legión había sellado el destino de sus padres. En un acto desesperado por salvarlo a él y a Aelynn, su madre y su padre habían intentado frenar el avance de la Legión, pero las decisiones erróneas de los que gobernaban habían hecho todo aún más difícil. Y cuando Alexxt, con solo siete años, trató de ayudar, impulsado por el deseo de proteger a su hermana, sus padres no tuvieron más opción que sacrificarse para salvarlo.
Las palabras de Darel resonaron en su mente: "fallar y desaparecer"… Las mismas palabras que había escuchado tantas veces en sus recuerdos, pero ahora dichas por alguien que no entendía ni una fracción del dolor que sentía.
El calor de la ira lo consumió, y sin pensarlo, Alexxt avanzó rápidamente, con la vista fija en Darel.
—¿Qué dijiste? —preguntó con voz temblorosa, pero llena de peligro.
Darel, disfrutando del momento, se giró hacia él con una sonrisa aún más burlona.
—La verdad duele, ¿no? Quizá si tus padres hubieran hecho lo que les pedía la realeza, seguirían vivos... pero a fin de cuentas, quién los necesita ahora. Estás solo, y lo que hicieron fue en vano.
Las últimas palabras de Darel se desvanecieron en el aire cuando el puño de Alexxt lo golpeó con toda la fuerza que tenía. El impacto resonó como un trueno, y Darel cayó hacia atrás, estrellándose contra el suelo, derrapando en su caída hasta quedar inmóvil. El aula quedó en silencio absoluto.
Alexxt respiraba con dificultad, su pecho subiendo y bajando rápidamente, el temblor de sus manos aún visible. Dio un paso hacia adelante, su mirada fulminante dirigida a Darel, que ahora permanecía en el suelo, completamente atónito.
—No me importa que te metas conmigo —su voz era dura, quebrada, pero llena de determinación—. Puedes burlarte todo lo que quieras de mí, llamarme débil, sin clase o lo que se te ocurra…
Se agachó, quedando justo frente a Darel, quien no se atrevió a mover ni un dedo.
—Pero no dejaré que te metas con mi familia.
Las palabras resonaron con fuerza en el aula. Nadie dijo nada, pero todos entendieron: Alexxt ya no era solo el hijo de los héroes caídos, sino un joven dispuesto a luchar con todo por lo que amaba.
—¡Alexxt! ¡Darel! —gritó el profesor Thariel, corriendo hacia ellos.
Pero ya era tarde. Darel se levantó furioso, limpiándose un hilo de sangre del labio.
—¿Quieres pelear, inútil? ¡Ven aquí!
Se lanzó hacia Alexxt y ambos cayeron al suelo, intercambiando golpes desordenados mientras los demás gritaban y se apartaban.
—¡Basta ya! —rugió Thariel, separándolos a la fuerza. Sujetó a Darel por el brazo y señaló a Alexxt con un gesto severo—. ¡Los dos, a la dirección, ahora mismo!
Mientras los llevaban fuera del aula, Darel lanzó una última mirada a Alexxt, con una sonrisa peligrosa en los labios.
—Nos vemos después, sin clase. Esto no ha terminado.
Alexxt no respondió. Pero en su interior, algo ardía con más fuerza que nunca.
Tras el altercado en el aula, Alexxt y Darel fueron llevados a la dirección, donde esperaban las consecuencias de su enfrentamiento. El Director de la academia, un hombre de mirada fría y autoritaria, los esperaba detrás de su escritorio, con una expresión que mostraba desdén por la insolencia de ambos.
—¿De verdad pensaron que esto quedaría sin consecuencias? —dijo el Director, su voz gélida resonando en el despacho.
Darel, que aún lucía una sonrisa arrogante, se apoyó en la mesa del Director, como si ya supiera lo que iba a suceder.
—Es solo un pequeño desacuerdo, Director. No es nada grave, ¿verdad? —dijo, sus ojos brillando con burla.
El Director lo miró fijamente antes de dirigir su mirada hacia Alexxt. Los ojos de este se encontraron con los suyos, y en ese momento, Alexxt sintió el peso del desprecio. Era evidente que la posición de su hermana Aelynn en la academia no ayudaba a la situación. El Director sabía perfectamente quién era él, el "hermano sin clase", y lo veía como una distracción para la imagen de la academia.
—La violencia no tiene lugar en mi academia, eso es cierto —respondió el Director, su voz rígida—. Pero en este caso, parece que no tienen la madurez suficiente para resolver sus diferencias de otra manera. —Hizo una pausa, dejando que la tensión aumentara en la sala—. Así que, ambos participarán en un duelo oficial en la Arena de Combate. Un duelo público, bajo supervisión, para que aprendan lo que significa la disciplina, el control... y sobre todo, la fuerza.
Alexxt apretó los dientes. A pesar de la rabia que sentía por Darel y la injusticia de la situación, algo dentro de él se retorcía al saber que el Director lo veía como un obstáculo, un simple "sin clase" que no merecía el respeto de nadie.
Darel, sin embargo, no mostró ninguna sorpresa, solo una sonrisa aún más arrogante.
—Esto será interesante —dijo, como si ya tuviera la victoria en sus manos.
El Director se inclinó ligeramente hacia adelante, dejando en claro que esperaba que no hubiera objeciones.
—Este duelo será una lección para ambos, pero sobre todo para ti, Alexxt. Tal vez después de este enfrentamiento, entiendas lo que realmente significa estar aquí. —Sus palabras fueron como un golpe directo al ego de Alexxt, reforzando la humillación que ya sentía.
Alexxt, con el rostro tenso y los puños apretados, se obligó a responder con calma. Aunque su cuerpo entero le gritaba que luchara contra la injusticia, sabía que no podía oponerse.
—No tengo objeciones, señor —respondió en voz baja, su tono apenas audible.
Darel, sin embargo, no ocultó su sarcasmo.
—Parece que ambos estamos de acuerdo —dijo con una sonrisa burlona, mirándolo con desdén—. Veremos quién es el que se queda en pie después del duelo.
El Director los miró una última vez, asegurándose de que sus palabras quedaran claras.
—Entonces, mañana al amanecer, en la Arena de Combate. ¡Que no se repita un incidente como el de hoy! —ordenó, antes de hacer un gesto para que ambos salieran de su oficina.
Con una mirada fulminante, Darel salió primero, dejando a Alexxt solo por un momento más. Este se quedó en la puerta, con el corazón acelerado, sintiendo la presión de lo que se avecinaba. Sabía que ese duelo no solo pondría a prueba su habilidad física, sino su voluntad de seguir adelante en un lugar que no lo aceptaba.