Chereads / Rosas De sangre Para El Final De La Villana / Chapter 3 - Capitulo Dos: Las raíces

Chapter 3 - Capitulo Dos: Las raíces

A la espera del príncipe Gabriel, Bleick permanece sentada en el interior de un carruaje decorado con detalles dorados y grabados antiguos que cuentan historias de viejas glorias del reino. Afuera, los sonidos metálicos de las armaduras resuenan mientras los caballeros organizan su formación. Sus voces graves, mezcladas con órdenes precisas, son apenas audibles entre el crujir de las ruedas sobre el camino empedrado. A través de la pequeña ventana del carruaje, Bleick observa cómo el amanecer tiñe el cielo con tonos dorados y rosados, iluminando el polvo que flota en el aire.

Cuando desciende del carruaje, su vestido, aunque sencillo para sus estándares, parece captar la luz de una manera peculiar, como si estuviera tejido con hebras de un cielo nocturno. Los caballeros se detienen al verla, y en un acto sincronizado, enderezan sus posturas y se colocan en formación. El leve tintineo de las espadas y escudos acompaña sus movimientos.

—Lo que menos deseo es llamar la atención —exige Bleick con una voz firme, que resuena como el eco de una campana en una catedral. Sus ojos carmesí, resplandecientes como brasas, analizan a los hombres con frialdad mientras ajusta su capucha para cubrir parte de su cabello oscuro.

Gabriel llega poco después, vestido con ropajes humildes, casi indistinguibles de los de un campesino común. Sin embargo, su caminar denota una rigidez que delata su incomodidad. El príncipe mira a su hermana con el ceño fruncido, su desconfianza hacia ella palpable en cada uno de sus movimientos. La criada que lo acompaña retrocede silenciosamente, dejándolos solos frente al carruaje.

Bleick sonríe, una expresión que resulta tan enigmática como perturbadora, pues oculta tanto ternura como un atisbo de diversión. Observa al joven con una intensidad que lo hace retroceder instintivamente. Sin palabras, ambos suben al carruaje, iniciando su viaje hacia el pueblo conocido como "El Jardín".

El interior del carruaje, aunque diseñado para la comodidad, parece convertirse en una trampa silenciosa para Gabriel. Se aferra a la ventana, sus ojos buscando desesperadamente cualquier distracción en el paisaje cambiante. Afuera, los campos se extienden como un océano verde, con árboles antiguos que se alzan como centinelas de un pasado olvidado. Dentro, Bleick lo observa con detenimiento, sus pensamientos un torbellino de recuerdos y planes.

"¡Qué adorable es!" piensa Bleick mientras se permite pequeñas risitas al ver a su hermano intentando parecer invisible en su ropa de campesino.

El príncipe, incómodo bajo su mirada, finalmente voltea hacia ella. Sus ojos se cruzan, y el brillo carmesí en los de Bleick lo inmoviliza. Sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo, Gabriel se encoge, llevándose las manos a la cabeza en un intento por protegerse de algo que no comprende.

Bleick, sin dejar de mirarlo, nota la cicatriz en el brazo izquierdo del príncipe. Es un recordatorio de su propia pluma, de la crueldad que ella misma diseñó para este personaje. Una punzada de melancolía la invade, mezclada con un atisbo de arrepentimiento que lucha por ocultar.

—Gabriel, una vez que lleguemos a nuestro destino, me obedecerás en todo. De otra manera, te venderé como esclavo. —Su voz, aunque suave, lleva un filo helado que congela el aire entre ellos. Ajusta su capucha, ocultando su expresión.

El joven asiente rápidamente, sus ojos reflejando una mezcla de miedo y confusión. Sin embargo, Bleick sonríe de nuevo, esta vez con una calidez que desarma cualquier barrera que Gabriel pudiera haber levantado.

—Es broma. Nunca te vendería. —Le acaricia la cabeza, sus dedos moviéndose con una suavidad inesperada. Gabriel, desconcertado, se queda en silencio, sintiendo una calidez desconocida que lo llena de confusión.

El carruaje finalmente se detiene. Los caballeros, ahora vestidos como aldeanos, anuncian que han llegado. Al bajar, Bleick y Gabriel son recibidos por un aire pesado, cargado de los olores de la pobreza: humo, estiércol y el hedor de la enfermedad. El pueblo de "El Jardín" es una sombra de lo que su nombre sugiere. Calles llenas de barro, casas torcidas por el tiempo, y figuras humanas que se mueven como espectros entre las sombras.

Bleick toma la mano de Gabriel, un gesto que sorprende al príncipe. Sus dedos, cálidos y firmes, parecen una promesa silenciosa de protección. Mientras caminan, ella mantiene la mirada fija, analizando cada rincón, cada rostro, buscando algo que sólo ella comprende.

De pronto, se detienen frente a una tienda cuya fachada parece luchar por mantenerse en pie. La madera está carcomida, y extraños símbolos están pintados en las paredes, como una advertencia o una invitación a lo desconocido. Bleick hace un gesto a uno de los caballeros, ordenándole que la acompañe.

Dentro, el aire es denso y huele a hierbas secas y cera quemada. Los ojos de Bleick recorren el espacio: estanterías llenas de frascos con líquidos de colores imposibles, cráneos humanos adornados con piedras preciosas, y pinturas que parecen moverse ligeramente cuando nadie las mira.

—Una bruja —murmura el caballero, su voz temblando.

—No. Una adivina —corrige Bleick, su tono implacable.

La mujer encubriendo su rostro del otro lado de la habitación los observa con ojos que parecen perforar el alma. En ese instante, el caballero cae inconsciente, su cuerpo golpeando el suelo con un estruendo seco. Bleick ni siquiera parpadea.

—Espero que lo despiertes más tarde. Lo necesito vivo. —Cruza los brazos, desafiando la mirada de la adivina, mientras un aire casi sobrenatural parece envolverlas.

La tienda está envuelta en penumbra, iluminada solo por la luz vacilante de un candelabro oxidado. El aroma a incienso pesado y especias desconocidas impregna el aire, haciendo que la atmósfera sea casi irreal. Bleick, de pie con una postura tensa y dominante, fija su mirada afilada en la adivina arrodillada frente a ella. La mujer, con una sonrisa abrumadora y ojos llenos de un fervor casi reverencial, sostiene un espejo antiguo entre sus manos.

—Mi creadora... no se preocupe por eso —dice la adivina con una voz Suave y aterciopelada, como si estuviera revelando un secreto cósmico.

Bleick observa el espejo con desconfianza, pero su semblante se transforma al instante en furia contenida cuando ve lo que este le muestra. Allí, reflejada, no está la figura majestuosa que espera ver, sino una mujer demacrada y frágil: cabello marrón oscuro, descuidado como raíces olvidadas en la tierra, rostro demacrado, piel pálida como un lienzo sin vida. Su yo rea.

La rabia hierve en su interior como un volcán a punto de estallar. Sin pensarlo dos veces, su puño se estrella contra el cristal, que se hace añicos con un sonido como campanas rotas.

-¡Déjate ya de jugar! Solo dime dónde está Michel -escupe Bleick, su tono venenoso y oscuro, impregnado de desesperación y una ira apenas contenida.

La adivina no se inmuta ante la agresión; al contrario, parece disfrutar cada instante. Su sonrisa se ensancha mientras recoge los fragmentos del espejo, como si fueran tesoros.

-Es muy simple, mi creadora... Michel es el personaje estrella de esta obra. —

La mujer se levanta con un movimiento fluido.

Su risa reverbera en la tienda, burlona y llena de un deleite perverso. Bleick aprieta los puños, sus uñas clavándose en la palma de su mano mientras trata de mantener la Compostura.

-¡No entiendo por qué te enfadas! - continúa la adivina, sus ojos brillando como si hubiera descubierto un juego fascinante - Tú ya lo sabías, ¿no es así?-

En un arrebato de ira, Bleick se acerca a ella y, con un movimiento rápido, arranca la capucha de la adivina. El aire parece detenerse. La princesa retrocede un paso, helada. Ante ella, el rostro de la adivina es su propio rostro.

—Usted no me dio uno, así que tuve que pedirlo prestado — dice la adivina con un tono burlón y divertido — Espero no le moleste. —

El estómago de Bleick se revuelve. Algo sobre esa versión torcida de su propio rostro la llena de asco y repulsión. Da media vuelta, sus ojos clavándose en la puerta como si esta fuera su única salida de ese retorcido juego.

—Sabes lo que tienes que hacer... solo hazlo — murmura en voz baja, su tono frío como el acero, vacío de emoción.

La adivina observa en silencio, su risa burlona nunca abandornando su rostro. Con un chasquido de sus dedos, el caos comienza a desatarse. Afuera, los gritos de los guardias y el rugir de las espadas Ilenan el aire. El desgarrador grito de Gabriel corta el momento como una daga.

—Listo.. que te vaya bien siendo la heroína — declara la adivina antes de desaparecer en las sombras, su carcajada resonando incluso después de que se ha ido.

La tienda queda atrás, pero los gritos de Gabriel resuenan en la mente de Bleick como un eco constante. Sale corriendo, esquivando los cuerpos de dos guardias caídos que yacen en un charco de sangre. Su mirada apenas se detiene en ellos mientras toma la espada de uno.

La hoja es pesada, pero su determinación pesa más.

Las calles están llenas de una multitud indiferente, y Bleick las atraviesa como una ráfaga, su capa ondeando detrás de ella. El callejón de los contrabandistas se alza como una boca hambrienta al final de su carrera. Alli, entre la neblina, distingue a dos figuras encapuchadas que arrastran a su hermano. Gabriel, atado y tembloroso, lucha inútilmente contra sus ataduras.

—¡Alto! — grita Bleick, su voz cargada de autoridad y furia.

Los secuestradores se detienen, volviéndose hacia ella con sorpresa y, luego, diversión. Al verla sola, sin armadura ni escolta, lanzan una risa gutural.

— ¿Y qué harás tú?-pregunta uno, desenfundando su espada con

desprecio — ¿Acaso crees que puedes enfrentarte a nosotros? —

Bleick no responde. Su mirada se endurece mientras alza su espada, la hoja reflejando el brillo de los faroles cercanos. El primer hombre avanza, moviendo su espada con confianza, Como si ella fuera una presa fácil.

Él ataca, su espada buscando el rostro de Bleick, pero ella se mueve con rapidez, esquivando el golpe y girando sobre sus talones. En un movimiento fluido, hunde su espada en el abdomen del hombre. Su precisión es letal, y el brillo de sus ojos rojos parece arder más intensamente.

El segundo secuestrador, al ver caer a su compañero, arroja a Gabriel al suelo con fuerza. El nifño suelta un grito de dolor, Bleick siente que su corazón se encoge. Su ceño se frunce y su furia se intensifica.

El hombre se lanza hacia ella con ambas espadas. Las hojas chocan con fuerza, creando destellos de luz en la

penumbra. Bleick se esfuerza por

igualar su fuerza, pero su oponente es más corpulento. Sintiéndose acorralada, se desliza con agilidad, esquivando un golpe que habría sido fatal.

Se posiciona frente a Gabriel, protegiéndolo con su cuerpo. Un descuido le cuesta una herida en el brazo, la sangre tiñendo su ropaje.

Gabriel grita, el miedo evidente en su rostro infantil. Bleick maldice entre dientes, pero no se detiene.

Con un grito de guerra, desvía el siguiente ataque y, aprovechando un instante de vulnerabilidad, golpea al hombre en la entrepierna con toda su fuerza. Él se tambalea, soltando un alarido de dolor, Bleick aprovecha para hundir su espada en su garganta.

El silencio cae como una losa. Los dos secuestradores yacen en el suelo, inmóviles, y la sangre empapa las piedras del callejón. Gabriel tiembla, lágrimas corriendo por sus mejillas, mientras Bleick se acerca a él. Sus manos, ensangrentadas y temblorosas, desatan las cuerdas que lo atan.

-Lo siento... -susurra, atrayéndolo hacia un abrazo protector.

El niño Ilora desconsolado, y Bleick, aunque cansaday herida, lo sostiene con firmeza. "Lo logré."