El ambiente de la sala es cálido, casi idílico. Las luces del amanecer se cuelan por los altos ventanales, proyectando suaves destellos sobre la madera pulida de la mesa. Una tetera de porcelana, decorada con intrincados patrones dorados, reposa entre dos tazas acompañadas de un pequeño plato de galletas delicadamente dispuestas. A primera vista, podría parecer un momento pacífico entre hermanos. Sin embargo, la atmósfera lleva consigo una tensión subyacente, palpable incluso en los gestos más sutiles.
Bleick sostiene su taza con elegancia, sus delgados dedos apenas rozando la porcelana. Sus ojos carmesí brillan con una intensidad contenida mientras lanza una sonrisa cálida, un gesto inusualmente gentil que contrasta con la fría reputación que siempre la ha precedido.
-Me gustan estas galletas... ¿A ti también? -pregunta con voz suave, inclinando ligeramente la cabeza hacia Gabriel.
El niño, sentado frente a ella, se remueve incómodo en su asiento. Su mirada se posa en su propia taza, evitando el contacto visual.
-S-sí... -responde finalmente, aunque su tono denota más desconcierto que afirmación.
El hecho de verla sonreír lo descoloca. Para él, Bleick no es alguien que exprese emociones tan humanas.
Siempre la ha percibido como distante, casi inalcanzable, como una estatua de mármol que jamás se quiebra. Ahora, ese gesto amable y la calidez de su voz le resultan extraños, incluso perturbadores.
Bleick nota su incomodidad. Su sonrisa se desvanece ligeramente, y lleva los dedos a sus labios, como si intentara contenerse.
-Lo siento... -dice con un leve tono de vergüenza- Es que no puedo hacer mi sonrisa más... natural. -
La confesión lo toma por sorpresa. Gabriel parpadea varias veces antes de responder, torpemente.
-¡¿Eso es todo?! -exclama, casi en un grito, antes de aclararse la garganta y adoptar un tono más serio
- Entiendo... lo tendré en cuenta. -
Bleick deja escapar una pequeña risa, más auténtica que su sonrisa previa.
-Gracias, Gabriel. -Su tono es cálido, casi afectuoso, antes de cambiar ligeramente al notar algo - Por cierto, no has tocado tu té... Es de limón, tu favorito -
Gabriel desvía la mirada, evitando responder. Sus manos permanecen inmóviles sobre la mesa, mientras su mente se llena de dudas y temores.
-No tiene veneno... -comenta Bleick, soltando un suspiro al darse cuenta de lo que pasa por la cabeza del menor.
Sin vacilar, toma la taza del príncipe y bebe un sorbo. El movimiento es tan inesperado que Gabriel queda paralizado, con los ojos muy abiertos.
-Está delicioso. -declara Bleick con sencillez, devolviendo la taza a su lugar y levantando el pulgar en un gesto de aprobación.
El príncipe, aún atónito, observa la taza antes de finalmente levantarla y llevarla a sus labios. El té es reconfortante, su sabor cálido y familiar. Sin embargo, nada de eso calma las preguntas que lo carcomen.
-C-creo que necesito una explicación... -murmura, su voz cargada de tristeza.
La mirada fija en la taza traiciona el peso de los recuerdos que lo atormentan.
Bleick lo observa con detenimiento. Por un instante, parece debatirse entre lo que quiere decir y lo que debe ocultar.
Finalmente, rompe el silencio, su voz adquiriendo un matiz más profundo.
-Tú no arruinaste el jardín, Gabriel... Lo hiciste único... -Sus palabras son suaves, pero llevan una fuerza que hace que el niño alce la cabeza, sorprendido -Todos querían esa rosa dorada. Todos la admiraban, la cuidaban, la deseaban. Fue eso lo que hizo que las demás se llenaran de envidia y terminaran marchitándose. -
Mientras habla, sus dedos acarician con delicadeza el cabello dorado del menor, un gesto tan inesperado como sus palabras. Gabriel siente que el tiempo se detiene, como si el peso del mundo se aligerara momentáneamente bajo su toque.
-P-pero yo... ¡Yo no soy perfecto! -protesta él, bajando la cabeza mientras lágrimas silenciosas ruedan por sus mejillas. La inseguridad y la culpa que ha cargado por tanto tiempo se desbordan en ese instante.
Bleick, con una delicadeza inusual, eleva el rostro del niño, obligándolo a mirarla. Se inclina y deposita un suave beso en su frente. El gesto rompe las defensas de Gabriel, quien comienza a llorar abiertamente, dejando salir todo el dolor acumulado.
-Espera... -dice Bleick con una risita ligera, mientras retira una lágrima de la mejilla del menor - Es muy temprano para que llores. -
El comentario logra arrancarle una pequeña sonrisa a Gabriel, quien rápidamente se seca las lágrimas con la manga.
-Lo siento... -murmura él, tratando de recomponerse.
Bleick lo observa en silencio por unos instantes, sus ojos carmesí llenos de una calma insondable. Pero dentro de ella, un pensamiento permanece fijo, oscuro y calculador. Mientras bebe otro sorbo de té, su mente no deja de analizar la situación.
"Es demasiado obediente... demasiado bueno. Debe haber escuchado la noticia del Conde."
Aunque su rostro muestra una expresión de indiferencia habitual, sus pensamientos van mucho más allá.
Sabe que el pequeño príncipe es más que un simple niño lleno de inseguridades; es una pieza clave en un tablero mucho más grande, y Bleick está decidida a jugar sus cartas con cuidado.
La sala del té permanece tranquila, pero la atmósfera cambia con cada palabra que sale de los labios de Bleick. Su voz, suave y medida, rompe el silencio con una calma casi ensayada, mientras observa al pequeño príncipe frente a ella.
-Padre me contó que el Conde Sariel Derecttore vendrá de visita al reino... -murmura con aire despreocupado, tomando un sorbo de su té. Luego, con una sonrisa ligera, añade - Es más, me dijo que lo considera un prometido para mí. ¿Puedes creerlo? -
El comentario es tan inesperado que Gabriel, distraído con su taza, se ahoga con el té. Comienza a toser violentamente, atrayendo la mirada de la princesa, quien lo observa con una mezcla de curiosidad y burla.
Mientras el niño recupera el aliento, Bleick reflexiona para sí misma, sus pensamientos teñidos de ironía.
"Bueno, parte de la novela sigue el camino original. Apostaría que ahora me pedirás que te lo presente."
Gabriel, aún algo afectado por el incidente, logra finalmente recomponerse. Endereza su postura con elegancia forzada, tomando la servilleta y limpiándose la boca como si nada hubiera pasado. Sin embargo, su rostro sigue mostrando cierta tensión.
-El Conde Sariel... supongo que es un buen partido -comenta Bleick, su tono deliberadamente neutral. No hay entusiasmo ni interés genuino en sus palabras, como si la idea de un compromiso con Sariel le resultara tan irrelevante como el clima.
Hace una pausa, llevándose la mano al mentón en un gesto pensativo.
-Además, es muy famoso por su manejo de magia, aunque últimamente parece estar buscando ayuda para crear algún tipo de artefacto. -
Estas palabras parecen caer como un rayo sobre Gabriel. La palidez se extiende por su rostro mientras sus manos comienzan a temblar ligeramente, traicionando su intento de mantener la compostura.
-¿De verdad? -pregunta, con un tono que pretende ser casual, aunque su voz tiembla ligeramente. Sus dedos tamborilean nerviosamente sobre la mesa, un gesto que no pasa desapercibido para Bleick, quien lo observa con atención.
-Pensaba que los artefactos mágicos ya estaban todos descubiertos -añade él, intentando sonar curioso en lugar de preocupado. Sin embargo, la intranquilidad en su mirada lo delata.
Bleick, divertida por su reacción, sonríe con un deje de malicia. Su expresión se torna aún más juguetona mientras toma una galleta y la lleva a sus labios con teatralidad.
-Si lo consigue, eso lo haría el mejor candidato para ser mi esposo, ¿no crees? -dice, guiñándole un ojo y acompañando sus palabras con una sonrisa burlona.
El comentario, aunque disfrazado de ligereza, parece golpear a Gabriel como una daga. Su mente se llena de preguntas y temores, pero no deja que su inquietud trascienda más allá de lo evidente. En cambio, fuerza una leve sonrisa, intentando responder con la misma neutralidad que Bleick, aunque su corazón late desbocado.
Bleick lo observa detenidamente mientras mastica su galleta. La aparente calma en su rostro contrasta con la intensa atención que presta a cada uno de los gestos de Gabriel. Algo no encaja, y lo sabe. El niño está ocultando algo, la mención del Conde Sariel parece haber despertado en él un nerviosismo que no logra disimular del todo.
"Interesante..." piensa Bleick, mientras bebe un último sorbo de té. Para ella, este juego apenas comienza.
La tensión en la sala se siente como una cuerda a punto de romperse. Gabriel mantiene su mirada fija en Bleick mientras los pensamientos lo
atormentan.
"Si eso pasa... ¿ella se iría?" reflexiona el pequeño, observando detenidamente a la princesa con una mezcla de curiosidad y temor. En su mente, el nombre del Conde Sariel se convierte en un eco que no puede ignorar.
"El Conde... podría usarlo."
Bleick nota su mirada persistente y responde con un destello de malicia en sus ojos. Durante un instante, una Sonrisa afilada aparece en su rostro, pero rápidamente la cubre con la mano, dejando entrever su habilidad para esconder sus verdaderas intenciones.
-Pero.. yo no quiero separarme de ti - dice la princesa con un tono dulce, casi melancólico - Justo ahora estábamos comenzando a llevarnos bien.-
Gabriel, sorprendido, balbucea una respuesta mientras intenta mantener la Compostura.
- ¡N-No te preocupes! Marín me cuidará muy bien. - Desvía la mirada hacia su sirvienta, quien asiente tímidamente, respaldando sus palabras.
Bleick sonríe, pero esta vez su gesto parece más calculado.
-De eso no tengo duda, Gabriel-responde con suavidad
-Pero estaba pensando... quizás podria pedirle al Conde Sariel que te ayude con tu afinidada la magia. -
El comentario hace que los ojos de Gabriel se abran de par en par, y su respiración se acelera.
Nadie, absolutamente nadie, debía saber acerca de su conexión con la magia. ¿Cómo lo había descubierto?
Antes de que pudiera formular una respuesta, los ojos carmesí de Bleick comienzan a brillar con una intensidad
perturbadora. Su sonrisa, pequeña pero profundamente inquietante, desarma cualquier intento de disimulo por parte de Gabriel.
-No te alteres. - La voz de la princesa es un susurro venenoso. - No le diré a tu padre, lo prometo. Quiero que nos llevemos bien, Gabriel. Quiero que seas mi aliado. Pero no por confianza... sino por un objetivo en particular. -
Se levanta lentamente de su asiento y camina hacia él con una gracia intimidante. Gabriel siente que su respiración se entrecorta mientras la princesa se acerca peligrosamente.
-¿Qué estás diciendo, hermana? - pregunta en un tono tímido y nervioso, retrocediendo instintivamente.
Bleick se inclina hacia él, acortando la distancia entre sus rostros. Sus ojos quedan enfrentados, el hielo de Gabriel intentando resistir el fuego abrasador en la mirada de Bleick.
- Qué bueno eres actuando ~- dice Bleick, su tono dulce y burlón perforando las defensas del pequeño.
Gabriel frunce el ceño, sintiendo cómo su plan cuidadosamente armado comienza a derrumbarse bajo el escrutinio implacable de su hermana.
La princesa alarga la mano y toma el rostro de Gabriel entre sus dedos. Una sonrisa inquietante se dibuja en sus labios mientras pronuncia su siguiente sentencia.
- Ambos salimos beneficiados, ¿no? Tủ matarás al Rey y tomarás el trono. Y yo... bueno, yo conseguiré mi final feliz-
El silencio que sigue a sus palabras es como un trueno contenido, cargado de peligro. Gabriel, con una voz oscura que apenas parece la suya, responde.
-Hablar de asesinar al Rey se castiga con la decapitación... hermanita. -
Bleick, lejos de sentirse intimidada, suelta una carcajada suave pero gélida.
La sirvienta de Gabriel, que ha
permanecido en la habitación como una sombra, queda paralizada por el sonido, incapaz de moverse.
-No dudarías en ir a ver cómo mi cabeza rueda en el suelo, ¿verdad? - dice Bleick, su voz cargada de una falsa inocencia. - Pero tu pequeña ilusión no será posible. Yo soy tu salvación, Gabriel. -
Aprieta con suavidad las mejillas del pequeño, su gesto una mezcla inquietante de ternura y control. Sus ojos carmesí siguen fijos en él, y Gabriel siente como si su alma estuviera siendo despojada de cada capa de protección.
-¡JA! - exclama Gabriel con una risa forzada, su frustración rompiendo cualquier vestigio de etiqueta. - ¡¿Tú?!... ¡¡Solo eres una maldita serpiente!! -
La intensidad de sus emociones lo domina, y su mano enguantada se eleva casi por instinto, deteniéndose a pocos centímetros del rostro de Bleick.
Su respiración es pesada, sus
pensamientos un caos, mientras Bleick mantiene su sonrisa intacta.
La sala del té, está bañada por una luz dorada que se filtra a través de los altos ventanales decorados con intrincados vitrales que proyectan colores sobre las paredes de piedra y sobre los hermanos.
-Te necesito, hermano.. -
Gabriel, sentado en una silla alta de respaldo ornamentado, se congela al escuchar esas palabras. Su respiración se vuelve errática, y sus pensamientos, caóticos.
"¿Es esto parte de su manipulación? ¿ hay algo genuino en Su tono?", se pregunta, pero la duda se cuela en su resolución como una sombra.
- Brillas con el sol.. - continúa Bleick, su voz dulce y calculadora. Luego, se aleja hacia la ventana, dejando que su silueta quede enmarcada por el paisaje del reino: un extenso jardín con rosales enredados y fuentes de mármol que relucen bajo la luz matutina.
Gabriel respira profundamente, intentando recuperar la compostura.
Pero la palabra "madre" emerge de sus recuerdos como un eco doloroso, un recordatorio de las heridas que nunca sanaron. Intenta despejar esos pensamientos y enfoca su atención en la princesa.
-Tú... tendrás mi ayuda. Pero con una condición. - Se levanta, su voz más firme, aunque aún cargada de cautela.
- Firmarás un contrato de sangre. -
Bleick se da la vuelta lentamente. Una sonrisa dulce y enigmática cruza su rostro, pero en sus ojos rubí brilla una chispa de triunfo.
-Por supuesto, mi florecilla. -
El apodo provoca un escalofrío en Gabriel. Su ceño se frunce, y su voz tiembla al replicar.
-N-No me llames así.. Marín, trae un Contrato. -
La sirvienta, que había estado de pie cerca de la puerta, asiente rápidamente, aunque el sudor recorre su frente. Sale apresurada, dejando a los hermanos en un incómodo silencio que parece prolongarse por horas.
El tiempo se mide en los leves ruidos de las hojas que crujen fuera de la ventana y el suave tic-tac de un reloj sobre el escritorio de Bleick.
Finalmente, Marín regresa jadeante, con un rollo de papel entre las manos. Lo coloca sobre una mesa de madera tallada con grabados de rosas en sus esquinas.
- Haz los honores - ordena Gabriel, limpiando un cuchillo de hoja plateada que había estado junto a un plato de dulces. Su mirada no abandona a Bleick, tratando de descifrar cada uno de sus movimientos.
La princesa avanza con la gracia de un depredador. Toma el cuchillo sin prisa y presiona su pulgar izquierdo contra la hoja, dejando que una gota de sangre carmesí caiga sobre el contrato. En el instante en que la sangre toca el pergamino, la habitación se llena de una luz cegadora que obliga a Marín y Gabriel a entrecerrar los ojos.
-Sangre real pura... -murmura Gabriel, su tono lleno de desprecio
-No cabe duda de que eres hija de ese bastardo. -
Sin embargo, él también se corta el pulgar, dejando que su propia sangre caiga. Aunque su brillo es más tenue, el contrato se sella mágicamente con una chispa que corre por el pergamino.
Bleick sonríe con diversión mal disimulada.
-Aún eres muy joven, hermano. Me pregunto... ¿leiste la letra pequeña? -
Gabriel toma el papel con rapidez, sus ojos recorren las líneas con creciente alarma.
:
-O-OYE! i¿QUÉ SIGNIFICA ESTO?! - exclama, su voz cargada de frustración y miedo.
Marín, temblando, se acerca al contrato y lo lee con incredulidad antes de quedarse inmóvil, demasiado aterrada para reaccionar.
- Como ves, me serás absolutamente leal, no podrás enamorarte ni casarte sin mi consentimiento, y... - Bleick hace una pausa para disfrutar su reacción. - Además, serás lindo conmigo.
Su guiño y sonrisa burlona solo intensifican la rabia de Gabriel.
- Y que podré ascender al trono solo cuando tú mueras o decidas dejarlo! - grita, golpeando la mesa con fuerza. Su frustración es palpable, y la madera del escritorio tiembla bajo su mano enguantada.
Bleick no puede contener una carcajada.
- Oh, hermanito, no te molestes. No seré mala contigo. Después de todo, serás el próximo Rey. - Levanta un pulgar en un gesto burlón, su expresión rebosando satisfacción.
Gabriel, con el rostro encendido de ira, sale de la habitación acompañado de Marín, quien no se atreve a mirarlo a los ojos. Una vez solos, Bleick se recuesta en su silla, su sonrisa amplia y triunfante.
"El héroe ya está en mis manos", piensa con deleite.
Sin embargo, su mirada se oscurece al pensar en el Rey Demmir. Él es la verdadera amenaza para sus planes. "Su mera existencia podria arruinarlo todo... pero si juego bien mis cartas, su caída será inevitable."
Al día siguiente, Bleick se sienta a la mesa junto a su padre y Gabriel para desayunar. El comedor es amplio, con paredes decoradas con tapices que narran historias de guerras pasadas y un candelabro que ilumina la sala con un tono frío.
El ambiente es lúgubre; el Rey Demmir come en silencio, proyectando una autoridad opresiva que todos sienten.
Cuando terminan, Bleick y Gabriel se dirigen al jardín real. Entre los rosales y los sauces que danzan con el viento, el príncipe observa con desconfianza a su hermana. Pero Bleick, con una expresión serena y calculadora, solo sonríe. Todo está saliendo según su plan.
Los jardines del palacio se extienden en un mar de rosales blancos, sus pétalos brillando bajo la luz del sol. El perfume dulce de las flores impregna el aire, aunque no logra suavizar la tensión entre los hermanos. Bleick, con su porte regio y un vestido negro decorado con bordados de plata, se cruza de brazos, su expresión confiada mientras observa a Gabriel con una ceja alzada.
-¿Cómo va tu entrenamiento? -pregunta la princesa con un tono aparentemente casual, aunque cargado de provocación. - El Conde Sariel es muy difícil de impresionar.-
Gabriel, sentado en un banco de piedra junto a los rosales, aprieta los puños. Su mirada cae sobre sus manos, y una maldición escapa de sus labios en un susurro que apenas se oye por encima del canto de los pájaros.
Bleick, divertida, suelta una pequeña carcajada.
-Eso suena a que las cosas no van tan bien. Tal vez... podría ayudarte. -
Coloca las manos en su cintura y alza la barbilla con aire de superioridad, como si su oferta fuera un regalo del cielo.
El pequeño príncipe alza la vista hacia ella, su ceño fruncido. Su incredulidad es evidente, y su tono burlón no se hace esperar.
-¿En serio? ¿Esto es una broma o algo así? -
Bleick arquea una ceja y se pasa una mano por el cabello, acomodando un mechón suelto con un gesto deliberado.
-¿Sabes que soy la primogénita del Rey Demmir? ¿O acaso debo recordarte quién es él? -
-Ah, claro... - responde Gabriel con sarcasmo -Ese tirano cuya sangre es magia pura, ¿verdad?... No tenía idea de que eras su hija. -
Marín, la sirvienta de Gabriel, da un paso atrás, incómoda con el tono que toma la conversación. Sus ojos nerviosos pasan de uno a otro, pero se detienen más tiempo sobre Bleick, quien es conocida como "la Rosa Negra" en los pasillos del palacio, tanto por su belleza como por su peligrosa astucia.
-Si vas a seguir con esa actitud -replica Bleick con una sonrisa burlona- creo que debería guardar mis encantos mágicos para mi futuro esposo, el Conde Sariel. -
Las palabras logran su cometido. Gabriel frunce el ceño y desvía la mirada, recordando el compromiso que acecha como una sombra. Suspira, frustrado, mientras Marín lo observa con una expresión casi compasiva.
Ante la mirada acusatoria de Bleick, la sirvienta baja la cabeza, como si temiera que hasta su respiración fuera juzgada.
-Está bien... -cede Gabriel, rascándose el cabello en un gesto de impotencia.
Bleick sonríe con triunfo, un brillo travieso en sus ojos.
-Un "gracias" no estaría mal, pero no voy a pedir demasiado... Bueno, vamos a mi sala. -Sin esperar respuesta, se da la vuelta y comienza a caminar con gracia entre los senderos del jardín, dejando atrás a su hermano y a Marín.
Gabriel la observa alejarse y, con incredulidad, se gira hacia su sirvienta.
-¿Dijo... su sala? -
-C-creo que lo dijo, aunque... no creo que se refiera a esa sala, mi príncipe. -La incertidumbre en la voz de Marín refleja lo que ambos sienten.
Sin embargo, cuando siguen a Bleick y ven hacia dónde se dirige, su suposición se confirma. La princesa los lleva a una de las alas privadas del castillo, un lugar envuelto en rumores y misterio. Al llegar, Bleick los espera impaciente en la entrada, sus dedos tamborileando sobre la cintura.
-¡Por fin! -exclama con un tono dramatizado antes de girarse hacia los caballeros que custodian la puerta-. Abran. -
Los pesados portones de metal, decorados con grabados de dragones entrelazados y runas mágicas, se abren con un chirrido profundo, revelando una sala imponente. Es un espacio vasto e luminoso, con techos altos sostenidos por columnas de mármol negro. Las paredes están adornadas con estanterías llenas de libros, artefactos mágicos y vitrinas que contienen armas relucientes. En un extremo, un grupo de caballeros entrena con espadas y magia, mientras sirvientes limpian y organizan el lugar.
-Aquí podrás estar más cómodo. -Bleick señala diferentes áreas con un ademán elegante. -Allí tienes blancos para practicar, libros por si necesitas estudiar, y asistentes que te corregirán si cometes errores. -
Gabriel y Marín observan con asombro el lujo y la funcionalidad del lugar. No pueden evitar compararlo con el establo donde Gabriel había estado entrenando, un espacio modesto y sin encanto en comparación con esta sala privada.
-Los caballeros están entrenando, así que no estarás solo. -Bleick hace un gesto hacia los soldados, quienes detienen sus actividades para hacerle una reverencia antes de continuar con sus ejercicios. - Han jurado lealtad a mí, así que los he permitido aquí.-
Gabriel frunce el ceño, su desconfianza creciendo.
-No sería prudente que yo esté aquí... Fácilmente tu gente podría... -
Bleick lo interrumpe con un ademán despreocupado, señalando las puertas de metal detrás de ellos.
-Es tu elección. La puerta no tiene un seguro que te impida salir. -Con esas palabras, camina hacia una enorme mesa en el fondo de la sala, cubierta con todo tipo de equipamiento: armas cuerpo a cuerpo, artefactos mágicos y herramientas de alquimia.
Gabriel observa la sala con escepticismo. La opulencia del lugar y la actitud de su hermana lo desconciertan, pero también siente curiosidad. Mientras tanto, Marín lo mira con inquietud, como si temiera lo que podría desencadenarse en ese lugar.
La atmósfera en el ala privada de Bleick se siente cargada de tensión, a pesar del lujo que la rodea. El salón, iluminado por candelabros colgantes con cristales de zafiro, parece vibrar con energía mágica. Las columnas de mármol oscuro están grabadas con runas antiguas que destellan levemente, mientras el eco de las espadas chocando y los pasos de los caballeros resuena en el aire. Bleick, de pie junto a una mesa cubierta de artefactos mágicos, sostiene una conversación con un maestre, su tono seguro y calculador.
El hombre asiente, tras un momento, le entrega una caja ornamentada con grabados de dragones alados que parecen cobrar vida bajo la luz de las lámparas. Bleick, con una mirada indescifrable, se gira hacia su hermano menor y camina hacia él con la caja en las manos.
-¿Qué es eso? -pregunta Gabriel, su curiosidad infantil superando su desconfianza.
-Es un préstamo -responde Bleick con un tono ligero, aunque su mirada guarda algo más profundo. Extiende la caja hacia su hermano, quien duda, pero al final la toma con manos temblorosas.
Marín, absorta en la magnificencia del lugar, apenas repara en el príncipe hasta que un golpe sordo la saca de su trance. La caja ha caído al suelo, y Gabriel, con los ojos muy abiertos, sostiene un par de guantes.
-Estos... son... ¿guantes hechos de piel de dragón? -murmura, incrédulo. Sus manos tiemblan mientras examina las costuras impecables y el leve resplandor que emana de los guantes.
Bleick, observándolo con un destello de compasión en su mirada, asiente lentamente antes de responder.
-Esos artefactos no sirven para mí. Es más, me rechazan. Dicen que el alma del dragón aún habita en ellos, y solo aceptan a quien consideren digno.-
Su tono despreocupado contrasta con el peso de sus palabras. Se cruza de brazos y se da la vuelta, dejando a Gabriel y a Marín inmersos en sus pensamientos.
Poco después, Bleick toma asiento en un banco acolchado cerca del área de entrenamiento, sus ojos carmesí observando con calma a sus caballeros mientras entrenan. Gabriel, por su parte, camina hacia el campo con Marín siguiéndolo de cerca. El príncipe se coloca los guantes con movimientos inseguros, todavía incrédulo por lo que tiene en sus manos.
Frente a un blanco, toma una postura cautelosa y apunta con una mano. Mientras recita una palabra de invocación, una esfera de fuego comienza a formarse, brillando intensamente como un sol diminuto.
Sin embargo, antes de que pueda terminar la frase, la esfera se dispara con fuerza hacia el blanco.
El impacto es devastador. Una explosión resuena en el campo, levantando humo y chispas mientras los sirvientes y caballeros corren para controlar las llamas. El suelo se sacude ligeramente bajo el estruendo, y Gabriel, con los ojos dorados ardiendo, observa la destrucción con un sentimiento de logro.
Ansioso por probar más, recita nuevos conjuros básicos, invocando una serie de ataques elementales que dejan al campo de entrenamiento en ruinas.
Cuando finalmente se detiene, jadeante y cubierto de sudor, levanta la mirada hacia Bleick, quien lo observa desde su asiento.
La princesa deja su taza de té sobre una pequeña mesa a su lado y comienza a aplaudir con lentitud, una sonrisa ligera en sus labios.
-Eso fue... increíble -dice con aparente admiración.
El pecho de Gabriel se infla de orgullo, pero antes de que pueda responder, Bleick termina su frase:
-Increíblemente patético. -
El comentario es como un golpe. La llama del orgullo de Gabriel se extingue de inmediato, pero él desvía la mirada, intentando no mostrar que le afecta.
-Es algo que cualquier caballero puede hacer. -Bleick se levanta con gracia, caminando hacia el centro del campo mientras los caballeros susurran entre ellos, claramente de acuerdo con su evaluación. -Es magia de grado dos. -
Sus palabras son afiladas, y Gabriel siente su frustración crecer. Mira a Marín, quien le devuelve una mirada preocupada, pero al final su atención regresa a su hermana.
-Eso no podría matar a nadie... solo lastimarla... - declara Bleick con un tono que mezcla desdén y autoridad.
Gabriel aprieta los puños, su furia reflejándose en sus ojos dorados. Finalmente, levanta la mano hacia ella, su expresión desafiante y llena de ira.
Los caballeros reaccionan de inmediato, desenvainando sus espadas, pero Bleick levanta una mano para detenerlos.
-¿Lo ponemos a prueba? -murmura Gabriel, su voz baja y cargada de desafío.
La sonrisa de Bleick se amplía, y sus ojos carmesí brillan con emoción.
-Hazlo.-
Sin dudarlo, Gabriel recita con fuerza:
-¡Ignisfer! -
Una bola de fuego se dirige a toda velocidad hacia Bleick. El impacto envuelve el lugar en una cortina de humo, pero un resplandor brillante emerge en el centro del caos. Cuando el humo se disipa, Bleick sostiene la esfera de fuego entre sus manos desnudas. Una neblina negra de magia oscura envuelve la llama, sofocándola lentamente hasta reducirla a cenizas.
-Pequeño e ingenuo... Una lástima que aún no liberes tu verdadero potencial. -Su tono es casi maternal, pero cada palabra pesa sobre Gabriel como una piedra.
El príncipe frunce el ceño, mordiéndose la lengua ante su fracaso. Marín, por otro lado, parece al borde del colapso, llevándose las manos a la boca para sofocar un grito de pánico.
-Si supieras lo que es esforzarte por algo y que alguien lo obtenga fácilmente... -dice Gabriel, con un hilo de voz mientras se quita los guantes y los arroja al suelo.
-Si te obsesionas con lo que tienen los demás en lugar de enfocarte en ti mismo - replica Bleick, caminando hacia él- nunca llegarás a mi nivel.
Con un gesto, ordena a los guardias que suelten al príncipe, quienes al ver que atacó a la princesa lo sujetaron, pero obedecen de inmediato. Gabriel la mira intensamente, su furia transformándose en determinación.
-Entonces, ayúdame, Rosa Negra. -
Bleick lo observa por un momento, su mirada evaluándolo con cuidado.
Finalmente, asiente con un destello de orgullo en sus ojos.
-Por supuesto, Rosa de Oro. -Su voz, aunque suave, resuena como una promesa inquebrantable.