El enfrentamiento con la sacerdotisa estaba a tan solo dos días, y Bleick se encontraba en un estado de euforia contenida. La anticipación era una mezcla embriagadora de emoción y tensión, un cóctel que la mantenía despierta durante las noches, repasando cada hechizo y cada palabra que emplearía frente a su adversaria en caso de necesitarlo. El duelo no sería únicamente un choque de habilidades mágicas, sino también de astucia y presencia. Todo debía estar bajo control.
En las semanas previas, había planificado cada detalle con precisión quirúrgica. Había seleccionado con antelación los vestidos y las joyas que usaría en los encuentros clave: piezas diseñadas para intimidar y cautivar, reflejo de su poder y linaje. Había ordenado que ciertas áreas del inmenso castillo fueran limpiadas y despejadas de artefactos o libros que pudieran revelar información comprometedora sobre su familia. Incluso mandó cerrar y ocultar habitaciones completas, incluyendo la suya propia, que ahora estaba bajo una estricta guardia permanente. Nada, absolutamente nada, debía quedar al azar.
El personal del castillo, desde los sirvientes hasta el jefe de cocina, estaba trabajando al límite. Bleick supervisaba personalmente las opciones de comida, asegurándose de que cada plato reflejara el lujo y el refinamiento de la casa, pero también que no hubiera posibilidad alguna de envenenamiento o sabotaje. Estas eran responsabilidades que normalmente recaerían en su padre, pero su inacción habitual la obligaba a tomar el mando.
A pesar de sus esfuerzos por mantener todo bajo control, sus mayores preocupaciones residían en Gabriel y Jhans. Ambos representaban variables impredecibles en sus cálculos. Gabriel, con su juventud impulsiva y su lealtad voluble, necesitaba ser vigilado de cerca, aunque siempre con la fachada de una hermana protectora. Por otro lado, Jhans, con su espíritu salvaje y desobediente, requería medidas más drásticas. Para él, había contratado los servicios del mensajero desconocido que estaba bajo mando, alguien que lo vigilaría desde las sombras, reportando cada uno de sus movimientos.
Decidida a mantener las tensiones bajo control y con un breve descanso en su apretada agenda, organizó una pequeña fiesta de té en el quiosco blanco del jardín real. Quería observarlos juntos, medir sus actitudes y prever cualquier traición antes de que pudiera gestarse.
El jardín estaba impecable, como siempre. Las rosas blancas y rojas bordeaban los senderos, y una brisa fresca hacía bailar las hojas de los árboles. El quiosco, con su estructura elegante y los cristales de luz que lo iluminaban tenuemente, parecía el escenario perfecto para un encuentro tranquilo. En la mesa central, los sirvientes habían dispuesto una variedad de bocadillos finamente decorados, teteras humeantes y vajilla de porcelana impecable.
Bleick estaba sentada con su usual porte regio, sosteniendo delicadamente una taza de té. Su mirada se alzó cuando escuchó pasos acercándose por los senderos. Por un lado, vio a Gabriel, caminando de manera calmada junto a Marín, su inseparable acompañante. Por el otro, apareció Jhans, haciendo gala de su arrogancia característica.
-¡Una segunda cita! Sabía que la princesa estaba enamorada de mí -exclamó el pelinegro, con una sonrisa burlona que parecía iluminar su rostro.
Sin esperar invitación, se dejó caer bruscamente en una de las sillas de metal y comenzó a devorar los pasteles con una ferocidad que contrastaba con la refinada atmósfera del lugar. Bleick apenas reaccionó, limitándose a dar un sorbo a su té, su rostro tan inescrutable como siempre. Pero por dentro, se sentía una mezcla de irritación y curiosidad. A Jhans le encantaba desestabilizarla.
El sonido de pasos apresurados la sacó de sus pensamientos. Gabriel, con su habitual entusiasmo, corrió hacia ella, con una sonrisa que se desvaneció al notar la presencia del intruso.
-Hermana... Pensé que estaríamos solos -dijo Gabriel, lanzando una mirada fría hacia Jhans, como si fuera un insecto molesto que debía ser eliminado.
Bleick dejó su taza en el platillo con calma. Observó a su hermano con una expresión mezcla de ternura y paciencia, aunque sus palabras siempre cargaban un trasfondo de calculadora intención.
-Esta es una oportunidad para que conozcas a Jhans. ¿No crees que es importante entender a quienes están a nuestro alrededor? -dijo Bleick con suavidad, aunque su tono sugería que no estaba abierta a discusión.
Gabriel frunció el ceño, pero asintió con desgana, tomando asiento junto a ella. Por su parte, Jhans no desaprovechó la oportunidad de provocar.
-Vaya, qué recibimiento tan cálido. Casi siento que soy parte de la familia -comentó mientras devoraba otro pastel, su sonrisa arrogante siempre presente.
-Cuidado, Jhans -respondió Bleick, entrecerrando los ojos mientras lo miraba - La confianza desmedida puede ser peligrosa.-
Por un momento, el aire se tensó entre ellos. Jhans la miró con un brillo desafiante en sus ojos verdes, mientras Gabriel observaba con una mezcla de desconcierto y sospecha. Finalmente, Jhans soltó una carcajada y se recostó en su silla, como si el intercambio no lo hubiera afectado en absoluto.
-Bleick, ¿por qué hiciste esto? -preguntó Gabriel después de un largo silencio, su tono algo lastimero.
Ella giró la cabeza hacia su hermano, colocando una mano sobre la suya para calmarlo.
-Porque la unión es clave, Gabriel. En estos tiempos, no podemos permitirnos divisiones internas. Necesitamos entendernos para sobrevivir. -
Gabriel no pareció del todo convencido, pero no replicó. Jhans, por su parte, sonrió con ironía, masticando un trozo de pastel.
-Oh, qué conmovedor. Familia unida. Eso seguro solucionará todos tus problemas -dijo con sarcasmo.
Bleick decidió no responder. Su objetivo en esa reunión no era ganar argumentos, sino medir fuerzas. A medida que avanzaba la pequeña fiesta, sus ojos analizaban cada gesto y palabra, buscando pistas sobre lo que podía esperar de ambos en los días cruciales que se avecinaban.
La sacerdotisa era una amenaza inminente, pero Bleick sabía que, muchas veces, el peligro más mortal se escondía cerca, disfrazado de aliados o hermanos.
Sumida en sus pensamientos, Bleick apenas percibió cómo la tensión entre Gabriel y Jhans comenzaba a escalar. La atmósfera, que ya era frágil, se rompió cuando las palabras afiladas de ambos empezaron a cruzarse.
- ¿Acaso quieres pelea, mocoso? - gruñó Jhans, levantándose de su silla con intención de intimidar a Gabriel. Su postura era amenazante, la de un depredador a punto de atacar.
Pero no tuvo oportunidad de avanzar.
Una simple señal con la mano de Bleick bastó para que el salvaje se detuviera y volviera a sentarse, aunque su mirada permanecía cargada de furia contenida.
- Sé que no hemos pasado mucho tiempo juntos últimamente - dijo Bleick, mirando a Gabriel con un cariño que contrastaba con la frialdad de su entorno. - Pero necesitaba hablar con ustedes dos. -
Gabriel asintió con algo de desconfianza, aunque finalmente se relajó en su silla. Su expresión mostraba una mezcla de curiosidad y recelo, mientras esperaba escuchar lo que su hermana tenía que decir.
-Como saben... - comenzó Bleick con tono controlado, dejando que sus palabras calaran en sus oyentes. - En dos días llegarán dos personas importantes. -
Antes de que pudiera continuar, Jhans se adelantó con su habitual sarcasmo:
- ¿Tu prometido? - preguntó con una Sonrisa retadora, recostándose en su silla. Luego, con una teatralidad que casi hacía parecer que disfrutaba de su propia insolencia, añadió. - ¿Ểl sabe que te casarás conmigo? -
Gabriel gruñó en respuesta, claramente enfurecido por la burla. Su pequeña figura se tensó, pero Bleick levantó una ceja, ignorando el comentario como quien aparta una hoja insignificante del camino.
- No. - respondió cortante finalmente Bleick, Su expresión se endureció mientras continuaba. - Es probable que intenten hablar con ustedes... que les digan cosas sobre el rey, sobre mí, incluso sobre ustedes dos. Estas personas tienen información de todos nosotros. -
Jhans soltó un bufido despectivo, cruzando los brazos con indiferencia.
Gabriel, en cambio, golpeó la mesa con el puño cerrado.
-Ellos intentarán perjudicar a mi hermana. Y si eso pasa, a ti también, Jhans. Tu vida cómoda se terminará - espetó Gabriel, su voz cargada de ira juvenil.
Jhans respondió con una sonrisa desdeñosa, colocando sus botas sucias sobre la delicada mesa de té.
- Me importa muy poco lo que les suceda. Cuando la princesa muera, yo seré libre. -
El comentario atravesó la paciencia de Gabriel como un puñal. Con un rugido de frustración, se puso de pies sobre el asiento, golpeando la mesa con ambas manos.
- ¡Tiene razón! intervino Bleick, antes de que su hermano pudiera actuar. -Será libre... en el mundo de los muertos. -
La mirada de Jhans se dirigió hacia ella con una mezcla de confusión y amenaza. Pero antes de que pudiera responder, Bleick continuó, su tono ahora cargado con una calma siniestra que llenó el aire de tensión.
- Esos dos no solo vienen a destruir el reino. No se conformarán con matarme a mí o al rey. Irán tras de ti, Gabriel, y todos los que sirven en este castillo. Aunque no quieras aceptarlo. -
Hubo un instante de silencio, roto únicamente por el susurro del viento entre las ramas. Luego, Bleick se inclinó ligeramente hacia Jhans, dejando que su voz descendiera a un susurro gélido.
- ¿Quieres que asesinen a esas mujeres que te dieron comida cuando no tenías nada? A Valeria y su pequeña hija, que arriesgaron su vida para ayudarte a salir del castillo y pasear por el pueblo a escondidas... morirán. No por mi mano, sino por la de ellos. -
Una tenue aura oscura conmenzó a emanar de Bleick, rodeándola como un manto de sombras. Su magia parecía impregnar el aire, haciendo que incluso el arrogante Jhans se removiera incómodo en su asiento. Finalmente, bajó sus botas de la mesa y desvió la mirada, visiblemente consternado.
-¿Cómo sabes eso? - murmuró con un dejo de incredulidad.
- Conozco todo lo que sucede en este castillo - respondió ella con frialdad, alzándose de su asiento. Su porte era imponente, una reina dirigiéndose a sus súbditos. - Gabriel es solo un niño. No se molestarán en defenderse contra él, lo cual es una ventaja. Pero tú... tú eres diferente. En cuanto sepan que estás de mi lado, no te atacarán de inmediato. -
- ¿Y qué gano yo con eso? - espetó Jhans, recuperando algo de su bravura.
Bleick se giró lentamente hacia él, su mirada calculadora como una daga invisible.
- Te daré la oportunidad de matar a mi padre. Cuando todo esto termine, te otorgaré el derecho de gobernar tu tierra natal. -
El silencio que siguió fue pesado, lleno de significado. Jhans la observó con una mezcla de incredulidad y admiración antes de soltar una carcajada ronca y amenazante.
- Oye, oye... eso es un trato muy interesante, princesa. -
Gabriel, en cambio, la miró con incredulidad y algo de desesperación.
-¡Hermana! Pero... -
Bleick lo interrumpió, girándose hacia él con una expresión impasible.
-En cuanto a nuestro contrato, Gabriel.. está roto. Eres libre de hacer lo que quieras. -
El joven se quedó petrificado. No pudo siquiera reaccionar cuando el mensajero apareció al lado de Bleick con el pergamino. Con un movimiento hábil, la magia oscura de ella hizo que el contrato se incendiara en su palma, reduciéndolo a cenizas negras que cayeron al suelo. Gabriel sintió cómo algo profundo dentro de él se liberaba, dejándolo desorientado.
- Eso es todo por ahora. Tengo otros asuntos que atender - dijo Bleick con frialdad antes de girarse y marcharse Con el mensajero.
Jhans se levantó de golpe, corriendo tras ella.
-¡Eso podrias haberlo hecho conmigo, princesa! - gritó, aunque sus palabras parecían más cargadas de interés y burla que de enfado.
Gabriel se quedó inmóvil, mirando las cenizas en el suelo. La mano de Marín se posó suavemente sobre su hombro, como intentando reconfortarlo. Pero él no sabía qué debía sentir. ¿Alivio? ¿Tristeza? ¿Enojo? Lo único que tenía claro era que Bleick había roto un lazo entre ellos con una facilidad que lo dejó completamente desconcertado.
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La noche cayó como un manto pesado, ignorando las súplicas silenciosas de Bleick para que el tiempo avanzara más lento. Deseaba prolongar esos breves momentos que todavía podían llamarse paz.
En sus aposentos, el suave crujido de las páginas llenaba el aire mientras repasaba un antiguo libro de hechizos. La tenue luz de los cristales proyectaba sombras danzantes en las paredes, y el silencio era solo interrumpido por el sonido ocasional de su respiración. Pero la calma fue abruptamente rota cuando la puerta de su habitación se abrió sin previo aviso.
Bleick alzó la vista, sus ojos destellando con una mezcla de sorpresa y molestia. Apenas tuvo tiempo de sujetar la delgada seda que cubría su desnudez antes de que una voz infantil e intensa rompiera el ambiente.
-¿¡Estás enojada conmigo!? -exclamó Gabriel, su tono desesperado y cargado de angustia.
La princesa dejó el libro a un lado con cuidado, se levantó lentamente de su asiento y sujetó la seda con una mano mientras observaba al niño frente a ella.
-¿De qué hablas? -preguntó con voz serena, aunque sus ojos revelaban una ligera preocupación.
Gabriel se acercó a ella apresuradamente, su rostro una mezcla de nerviosismo y determinación.
-¡He estado pensando en si hice algo que te haya molestado! -dijo, su voz temblorosa y sus ojos dorados irritados por las lágrimas contenidas.
Bleick guardó silencio por un momento, observándolo con detenimiento. Finalmente, posó una mano sobre su cabello, acariciándolo suavemente antes de deslizarla hasta su mejilla.
-No estoy enojada contigo, Gabriel -respondió con calma, su tono cálido y lleno de afecto - Solo pensé que ya eras libre. En cierto modo, no quería que nuestra unión estuviera forzada por algo tan bajo como un contrato de sangre. -
Gabriel apretó los labios, sus pequeñas manos se cerraron en puños mientras su cuerpo temblaba. Parecía al borde de llorar, pero se obligaba a contenerse.
-No puedes mostrar un poco de bondad y cariño... y esperar que lo olvide todo en segundos... -murmuró, mirando al suelo con impotencia.
La princesa sintió una punzada de culpa atravesar su pecho. Se agachó hasta estar a su altura y levantó su rostro con delicadeza, pero Gabriel desvió la mirada, negándose a encontrar sus ojos.
-Lo siento, Gabriel. Esta situación me tiene muy ocupada... y olvidé cómo abordar lo nuestro. Nunca pensé que te afectaría tanto. -
Gabriel cerró los ojos con fuerza, y finalmente las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
-¡Claro que sí! -exclamó con voz rota- Ese contrato nos unía. Me daba un propósito.-
Las palabras de Gabriel resonaron como un eco en el corazón de Bleick. Ella bajó la cabeza, cerrando los ojos mientras hablaba con voz dolida:
-No digas eso. Estamos unidos, Gabriel, con o sin contrato. Te aprecio mucho, y nunca me perdonaré por haberte provocado tanto sufrimiento en el pasado. -
Gabriel permaneció en silencio por unos segundos, sus lágrimas cayendo al suelo. Luego, con un gesto inesperado, apoyó su pequeña mano sobre la cabeza de Bleick y comenzó a acariciarla con cuidado.
-Hermana... no voy a defraudarte. Quiero que estemos juntos... hasta el fin del mundo.-
Bleick levantó su rostro, y al ver la expresión sincera y vulnerable de su hermano, no pudo evitar rodearlo con sus brazos en un abrazo protector. Lo sostuvo contra su pecho mientras sus pensamientos se enredaban.
"Si ellos descubrieran el contrato... todo se iría por la borda. Me estoy arriesgando demasiado..."
Acarició la espalda de Gabriel con movimientos lentos, intentando calmarlo, mientras el niño se refugiaba en su calor.
-Bleick... tu bata... -murmuró él, cerrando los ojos pero sin apartarse del abrazo.
Sin responder, la princesa se incorporó, ajustando la bata con un movimiento rápido antes de darse la vuelta.
-Estaba a punto de tomar una ducha. Disculpa mi falta de pudor.-
Gabriel, aún sintiéndose abrumado, desvió la mirada, su rostro enrojecido. La mezcla de tristeza y vergüenza lo mantenía en silencio, pero las palabras de Bleick lo sorprendieron.
-Ya que mañana será el último día de paz... ¿te gustaría dormir conmigo esta noche?-
El pequeño alzó la vista, su rostro ahora encendido por el sonrojo. Tardó varios segundos en responder, pero finalmente asintió con timidez.
-Me... gustaría -murmuró, evitando mirarla directamente.
Más tarde, mientras Gabriel se acomodaba en la cama de su hermana, notó cómo la habitación parecía diferente, desordenada y sin el cuidado habitual de las sirvientas. El aire estaba impregnado del dulce aroma del perfume que Bleick usaba, un contraste a la inquietud que había sentido antes.
Cuando ella salió del baño, vestida con un camisón de tela fina, su largo cabello, ahora suelto y húmedo, le daba un aire de majestad aún más impresionante. Bleick llevaba su cabello con orgullo, como un símbolo de su linaje y fortaleza.
Sin decir mucho, la princesa se metió en la cama, acomodándose sobre su brazo para mirar a Gabriel. El pequeño estaba rígido, como si no supiera cómo comportarse. El aroma fresco de su hermana lo envolvía, y la proximidad lo hacía sentir extraño pero seguro.
-Buenas noches... -dijo Bleick con voz cansada, pero antes de cerrar los ojos, le dio un suave toque juguetón en la nariz con su dedo.
Gabriel permaneció despierto casi toda la noche. Bleick, en algún momento, lo abrazó con fuerza, usando su pequeño cuerpo como si fuera una almohada. Aunque aquello lo hacía sentirse protegido, también era inquietante: el cuerpo de su hermana a veces parecía frío, y ocasionalmente, una espina de rosa emergía de su piel, rozándolo.
Era como si incluso en el sueño, Bleick estuviera atrapada en un mundo de espinas y sombras, incapaz de encontrar un descanso verdadero.
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El canto de los pájaros rompió el velo del sueño, despertando a Bleick de su descanso inquieto. Se incorporó en la cama, su rostro mostrando los rastros de un cansancio profundo. Aunque el día era soleado y claro, no podía ignorar el constante recordatorio del evento que se avecinaba. La tensión le carcomía la mente como un eco persistente.
A su lado, Gabriel dormía plácidamente, su pequeño cuerpo desparramado entre las sábanas con una inocencia que contrastaba con las preocupaciones de su hermana. Tenía la boca ligeramente abierta y sus extremidades estaban extendidas en posiciones descuidadas. Bleick, observándolo con ternura, no pudo evitar sonreír.
Con un gesto juguetón, deslizó su dedo por la planta del pie de Gabriel, provocándole un leve cosquilleo. El niño reaccionó alejando el pie con un movimiento automático, sin despertarse. Satisfecha con su pequeña travesura, Bleick se levantó de la cama, el suelo frío bajo sus pies descalzos, y se dirigió al guardarropa en busca de algo adecuado.
Eligió un vestido sencillo pero elegante, con tonos claros que contrastaban con la opulencia de la habitación. Antes de salir, se inclinó sobre Gabriel, depositando un suave beso en su mejilla.
-Duerme un poco más, pequeñín -murmuró con dulzura.
Antes de cerrar la puerta, ordenó a uno de los guardias que llevaran el desayuno del niño directamente a la habitación. Luego, se dirigió a cumplir con las tareas que aún quedaban pendientes para el día siguiente. La mansión debía estar lista, y su mayor obstáculo seguía siendo Jhans.
Bleick sabía que necesitaba más que palabras para mantener al caballero bajo control. Obligarlo a través del contrato de sangre sería un riesgo demasiado grande, ya que si lo presionaba, probablemente buscaría escapar y pondría en peligro todo. Sin embargo, tenía un plan y aprovecharía la temprana hora para ejecutarlo.
Recorrió los largos pasillos del castillo hasta llegar al ala donde se alojaban los caballeros. El ambiente cambió de inmediato al cruzar el umbral: el aire estaba cargado de un fuerte olor a sudor, cuero y alcohol. Era un espacio rudo, marcado por la presencia de hombres que pasaban más tiempo con la espada que con las palabras.
El pasillo estaba revestido de madera oscura, y aunque las habitaciones tenían toques de lujo, el desorden habitual de sus ocupantes las deslucía. Sin molestarse en tocar, Bleick empujó la pesada puerta de la última habitación.
El característico aroma de Jhans llenó sus pulmones: una mezcla de tierra, metal y algo indescifrable que siempre lo acompañaba. Avanzó con cuidado, esquivando ropa y objetos tirados en el suelo hasta llegar a la pequeña cama. Allí estaba él, dormido profundamente, su rostro relajado pero aún tenso, como si incluso en sus sueños estuviera preparado para el combate.
Bleick se inclinó ligeramente, observándolo con una sonrisa juguetona.
-Al menos no ronca -murmuró para sí misma antes de susurrar en tono burlón: - Oye, pequeña princesa dormilona...-
Al no obtener respuesta, presionó su dedo índice contra los labios agrietados de Jhans, pero el hombre siguió inmóvil.
-Entiendo... Tal vez con un beso se rompa el hechizo -dijo, su tono cargado de ironía mientras se inclinaba más cerca de él.
Sujetó su cabello con una mano para evitar que cayera sobre el rostro del caballero, pero justo cuando sus labios estaban a punto de tocarlo, detuvo el movimiento poniendo su mano entre ellos.
Los ojos de Jhans se abrieron de golpe, sus pupilas destellando con una mezcla de furia y sorpresa. Con un movimiento rápido, atrapó la muñeca de Bleick y, con un tirón, la tumbó sobre la cama. En un abrir y cerrar de ojos, estaba sobre ella, inmovilizándola con su peso.
-Eres cruel princesa... yo si quería un beso de buenos días... - dijo divertido- Un estúpido conejo metiéndose en la cueva del lobo... eres demasiado imprudente, princesa - agregó con una sonrisa engreída, sus palabras teñidas de burla.
Bleick, lejos de mostrar miedo, mantuvo su expresión tranquila, casi divertida.
-Soy una rosa, no un animal salvaje como tú -replicó con presunción, deslizando suavemente una mano por su cuello hasta llegar a su clavícula.
Jhans se estremeció ante el contacto inesperado, y un gruñido bajo escapó de su garganta. Su expresión se tornó incómoda, casi frustrada. Bleick sabía que él encontraba emocionante cuando ella se mostraba desafiante, pero su respuesta calmada parecía desarmarlo.
El aroma dulce de la fragancia de Bleick quedó impregnado en la cama mientras Jhans, finalmente, se apartaba bajo una orden suya. Se sentó en el borde del colchón, observándola con una mezcla de irritación y curiosidad mientras ella se alisaba el vestido.
-¿Estás listo para nuestra segunda cita? -preguntó Bleick, mirándolo con una sonrisa provocadora mientras ajustaba su cabello - Esta vez te dejaré entrar al castillo.-
Jhans alzó una ceja, claramente desconcertado por la propuesta. Después de unos segundos, una sonrisa llena de emoción e ironía se dibujó en su rostro.
-¿Ver la cara del Rey cuando me vea contigo? Por supuesto que estoy listo. -
La princesa respondió con una inclinación de cabeza antes de abandonar la habitación, dejando tras de sí una mezcla de incertidumbre y anticipación. Su plan avanzaba, pero sabía que estaba jugando con fuego, y Jhans no era un hombre fácil de controlar.
El desayuno en el comedor principal comenzó de manera sencilla. Bleick degustaba con calma un té humeante mientras observaba a Jhans comer. La falta de modales del caballero era notoria: cortaba grandes trozos de pastel con el cuchillo en un ángulo extraño y los engullía sin prestar atención. Ella, sin embargo, no mostró molestia alguna, acostumbrada ya a su rudeza.
El gran comedor lucía imponente incluso en la soledad. Las columnas doradas reflejaban la luz que se filtraba por los ventanales altos, creando un ambiente cálido pero solemne. El asiento del rey permanecía vacío en ka hora del desayuno, una señal de una rotunda desaprobación. Bleick dejó escapar una leve sonrisa.
-Este lugar está lleno de oro -comentó Jhans de repente, con una sonrisa ladina mientras inspeccionaba el tenedor que sostenía -Cuando caiga el reino, me llevaré todo. Seré absurdamente rico. -
El comentario habría provocado indignación en cualquier otro noble, pero Bleick simplemente le dirigió una mirada seria mientras tomaba un pequeño pastelillo de su plato.
-Cuando todo termine, tal vez lo seas -respondió en tono neutro, mordiendo el postre con elegancia.
El caballero bufó, dejando el utensilio dorado de vuelta en la mesa. El silencio se instaló entre ellos de nuevo, algo inusual cuando Jhans estaba presente.
-¿Tienes algo más que decir? -preguntó Bleick, mirándolo fijamente con sus ojos rojos brillantes.
Jhans apartó la mirada con una mezcla de irritación y cautela. Odiaba esa capacidad que ella tenía para leerlo, como si pudiera ver a través de cada capa de su carácter.
-¿Planeas que esta cita dure todo el día? -preguntó él con sarcasmo, arqueando una ceja.
La princesa esbozó una sonrisa lateral, cargada de ironía.
-Pareces tan entusiasta, como un niño ansioso por ver a mi padre. -
La mención del rey hizo que Jhans frunciera el ceño, disgustado. Sin embargo, no respondió. Bleick se puso de pie con la gracia de alguien acostumbrado a ser observado, se dirigió hacia la entrada del comedor y le hizo un gesto para que la siguiera.
Después de recorrer varios pasillos adornados con tapices históricos, llegaron a una puerta aún más imponente que la del comedor. Bleick la empujó con ambas manos, revelando el majestuoso salón de eventos.
El espacio era deslumbrante: techos altos adornados con frescos que narraban antiguas gestas heroicas, columnas cubiertas de oro, y estatuas de reyes pasados con incrustaciones de diamantes. La luz de las lámparas de cristal caía en cascadas, iluminando cada rincón del salón con un brillo cálido y radiante.
-Este será el lugar donde se celebrará mi fiesta de compromiso - explicó Bleick, caminando lentamente hacia la estatua del rey actual. Sus dedos rozaron la empuñadura de la espada que sostenía la figura -Gente de los tres reinos de mi padre vendrá solo para adularlo. Cenarán, bailarán... y después de que el conde y yo demos el primer vals, el espectáculo estará completo. -
Jhans, quien había permanecido en silencio hasta entonces, arqueó una ceja y cruzó los brazos.
-¿Y yo qué tengo que ver en eso?-
Bleick se giró hacia él, apoyándose casualmente en la estatua, como si se tratara de una amiga íntima.
-Se dice que cuando la prometida baila con alguien más después del vals, ese alguien es un segundo pretendiente que reclama el derecho de luchar por su amada. -
Jhans dejó escapar una risa baja, cruzando los brazos con una expresión mezcla de burla y desconfianza.
- Bailar es para los nobles. No es mi estilo. -
Bleick rió suavemente, un sonido seco pero genuino que resonó en el salón. Caminó a su alrededor con un aire predatorio, sus pasos medidos mientras sujetaba la falda de su vestido. Sus ojos, brillantes como brasas, lo estudiaban, y su presencia comenzaba a despertar algo en él que no podía definir.
-¿Tan seguro estás? -preguntó ella, deteniéndose justo frente a él. Con una inclinación elegante, lo invitó a imitarla.
Jhans la observó en silencio por un momento, luego cedió, imitando torpemente su postura. Bleick tomó su mano y colocó la otra en su cintura, ajustándola con suavidad. Sus movimientos eran toscos, pero ella no mostró incomodidad.
-Déjame guiarte -murmuró, una nota de desafío en su voz.
De repente, Jhans sintió un leve cosquilleo en su mano. Una delgada enredadera transparente, salpicada de espinas negras, surgió entrelazando sus dedos. Sin previo aviso, sus pies comenzaron a moverse con precisión perfecta, ejecutando un vals que jamás había aprendido.
Ambos se deslizaron hacia el centro del salón, sus movimientos sincronizados con una elegancia casi sobrenatural. La tela de su vestido se agitaba con cada giro, y el caballero, sorprendido, la estrechó contra su pecho.
-Tu hechizo no es tan fuerte como crees -gruñó Jhans, levantando la mano libre para mostrar cómo había roto la enredadera con un simple movimiento.
Bleick se encogió de hombros, restándole importancia.
-No necesito algo más fuerte. Sariel lo notaría de inmediato si usara verdadera magia -respondió con calma, sus labios curvándose en una ligera sonrisa.
-Si permito que me controles, ¿me dejarás acercarme al rey? -preguntó Jhans, su rostro peligrosamente cerca del de ella.
-Si planeas matarlo esa noche... no.-
El caballero emitió una risa grave, casi seductora.
-No soy tan estúpido. Solo quiero saludar a mi futuro suegro. -
Bleick no pudo evitar reír ante su descaro.
-Concedido -susurró finalmente, con un brillo desafiante en los ojos.
Antes de que pudiera reaccionar, Jhans cerró el espacio entre ellos y la besó con brusquedad. Sus manos se aferraron a su cintura, levantándola ligeramente para acercarla más a él.
Bleick intentó suavizar el momento, guiándolo con delicadeza al colocar sus manos en su rostro.
-Hermana... -
La voz suave pero firme de Gabriel rompió el hechizo. Bleick se apartó rápidamente, girándose hacia la puerta. Allí, los ojos dorados de su hermano menor la observaban con una mezcla de tristeza y desconcierto.
-Gabriel... ¿qué sucede? -preguntó mientras se arreglaba el vestido y limpiaba el labial corrido. Caminó hacia él apresurada.
El niño sostuvo su mano con fuerza.
-Padre quiere vernos... A los dos. -
Bleick asintió, acariciando el cabello de Gabriel antes de salir del salón. Jhans se quedó en el centro de la sala, cruzado de brazos, observando cómo el niño lo miraba por última vez. Los ojos del pequeño parecían atravesarlo con una intensidad ardiente, como si lo juzgaran desde lo más profundo.
Cuando Gabriel salió, Jhans soltó un silbido admirativo y una risa cínica.
-Qué mirada... -murmuró para sí mismo, su sonrisa torciéndose en una mezcla de admiración y peligro.