Solo faltaban cinco días para la llegada del Conde Sariel y la misteriosa sacerdotisa a la ciudad de El Jardín. La tensión era palpable en el aire, aunque el Rey brillaba por su ausencia. Pasaba días enteros encerrado entre las paredes del castillo, dedicado a asuntos que solo él conocía. Para Bleick, aquello era irrelevante; sabía lo que ocurría tras esas puertas, pero prefería mantenerse al margen. Enfrentarse al Rey sin una ganancia clara era como entrar en la guarida de un lobo hambriento: una locura.
Gabriel, por otro lado, aprovechaba cada momento para perfeccionar sus habilidades mágicas. Su progreso había sido impresionante en poco tiempo, y sus instructores lo miraban con una mezcla de admiración y cautela. Procuraban que no se excediera, conscientes de los riesgos que corría al forzar los límites de su joven cuerpo.
La princesa, abrumada por el poco tiempo que quedaba antes de la llegada del Conde, casi había olvidado la presencia de Jhans. Casi. Su existencia era imposible de ignorar debido a los estruendos y alborotos que causaba constantemente. Aunque Bleick aún no sabía cómo abordarlo, tenía claro que el desprecio de Jhans hacia ella nacía de algo profundo: la sangre que corría por sus venas, la sangre que gobernaba los tres reinos.
Los caballeros que habían jurado lealtad a la princesa no ocultaban su incomodidad ante la presencia de Jhans. Algunos incluso se sentían traicionados por la decisión de mantenerlo cerca. Para ellos, era un insulto que un esclavo rebelde pisara el mismo suelo que ellos defendían con sus vidas.
La mañana era fresca, y la luz del sol entraba a raudales por las ventanas del castillo mientras Bleick se alistaba. Vestía ropa cómoda, diseñada para el entrenamiento, y llevaba su cabello recogido en una cola alta. Salió del vestidor privado detrás de la sala de descanso y se dirigió hacia el centro del patio de entrenamiento.
A medida que avanzaba, pasó junto a Jhans, quien estaba enfrascado en un gruñido de pelea con un soldado. Ella lo ignoró por completo, como si su presencia fuera insignificante. Sin embargo, los ecos de la disputa se quedaron en el aire, un recordatorio constante de su naturaleza indomable.
Gabriel fue el primero en notar la llegada de su hermana. Al verla con ropa de entrenamiento, una nostalgia amarga lo invadió. Recordó aquellos primeros días, cuando su relación era más simple y el mundo no parecía tan cruel.
—¿Qué tal si ponemos en práctica tu progreso? —preguntó Bleick mientras aflojaba sus nudillos, su tono tranquilo, pero cargado de expectativa.
El joven tragó saliva, sintiendo una mezcla de nervios y emoción. Sus ojos buscaron a sus entrenadores, cuyos rostros reflejaban una mezcla de nerviosismo y lástima.
—S-seguro... —murmuró, intentando sonar firme mientras ajustaba los guantes de cuero de dragón que llevaba puestos. Dio unos pasos hacia atrás, colocándose en posición.
El campo de entrenamiento quedó en silencio mientras los presentes se retiraban para darles espacio. Todos observaban con atención, expectantes de lo que estaba por ocurrir.
En ese momento, una voz áspera rompió la tensión.
—¡Pelea de ba… bast… buenos hechiceros! —exclamó Jhans desde un extremo del campo. Sin embargo, su intento de insulto quedó truncado, controlado por el contrato que lo ataba a la princesa. La ira se reflejó en su rostro, y con un gruñido frustrado, pateó el suelo antes de alejarse hacia unas vigas cercanas. Allí se sentó, cruzando los brazos, su mirada ardiendo de desagrado mientras observaba la escena con aparente desinterés.
Bleick ignoró el comentario y se centró en su hermano. Gabriel, aunque joven, había demostrado ser un talento prometedor. Ahora era momento de ponerlo a prueba. La princesa respiró hondo y adoptó una postura firme, esperando el primer movimiento de su hermano.
El enfrentamiento estaba por comenzar, y con él, una prueba no solo de habilidades, sino de confianza y determinación. Cada gesto, cada palabra, cada decisión en ese momento marcaría un paso más en el camino hacia el incierto destino que les aguardaba.
— No te hagas ilusiones... Voy a hacer esto como si quisiera matarte — dejó en claro Bleick, con una voz que resonó firme y helada.
Alzó su mano derecha con lentitud, dibujando un pequeño círculo en el aire, y el ambiente alrededor cambió de inmediato.
Un viento feroz comenzó a soplar con intensidad, levantando polvo del suelo. Gabriel se cubrió los ojos instintivamente, intentando protegerlos de las partículas que el aire arremolinado arrastraba consigo.
Con su mano libre, Bleick conjuró una Ilama vibrante y ardiente, que acercó al torbellino de viento. En un instante, el fuego creció y tomó forma,
extendiéndose en dirección a su hermano menor. Gabriel abrió los ojos justo a tiempo para ver la ráfaga llameante aproximándose a él. Sus ojos se abrieron como platos, pero su cuerpo reaccionó más rápido que su mente; dio un salto hacia un lado, esquivando las Ilamas por un margen estrecho.
—¡Glacieste! — gritó, apuntando con su mano izquierda. De inmediato, afiladas estacas de hielo se formaron en el aire, disparándose hacia el rostro de la princesa con velocidad letal.
Bleick, con los ojos entrecerrados en concentración, retrocedió con rapidez, esquivando las estacas en el último
momento. La última de ellas pasó tan cerca que sintió el frío cortar el aire junto a su mejilla. Giró sobre sus talones y alzó su mano derecha, conjurando una gran lanza de hielo.
Con un grito de furia, la lanzó con fuerza descomunal hacia Gabriel. El joven principe apenas tuvo tiempo de inclinar su cabeza hacia un lado, más por instinto que por habilidad. La lanza pasó rozando su mejilla, dejando un corte superficial antes de clavarse en la pared detrás de él con un estruendo que reverberó por todo el campo. Los
murmullos de miedo y asombro de los presentes llenaron el silencio momentáneo.
— ¡Puedes hacerlo mejor que eso! — bramó Bleick, su voz cargada de desafío y frustración.
Juntó las manos en un aplauso resonante, y al separarlas, formó una larga cuerda de agua cristalina que reflejaba la luz del sol. Sujetándola con firmeza por un extremo, comenzó a moverla con fuerza en dirección a su hermano, utilizando la cuerda como un látigo.
Gabriel no perdió tiempo y extendió una mano hacia el suelo.
—¡Terria! —murmuró, con un tono cargado de esfuerzo. A su llamado, un escudo de tierra mediano emergió, protegiéndolo de los golpes del látigo. Sin embargo, cada impacto hacía que sus brazos temblaran bajo la presión.
Los latigazos de agua eran rápidos y precisos, obligándolo a quedarse inmóvil mientras luchaba por mantener la barrera. Su respiración era irregular, y sus manos comenzaron a temblar. La fatiga se hacía evidente.
— Está más que muerto — comentó Jhans desde su posición en las vigas, inclinándose hacia adelante con una Sonrisa burlona.
Gabriel, sintiendo el agotamiento apoderarse de él, bajó la mirada al suelo. Allí, observó cómo el agua de los
ataques de Bleick se acumulaba en pequeños charcos.
Una idea cruzó su mente como un relámpago.
Apoyó una mano en el suelo de piedra y cerró los ojos, concentrándose. Era un hechizo básico, pero hacerlo a gran escala requería un esfuerzo
significativo.
— Glacies... — susurró, y al instante el agua acumulada comenzó a cristalizarse, extendiéndose como una ola de hielo que cubrió rápidamente el suelo.
La princesa, atrapada en medio del hechizo, perdió el equilibrio. Sus pies se deslizaron sobre el hielo, y con un
movimiento brusco, cayó de espaldas al suelo. El impacto interrumpió su Concentración, y el látigo de agua desapareció en un suspiro.
— Sí dolió... — murmuró Bleick, con una mueca de dolor. Pero no perdió tiempo. Se apoyó en sus codos, intentando levantarse con cuidado.
Gabriel, viendo su oportunidad, dejó caer el escudo de tierra y corrió hacia ella. Sus manos comenzaron a moverse instintivamente, creando cualquier arma que pudiera pensar en medio de su adrenalina. Una espada de hielo tosca y mal formada apareció en su mano.
Los ojs de Bleick se encontraron con los de su hermano. Intentó ponerse de pie, pero sus manos resbalaron de nuevo en el hielo, haciéndola caer al suelo una vez más. Gabriel estaba cada vez más cerca, sus ojos dorados brillando con una mezcla de furiay determinación.
La espada improvisada llegó a la garganta de Bleick, pero justo cuando parecía que iba a asestar el golpe, Gabriel se detuvo abruptamente.
Su respiración era irregular, y todo su Cuerpo temblaba bajo la presión del
momento.
El silencio que siguió fue abrumador.
Por primera vez, Bleick mostró algo que nunca antes había dejado ver: desconcierto. ¿Era miedo lo que
asomaba en sus ojos? Su mente se llenó de pensamientos caóticos.
"Esto.. esto es igual. El final del libro. Esto sintió la verdadera Bleick."
Gabriel dejó escapar un suspiro entrecortado. Abrió su mano y dejó que la espada de hielo se evaporara en el aire. Sin embargo, no se podía mover.
Espinas negras del suelo, rodeaban su figura como serpientes. Estas se aferraron a su piel, perforando su ropa y dejando pequeños puntos de sangre. Los tallos lo inmovilizaron, impidiendo que pudiera moverse.
—¡Pequeño... es... es... maravilloso! ¡Debías de ganar! —vociferó Jhans, con una mezcla de frustración y diversión en su tono. Revolvió sus bolsillos hasta encontrar cinco monedas de oro, que probablemente había robado, y con un movimiento brusco las lanzó al soldado junto a él para pagar la apuesta perdida.
Mientras tanto, las espinas negras que habían envuelto el cuerpo de Gabriel comenzaron a retirarse lentamente, desvaneciéndose en el aire como humo.
El joven príncipe, ahora libre de su opresiva prisión, tambaleó, apenas logrando mantenerse en pie.
Bleick se levantó del suelo con una mirada fija en su hermano. Observaba su figura temblorosa, los rastros de dolor, furia y angustia que surcaban su rostro.
—B-bien hecho... —murmuró Bleick, aunque su tono carecía de la convicción habitual. Era una mezcla de orgullo y algo que no lograba identificar. Apretó los puños, tratando de contener la mezcla de emociones que bullían en su interior, y sin decir más, se dio la vuelta, dirigiéndose hacia el área de descanso.
Gabriel siguió su figura con la mirada, mientras Marin, los sirvientes y varios soldados se apresuraron a rodearlo. Lo felicitaron por su desempeño y comenzaron a atender sus heridas.
Aunque sus palabras eran reconfortantes, el repentino torrente de atención lo hizo sentirse abrumado. Sin embargo, de manera casi automática, buscó entre la multitud los ojos de su hermana.
Bleick, ajena al revuelo, se encontraba ya sentada en un elegante sillón. Se recostó ligeramente, con la cabeza ladeada hacia un lado, mientras miraba fijamente su mano derecha. Notó con molestia cómo esta temblaba, un detalle que trató de ocultar al entrelazar sus manos.
—He visto peleas mejores —comentó una voz grave y burlona detrás de ella.
Bleick rodó los ojos con cansancio.
—Veamos si dices lo mismo cuando te enfrentes a él en el futuro —replicó, lanzándole una mirada de frustración contenida.
—Dudo que sus estúpidos hechizos de niño me alcancen —respondió Jhans con una sonrisa altanera. Sin ningún reparo, se dejó caer sobre el sillón, apoyando su cabeza en las piernas de Bleick mientras sus pies colgaban despreocupados del reposabrazos.
—Sí que lo harán... hasta me superará. —El tono de Bleick era bajo, pero cargado de convicción. Ignoraba por completo la cercanía del salvaje.
—Mmm... —murmuró Jhans, incrédulo, mientras sus ojos se clavaban con intriga en el rostro de la princesa. Su sonrisa burlona volvió a aparecer, acompañada de un destello de picardía.
—Fue una pena no ver tu cabeza rodando... Ese echizo escondido que jugaste es muy ardiente... —
El comentario hizo que Bleick desviara la mirada, algo confundida.
—¿Mis espinas?... ¿Eres masoquista? —preguntó, incrédula, lo observa arqueando una ceja. No estaba acostumbrada a escuchar algo así de Jhans, y el desconcierto se reflejó en su rostro.
"Definitivamente... nunca escribí eso en el libro"
—Si una mujer tan bella como la princesa de los tres reinos me sujetara con esas cosas, me enamoraría de inmediato... e incluso te regalaría una muerte sin dolor —soltó con una carcajada seductora, casi desafiante.
Bleick desvió la mirada, agotada por sus palabras.
—Es un gran halago viniendo de ti —respondió, cargando su tono de sarcasmo.
—Obviamente, princesa. Aunque... Gabriel fuera detenido justo a tiempo por tus espinas no significa que eso te salvará en un futuro contra mí. —
La princesa bajó la mirada hacia él, sus ojos ahora cargados de una intensidad que cortaba el aire. Elevó su mano y la posó en la cabeza de Jhans, acariciando su cabello con una calma que parecía amenazante. Lentamente, un tallo con espinas comenzó a rodear su brazo, descendiendo hasta la mano que se apoyaba en él.
Jhans, al notar la presencia de las espinas, se incorporó de inmediato, bufando con irritación.
—No es divertido si estás de mal humor —murmuró con aburrimiento, alejándose mientras se llevaba las manos a la cintura.
Bleick dejó escapar un suspiro al verlo partir, una paz momentánea llenándola. Sin embargo, en la distancia, notó los ojos dorados de Gabriel clavados en ella. Había algo en su mirada: determinación mezclada con una necesidad silenciosa. Parecía que deseaba acercarse, hablarle, pero la cercanía de Jhans había interrumpido el momento.
Cuando el salvaje finalmente se alejó, Gabriel empezó a caminar hacia su hermana. Bleick, con los ojos cerrados, intentaba relajarse, pero en el fondo sabía que su descanso estaba a punto de terminar.
—Hermana... —llamó Gabriel, deteniéndose frente a ella, con su voz baja y vacilante. —Yo... yo no lo siento... —
Bleick, al escuchar las palabras del pequeño, dejó escapar un suspiro mientras una leve sonrisa se formaba en su rostro. Lentamente, estiró una mano hacia él, sus ojos rojos suavizados por una calidez inusual.
—Ven aquí —murmuró, y aunque Gabriel dudó al principio, finalmente tomó su mano. Sin previo aviso, Bleick lo tiró hacia ella y lo envolvió en un abrazo firme.
—Eso es... bien hecho —susurró mientras apoyaba su cabeza en el hombro del niño, rodeándolo con sus brazos como si quisiera protegerlo de todo mal.
Gabriel, rígido al principio, no estaba acostumbrado a estos gestos de afecto por parte de su hermana. Había aprendido a verla como una figura imponente, casi peligrosa, pero poco a poco permitió que sus propios brazos la rodearan con torpeza. Aunque algo dentro de él aún lo hacía sentir alerta, no pudo evitar devolverle el abrazo.
—Ahora... deja de hacerte el rudo y ve que te curen esas heridas. Sé muy bien que las espinas dejan un ardor insoportable —dijo Bleick al separarse, mirando a su hermano con seriedad.
—No duele tanto... —respondió él, con una sonrisa amarga mientras desviaba la mirada.
Bleick negó con la cabeza, claramente poco impresionada por la terquedad de su hermano. Pasó una mano por el brazo del príncipe, presionando levemente una de las heridas, provocando un pequeño quejido de dolor en él.
—Te lo ordeno como tu Princesa y hermana mayor. Ve a que te curen las heridas. —Su tono era firme, casi autoritario. Al ver que Gabriel no parecía dispuesto a protestar, le hizo una señal a Marin, quien rápidamente se acercó para escoltar al niño hacia sus aposentos y asegurarse de que fuera atendido adecuadamente.
Mientras Gabriel se alejaba con Marin, Bleick lo siguió con la mirada un instante antes de volver su atención a Jhans, quien permanecía apoyado despreocupadamente contra una columna cercana.
—¡Jhans! ¡Vamos! —ordenó con un gesto imperioso.
—Siempre mandándome... —gruñó Jhans, soltando la espada que sostenía con un gesto perezoso. Sin embargo, no tardó en seguirla, sus pasos resonando tras los de la princesa.
Ambos caminaron en silencio hasta llegar al jardín real, donde Bleick se detuvo junto a la fuente central. Se sentó en el borde, dejando que la brisa nocturna acariciara su rostro. Jhans, cruzado de brazos, la observaba con su habitual expresión de arrogancia.
—Esta noche... tengamos una cita —dijo la princesa de manera inesperada, mirando directamente a los ojos verdes del salvaje.
La sorpresa en el rostro de Jhans fue evidente, aunque no tardó en transformarse en una sonrisa burlona y peligrosa.
—¡No lo puedo creer! La princesa me pide una cita. Esto es increíble —dijo, soltando una carcajada cargada de sarcasmo.
—Exactamente —respondió Bleick, inmutable.
Jhans la observó fijamente por unos segundos, evaluándola. Finalmente, se acercó, inclinándose ligeramente hacia ella. Colocó sus manos a ambos lados de su cadera, apoyándose en el borde de la fuente.
—Estás realmente loca... tus planes estúpidos no funcionarán conmigo —dijo, con una sonrisa que intentaba ser amenazante, aunque algo en su tono reflejaba una ligera incomodidad.
Bleick lo miró con frialdad, sus ojos rojos afilados como cuchillas.
—Tú también estás loco. Además, mis planes no te incluyen a ti. Solo te compré para mi entretenimiento. —Su voz era glacial, y cada palabra estaba cargada de un desprecio deliberado.
La sonrisa de Jhans se desvaneció por un instante. Sus palabras lo habían herido de alguna manera que pocas cosas lograban. Aunque su orgullo había sido pisoteado innumerables veces en el pasado y se había vengado, las palabras de Bleick parecían cortarlo con una precisión brutal.
—Es absurdo... sé que planeas algo, y lo descubriré. Tu sangre debería ser extinguida... —respondió, esta vez con una seriedad que no mostraba a menudo.
Bleick, lejos de inmutarse, esbozó una sonrisa irónica.
—Piensa lo que quieras. Solo pedí tu compañía, nada más. Toma en cuenta que no te lo ordené como mi esclavo, sino como una persona. —
El ambiente entre ambos se tensó, como si los mismos elementos a su alrededor contuvieran la respiración. Sus miradas, una roja y la otra verde, se enfrentaron en un duelo silencioso por el control de la situación.
—Ahora que lo pienso... eso molestaría a tu padre. Seguro que el castigo anterior será mucho peor si acepto tu propuesta —dijo Jhans, retrocediendo un paso con su característica sonrisa arrogante.
—Seguramente. Serías el primero en ver los resultados —respondió Bleick con una calma inquietante, inclinando ligeramente la cabeza mientras esbozaba una sonrisa amable y cargada de significado.
El salvaje desvió la mirada, tratando de ocultar un leve estremecimiento. Como era su costumbre, intentó maldecir, pero algo en la presencia de la princesa siempre lograba impedirlo.
—Pero... en la cita podré hacer lo que quiera —dijo finalmente, cruzándose de brazos mientras la miraba con arrogancia renovada.
Bleick se quedó pensativa por un momento antes de responder.
—Siempre y cuando no involucre violencia hacia mí o hacia cualquiera —respondió al levantarse de la fuente, mirándolo con expectativa.
Jhans soltó un quejido de aburrimiento, pero tras unos segundos se acercó y, en un gesto rápido, chocó su mano contra la de Bleick sin molestarse en estrechársela correctamente. Luego, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el ala de entrenamiento.
—Es un trato —dijo mientras se alejaba, alzando una mano en el aire con desdén.
Bleick lo observó marcharse, sintiendo una mezcla de frustración y alivio. Una vez más, el salvaje había evitado mostrar su verdadera naturaleza, pero su presencia seguía siendo una pieza más en el complicado tablero que ella intentaba controlar.
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Cayendo la noche, el jardín real parecía un paisaje sacado de un cuento. Bajo la luz plateada de la luna, Bleick se encontraba contemplando el cielo
estrellado, rodeada de rosales blancos y rojos que perfumaban el aire con su dulce aroma. La princesa estaba vestida para impresionar: un majestuoso vestido negro de encaje con detalles rojos y destellos de diamantes. La falda, esponjosa pero elegante, caia hasta sus talones, donde se vislumbraban sus tacones negros incrustados con pequeñas piedras que brillaban como estrellas. Su cabello, cuidadosamente rizado y recogido en una media cola alta, enmarcaba su rostro impecablemente maquillado, donde un labial rojo intenso destacaba como una llama viva.
Con las manos inquietas, tocaba su collar de diamantes puros, una joya que parecía capturar y reflejar la luz lunar. Aunque su expresión permanecía seria y estoica, un nerviosismo casi imperceptible la invadía. No sabía exactamente qué era lo que sentía, pero no dejaba que su rostro delatara la intranquilidad que se apoderaba de ella.
Un silbido de asombro rompió el silencio, obligándola a girarse. Jhans avanzaba hacia ella con su sonrisa habitual, una mezcla de burla y peligro que parecía grabada permanentemente en su rostro.
— Esa es la verdadera Rosa Negra — comentó, sus ojos verdes brillando con un destello de admiración y sorna al mismo tiempo.
Bleick lo miró con cautela. Colocando una mano en su cadera, lo observó de arriba abajo, evaluando con una sonrisa ligera.
— La ropa que te regalé te queda bien— dijo, su tono divertido pero con un dejo de autoridad.
Jhans rodó los ojos, encogiéndose de hombros.
—Es lo menos que puedes hacer por... tu esclavo — respondió, escupiendo la
última palabra con amargura.
La princesa no se molestó en responder. Simplemente se giró, comenzando a caminar hacia adelante.
ÉI, acelerando el paso para mantenerse a su lado, la miró de reojo.
No podía evitar que sus ojos se desviaran hacia su rostro, el contraste entre sus ojos carmesí y el labial rojo lo atrapaban de una manera que lo irritaba profundamente.
Cuando llegaron al quiosco blanco, Jhans dejó escapar una risa amarga al ver la mesa iluminada con cristales de luz, rodeada de platos cuidadosamente dispuestos con comida que parecía digna de un banguete real.
— Esto no pasa desapercibido, ¿eh? — comentó con ironía, cruzándose de brazos.
— Exactamente — respondió Bleick sin titubear mientras subía los escalones y se sentaba en una de las sillas, irradiando una calma casi provocativa.
El la siguió, sentándose frente a ella. La suave luz de los cristales realzaba las delicadas facciones de la princesa, haciéndola parecer una obra de arte viviente.
— ¿Debería sentirme halagado? Vestida así... ¿para mí? — preguntó Jhans, apoyándose contra el respaldo de la silla, su tono cargado de sarcasmo.
— Es una cita, Jhans. Es obvio gue debo actuar como en una — respondió Bleick con indiferencia, sin levantar la mirada mientras acomodaba su copa de vino.
Él sonrió con amargura, tomando un pedazo del filete frente a él.
— Creo que a tu prometido no le gustará nada esto — soltó con malicia, disfrutando el efecto de sus palabras.
Bleick, ligeramente sorprendida, levantó la copa de vino antes de responder, sus ojos fijos en él.
—Estás muy informado... para mi gusto... — dijo con una ceja levantada, pero luego se encogió de hombros con desinterés. —Aunque no importa. El no me interesa. —
Jhans dejó escapar un bufido mientras masticaba con brusquedad.
— ¿Entonces yo sí? — replicó con desafío, su mirada clavada en ella.
— Quizás... — respondió Bleick con un tono evasivo, terminando la conversación sin darle más importancia.
La tensión entre ambos era palpable, pero ninguno parecía dispuesto a ceder terreno. Cuando terminaron de comer, Bleick lo invitó a dar un paseo por el jardín, a lo que Jhans accedió, intrigado.
El jardín se extendía en un laberinto de senderos bordeados por rosas blancas y rojas, un escenario romántico y enigmático. Bleick, decidida a probar algo, se acercó y entrelazó su brazo con el de Jhans, apoyándose en él como si fueran una pareja.
— No puedo creer que la sangre real esté a mi lado y yo no pueda matarla — gruñó Jhans, una mezcla de frustración y enojo en su voz.
Bleick lo miró con una sonrisa calmada y segura, apretando su brazo un poco más mientras apoyaba su cabeza en su hombro.
— No te desanimes... Algún día lo lograrás — murmuró con dulzura, lo que provocó un escalofrío que recorrió la columna del salvaje.
Jhans se detuvo, incapaz de evitar que sus ojos se desviaran hacia el escote del vestido de la princesa. Antes de que pudiera reaccionar, Bleick se colocó frente a él, pegando su cuerpo al suyo con una audacia que lo desarmó por completo.
Las manos de ella descansaron sobre su pecho mientras sus ojos carmesí brillaban bajo la luz de la luna. Él tragó saliva, sintiendo un torbellino de emociones que no lograba identificar.
—Eres... — balbuceó con aspereza e irritabilidad, pero no terminó la frase.
En un impulso repentino, sus manos subieron hasta las mejillas de Bleick con algo de brusquedad, sujetándola con firmeza mientras su rostro se inclinaba hacia el de ella.
La observó unos breves segundos pero de manera bruta, estampó sus labios contra los de ella, besando con brusquedad, sus labios moviéndose con una avidez que lo tomó por sorpresa incluso a él.
Bleick, desconcertada pero sin perder la Compostura, trató de seguirle el ritmo. Sin embargo, la intensidad del beso creció, y pronto Jhans la atrajo más hacia él, como si el contacto fuera una necesidad urgente.
Sus labios dejaron los de ella para descender hacia su cuello, aspirando el embriagante aroma floral que desprendía su piel.
— Jhans... alto... — ordenó ella, su voz firme aunque entrecortada.
Él obedeció a regañadientes tomándose su tiempo, maldiciendo internamente. Cuando se apartó, vio el rostro de Bleick ligeramente sonrojado y el labial rojo, ahora corrido, marcando su boca.
— Es suficiente por hoy.... Lo has hecho bien... Te veré mañana — dijo Bleick antes de darle una última mirada, esta vez con un atisbo de ternura, y se alejó con calma.
Jhans se quedó quieto, impactado. No podía comprender lo que acababa de suceder, ni mucho menos lo que sentía.
Llevando una mano a su rostro, dejó escapar una carcajada amarga.
Había jurado destruirla, y sin embargo, bajo su toque, había sentido algo que nunca antes había experimentado: calidez. Y eso, más que cualquier otra cosa, lo enfurecía.