Durante los últimos dos meses y medio, había seguido una rutina que combinaba dedicación, disciplina y un deseo insaciable de superación personal. Entrenar en el gimnasio junto a mi padre se había convertido en una actividad constante, casi ritual. Algunas veces lo hacía solo, aprovechando esos momentos para poner a prueba mi capacidad de autodisciplina. Además, exploré las bases de diversos deportes con el conocimiento que tenía sobre ellos e información que me proporcionó el sistema, lo cual fue muy útil. También durante este tiempo, fortalecí mi lado izquierdo, lo cual podría ser un punto débil en el fútbol. Mi ambición era clara: practicar para lograr ser ambidiestro, ya que entre menor edad tenga es más fácil conseguirlo, esto me permitiría alcanzar niveles de dominio muy inusuales en un campo de fútbol.
Las mañanas eran para mí un refugio de calma y claridad. Al abrir los ojos, dedicaba unos minutos a meditar y reflexionar. Este hábito no solo me ayudaba a ordenar mis pensamientos, sino que también era el momento en el que trazaba planes y analizaba cómo llevar a cabo mis objetivos organizando mis ideas. También iba ocasionalmente a nuestra extensa biblioteca o leía información que le pedía al sistema y en mis ratos de ocio jugaba juegos de estrategia o agilidad mental como armar rompecabezas. Todo esto siendo parte de lo que se puede llamar como mi entrenamiento mental.
Al amanecer estando meditando y mientras reflexionaba, tomé una decisión sintiendo que era hora de un cambio. Había llegado el momento de expandir mis horizontes, salir de casa y desafiarme con nuevas disciplinas que complementaran mi desarrollo como futbolista y como persona. Ya era hora de empezar a salir al mundo y mostrarle de lo que soy capaz de conseguir.
Con esta decisión tomada, el día comenzó como cualquier otro. Tras desayunar y ordenar mi cuarto, me dirigí al gimnasio. Mi padre ya me esperaba allí, como siempre, puntual y dispuesto.
Durante la rutina de ejercicios, aproveché la oportunidad para abrir un diálogo con él. —Papá, he estado pensando en algo que me gustaría mucho hacer —comencé mientras ajustaba el peso en una máquina.
—¿Ah, sí? Cuéntame —respondió con curiosidad, aunque sin dejar de concentrarse en su propio entrenamiento.
Tomé aire, tratando de organizar de forma adecuada mis palabras. —Quiero empezar a practicar deportes más variados. Además del gimnasio, me gustaría probar cosas como atletismo, gimnasia, natación... deportes que me ayuden a complementar mi desarrollo físico y mental.
Mi padre detuvo lo que estaba haciendo y me miró con atención. Pude ver en sus ojos una mezcla de sorpresa y orgullo, pero también sus pensamientos se tornaron algo dudosos.
—Es una idea interesante —dijo después de un momento de reflexión—. Siempre he pensado que diversificar las habilidades es algo bueno, pero… ¿por qué ahora? Aún eres un niño muy pequeño. No quiero que te presiones.
—Porque siento que es el momento de descubrir qué me gusta hacer. Además, justamente quiero aprovechar mi corta edad. Sé que aún tengo mucho tiempo por delante, pero también sé que cuanto antes empiece, mejor será el resultado a largo plazo.
Él asintió lentamente, procesando mis palabras.
—Me parece bien, pero debes tener cuidado. No es buena idea abarcar demasiado de golpe. El cuerpo necesita adaptarse, y no quiero que te lesiones o que te sientas abrumado.
—Lo entiendo, papá —respondí, agradeciendo su consejo—. No planeo hacer todo a la vez. Mi idea es empezar con uno o dos deportes e ir avanzando poco a poco.
Mi padre pareció relajarse ante mi respuesta.
—Entonces, está decidido. Te llevaré a una academia de deportes olímpicos. Allí podrás explorar distintas disciplinas y decidir cuáles te gustan más.
Esa tarde, al volver a casa, mi madre notó algo diferente en mí. Estaba más animado de lo usual, y mis ojos brillaban con una determinación que parecía difícil de ocultar.
—¿Qué tiene tan contento a mi pequeño ? —me preguntó mientras preparaba la cena.
Le conté sobre la conversación con mi padre y sobre mi decisión de diversificar mis entrenamientos. Mientras hablaba, pude ver cómo su expresión cambiaba gradualmente. Primero mostró algo de sorpresa, luego orgullo, pero también una sombra de dudas similar a la que tuvo mi padre.
—Me alegra que tengas metas claras —dijo finalmente—, pero no olvides que eres muy joven. A veces, los niños como tú, que son muy determinados, tienden a exigirse demasiado. No quiero que te sobrecargues.
—No te preocupes, mamá. Sé lo que estoy haciendo, y siempre escucharé sus consejos.
—Eso espero, cariño. Sabes que siempre vamos a apoyarte, pero también queremos que disfrutes de tu infancia.
Sus palabras me hicieron reflexionar. Era cierto que estaba muy enfocado en mi futuro, pero no sentía que estuviera perdiendo nada. Para mí, el esfuerzo y la dedicación eran una forma de disfrutar mi vida. Además disfrutaba cada momento ya que sabía que el tiempo no vuelve y la vida es algo que pronto se va tienes que estar siempre consciente de tu presente.
En los días siguientes, mis padres comenzaron a observarme con más atención. Sus miradas parecían analizar cada uno de mis movimientos, como si intentaran descifrar algo que no podían expresar con palabras. Intentaban comprender como era mi forma de ver la vida y todo en general siendo como soy. Mi madre, especialmente, comenzó a hacer preguntas más directas.
—¿Kokuryu cómo aprendiste a meditar? —preguntó una mañana mientras me veía sentado en mi posición habitual de meditación.
—Lo descubrí viendolo por televisión y luego comencé a leer sobre meditación con libros de nuestra biblioteca —respondí con naturalidad, aunque sabía que era una verdad muy a medias.
—Es increíble lo disciplinado y dedicado que eres para tu edad —comentó, más para sí misma que para mí.
Pude notar que tanto ella como mi padre estaban más atentos que nunca. Pero en lugar de enfrentarlos, decidí seguir adelante con tranquilidad. Sabía que sus dudas eran más bien un intento de entenderme y apoyarme. No se trataba de desconfianza, sino de una preocupación genuina por el rumbo que estaba tomando mi vida.
Aun así, mi determinación era clara. Sabía que el tiempo respondería a todas las preguntas que pudieran surgir en sus mentes. Lo único que debía hacer era mantener mi enfoque y demostrarles, a través de mis acciones, que estaba listo para cualquier desafío, siempre con su apoyo como base.