Me desperté un poco más temprano de lo normal y una ola de emoción, ansiedad y curiosidad recorrió mi cuerpo. La expectativa de probar mis nuevas habilidades en la academia me mantenía completamente alerta. El ligero hormigueo que había sentido durante la noche había desaparecido, pero en su lugar sentía una energía renovada, como si cada fibra de mi ser estuviera más alineada, más precisa.
Salté de la cama con entusiasmo y comencé a practicar las habilidades de gimnasia que había copiado para adaptarme más a ellas, siendo relativamente fácil debido a mi tercer deseo. Mientras lo hacía, sentí que mi cuerpo respondía con una fluidez que no había experimentado antes. Los movimientos poco a poco mejoraban hasta el punto que parecía haber hecho toda mi vida salían con una perfección casi natural. La sensación de control, de tener cada músculo trabajando en armonía, me invadió con un orgullo silencioso. Era increíble cómo mi cuerpo ahora sabía exactamente qué hacer, cómo moverse, cómo estirarse, casi sin la necesidad de pensarlo.
Cuando estuve satisfecho con los resultados, repetí mi rutina matutina con más rapidez que de costumbre. Me lavé la cara, me vestí y desayuné, todo mientras mi mente no dejaba de imaginar cómo se sentiría usar esas habilidades en un entorno hecho para eso, y ahora casi completamente adaptadas. Me detuve frente al espejo un momento, apretando los puños. "Hoy es el día para demostrarlo," pensé, con una determinación que brotaba de lo más profundo de mi ser.
Mi padre se fue más temprano debido a que estaba ocupado con asuntos importantes, así que sería el chófer quien me llevaría ese día.
Después de prepararme con rapidez y tomar un desayuno ligero, el sonido de un motor estacionándose frente a la casa anunció que el auto estaba listo. Salí con entusiasmo, encontrándome con el chófer, un hombre mayor de rostro amable que siempre parecía dispuesto a ayudar.
"Buenos días, joven. ¿Listo para otro gran día?" me preguntó con una sonrisa mientras abría la puerta trasera del vehículo.
"¡Claro que sí! Hoy será increíble," respondí mientras subía al auto, mi mente ya enfocada en lo que me esperaba en la academia.
Durante el trayecto, no dejé de mirar por la ventana, viendo cómo las calles pasaban rápidamente, mientras mi mente repasaba los movimientos que había copiado y asimilado. Sentía una extraña conexión con mi cuerpo, como si todo encajara a la perfección, como si estuviera listo para cualquier desafío.
Cuando llegamos a la academia, el chófer estacionó con precisión y bajó rápidamente para abrirme la puerta. "Aquí estamos, joven. Diviértase y muestre lo que puede hacer."
"Gracias," le dije mientras saltaba del auto. Mis piernas apenas podían contener mi entusiasmo. Con un breve gesto de despedida, corrí hacia la entrada del edificio, mi corazón latiendo con fuerza.
Al llegar a mi clase, la emoción se desbordaba por dentro, pero intentaba mantenerme tranquilo, como si todo fuera parte de una rutina diaria. Saludé a mis compañeros con una sonrisa, todos parecían un poco más relajados que yo, algunos conversando entre ellos, otros simplemente esperando el inicio de la clase. El aire estaba cargado de una energía expectante, y mientras nos acomodábamos, esperaba que todos llegaran.
Uno a uno, mis compañeros entraron al gimnasio, saludándose y poniéndose en sus respectivos lugares. El instructor aún no estaba presente, pero todos sabíamos que su entrada marcaba el inicio de la clase. Me acomodé en una esquina del gimnasio, estirando un poco mis muñecas y flexionando los músculos, mientras de reojo observaba a los demás prepararse de forma casual, sin saber lo que me esperaba.
Finalmente, el instructor hizo su aparición, entrando con su paso firme y su usual semblante serio. Saludó brevemente a todos y, como siempre, comenzó la clase sin perder tiempo. Nos pidió que nos alineáramos y comenzáramos con los estiramientos básicos, algo sencillo para todos, pero en mi caso, era la antesala para probar lo que había logrado.
Comencé con los estiramientos tal como lo indicaba, pero mientras los hacía, algo dentro de mí se activó. Cada movimiento fluía de forma más natural, más perfecta, como si todo mi cuerpo supiera exactamente cómo moverse, cómo estirarse. El sistema de adaptación había hecho su trabajo durante la noche, y ahora no solo me sentía más ágil, sino mucho más consciente de mi propio cuerpo.
Mientras los demás seguían de forma un poco torpe los movimientos, yo me deslizaba a través de los estiramientos con una fluidez que me sorprendió incluso a mí. Los movimientos no solo se sentían naturales, sino que parecían estar perfectamente sincronizados, como si mi cuerpo hubiera entrenado durante años en estos ejercicios. A medida que avanzaba, mi confianza crecía, y las correcciones del instructor para los demás estudiantes comenzaron a parecerse a un murmullo lejano, casi inaudible. Estaba completamente absorbido en la perfección de mis movimientos.
Cuando el instructor me observó, su expresión cambió. Primero parecía incrédulo, pero conforme me veía realizar la rutina, su rostro pasó a una mezcla de asombro y desconcierto. Mis movimientos eran impecables. Cada flexión, cada estiramiento, era ejecutado con una precisión que excedía por mucho a lo que cualquier niño de mi edad podría lograr. No solo era rapidez, era el control total, la sensación de que cada parte de mi cuerpo estaba en perfecta armonía con las otras, como si todo el ejercicio fuera una coreografía perfectamente ensayada.
Pasé a la parte más dinámica de la rutina. El instructor apenas pudo seguirme con la mirada. Mis saltos, mis giros, mis movimientos rápidos parecían tener una fluidez que desbordaba los límites de lo humano. Mis piernas se estiraban y se encogían con una elasticidad impresionante, deslizándome por el gimnasio con una rapidez y gracia que dejaba a todos boquiabiertos. Mientras me movía, parecía que el aire se abría paso solo para mí, como si todo el entorno me acompañara en el ritmo perfecto de mi cuerpo.
El instructor, que siempre se mantenía impasible, comenzó a caminar en círculos a mi alrededor, observando cada uno de mis movimientos con una expresión de creciente incredulidad. Mis compañeros, algunos sorprendidos, otros incluso desconcertados, no podían dejar de mirarme mientras pasaba de un ejercicio a otro sin el más mínimo esfuerzo, como si todo esto fuera parte de mi rutina diaria. Y, de alguna manera, en ese instante, sentí que realmente era parte de mi ser, algo que había estado esperando revelar.
Mi velocidad y destreza no solo se limitaban a los movimientos básicos: mis saltos se volvían más altos y controlados, mis aterrizajes eran suaves y precisos, como si cada músculo estuviera perfectamente preparado para cualquier desafío. Incluso las maniobras un poco más complejas, que normalmente requerirían tiempo de práctica, las realizaba con tal facilidad que parecía haber nacido para hacerlo. Cada ejercicio que realizaba era una oportunidad para mostrar lo lejos que había llegado, y lo disfrutaba, cada segundo de ese proceso.
"Espera un momento…" murmuró el instructor mientras se detenía frente a mí, los ojos entrecerrados y un brillo de asombro en ellos. "Eso… no es posible. ¿Cómo lograste hacer todo eso tan rápido?"
Mis compañeros comenzaron a susurrar entre ellos, evidentemente sorprendidos. "Es… como si estuviera haciendo magia," dijo uno de ellos. Pero yo sabía que no era magia. Era el resultado de mi dedicación, de mi capacidad para aprender a una velocidad impresionante y mi pequeño secreto que era poder copiar.
Finalmente, el instructor se acercó, ahora con una mezcla de respeto y fascinación. "Eres… un prodigio de primera," murmuró. "Este nivel de habilidad no es algo que se pueda lograr de forma tan ordinaria. Estás por encima del nivel de los demás. De hecho, te voy a cambiar de clase."
Con esas palabras, me sentí como si todo mi esfuerzo hubiera alcanzado su propósito. No solo había hecho la rutina, la había elevado a un nivel completamente ajeno a mis compañeros, demostrando que no había límites para lo que podía lograr.