Había pasado un mes desde mi integración al grupo avanzado de gimnasia, y en ese tiempo, cada entrenamiento me había transformado. Lo que comenzó como una simple transferencia se había convertido en una oportunidad para redefinir mis límites. El grupo estaba compuesto por los mejores estudiantes de la academia, cada uno destacando en diferentes aspectos. Pero yo no estaba allí solo para competir; mi propósito era dominar.
Mi progreso no pasó desapercibido. Desde los primeros días, mi capacidad para aprender y ejecutar movimientos con rapidez llamó la atención, no solo del instructor, sino también de mis compañeros. La tensión crecía con cada sesión, especialmente con Daichi, uno de los veteranos del grupo. Él claramente no estaba acostumbrado a ser superado, y mucho menos por alguien que parecía ser más joven que el.
Nota: parezco a lo mucho un año más grande de lo que soy.
A lo largo del mes, me enfoqué en cada aspecto de la gimnasia. Por las mañanas, perfeccionaba mis movimientos básicos. Durante las clases, observaba a mis compañeros, analizando sus fortalezas y debilidades, y por las noches, en mi espacio privado, replicaba lo aprendido, incorporando mi propio estilo. Cada día se convirtió en una batalla contra mi cuerpo, y cada victoria, un paso más hacia la perfección.
Finalmente, llegó el día que todos esperábamos: la competencia interna que el instructor había anunciado al principio del mes. Este evento no solo pondría a prueba nuestras habilidades individuales, sino que también determinaría quién lideraba el grupo. La atmósfera en el gimnasio era palpable desde el momento en que entramos. Cada estudiante se veía concentrado, algunos un poco nerviosos, pero yo me sentía completamente listo.
El instructor explicó las reglas: habría cinco pruebas, cada una diseñada para medir un aspecto crucial de la gimnasia. Se evaluaría la técnica, fluidez y creatividad, y al final, la rutina libre decidiría al ganador.
Primera prueba: Fuerza en las anillas
El gimnasio se quedó en silencio cuando comenzó la primera prueba. Debíamos sostener una posición de plancha abdominal sobre las anillas durante el mayor tiempo posible. Vi cómo Daichi y otros compañeros lograban posiciones firmes, pero la tensión en sus brazos era evidente.
Cuando llegó mi turno, me coloqué con calma, respiré profundamente y elevé mi cuerpo hasta una plancha perfecta. El tiempo parecía detenerse mientras mantenía la posición sin el más mínimo temblor. Sentía las miradas sobre mí, pero no me importaba. Añadí un ligero movimiento de transición a una postura de Cristo en las anillas antes de bajar con suavidad, dejando a todos sorprendidos. Aunque sentí una leve incomodidad en los hombros al final, fue algo que pude controlar sin mayores problemas.
Segunda prueba: Equilibrio en la barra
La siguiente prueba requería caminar sobre una barra estrecha realizando giros y posturas sin perder el equilibrio. Los demás avanzaron con cautela, completando sus rutinas con esfuerzo visible.
Cuando subí a la barra, dejé que mi cuerpo tomara el control. Mis pasos eran precisos, cada postura fluida, cada giro perfectamente controlado. En un momento, añadí un salto con giro en el aire, aterrizando con una estabilidad que hizo que incluso el instructor asintiera en aprobación. A pesar de la concentración, no tuve mayores dificultades en mantener el equilibrio, algo que me permitió llevar a cabo la prueba con confianza.
Tercera prueba: Coordinación en la barra fija
Esta prueba consistía en realizar una secuencia de giros y transiciones en la barra fija. Daichi mostró una rutina sólida, aunque sus movimientos carecían de fluidez en las transiciones más complejas.
Yo, en cambio, comencé con un impulso controlado, realizando giros completos y añadiendo combinaciones rápidas que conectaban de manera perfecta. En el punto final, me solté de la barra para realizar un doble mortal hacia atrás, aterrizando con precisión. A pesar de la exigencia física, la rutina fue más fluida de lo esperado, aunque en el último giro sentí una pequeña tensión en la muñeca, algo que no me detuvo.
Cuarta prueba: Flexibilidad avanzada
Aquí, debíamos realizar una serie de posturas que exigían elasticidad y control absoluto. Mientras algunos compañeros se esforzaban por completar las posturas, yo me moví como si cada posición fuera natural. Realicé transiciones entre posturas de forma fluida, añadiendo un toque personal al incorporar giros suaves que destacaban mi dominio.
La prueba final: Rutina libre
Esta era la prueba definitiva, donde cada uno debía mostrar todo lo que había aprendido y desarrollado. La mayoría presentó rutinas sólidas pero predecibles, enfocándose en sus puntos fuertes sin arriesgar demasiado.
Cuando llegó mi turno, me coloqué en el centro del gimnasio y respiré profundamente. Mi rutina comenzó con un salto alto, seguido de un giro en el aire que me llevó directo a la barra fija. Desde allí, realicé una serie de giros y transiciones que fluían como una coreografía ensayada. Cada movimiento se ejecutaba con precisión, y sentía cómo mi cuerpo respondía perfectamente a cada exigencia, mostrando lo mejor de mi técnica.
Al llegar a la parte final, decidí arriesgarme con un salto complicado desde las anillas, un movimiento que siempre había querido perfeccionar. Me lancé con confianza, pero al intentar aterrizar, cometí un pequeño error de cálculo. El impulso fue correcto, pero mi aterrizaje fue descontrolado. Mi pie izquierdo tocó el suelo con demasiada fuerza, lo que me hizo tropezar y perder el equilibrio. Intenté recuperar la postura, pero mi pie derecho no reaccionó a tiempo, y terminé cayendo de lado, con un golpe sordo que resonó por el gimnasio.
El público guardó un silencio momentáneo, y pude escuchar el murmullo de algunos compañeros. Me levanté rápidamente, pero la caída fue innegable. Aunque el resto de la rutina había sido impecable, ese pequeño error al final terminó costándome la perfección que esperaba. El instructor me miró con una expresión que indicaba algo de decepción, pero también comprensión.
El instructor se acercó al centro del gimnasio y llamó la atención de todos.
—Hoy hemos visto grandes demostraciones de talento y esfuerzo. Pero también hemos visto algo excepcional. —Hizo una pausa y me miró directamente—. El ganador de estás pruebas eres tu Kokuryu
Los aplausos resonaron, y una mezcla de orgullo y determinación me invadió. Pero sabía que tenía un amplio margen de mejora.
Por otro lado en la clase de natación. Desde el momento en que fui transferido a la clase avanzada de natación, mis días se llenaron de desafíos constantes y oportunidades para destacar. Los entrenamientos eran intensos y estructurados, diseñados para pulir cada aspecto de nuestras habilidades.
El instructor, un hombre de pocas palabras pero mirada aguda, parecía tener altas expectativas desde el principio. Durante las primeras semanas, su enfoque estuvo en los fundamentos: salidas rápidas, giros fluidos y resistencia. Mientras mis compañeros luchaban por seguir el ritmo, yo absorbía cada lección con precisión, ajustando cada detalle de mi técnica hasta que se volvía impecable.
Sin embargo, no todo fue fácil. A medida que avanzaban los entrenamientos, comencé a notar que mi velocidad y resistencia, aunque sobresalientes, no siempre eran suficientes. Los ejercicios de resistencia prolongada, especialmente en el estilo de pecho, comenzaron a ponerme a prueba de maneras que no había anticipado. Mis compañeros más experimentados parecían tener un mejor control sobre su respiración en esos tramos largos, mientras que yo, a pesar de mi destreza técnica, sentía que mi ritmo comenzaba a desmoronarse a mitad de los entrenamientos más largos.
Al principio intenté ignorar esa fatiga, pero pronto me di cuenta de que mis músculos no respondían como antes. Aunque nadaba con una técnica muy buena, la falta de resistencia en algunos estilos me hacía sentir que no estaba alcanzando mi máximo potencial. El instructor lo notó rápidamente y, sin decirlo abiertamente, me incluyó en entrenamientos adicionales para trabajar mi resistencia cardiovascular.
El primer desafío real llegó con la competencia interna que tuvo lugar dos semanas después de mi ingreso a la clase avanzada. Era una prueba de 200 metros estilo libre, una distancia en la que podía destacar por mi velocidad. Pero al ver a los otros nadadores en la línea de salida, noté algo en sus miradas: estaban listos, confiados. Sentí una presión inusitada. Cuando el silbato sonó y nos lanzamos al agua, mi ventaja inicial fue clara. Sin embargo, a medida que me acercaba a la mitad de la prueba, noté una ligera pérdida de velocidad. Mis brazadas se hicieron más pesadas, mi respiración irregular. Aunque terminé primero, el tiempo no fue tan impresionante como esperaba, y el instructor me miró con una leve expresión de desaprobación.
—Tu velocidad es impresionante, pero tu resistencia necesita trabajo —dijo sin rodeos tras la prueba.
Eso me golpeó más de lo que esperaba. Ya no era suficiente con ser rápido o tener una técnica perfecta. Necesitaba mejorar mi resistencia para ser verdaderamente imbatible. Decidí que iba a superar esa debilidad, no solo con esfuerzo, sino con estrategia. Comencé a practicar fuera de las sesiones regulares: nadaba distancias más largas, me concentraba en mantener una respiración constante y en modular mi ritmo de forma eficiente. Mientras mis compañeros luchaban por seguir el ritmo de los entrenamientos, yo aprovechaba la oportunidad para mejorar mis puntos débiles sin perder de vista mis fortalezas.
La siguiente competencia, una prueba de 400 metros combinados, llegó rápidamente. Este evento representaba el mayor desafío hasta ese momento. Cuando el silbato sonó, decidí ser más calculador. Al principio, controlé mi ritmo, mantuve una técnica impecable en cada transición. Sin embargo, en el último tramo de pecho, la resistencia comenzó a cobrar factura. Esta vez, aunque mis piernas parecían no responder como antes, logré controlar mi respiración mejor que nunca, lo que me permitió mantenerme en la competencia. Al final, no gané de manera aplastante, pero mi tiempo fue considerablemente mejor que en la competencia anterior, y el instructor pareció notar la mejora.
Entre entrenamientos y competencias, el ambiente en la clase comenzó a cambiar. Mis compañeros me miraban diferente. Algunos seguían luchando por seguir mi ritmo, mientras que otros empezaron a sentir una mezcla de respeto y rivalidad. Surgió un nuevo desafío: otros nadadores, más experimentados, comenzaron a ponerme a prueba en los entrenamientos más difíciles. En una de las prácticas más intensas, un compañero me retó a una competencia informal, un sprint de 100 metros. Al principio, no parecía que fuera a haber problemas, pero pronto me di cuenta de que este nadador estaba especialmente entrenado en velocidad. La competencia fue feroz, y aunque logré ganar, el esfuerzo fue mucho mayor de lo que había anticipado.
El instructor, al ver mi creciente competencia interna, me incluyó en entrenamientos más específicos, buscando que mejorara no solo mi velocidad, sino también mis transiciones entre estilos, algo que aún podía perfeccionar. Comenzó a presionarme con intervalos de mayor intensidad, pidiendo que nadara a una velocidad constante por más tiempo. Esa fue otra dificultad inesperada, pero también una oportunidad para seguir creciendo.
Con el paso del mes, las dificultades se transformaron en puntos de superación. Mis fortalezas eran claras, pero mis debilidades ya no parecían un obstáculo insuperable. Sabía que estaba más cerca de alcanzar mi máximo potencial, pero también entendí que ningún desafío sería fácil de sortear. Al final del mes, llegó la tercera competencia interna, y aunque me sentía preparado, las semanas de trabajo intensivo se habían cobrado su precio. Los entrenamientos solitarios, las nuevas dificultades y mi creciente determinación me hicieron sentir más fuerte, más equilibrado.
En los últimos días, mis compañeros comenzaron a verme no solo como un prodigio, sino como alguien que, a pesar de sus dificultades, había superado cada obstáculo con determinación. Cuando llegó la competencia de relevos, mi equipo estaba listo para enfrentarse a nuestros otros compañeros en una prueba de velocidad y resistencia. Aunque la competencia estuvo reñida, logré mantenerme al frente, ayudando a mi equipo a lograr una victoria que sabía que no solo era mía, sino de todos los que habían estado a mi lado.
No había clases los fines de semana, lo que me servía para recuperarme correctamente. Entre semana, descansaba al menos un día, el cual aprovechaba para ir al gimnasio con mi padre y fortalecer mi cuerpo poco a poco.