En tan solo dos meses depsues, había logrado adaptarme completamente a mis dos clases principales. La natación y la gimnasia, que al principio parecían disciplinas desafiantes y llenas de obstáculos, ya no representaban un reto insuperable. Al contrario, me había consolidado, sin lugar a dudas, como el mejor en ambas áreas. Este logro no fue fruto del azar ni de solo mi extraordinario talento innato, sino que tambien era el resultado de un esfuerzo constante y disciplinado. Había practicado arduamente, día tras día, perfeccionaba cada vez mas mis habilidades al practicar, observar y replicar las características de mis compañeros, en especial de aquellos que destacaban como los mejores prodigios o que poseían cualidades únicas que los hacían sobresalir. Cada jornada de entrenamiento me llevaba a descubrir un aspecto nuevo de mí mismo, una faceta que me acercaba aún más a mi objetivo: la perfección.
Sin embargo, no me limité únicamente a lo que sucedía dentro de mis clases. En varias ocasiones, recorrí la academia con un propósito bien definido: observar a los estudiantes que destacaban en otras clases y disciplinas. Quería identificar a aquellos con habilidades excepcionales para analizarlos y copiar lo mejor de ellos. Mi mente, siempre alerta, trabajaba como una esponja, absorbiendo cada detalle de sus movimientos, técnicas y actitudes. Este enfoque no era casual, sino parte de mi estrategia para convertirme en alguien superior, alguien que pudiera superar cualquier desafío. No se trataba solo de imitar, sino de entender profundamente cada técnica, de incorporar sus elementos de manera que mi propio cuerpo pudiera ejecutarlos con naturalidad. Cada detalle, desde la postura hasta el ritmo, era una pieza del rompecabezas que formaba la imagen de mi futuro éxito.
Ya era el momento de dar el siguiente paso: integrar el atletismo a mis entrenamientos. Tras haberme adaptado completamente a mis clases de natación y gimnasia, sabía que mi cuerpo estaba listo para asumir un nuevo reto sin riesgo de sobreexplotación. Además, ya había comenzado a practicar atletismo en casa, experimentando con técnicas básicas y perfeccionándolas mediante la observación. Había pasado tiempo analizando los entrenamientos de otros, aplicando el mismo enfoque que me había servido al inicio de mi trayectoria en la academia. Me dedicaba a estudiar los movimientos de los velocistas, a observar sus gestos, a desglosar cada segundo de sus carreras para encontrar el elemento que podía ser mejorado o perfeccionado. Cada interacción, cada mirada atenta y cada análisis detallado se convertía en una oportunidad invaluable para aprender, mejorar y continuar avanzando hacia mi objetivo. Había encontrado una nueva pasión, y estaba decidido a dominarla con la misma disciplina que me había permitido destacar en otras áreas.
Le pedí a mi padre que hablara con los dos hombres encargados de las clases para solicitarles que me incluyeran en la nueva disciplina que quería probar: el atletismo. Mi entusiasmo era evidente, y aunque no sabía cómo reaccionarían, tenía claro que debía intentarlo. No importaba cuán difícil fuera, ya había demostrado que podía adaptarme y sobresalir. El atletismo no sería diferente. Mi mente ya estaba preparada para afrontar el desafío, y mi cuerpo había alcanzado el nivel necesario para empezar a explorar los límites de esta nueva disciplina. Sabía que no bastaba con querer hacerlo, sino que debía demostrar que era capaz de integrar el atletismo a mi rutina con la misma dedicación que las otras disciplinas.
Mi padre asintió ante mi petición y, sin dudarlo, llamó a los dos hombres, explicándoles que su hijo estaba interesado en comenzar a practicar atletismo. Después de escucharlo, los hombres respondieron con profesionalismo, explicando que, para integrarme a una clase adecuada, primero necesitarían realizarme una evaluación. Fue un momento de tensión para mí, ya que todo dependía de esa evaluación. No me intimidaba la idea de ser evaluado, sino más bien el hecho de que todo mi entrenamiento hasta ese momento podría ser puesto a prueba. Pero no iba a dejar que eso me desanimara.
Al día siguiente, como habían acordado, los dos hombres estaban esperando en la entrada de la academia. Nos dirigimos a una pista de atletismo, donde diversos instructores supervisaban diferentes secciones y actividades relacionadas con esta disciplina. El ambiente era dinámico, y podía sentir la energía de aquellos que entrenaban con pasión. Podía escuchar el sonido de los pasos acelerados, los gritos de aliento, y la tensión palpable en el aire mientras los corredores se preparaban para sus pruebas. Era un entorno que me inspiraba, y sabía que debía dar lo mejor de mí.
La prueba comenzó con una carrera de 100 metros planos, algo que esperaba con ansias. Me aseguré de emplear una técnica precisa, ajustada a lo que había observado y practicado previamente, pero al tratar de dar el máximo de mí mismo, me encontré con una inesperada limitación. A pesar de mis esfuerzos, no logré rendir al nivel que imaginaba. Las razones eran claras: aunque había copiado habilidades de otros y las había integrado en mi entrenamiento, mi cuerpo aún no estaba completamente adaptado a ellas. La velocidad de mis movimientos no era tan fluida como la de los atletas experimentados, y la resistencia de mis músculos no había sido puesta a prueba con la suficiente intensidad. Además, nunca había explorado a fondo mis límites en este deporte, lo que hacía evidente que aún tenía mucho camino por recorrer para dominar esta nueva disciplina. Este fracaso no era una derrota definitiva, sino una lección que me motivaría a mejorar y a conocer mejor mi propio potencial.
A pesar de todo, las personas que me estaban observando parecieron algo impresionadas por lo que había logrado considerando que era una simple evaluación de un niño que no había practicado este deporte fue algo impresionante. Después de la evaluación, llegaron a la conclusión de que, aunque mi rendimiento no fue perfecto, estaba en un nivel lo suficientemente alto como para ser colocado en una clase con niños menores a 10 años. Mi dedicación y capacidad de adaptación habían sido evidentes, y eso fue suficiente para convencerlos de que tenía el potencial de avanzar rápidamente. Además, me dieron la posibilidad de avanzar hacia la clase avanzada de menores de 10 años si demostraba que podía mejorar y perfeccionar mis capacidades actuales. Este era solo el comienzo, y sabía que con el tiempo y el esfuerzo, alcanzaría el nivel que deseaba avanzando a pasos agigantados pero que conllevan una dedicación y un esfuerzo que va fuera de lo común.
Si se preguntan por qué aparentemente me está costando ser el mejor es por qué estoy en una academia en dónde varios compañeros en un futuro serán de los mejores atletas del país e inclusive del mundo.