Chereads / Tramontana Azul / Chapter 7 - Capítulo 6

Chapter 7 - Capítulo 6

En la mesa de aquel lindo mexicano nos reímos de nosotros, de nuestros compañeros, de la universidad y de los últimos monólogos, que ambos habíamos escuchado. Levantó la mano, pidió la cuenta y, en su coche, me acompañó a casa.— Gracias por tu esfuerzo y por el excelente trabajo que has hecho. —Me dijo mirándome a los ojos, desde la cercanía de su asiento, con las manos asidas al volante. Siento terminar tan pronto esta velada, —pasaban de las doce— mañana he de coger un avión temprano, vuelo a Tokio vía Londres.Le miré, le di un beso en la mejilla y las gracias por la invitación. Le deseé un buen viaje, sonreí, abrí la puerta y salí. Esperaba que me retuviese y noté el vacío de su ruido al cerrarse. No quise mirarle, no pude decirle que quería pasar una noche de alocado sexo junto a él. Ardía desde el mediodía y mi comportamiento, pusilánime, me decepcionó. Pero ya os lo he dicho, con Mario las cosas son diferentes y nunca sabes lo que va a suceder. Al llegar a casa tomé una rápida ducha, me puse el pijama y me metí en la cama. No podía dormir, no dejaba de darle vueltas a la jornada, a él, a Mario, a la primera persona que me había provocado un orgasmo, estando despierta y sin tocarme. Por eso me sonrojé cuando me cogió la mano, temía que se hubiese dado cuenta de que, en mi imaginación, lo estaba copulando. Antes de salir de su casa, fui al baño a limpiarme, mi vagina estaba chorreando y tuve miedo de que mi flujo traspasase el pantalón. Fue la primera noche en mi vida que la pasé en blanco por culpa de un hombre.A la mañana siguiente llegué a la universidad con unas ojeras que me llegaban hasta los pies. Mis compañeros de la Escuela lo notaron, especialmente mi amigo Teo, con el que coincidía desde que comencé caminos. La mayoría me gastaron bromas sobre el fin de semana que me había corrido, pues sabían que no eran por enfermedad, sin embargo, él se preocupó por mí. Teo, era inteligente, perspicaz, simpático, humano y muy atento a los sentimientos de todos sus compañeros. Habíamos pasado limpios el primer año, éramos los dos únicos alumnos que aprobamos todas las asignaturas por curso, sin necesidad de ir a los exámenes finales. Yo no solía comer en la cantina de la Politécnica, pero ese día, no sé con qué habilidad, Teo me convenció. Sin darme cuenta estaba frente a una ensalada con atún y un vaso de zumo de naranja. En su bandeja, además del menú, había un zumo de tomate, que había seleccionado para que lo tomase como aperitivo. Lo preparó con un poco de sal, y mucha pimienta para que me ayudase a pasar la resaca. Por la tarde teníamos prácticas de química y no la podía liar. Como pareja de laboratorio, nos jugábamos la nota del primer trimestre de esa asignatura. Aprovechó el final de la comida para pasarme un vasito efervescente con un paracetamol. Luego nos fuimos al Ágora a tomar el frio sol, allí estuvo masajeándome las sienes mientras, apoyada sobre sus muslos, daba una cabezadita. Me desperté radiante, en plena forma, como si nada hubiese ocurrido durante el fin de semana. Me dijo que hoy lucía un pelo precioso, brillante y fino. Lástima que Mario lo desaprovechase, pensé; le di un beso en la mejilla y comencé a cantarle la canción de Luz Casal "no me importa nada", Teo, tarareando me siguió, tocaba el bajo en un conjunto de amigos. Yo había continuado mi afición al piano haciendo pinitos musicales con ellos, tocando en su banda. Era un secreto que guardaba, Papá no podía enterarse. Furtiva, a veces me unía a ellos y animábamos las fiestas nocturnas, durante los locos jueves universitarios. Cuando terminamos, de cantarla, nos fuimos cogidos de la mano, tarareando "las chicas son guerreras", seguros de aprobar nuestro examen de prácticas de química.Teo es un chico especial, para mí, es el más especial de mis amigos. Lo conocí cuando comenzamos a estudiar ingeniería de caminos. Congeniamos desde el primer día, hicimos por coincidir en los grupos de trabajo y en las prácticas de laboratorio. Él vivía en un piso de estudiantes y yo con mis padres en la ciudad. Eso diferencia a los universitarios, los primeros creaban sus grupos de amistades estudiantiles y los segundos seguíamos con nuestro entorno de amistades, y entre ambos intercambiábamos pocos momentos de ocio. Cada uno envidiaba al otro por lo que no tenía, unos se habían alejado de sus amigos, otros seguíamos viviendo junto con nuestros padres. Solo coincidíamos en las clases, en los grupos de trabajo o en fiestas y botellones universitarios. Teo me permitió que fuese una simbiótica y disfrutase de las ventajas de los dos mundos. En función de la lejanía, los foráneos regresaban a sus casas una vez cada quince días o mensualmente. A los tres meses de conocernos, todos los fines de semana que regresaba a su pueblo, me ofrecía su habitación para que pasase unos días aislada de mis padres. Al principio me negué, pero luego la usé con asiduidad para cometer excesos lejos de mi familia. Al comienzo del segundo año le pedí compartir breves gastos de alojamiento, así le ayudaba a pagar su alquiler y podía disfrutar de la estancia sin ningún remordimiento.Yo quise buscar un trabajo de estudiante, por horas, durante los fines de semana, como reponedora de supermercado, dependienta o camarera, pero Papá se negó. Yo nunca traicionaría a Papá, así que cambié de oficio y me hice editora, haciendo negocio con mis apuntes, los fotocopiaba y vendía a precio de oro a los cuatro potentados de la escuela. Eso me permitía compensar a Teo y compartir su espacio con mayor libertad.Con el tiempo tuve que pasarme por su novia. Los chicos son así de estúpidos y si se trataba de follar, habían estipulado que se podía compartir habitación con una chica, a condición de que los jadeos no se escuchasen. A nosotros nos pareció estupendo, porque lo nuestro no iba de sexo, era pura amistad. También éramos novios los fines de semana que íbamos a su pueblo, donde fingíamos ser pareja para no destrozar a su familia, así como protegerse de las leonas del entorno. Muchos viernes cambiábamos el botellón por una terapia de ron. Nos metíamos los tres en su habitación, él, yo y la botella. Unos días la secábamos, otros, terminaba casi intacta, pero siempre nos acostábamos al alba.Teo es hijo único de una familia humilde y muy campechana, sus padres tenían una pequeña explotación ganadera en un pueblo montañés de unos seiscientos habitantes. Con penurias le podían pagar los estudios que, por méritos, compensaba con notas excelentes y trabajos de camarero y músico durante los veranos. Para él las notas no eran una opción, era un requisito sine qua non para mantener sus becas. La estrechez le obligaba, no podía permitirse repetir ninguna asignatura. En una de esas infinitas conversaciones que teníamos, desconectados del mundo, me mostró sus demonios interiores. Durante esas veladas, que nosotros llamábamos Ronoterapias, los móviles estaban en silencio, dentro de un cajón de su escritorio. En esos momentos éramos Teo y María, encerrados en nuestra burbuja de trascendentales disquisiciones. Las chicas nunca le habían atraído, en su pueblo la tradición le oprimía, sus habitantes no dejaban espacio a que la naturaleza fuese a contracorriente. Sus padres trabajaban desde las primeras luces del día hasta el crepúsculo. Apenas ocho horas intensísimas en invierno y más de quince en verano. Repetidas comidas de sopa de ajos, o de blancas legumbres con cebolla, les permitían ahorrar lo suficiente para seguir el consejo de don Francisco, cura y maestro de escuela que descubrió al genio de Teo. Toda la familia idolatraba a don Francisco. Él les ayudó a gestionar su acceso en el instituto comarcal, a obtener las primeras becas y a sufragar los pequeños gastos extraordinarios, que necesitaba para material y desplazamientos. Ese excepcional maestro, que además era profesor de música, le ayudó a encontrar los primeros trabajos veraniegos y musicales de su adolescencia. Demostrando a sus padres que, con el dinero conseguido durante los meses de verano, y la excelencia de sus notas, podía pagarse los estudios. No fue fácil convencer al padre de Teo para que le dejase estudiar, pero al final accedió a regañadientes. "Le doy una oportunidad", les dijo a ambos, "si falla, por la indolencia de querer ser un ingeniero, en lugar de un maestro como tú, entonces terminará criando vacas y cerdos como yo, y será el patrón de esta granja". Teo tenía una bala y no la desaprovechó. Ese era uno de los demonios que le carcomía su interior, no podía matar a sus padres de un sofocón, primero les debía una gran alegría y convertirse en el primer ingeniero del pueblo y pasar de ser el hijo del vaquero, a don Teo, luego vendría lo demás y les abriría su interior.Al poco de regresar de las vacaciones de Navidad me pidió que le ayudase.— He conseguido montar un grupo para animar los carnavales y se me ha caído el teclado. ¿Podrías ocupar su lugar? Te necesito porque con el dinero que saque llegaré hasta final del curso. Ya sé que serán dos fines de semana que no podrás divertirte, como tenías previsto, pero no tengo ni tiempo, ni una alternativa de cambio que no seas tú. — Antes que le diese un ataque de pánico con su vertiginoso monólogo lo paré.— Sí. — Bruscamente le interrumpí.— ¿Qué...?— Acepto, no tienes otra opción y yo soy feliz ayudándote. No puedo dejar tirado a mi brillante pareja de laboratorio. Soy tu primer fan incondicional. — Y, entonces bromeé — Te imaginas que tu conjunto se termina convirtiendo en una Big Band y me quedo fuera. Ni soñarlo chiquitín, eso no lo verán tus ojos.— Aún no sabes ni dónde, ni cuándo, ni cómo y aceptas mi oferta.— Teo, necesitas mi ayuda, lo demás es accesorio.Ensayamos durante tres fines de semana, la primera actuación, en el pub la gaviota, fue el once y doce de febrero y fuimos felicitados por el público y los propietarios. A la siguiente repetimos, eran los días grandes del carnaval, con lleno a rebosar y mantuvimos el nivel, consolidándonos como grupo. Era la primera vez que me movía por el entorno LGTB y estuve impresionada por su sencillez, desenfreno y autenticidad. Pasé los carnavales como nunca los había vivido, divertida, risueña y sin acordarme de la realidad que me envolvía. Gocé del desenfreno que compaginé con los últimos exámenes del primer trimestre.Para compensarme por haberle salvado el culo, me propuso recibir la primavera en la tranquilidad de su pueblo, estaba acostumbrado a pasar allí, en familia, el día del padre. Acepté encantada, ese año yo quería estar lejos de Papá. Mi madre me dejó el coche y el miércoles, después de comer en casa nos fuimos hacia su pueblo, a pasar el puente de San José.Alquería es un pueblo de seiscientos habitantes, situado en un valle lleno de pastos y frutales de secano. Está protegido por frondosas montañas de encinas y castaños que atemperan tu espíritu y lo moldean sincronizándolo con la paciencia del lugar. Se accede por una sinuosa carretera de montaña, de gran pendiente, es amplia y asciendes lentamente a medida que el verdor de sus laderas te engulle. El repecho de la última curva es la puerta del valle y al traspasarla, te devuelve la luz que la fresca umbría retenía. Proseguimos vadeando un arroyo, que alimentaba una pequeña laguna que moría en el valle, como sus habitantes. Su cristalina agua se filtraba por el subsuelo hasta renacer al pie de las montañas, en otro mundo, como fuente de un nuevo río. Disfrutando del paisaje y de las explicaciones que el copiloto me daba, llegamos al final del Valle de la Laguna donde se alzaba el cartel "Alquería", último pueblo de la llanura y culo de saco de la altiplanicie.