Chereads / Tramontana Azul / Chapter 13 - Capítulo 12

Chapter 13 - Capítulo 12

Diciéndonos bobadas y riendo, fuimos caminando desde las compuertas hasta el restaurante para cenar. Al entrar me impactó su decoración, era un lugar coqueto y sencillo, estaba situado en el embarcadero norte del muelle del puerto, las mesas del interior eran de madera con sillas de cuero, de respaldo alto, estaba adornado con detalles marinos, redes, arpones, timones y dejaba ver sus jácenas de noble madera. Pedimos cenar en la terraza exterior; levantada sobre una tarima de madera de teca, baqueteada por las inclemencias del tiempo, daba a la parte Este del restaurante, frente al embarcadero. Las mesas eran de mármol blanco con patas de hierro forjado, las sillas, también de hierro, estaban pintadas en blanco y con un cojín azul sobre su asiento. El camarero, a la par que dueño, con mandil marrón y uniforme negro, nos atendió amablemente. Trajo el menú y las dos cañas que le habíamos pedido junto con un cuenco de frutos secos variados. Hacía una tarde calurosa y mi cuerpo ardía, así que de dos tragos apuré la cerveza y pedí otra cuando hicimos la comanda. Le dejé elegir, cenaría lo mismo que él, pensé que era su noche y su paraíso, que yo estaba allí para gozar y tomar lo que me ofreciese.

Me encontraba muy equivocada al considerar superficial mi relación con Mario, sin saberlo, ese día comencé a excavar los cimientos de mi tormento.

El camarero nos trajo la botella de vino blanco, con su cubitera y luego los platos de los entrantes. Había pedido una composición de pescado crudo, que contenía ahumados de salmón, bacalao y anchoas, además de gambas maceradas con limón. Todo estaba dispuesto en una cama de escarola, rúcula y soja, a la que acompañaban dos cuencos con salsa, una de vinagreta y otra de dulce mostaza. Al terminar nos trajo el plato principal; comimos una deliciosa explosión de sabores, que mezclaba carnes y pescados de diferentes texturas. El plato estaba compuesto por un trocito de ternera, una cola de merluza, un pedazo de crujiente panceta, un cuarto de mano de cerdo a la brasa y un cucurucho de piel de bacalao frito con tempura de brócoli. El plato venía acompañado de un cuenco de salsa de pescado al tomate, para rociar preferiblemente con la carne y acentuar el contraste. Pequeños bocados sobre un estiloso plato con trazas de reducción de vinagre de Módena. La cena la regamos con vino blanco del Rin, muy frío. Una botella no fue suficiente así que pedimos otra. El sol de poniente traslucía su cuerpo enmarcando su perfil izquierdo y sus pectorales, la blanca tela dejaba entrever su areola marrón. Con ese maravilloso encuadre, entre el mar y su cuerpo, cené. Gracias al pequeño canal y a las casas bajas de Den Oever, ese lienzo coloreado por el poniente, no se apagaría hasta la puesta definitiva del sol. Entonces, el cielo se tiñó del fuego rojo y morado abriendo el tiempo del lúdico crepúsculo. El sol nos acompañó hasta los postres, donde yo quise tomar distancia eligiendo diferente; Mario pidió un brownie con vainilla y yo un helado de pistacho. Terminamos con un café y un chupito de whisky, ofrecido por la casa.

A la salida el dueño nos entregó la media botella de vino que no habíamos terminado. En Holanda no te preguntan, te entregan la botella tapada del vino no consumido. Al entrar en el coche, el chófer, que nos esperaba desde las nueve, nos propuso guardarla en la guantera, la pondría en modo refrigeración para que no se calentara el vino. Mario no quería perder el control, así que la conversación de la vuelta fue más profesional. Hablamos de la presentación que hizo en el congreso de Tokio y las anécdotas de su exposición; de cómo enfocar mi trabajo durante el próximo curso, había que sacarle el máximo provecho al seminario, prácticamente concluido. Su voz, perfectamente secuenciada y con una prodigiosa dicción, me atraía como un encantador de serpientes, mi pasión iba aumentando, olvidando mi profesión.

Llegamos a la puerta de la residencia, bajamos del coche, Mario se acercó a la ventanilla para darle las gracias al conductor y, discretamente, éste le devolvió el fresco vino blanco que aún nos quedaba. Pícaro, me enseñó la botella al tiempo que la zarandeaba.

— ¿Algo tendremos que hacer? —Pregunté complaciente.

— Nos la bebemos antes de irnos a dormir. —Propuso sonriente.

— La terminamos y ya dirá la noche. —Me frené, devolviéndole una pícara sonrisa, no quería incomodarle con un beso.

Subimos formales a mi estudio. Se lo mostré y al terminar, aproveché que él estaba en la cocina para pedirle que llenase de vino los dos vasos que había sobre la barra americana. A la par, yo encaré la lámpara de lectura sobre la pared de madera y apagué las demás luces. Un tenue color ámbar abrazó la estancia. Nos sentamos en la cama y brindamos por nosotros. Me preguntó si había leído el libro: "la soledad de los números primos". Y mientras nos bebíamos el vino blanco que aún quedaba en la botella, conversamos sobre su argumento.

— Mario eres matemático, y no creo que tú rechaces al mundo. Por otra parte, el mundo a mí no me rechaza, tal vez estoy más cerca de rechazarlo yo a él. Estamos pues, lejos de la trama de esa novela.

— Como tú, no pienso que nos adaptemos al argumento estricto de la misma, pero nos acercamos. Como en la novela, a mí me parece que somos superdotados, yo en matemáticas y tú en todas las facetas de la vida. A eso me refiero y eso me inquieta.

— Sabes perfectamente que los números primos son infinitos y cada vez se alejan más. A medida que crecen, estos se encuentran más distanciados. —No indagué por sus temores, que esta noche no me interesaban y serían un freno para lo que quería lograr. Mi metáfora, sobre la lejanía de estos números, pretendía quitarle los temores al riesgo que, una aventura conmigo, supondría para su familia, pues con el tiempo terminaríamos por alejarnos.

— Cierto, pero los tres primeros están juntos. Además, se pueden ver y por tanto conocer. –Soltándome de improviso y con sutileza su temor.

— El uno, el dos y el tres, son una trilogía y son los tres primeros números primos que se tocan por su proximidad. Tú y yo somos dos — Me acerqué a su boca, mirándole a los ojos, para ver que hacía él. Su silencio me abrazaba, su respiración me cegaba.

Mario es un hombre de sutilezas, que domina sus sentimientos y protege arduamente su interior. A esta altura de la noche los dos sabíamos que hablábamos de nosotros y no de las matemáticas. Los números primos eran puro simbolismo. Yo, aún no lo conocía en profundidad y me molestaba esa indiferencia ante la provocadora situación a la que le había llevado, no soportaría que hoy se me volviese a escapar, no quería que esta noche terminara con otra evasión. Así que, por primera vez en mi vida, me lancé apasionada a por un hombre. Le besé con dulzura, por temor a ser rechazada. Me separé de su boca, para ver como su cara me hablaba, y noté como sus manos subían lentamente por mis caderas para sujetarme y besarme por primera vez.

La noche cambió las palabras por los silencios, los argumentos por las caricias y las risas por los suspiros. Me tumbó en la cama, puso sus rodillas entre mis muslos y desabrochó los tres botones de mi camisa que dejé amarrados al vestirme. Procedía con ternura y cada vez que comenzaba una caricia nueva, me miraba a los ojos, con tierna profundidad, quería asegurarse de que me complacía. Subió, besándome, desde el ombligo hasta mi barbilla y desde ella hasta mi frente. Una mirada un beso y comenzó a desnudar mis hombros, primero el brazo izquierdo. Se paró y posó su oreja sobre mi pecho para escuchar el ritmo de los latidos de mi corazón. Mientras los escuchaba, su mano izquierda acariciaba mi lado derecho, subiendo juguetona desde el tobillo hasta mi mejilla. Como un tren, la mano hizo paradas de placer en todas las estaciones de su recorrido. Me liberó de la manga de la camisa y, antes de retornar por el brazo que había dulcemente besado, mordisqueó mi mano y me ofreció la suya para que mi boca la gozase. Armónicamente repitió el ritual con mi brazo izquierdo. Levantó mi dorso besándome y esparció la camisa en el suelo. Mi respiración se estaba acelerando, comenzaba a tener una sórdida taquicardia de placer. Besó mi barbilla, mis labios, la punta de mi nariz y mis ojos; delicados besos en mi cara, que auguraban otra novedad. Se incorporó y, arrodillado entre mis muslos, me sonrió con irónica mirada.

— Ya estamos a la par. — Dijo tras quitarse la camisa, mostrándome sus morenos pectorales. Siempre los había visto traslúcidos, bajo su camisa, y me habían excitado, ahora me hicieron suspirar, al pensar lo que su roce me depararía.

Esperaba que Mario se inclinase y, como la primera vez, recorriese mi torso a besos. Él se quitó sus mocasines y comenzó a desanudar el cordón de mi zapatilla, desnudando el pie izquierdo. La dejó sobre el suelo, se desnudó y se sentó en la cama. Puso mi pierna entre sus muslos y comenzó a masajearlo. Gemí, el dedo gordo de su pie estaba jugueteando en mi interior. Un orgasmo me paralizó, le paralicé y esperó a que mi rígido cuerpo se relajase y abriese los ojos pidiéndole, con el silencio de mi mirada, que continuase. Hizo lo mismo con la otra zapatilla. Esta vez gocé siguiendo sus pasos, con lentitud, me daba tiempo a que disfrutase imaginando la sensación que me iba a producir su próxima caricia. ¡Enloquecí deleitándome con solo imaginarlo! Mi cuerpo temblaba, mis bragas seguían puestas y ya estaba envuelta de placer. Me miró con dulzura y leí lo que sus pensamientos me dijeron: "Princesa ¿aún no sabes de qué va esto?". Gemí, era una pasada lo que me estaba proponiendo. Quería jugar conmigo a un acertijo de silencios, los silencios del placer. A través de su pausado movimiento, de lo que acababa de suceder y de la dirección de su mirada, tenía que imaginar cuál era la siguiente caricia, así la gozaba dos veces, una al preparar mi cuerpo para recibirla y otra cuando me acariciaba. Besándome la pierna se incorporó, poco a poco, hasta llegar a las dos prendas que yo aún tenía puestas. Acariciándome con su nariz, me miraba desde el balcón de mi pubis, preguntándome si sabía lo que haría. Con movimientos afirmativos o negativos esperaba mi respuesta, ¿lo sabes o no lo sabes? Me decía moviendo su cabeza, yo gozaba de placer con las caricias que su nariz me producía. Levantó el rostro, recorrió mi cuerpo, se acercó a mis labios y me besó intensamente.

— ¡Hola! Hacía tiempo que no te besaba y no sabía si seguías por ahí. — Se rio. Estoy segura de que él estaba pensando: ¿ya sabes lo que va a pasar o todavía no?

En silencio me dije: "Tal vez tú sí lo sepas, pero yo no. Tengo la cabeza llena de los destellos de tus estrellas fugaces y estos no me dejan pensar. Solo quiero que no me preguntes más y que por fin lo hagas".

— Tu mirada de placer me excita. — Dijo después de besar mis ojos y dulcemente mirarme. Luego descendió hasta mi ropa, gozando cada centímetro de mi cuerpo.

Subió mi falda y cubrió con ella mi ombligo. Suavemente deslizó las bragas por mis piernas. Las dejó caer sobre el resto de la ropa. Recorrió con sus labios el interior del arco de mi muslo lamiendo todo el cuerpo hasta llegar otra vez a mi boca.

— A mí también me encanta el fresco sabor a pistacho. —Me dijo. Como si yo fuera el helado, que había tomado.

Estaba recordando el postre de la cena y noté una ligera presión que separaba mis piernas. Supe que estaba llamando a mi puerta para entrar en mi interior. Le besé, noté un poco más de presión, seguía en mi alfeizar, la puerta estaba abierta y él, apoyado en su marco, continuaba sin entrar. Aumenté la pasión de mi beso mientras recorría con mis manos su espalda, acariciándola hasta llegar a sus nalgas, seguía sin pasar. Esperé, no pude más, y suavemente las empujé, para que entrase, poco a poco, hasta el fondo de mi ser. Separó su cabeza para permitir que mi gozo saliese, como suspiros, desde mi interior. Cuando llegó al fondo me besó y comenzó a bailar al ritmo de mi placer.

Yo tenía la suerte de no ser un hombre. Mis orgasmos estrombolianos me paralizaban durante unos segundos, necesitaba un tiempo para recuperarme de su intensidad y él me lo daba. No es lo mismo un cuenco que un plátano; éste una vez comido tienes que esperar a que renazca para volverlo a probar, mientras que el cuenco una vez vaciado, rápidamente lo puedes volver a llenar. El pico de mi placer era elevado y paralizante, como el de los hombres, pero una vez pasada la parálisis de la explosión, mi lava volvía a ascender para tener la siguiente. Mario fue el primero en comprender que nada más derramabas mi cuenco lo podías llenar y hacer que mi placer fuese una cordillera de ochomiles. Complacida, quise liberarme y ponerme el arnés para saber cuál era la altura de su montaña de placer, su tiempo había llegado. Pegados nos dimos la vuelta y cuando estaba encima lo abandoné. De mi bolso cogí un condón, me arrodillé sobre la ropa, quería ver como gozaba al vestirlo.

— Ve con mucho cuidado, es un órgano muy delicado que hay que saberlo tocar.

— No te preocupes, tú conoces mi habilidad cuando has asistido a mis conciertos universitarios, sé solfeo, no desentono cuando toco el piano y espero que el clarinete se me dé bien.

Sonriendo nos miramos, era el momento de centrarme en su placer. Lo fui deslizando, poco a poco, esperando a que retornase de su balanceo tras desenrollarle cada vuelta. Cuando llegué al final subí a la cama y me puse de cuclillas. Ahora ya sabes el camino y tienes la llave para entrar, me dije. Esperé con la puerta abierta a que diese el paso, tenía que quererlo dar. Colmada, necesitaba saber que Mario quería disfrutar del placer que yo le podía dar. Esperé, lo miré y le sonreí, la puerta está abierta solo tienes que pasar. Ese fue nuestro pacto tácito desde el principio, si lo quieres pídelo, si lo pides te lo doy. Mario tuvo que elevar su pelvis para entrar en mi interior. Gemí y comencé un vaivén de sentadillas de placer hasta que explotamos los dos, dejándonos caer, sin aliento, desde la cima del gozo. No fue únicamente pasión, entonces aún no me quería y sin saberlo hicimos el amor.

No sé el tiempo que había pasado, mis espasmos genitales lo notaban relajado, seguía en mi interior. Lo miré, estaba despierto, me besó, no quiso moverse, me dejó soñar hasta que retorné al mundo. Con sus dedos apretó el condón para que no derramase su líquido en mi interior, lo extrajo cuidadosamente, me besó y se fue al baño. Tomó una rápida ducha, volvió desnudo con el pelo mojado y se vistió.

— Me voy, mañana temprano vuelo de regreso a casa. —Deslizó la sabana sobre mi desnudo cuerpo— Aunque sea verano aquí por las madrugadas refresca.

Eran las cuatro de la mañana cuando besó mi frente y desapareció.

Lo miraba desconcertada, desde que fue a ducharse le esperaba. Estaba exhausta, no podía articular palabra y paralizada me limité a ver como pasaban las cosas. Me quedé vacía, no hubo pasión en su despedida, no quiso quedarse para apurar la noche. Con amargura pensé que ya no se repetiría, a la vuelta del verano sabría si mis temores eran ciertos. Agarré la almohada para protegerme y sentir su aroma. Mariposeando por mi vida perdí la consciencia y acurrucada sobre ella dormí plácidamente. De repente sonó el móvil, recordándome que hoy era el último día del seminario y no podía retrasarme por ser la jornada de clausura.