Tuve que esperar una semana hasta obtener toda la información que me permitiese responder a Papá. Después de la tormentosa noche que pasé en casa de Teo, quedaba claro que actuaría como si la decisión fuese mía. Es más, él me incitó a la rebelión, ya era hora que soltase anclas con mi padre; él me dijo lastre, pero Papá no es un lastre para mí. El sábado comíamos en casa y me pareció un buen momento para continuar la conversación. Aunque por aquellos días yo aún no admitía mi sumisión, mi cerebro comenzaba a hervir y no lo quería llamar solicitud de autorización.
Estábamos tomando el aperitivo, yo había elegido una copa de vino blanco, cuestión de igualarme en rango, y comencé la conversación.
— Por cierto, sobre el seminario de Holanda, la escuela me ha confirmado todos los detalles. —Mi Papá, aprovechó la pausa que hice para hacer un perfecto resumen de la situación, universidad, nombre del curso, fechas en las que se impartía, nombre del director y su profesorado. Tragué discretamente saliva y proseguí— La residencia que me ofrecen es Hoge Wiek, situada en la calle Oostmolenwerf 30-152, en pleno centro, a quince minutos andando de la universidad
— Andando, no. En bicicleta tardarías unos quince minutos, a pie media hora.
— Bueno, es un decir. —Le dije aceptando su precisión y esperé la siguiente pregunta.
Papá ya conocía más sobre todo lo que rodeaba a ese seminario que su director. Él hubiese elegido el Stayokay Hostel, un albergue más moderno y cercano, aunque era un poco más caro. Le complació que se hubiesen decidido por un estudio, con cocina y baño privado. En su opinión la opción de la politécnica era más apropiada para un curso universitario que para un seminario. Le tuve que prometer que no necesitaría ir a ningún examen final para subir nota y alcanzar el sobresaliente. Al comenzar la comida brindamos por la proposición y me autorizó a aceptar la oferta, a pesar de que eso me ligaba, por un año, al departamento de matemáticas. Fue Papá quien me subrayó la importancia que Mario diese una ponencia, ya que eso le permitiría evaluar de primera mano mi implicación en el curso. Él quería que no me ligase a la universidad y que ejerciese mi profesión en un bufete de ingeniería o en una empresa constructora, y ese seminario daba caché en las entrevistas de trabajo. Por eso dejó que me inscribiese.
Terminé el curso como me comprometí, así que no tuve que ir a ningún examen de julio para alcanzar mis sobresalientes. El seminario comenzaba el lunes de la próxima semana. Papá estaba contento con mi matrícula y mis cuatro sobresalientes y todo fueron facilidades. Decidió que viajaría el viernes a Rotterdam, de este modo tendría dos días de adaptación antes de ir a la universidad. El jueves, recibí un mail explicativo sobre la residencia, código de acceso de la puerta principal y número de habitación. Tuve suerte, me tocó un estudio en la décima planta, la ventana daba al distrito marítimo y si te fijabas bien podías distinguir el complejo universitario. La llegada fue un desastre, salí con dos horas de retraso, aterricé en el aeropuerto de Ámsterdam y de allí con un intercity hasta la estación de Rotterdam Blaak. Tenía previsto llegar a las seis y llegué a las ocho y media de la tarde. La recepción estaba cerrada, afortunadamente antes de irse me enviaron un correo con las instrucciones de acceso y el código de la caja fuerte en la que se encontraban las llaves del estudio. Ese día cené bocata de máquina.
El sábado temprano hice la compra, me duché y desayuné con preciosa vista al canal, que estaba lleno de veleros, y al distrito marítimo. La mañana la dediqué a organizar mi estancia, por precaución limpié una cocina que ya estaba limpia, y luego visité las instalaciones de la residencia. Después de comer fui a pasear, di una vuelta por los alrededores y me acerqué hasta la universidad. De regreso, leí un rato, hablé con mis padres por videollamada y mi madre me pidió que le mostrase el estudio, así que le hice una visita guiada. Empecé por la entrada, a la izquierda cocina, con hornillo eléctrico, nevera de hotel y barra americana que daba a la habitación salón, a la derecha armario y baño, con ducha, lavabo y váter. El estudio estaba amueblado con una mesa y dos sillas para comer, una mesita auxiliar junto a un sillón de lectura y una cama de noventa con una repisa en su longitud. Tenía una amplia ventana, tan ancha como la habitación, con unas vistas estupendas a la ciudad. Cené y me acosté.
El domingo, antes de salir puse la toalla y una braguita de bikini en mi mochila y me fui a inspeccionar. Durante la mañana caminé por el centro de la ciudad, luego comí una hamburguesa y me fui a la playa de Zandmotor, por la desembocadura del puerto. Sentada relajada sobre la toalla, pasé la tarde tomando el sol, leyendo y, de vez en cuando, me refrescaba en las frías aguas del mar del norte.
El seminario se impartía en el instituto de ingeniería y ciencias aplicadas de la universidad, que estaba en un edificio compacto. Éste no disponía de ágora y zona de cantina específica en su interior, como tiene la universidad politécnica. Allí, todos estos servicios se hallaban en la planta baja o en las terrazas del exterior. Moderna, limpia, bien iluminada, por la cristalera de su patio interior, se veía muy cuidada y era un sitio agradable y con mucha vida estudiantil. La fachada principal daba al puerto y desde la residencia podías llegar paseando por el canal Nieuwe Maas y el parque del museo o, si tenías prisa, coger el metro y en tres paradas estabas en la universidad. Durante los diez días que duraba el seminario, comenzaríamos a las ocho de la mañana. La jornada se descomponía en dos partes, por la mañana discurrían los seminarios y por la tarde, después de la comida, teníamos un caso práctico a resolver. Cada jornada contenía una clase magistral, una conferencia y la exposición del caso. A las doce y media comeríamos. De regreso, a la una y media, trabajo en grupo de cuatro personas para discutir y plantear una posible solución del caso práctico que nos habían propuesto. Finalizábamos la jornada con una hora de presentación y debate con los demás equipos. Todos los días terminaríamos a las cuatro de la tarde excepto el viernes que lo haríamos a la hora de comer.
Sabedores de que son cursos internacionales, el seminario comenzó con un coctel de bienvenida para romper el hielo de los participantes y que nos conociésemos. El miércoles por la tarde, la residencia organizó una barbacoa de hermandad, con una pequeña orquesta que amenizó la velada. Holanda es un país de flores, música y libertinaje, que le da un aire de justo desenfreno. Que es lo que hicimos, después de la velada, las chicas más osadas. A mediados de julio, en pleno verano, los días en Rotterdam son más largos que en España; el hecho de encontrarnos cerca del paralelo 60º, en verano le añadía casi cuarenta minutos al día. Así que resultaba muy agradable cenar pronto, para mí era una merienda cena, salir a pasear callejeando por la ciudad, y a la vuelta tomar en el pub un par de cervezas con los compañeros antes de irme a dormir.
El fin de semana alquilé un coche para recorrer Holanda. El sábado visité las principales ciudades del norte, La Haya, Ámsterdam y Utrecht, y el domingo las del sur Dordrecht, Breda y Middelburg. Aluciné con los diferentes puentes que cruzan sus innumerables canales, así como los diferentes diques y presas que, como vasos comunicantes, equilibran las mareas impidiendo que las tierras sean devoradas por el mar. La verdad que me atrajo más la técnica que las preciosas llanuras y bifurcaciones marinas que tiene el país.
La segunda semana el seminario subió en intensidad, tanto por su complejidad como por la calidad de los ponentes. El jueves Mario dio la clase magistral de la jornada, "Deformaciones plásticas y su principio variacional: resolución mediante la aplicación de las ecuaciones de Hu-Washizu". Al terminar su exposición, mientras tomábamos el café de la pausa, se acercó y me saludó con dos besos. Se interesó por cómo me iba en el seminario, la residencia y cómo me encontraba. Antes de dejarme y proseguir con sus colegas, soltó un bombazo inesperado, que anudó la boca de mi estómago.
— ¿Tienes algo que hacer esta tarde, después del debate del caso? —Conocía perfectamente el seminario y sabía que era la última actividad del día.
— No. —Dije inmediatamente con cara de sorpresa y aturdida. Solo me faltó decirle que lo dejaba todo por estar con él.
— Bueno, si te apetece, quedamos a las seis y media, tomamos unas cervezas y luego te invito a cenar.
— Claro que me apetece. —Le dije con una amplia sonrisa
— ¿Algún restaurante preferido?
— El que tú elijas. Yo soy estudiante y como en la universidad, en el estudio o en hamburgueserías. Soy muy fácil de contentar.
— Entonces buscaré algún sitio especial, para que siempre recuerdes esta noche.
Se giró yéndose hacia sus colegas y dejándome con las piernas temblando. Desde el día que estuvimos trabajando en su casa, no había sentido otro fogonazo como el que acababa de tener. Ya no di pie con bola el resto de la jornada. A las cuatro y cinco minutos, recién finalizada la discusión del caso, me llegó un mensaje de Mario. "Prepárate rápido, paso a recogerte a las cinco, vamos a un sitio lejano, sorprendente, estoy seguro de que te encantará". Esa era la forma de proceder de Mario, cada vez que me proponía algo o que yo le pedía alguna cosa, él me montaba en una montaña rusa de sensaciones. Subidos en ella, disfrutábamos los dos en maravillosos juegos de placer, pequeños, medianos o grandes, pero siempre distintos. Sin demora fui al estudio, tomé una ducha al tiempo que relajaba mi interior, quería desprender serenidad. ¡Mierda!. Grité de rabia frente al closet, al ver el exiguo fondo de armario que había llevado a Rotterdam. Siempre camisa, siempre vaqueros, siempre tenis. Blanco, azul descolorido o negro, había que elegir la combinación de colores. Azul, con azul descolorido y camisa negra. Era verano y sin pañuelo cubriendo el cuello, el único toque de pimienta sería no llevar sujetador, por eso elegí el discreto negro de mi camisa. Pelo suelto, que recogería con mis gafas de sol y unas coloridas pulseras de hilo y tela en mi mano derecha, que haría bailar sus cordeles al viento para atraer su mirada. María, solo vas a cenar, me dije, desabrochándome el botón central de la camisa, echando un poco de perfume sobre mi cuello y mi escote. Veloz, me desprendí de los tenis y los pantalones que cambié por unas sandalias y una falda corta, crema perla con lunares negros. Era recta y terminada con un volante transparente que cubría hasta mitad de los muslos. Pinté de brillo perla las uñas, para realzar mis pies y apresé mi tobillo izquierdo con una finísima esclava dorada. ¡Demasiado cursi y provocador! Fuera sandalias, fuera esclava, fuera falda. Sonó el teléfono, era Mario y me pilló en bragas, nunca mejor dicho. Con el móvil en la mano derecha y la falda agarrada en la izquierda, me descontrolé. ¡Pánico!, al recordar que, él no soportaba la falta de puntualidad, en clase él era el último que entraba y cerraba la puerta para que nadie más pudiese acceder. En mi primera cita no iba a comprobar si esa quimera solo era en la universidad. Inspiré profundamente, expiré lentamente hasta vaciar los pulmones y, vacíos, no dejé entrar el aire hasta que llegué a la extenuación. Con la mente grogui, por falta de oxígeno, me puse la falda, los tenis negros con suela blanca, de la prueba inicial y cogí la mochila, para salir como un rayo. ¡Mierda de combinación! Pero nada podía hacer al verme en el espejo del ascensor cuando bajaba. Parecía una colegiala puritana en su primera salida.
Me esperaba frente a la entrada de la residencia, apoyando las manos sobre el techo de un Uber negro, un precioso BMW. Al verme me hizo una seña, entró en el coche y cerró su puerta esperando a que llegase. Nada más sentarme y abrocharme el cinturón el coche arrancó. Dejó, discretamente a que me acomodase antes de escanear mi cuerpo con sus ojos y mostrarme una provocadora sonrisa.
— ¡No te muevas, esto es un secuestro!. —Dijo riéndose francamente y ante mi sorpresa puntualizó— La situación me ha recordado a una de las películas de Transporter. Creo que es en la segunda, el protagonista, sin saberlo lleva una chica en el maletero, secuestrada por otros e introducida en una bolsa. Su trabajo era entregar el encargo en otra ciudad. Rompe una regla profesional de no ver nunca lo que transportaba y abrió la bolsa. Eso le acarrea un sin fin de problemas, convirtiéndose en la trama del film.
— No veo la relación. —Le dije complaciente, por el escaneo, y sorprendida, por el comentario, para incitarle a que me contase más.
— Es una película francesa, sin argumento, pero divertida. Yo tendría quince años cuando la vi. Está protagonizada por Janson Staamp y la secuestrada es Jamber Valletta.
— No me suenan. —le interrumpí, no soy muy cinéfila — Y por aquella época yo comenzaría a caminar. —Reí, para que se centrase en porque me había relacionado, deseaba saber lo que tenía en su imaginación. Aún no conocía la imagen que se había hecho de mí y temía porque mi torpe vestimenta la considerase ridícula e infantil.
— Él, transportaba los encargos en un BMW negro, parecido a este, y la guapa de Valleta, vestía con un aire como tú, y, tras salir de la bolsa, tampoco sabía a dónde la llevaban. Aunque he de reconocer, que tus tenis te modernizan como, también esta actualizado el coche.
— Gracias por el alago. —Le dije tranquilizándome de que las zapatillas no eran un problema y me daban un aire juvenil que le recordaba a su adolescencia. — Prefiero que seamos tú y yo, así que dime a dónde vamos.
— A Den Oever, a cenar en el restaurante Brunfood. Quiero que veas una obra de ingeniería, que en su día fue pionera y que te hace comprender como los holandeses le comen terreno al mar. Tenemos una hora y cuarto de autopista, tiempo suficiente para hablar de lo divino, de lo humano y de los dos. —Dejando en el aire si se refería a lo anterior o a nosotros.
Empezamos por lo humano, lo divino llegaría luego. Teníamos hora y media hasta llegar Den Oever, que se encontraba en el extremo norte de Holanda, a unos ciento cincuenta kilómetros de Rotterdam. Cuando el sábado anterior viajé por la zona, por su trascendencia histórica, preferí ver Utrecht a remontar más al norte de Ámsterdam. Atravesamos esta ciudad por su circunvalación y tomamos la autopista A7 que nos llevaba a nuestro destino que era el inicio de un dique, que, como la manga del Mar Menor, encerraba al Mar del Norte para convertirlo en el lago Ijsselmeer. Su sistema de compuertas, esclusas y construcción fue pionera en su época. Están calculadas para soportar las mareas de la mar y sobre ellos circulan treinta kilómetros de magnífica autopista flotante. Llegamos a las seis y media, El coche nos dejó en el puerto, cerca de la esclusa. Le dijo que viniera a recogernos, a la puerta del restaurante, a las nueve. Mario había contratado el viaje completo. Teníamos una hora antes de ir a cenar. Así que comenzamos a ver las compuertas, el dique, el pequeño puerto y las marismas. Una tarde de conversación técnica. A mí me sorprendió que un matemático puro, se interesase por las obras civiles. A Mario le sorprendió ese comentario.
— Princesa, yo trabajo en la Universidad Politécnica, en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, y me gusta saber cómo sobáis mis ecuaciones y teoremas. Eso me permite atraeros y que mis clases sean amenas.
— ¿Es solo por eso? Tal vez tengas miedo a otro error como el que cometiste en la incorrecta demostración de tu perfecta oposición. —La primera puya de la tarde, pensé, a la par que reía, le cogía por el brazo y le empujaba con fuerza.
— Por eso estás aquí, porque eres capaz de seguir las erratas, que, como garbanzos, pongo en mi enseñanza. —Y volvió a acercarse, hasta rozarnos hombro con hombro— O acaso, te piensas que eres mi escudera.