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Chapter 11 - Capítulo 10

Tras el maravilloso fin de semana en el que dimos la entrada a la primavera, Teo continuó reflexionando e indagando en lo más profundo de su ser, mientras que yo reseteé mi mente, taponé todas las inquietudes que comenzaban a surgir en mi más profundo interior. Me olvidé de todo y retomé mi vida cotidiana, hasta la tarde en que me topé con Mario en el departamento de matemáticas. Su presencia me bajó de la burbuja en la que me encontraba, quise huir y busqué la excusa pertinente para hacerlo, los estudios; pero en el fondo quería apartarme de la atracción que me provocaba y ahuyentar mis fogosos fantasmas. En vez de centrarme en el verdadero problema, achaqué esa dedicación a mi vanidad por obtener una matrícula de honor en matemáticas. Estábamos a mitad del trimestre y había dedicado demasiado tiempo a una asignatura que tenía garantizado el sobresaliente. Le dije que, hasta pasados los exámenes de Semana Santa, solo iría dos horas los miércoles, sin explicitar que ese día él no estaba. Lo comprendió y le pareció normal, me agradeció la cantidad de tiempo que había dedicado al exitoso modelo que presentó en Tokio y en silencio pensé que ese era el origen de mi adicción. Sus palabras me quitaron un peso de encima, pues temía que lo considerase una rabieta de algo que solo hubo en mi cabeza y su comprensión me tranquilizó.Por muy inteligente que una sea, si buscas la excelencia te tienes que esforzar. Yo quería ser la primera de mi promoción, así que me centré en mi objetivo. De lunes a domingo siempre la misma rutina, escuela, unas carreras en la pista de atletismo de la universidad, para airearme y tener el cuerpo en forma y luego a estudiar. Estudio, deporte y un poco de picante, esa era mi rutina mágica. Un jueves al mes salía con mis amigas de fiesta, mientras ellas se zampaban la intemerata de alcohol, petardos y otras sólidas variedades de alucinógenos, yo me atiborraba de un cubata diluido con infinitas colas y algún que otro relajante polvete de salido universitario. El sexo era la forma más maja de abandonar el bacanal de la noche. Eso sí, todo lo hacía con precauciones, tanto físicas, era yo la que les abastecía de condones, como morales, no solía repetir dos veces con el mismo idiota, salvo en contadas, honrosas y justificadas excepciones. El único justificante que les admitía era mi placer. Yo era la lujuriosa, la putilla, la salida de la banda, así me catalogaban mis amigas, que envidiaban la felicidad que me proporcionaban los hombres y los diferentes cacharos sexuales. Mis amigos me deseaban y no les importaba compartirme con tal de yacer y pacer en mi alcoba, aunque fuese de forma discreta, si querían tener posibilidades de repetir. Como cuenta la leyenda urbana de Ava Gardner y Luís Miguel Dominguín, en el puritano Madrid, de los lujosos excesos, durante la dictadura franquista; ella se prendó del torero y al finalizar la corrida se acostó con él en el Ritz, tras consumar con ella, se vistió para irse, dejando a la solitaria Ava boquiabierta y antes de salir, él le espetó, "lo bueno no ha sido follar contigo, lo bueno es presumir, contándoselo a mis amigos". Yo había invertido las tornas, ellos eran Ava, que solitarios debían callar su proeza y yo Luís Miguel, que los enmarcaba como trofeos, que se exhiben después de la caza. Ese es el precio que pagué, por no defraudar a Papá y reinar entre los alumnos de la Escuela de Ingenieros de Caminos.A finales de mayo me citó el catedrático del departamento a su despacho. Había un seminario sobre "perturbaciones ondulatorias en el estado sólido de la materia, modelos matemáticos asociados a la plasticidad de sus deformaciones". Se celebraba en Rotterdam, en la segunda quincena de julio. Me propuso si quería participar, a la condición de trabajar, para el departamento de matemáticas, sobre estas teorías, el próximo curso académico. El departamento corría con todos los gastos, inscripción, comida y estancia, por supuesto en una residencia universitaria, y unas dietas de veinte euros por día. Acepté inmediatamente su oferta, a esta altura de curso sabía que iba a aprobar todas las asignaturas sin necesidad de ir a los exámenes finales que se celebraban en dicho mes. No me importaba si para no dejar pasar esta oportunidad me perdiese algún diez. En mi cabeza comenzaba a tomar forma continuar en la universidad tras mi graduación, y el departamento de matemáticas era una opción que no me desagradaba. En cualquier caso, sería un hito en mi currículo, que superaría con creces a unos mediocres sobresalientes.Llamé a Teo y quedé para cenar, quería darle la noticia. Recién acabada la llamada, entré en pánico, no había consultado a Papá. Era la primera vez que adoptaba una decisión importante, sin consultarle. ¿Cómo se lo tomaría, cuál sería su respuesta? Un manto de ansiedad me cubrió hasta que llegué a casa. Nada más vi a mi madre le dije que no cenaba con ellos, había quedado con unos compañeros de la politécnica para realizar un trabajo de dibujo técnico. Los estudios eran un verdadero salvoconducto familiar, que mis notas siempre avalaban. Él llegó más tarde que nunca, yo estaba a punto de partir. No me importaba si disponía de poco tiempo, tenía que saber su respuesta antes de cenar con Teo. Temía que una conversación apresurada no me permitiese obtener su respaldo, tenía que arriesgarme, en caso de que se opusiera, no podía hacer el ridículo contándoselo a Teo y quedar como una inmadura adolescente custodiada por sus padres. Papá detestaba que las conversaciones importantes fueran precipitadas, a él le gustaba tener tiempo de sobra para pensar; era un hombre frío y deseaba analizar las cosas pacientemente, para reflexionar en profundidad.— Papás, tengo que daros una excelente noticia. —Les dije nada más entró en casa— El catedrático de matemáticas me ha propuesto participar en un curso de verano, para profundizar en los trabajos que estoy realizando en el departamento. Éste me permitirá seguir con ellos el año siguiente.— ¡Esto es magnífico!. —Exclamó inmediatamente mi madre. La miré de soslayo, dándole las gracias con una leve sonrisa por su apoyo. No era ella quién me importaba, siempre me respaldaba y estaba a mi lado. Rápidamente centré toda mi atención en Papá, tan importante era lo que dijese como su actitud.— ¿Cuándo comenzará el curso? —Dijo, y sentí que los cimientos de mis pies comenzaban a desmoronarse con la primera pregunta de mi Papá. Me recordaba al verano, cuando estás en el borde de la playa y las olas del agua se llevan la arena húmeda al retroceder y desaparecer engullidas por el mar. Entonces sientes que tus pies se hunden y que la arena te está tragando. Su interrogatorio, demoledor, había comenzado. Si quería obtener su aprobación, sabía cuáles eran las reglas y debía de ceñirme a ellas.— La segunda quincena de julio. —Hice una pausa y esperé. Una pregunta, una respuesta.— ¿Cuándo terminan los exámenes en tú escuela?— A finales de julio, normalmente sobre el veintiocho. —Una respuesta sin presuponer cuál será la siguiente cuestión.— ¿Dónde es el seminario? —Comenzaba la segunda batería de preguntas.— En Holanda.— Holanda es muy grande.— En Rotterdam. —Había que responder con precisión.— ¿Quién imparte el curso?— La Rotterdam University of Applied Sciences— ¿Quién paga tu estancia? —Comenzaba la tercera batería de preguntas.— El departamento de matemáticas.— ¿Dónde residirás?— No lo sé, aún quedan detalles por concretar. —Contestar en una residencia universitaria, no era una respuesta precisa. Acababa de pillarme en un renuncio.— Bueno, cuando lo tengas todo claro volvemos a hablar. Ya sabes que las decisiones importantes solo pueden tomarse con tiempo, y cuando se conocen todos los escenarios que las rodean, incluidas sus posibles contraindicaciones.Se aplazaba la decisión.Me encontré con Teo frente a una pequeña pizzería universitaria, del centro de la ciudad. Nada más verme, caló que mi estado de ánimo había cambiado desde que lo llamé por la mañana. Me dejó pasar primero para apoyarme frotando dulcemente mi espalda con su mano. Pedimos una pizza mediana y dos cervezas, no éramos muy comedores, ni nos gustaba comer con cola. Sentados en una pequeña mesa, al lado de la ventana, veíamos en silencio pasar la gente por la calle. Observando el bullicio exterior, rehuía hablar de mi suplicio interior. Nos llamaron y se levantó a recoger la comanda. Abrió la caja; mirándome a los ojos sonrió, me ofreció un trozo de pizza, el vaso de cerveza y brindamos con un clin al choque del plástico. Comencé a comer mientras, evadiendo en lo posible su mirada, le contaba lo que me había ocurrido. Comencé con la oferta del catedrático de matemáticas a participar en un seminario en Rotterdam y terminé cuando me despedí, desconcertada y temerosa, de mi Papá. Entonces hundí la cara sobre las palmas de mis manos para taponar las lágrimas de bochorno, que brotaban por mis ojos. Sentía vergüenza por desnudarme y mostrarle mi comportamiento infantil. Noté que su pierna dulcemente me acariciaba. Dejando que, en la oscuridad de mi silencio, retomase pausadamente la calma. Levanté la cara de mis manos, le miré, hice una mueca de tristeza y dolor, y el manantial de mi llanto me desbordó, sin que yo pudiera hacer nada.Teo me rescató; anduvimos amarrados hasta su apartamento, con mi cabeza apoyada en su hombro, en silencio, sujeta a sus alentadoras caricias. Cerró la puerta de su habitación, me sentó en la cama, se quitó la camisa y veló el flexo antes de encender, su ahora, tenue luz. Había recorrido todo el camino a tientas, con los ojos cerrados.— Escribe un WhatsApp a tu madre diciéndole que hoy no duermes en casa. —Al tiempo que me ofrecía una camiseta de algodón como pijama.Descuidada me lo puse, esparciendo, deslavazadamente, mi ropa por el suelo. Entré en la cama, cerré los ojos y esperé el calor de su cuerpo. Esta vez fue Teo, quien masajeó mis cabellos aguardando a que comenzase a hablar y me liberase. Poco le dije y poco le importó. El yugo de Papá era demasiado fuerte para que lo rompiese un día de frustración. Pasé la noche en vela y, tras sus comentarios a mi breve monólogo, noté como el cansancio lo venció.— ¿Cómo está mi chiquitín? —Lo desperté con un cariñoso beso en la mejilla.— Muy bien. Veo que mi vampiresa no se atrevió, anoche, a morderme. No hay marcas de sangre en mi cuello. — Reía al tiempo que se lo tocaba con precipitación.— No te preocupes, bebiendo mi bilis tuve bastante alimento. —Solté una sonora carcajada— Un poco de colirio en los ojos me transformará en humana y eliminará la sangre que me delata.Tenía los ojos rojos de tanto llorar y de pasar la noche en vela. Desayunamos y nos fuimos juntos a la politécnica.